El
tiempo de Cuaresma es ir caminando hacia la Pascua de Jesús, para participar en su muerte y
resurrección. Jesús les anunciaba a los apóstoles varias veces que El debía ser
muerto y resucitar. El de hoy se llama el tercer anuncio. Estos anuncios no
sólo son diversos por el número, sino también por la graduación. En los
anteriores Jesús habla como un maestro que describe lo que va a suceder. Ahora
se ve al hombre fiel o “siervo de Yaveh” que se lanza por el camino ya
anunciado y señalado por Dios. También hay más detalles en la descripción, pues
dice que los jefes del pueblo lo entregarán a los paganos para que sea
crucificado. Claro que, como en los anteriores anuncios termina con el detalle
glorioso de su resurrección “al tercer día”.
La
muerte del Mesías ya estaba detallada en algunas profecías. Estas no hablaban
acerca de la resurrección, pues ni del hecho de “resucitar” se hablaba hasta
casi el final del Ant. Testamento. Algo podemos deducir cuando el profeta
Isaías habla del triunfo del siervo paciente. Para Jesús era una convicción que
tenía en su conciencia, una convicción de que su misión no podía fallar a pesar
de tener que pasar por la cruz. Por eso en medio de los anuncios de su muerte
aparece la paz de su espíritu.
Los
apóstoles no lo entendían. Hoy se acentúa un poco más este no entender de los
apóstoles por la escena de la madre de los hijos del Zebedeo, Santiago y Juan.
Ellos habían oído hablar desde niños sobre la grandeza del futuro Mesías:
grandeza en el sentido material y terreno. Se les debía encoger el corazón
cuando Jesús hablaba de que en Jerusalén iba a ser insultado y torturado. Pero
preferían no pensar en ello y seguían con sus pensamientos de que en Jerusalén
iba a pasar algo grande, creyendo que Jesús con seguridad instauraría por fin
el reino antiguo de Israel. Estos pensamientos se contagiaban a las personas queridas que les
acompañaban, entre las que estaban la madre de Santiago y Juan. Aprovechó quizá
un alto en el camino en aquella subida hacia Jerusalén para dirigirse a Jesús
pidiendo los principales puestos en el futuro reino para sus dos hijos. No era
muy descabellada la proposición, pues había visto cómo aquellos dos hermanos
eran de los preferidos entre los apóstoles.
Para
Jesús sí era descabellada aquella proposición, pues demostraba no haber
comprendido algo esencial en su doctrina ya que estaban demasiado preocupados
en sus propios intereses. Esta es una enseñanza para nosotros, pues muchas veces
Jesucristo nos quiere decir algo importante para nuestra vida; pero nos
quedamos en nuestros pensamientos terrenos y egoístas. Tenemos que tener una
actitud más humilde y ser como niños ante Dios para comprender y aceptar sus
proposiciones.
Jesús
les hace ver que no saben lo que piden. Ahora se dirige a los dos hermanos. Sin
embargo, como ve una cierta buena voluntad, aprovecha esa proposición para
proponerles si están dispuestos a seguirle y tomar la copa o beber el trago
amargo que El mismo ha de beber. Ellos son valientes, aunque todavía no saben
qué significa beber ese trago amargo de Jesús. En la vida encontraremos gente
buena que desea hacer grandes cosas, aunque les falte mucho conocimiento de los
mensajes de Jesús. Debemos saber aprovechar esa buena voluntad; pero buscando
que ellos y nosotros nos instruyamos más en el conocimiento de la fe, lo cual
es propio de la Cuaresma.
Como
la escena había ocasionado disputas entre todos los apóstoles, Jesús les da a
ellos y a nosotros la gran lección de este día. Estar a la derecha y la
izquierda de Jesús no es tener glorias y triunfos terrenos, sino hacerse
“esclavo” como El, y “servir a los demás” y “dar la vida como rescate” o
redención de otros. Es lo que sigue haciendo Jesús en la Eucaristía , que es el “pan
partido”, el que ha derramado su sangre por nosotros. Hoy quiere Jesús que
cambiemos de mentalidad. La grandeza no está en ser servido y en dominar a
otros y hacer lo que más nos gusta en sentido terrenal, sino en servir, en
entregarse a los demás, para que otros tengan el triunfo y el aplauso.
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