En
Cuaresma es normal que se nos exponga esta idea principal: que para acercarnos
a Dios con sincero corazón, debemos ser humildes, reconocer que Dios es nuestro
verdadero Padre, y que el servir a los demás debe ser nuestra mayor tarea.
A
la mayoría nos gusta sobresalir, aparecer, ser estimados más que otros, aunque
ciertamente no seamos mejores que los otros. Pero el cristianismo no es eso. A
veces hacemos cosas buenas, y hasta por
eso bueno que hemos hecho nos gusta que nos estimen. Qué difícil es trabajar
por alguien, viendo que no nos estima.
Dice
Jesús que los escribas y fariseos “estaban sentados en la cátedra de Moisés”.
Así llamaban el lugar desde donde se enseñaba en la sinagoga. Ellos tenían dos
cosas muy malas: Una era que no miraban hacer el bien al pueblo, sino más bien
a dominarlo. Y para ello ponían muchas leyes que nada más eran cargas pesadas.
La otra era que esas cargas las ponían para los otros, pero ellos nada de nada.
Es decir, que hablaban mucho, pero no lo cumplían. Por eso les dice Jesús a la
gente sencilla esta norma: es bueno cumplir lo que dicen, pero no deben hacer
lo que hacen, porque ellos no lo cumplen. Lo importante en la educación es el
ejemplo.
Hay
grandes enseñanzas para nosotros. Primero, porque con facilidad “sentamos cátedra”. Es decir que en
nuestros diálogos o enseñanzas estamos persuadidos de que nuestra razón es lo
máximo. Y casi ni escuchamos a los demás, porque creemos que siempre tenemos la
razón. Esto pasa en política y en religión y en muchas cosas. Lo malo es que
por nuestro orgullo identificamos nuestro pensar con la voluntad de Dios. Y
luego, quizá no hacemos lo que decimos,
no predicamos con el ejemplo.
Cuando
dice Jesús: “No llaméis a nadie maestro o padre”, “Padre” se daba, como título,
a los rabinos y miembros del Gran Consejo. De hecho padre significa transmisor
de la tradición y modelo de vida. Y el único que lo es con verdad es Dios. Esta
es quizá la principal enseñanza de Jesús: que Dios es nuestro Padre: el que nos
da la vida, y la da con infinito amor para que nos comportemos como hijos.
Termina
el evangelio señalándonos un camino seguro de salvación: la humildad. Es lo
contrario de lo que nos ha dicho que hacen los fariseos; pero ahora nos dice la
parte positiva de la humildad que es el servicio a los demás. Si Dios es
nuestro Padre y por lo tanto todos somos hermanos, no tenemos porqué estar por
encima de los demás. Debemos evitar el deseo o la pretensión de dominar a los
demás, el instinto de superioridad. No es que tengamos que buscar
humillaciones, ya que suelen venir con frecuencia. Ser humildes es aceptar las
humillaciones con paz y hasta con alegría para obtener así la alegría del
abrazo eterno de Dios.
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