jueves, 4 de febrero de 2016

NOVENA A LA VIRGEN DE LOURDES 2016. BODAS DE CANA. 1ª HOMILÍA


1. Con viva emoción y con alegría profunda me dirijo esta tarde   a cuantos concelebramos esta Eucaristía, que nos ha reunido en torno al altar de Cristo para recordar las maravillas de gracia realizadas en Aquella a la que invocamos confiadamente como Abogada poderosa y Madre dulcísima.
Una palabra especial de saludo quiero dar a los enfermos, que son los invitados de honor de estos días en torno a la Madre: con no pocos sacrificios, queréis estar presentes esta tarde para testimoniar personalmente el amor que os une a la Madre celeste, a cuyo Santuario de Lourdes muchos de vosotros ya habéis ido en peregrinación: bienvenidos juntamente con todos los que se dedican generosamente a prestaros asistencia.
Mi saludo, hoy se extiende a todos los que se han reunido en esta parroquia de SANTA MARÍA, que recibe una visita tan excepcional durante estos días. Efectivamente, gracias a vosotros, hoy se traslada a esta PARROQUIA durante nueve días esa realidad especial que se llama Lourdes. Realidad de fe, de esperanza y de caridad. Realidad del sufrimiento santificado y santificante; realidad de la presencia de la Madre de Dios en el misterio de Cristo y de su Iglesia en la tierra: una presencia particularmente viva en esta porción elegida de la Iglesia, que está constituida por los enfermos y por los que sufren.
2. ¿Por qué los enfermos van en peregrinación a Lourdes? ¿Por qué —nos preguntamos— ese lugar se ha convertido para ellos como en un "Caná de Galilea", al que se sienten invitados de modo especial? ¿Qué los atrae a Lourdes con tanta fuerza?
La respuesta es preciso buscarla en la Palabra de Dios, que nos ofrece la liturgia en la Santa Misa que estamos celebrando. En Caná había una fiesta de bodas, fiesta de la alegría porque era la fiesta del amor. Podemos imaginar fácilmente el "clima" que reinaba en la sala del banquete. Sin embargo, también esa alegría, como en cualquier otra realidad humana, era una alegría traidora. Los esposos no lo sabían, pero su fiesta estaba a punto de convertirse en un pequeño drama, con motivo de que se estaba acabando el vino. Y eso, pensándolo bien, no era más que el signo de tantos otros riesgos a los que estaría expuesto sucesivamente su amor, que como matrimonio estaba comenzando.
Aquellos esposos tuvieron la suerte de que "estaba allí la Madre de Jesús" y consiguientemente "fue invitado también Jesús a la boda" (cf. Jn 2, 1-2); y, a petición de su Madre, Jesús cambió milagrosamente el agua en vino: el banquete pudo continuar alegremente, el esposo recibió la felicitación del maestresala (cf. vs. 9-10), maravillado por la calidad del último vino servido.
He aquí, queridísimos hermanos y hermanas, que el banquete de Caná nos habla de otro banquete: el de la vida, al que todos queremos sentarnos para gozar un poco de alegría. El corazón humano ha sido hecho para la alegría y no debemos maravillarnos si todos tendemos a esa meta. Por desgracia, la realidad, en cambio, somete a muchas personas a la experiencia, frecuentemente trágica, del dolor: las enfermedades, lutos, desgracias, taras hereditarias, soledad, torturas físicas, angustias morales, un abanico de "casos humanos" concretos, cada uno de los cuales tiene un nombre, un rostro, una historia.
Estas personas, animadas por la fe, se dirigen a Lourdes. ¿Por qué? Porque saben que allí, como en Caná, "está la Madre de Jesús": y donde está Ella, no puede faltar su Hijo. Esta es la certeza que mueve "a las multitudes que cada año se vuelcan hacia Lourdes en busca de un alivio, de un consuelo, de una esperanza. Enfermos de todo género van en peregrinación a Lourdes, animados por la esperanza de que, por medio de María, se manifieste en ellos la fuerza salvífica de Cristo. Y, en efecto, esta energía se revela siempre con el don de una inmensa serenidad y resignación, a veces con una mejoría de las condiciones generales de salud, o incluso con la gracia de la curación completa, como atestiguan los numerosos "casos" (milagros) que se han verificado en el curso de más de 100 años.
3. La curación milagrosa, sin embargó es, a pesar de todo, un acontecimiento excepcional. La fuerza salvífica de Cristo, obtenida por la intercesión de su Madre, se revela en Lourdes sobre todo en el ámbito espiritual, en el corazón de los enfermos. María hace oír la voz taumatúrgica del Hijo: voz que restituye la vista al alma para ver con una luz nueva el mundo, a los demás, y el propio destino.
Los enfermos descubren en Lourdes el valor inestimable del propio sufrimiento. Conscientes de esto, en el día en que la liturgia recuerda las apariciones de Lourdes, queremos dar las gracias a todas las almas generosas que, sufriendo y orando, colaboran de modo tan eficaz a la salvación del mundo.
Que la Virgen esté junto a ellos, como estuvo junto a los dos esposos de Caná, y vele para que no falte nunca en su corazón el vino generoso del amor. Efectivamente, el amor puede realizar el prodigio de hacer brotar sobre el tallo espinoso del sufrimiento la rosa fragante de la alegría.


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