1. "No habrá más muerte, ni llanto,
ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas pasaron" (Apocalipsis 21: 4). Con estas palabras comenzamos
la homilía de hoy. En ellas, se nos ofrece una visión llena de esperanza en un
futuro en el que habrá una renovación del universo en el cumplimiento final del
Reino de Dios, con la venida definitiva de Jesucristo.
Esta "nueva tierra", y
"nuevo cielo", se han ido. El "mar", (no existe) en
el lenguaje bíblico, significa el conjunto de todo lo que se opone a Dios, y
que no se deja modelar por su mano. Todo
lo que existía en la tierra desaparecerá del nuevo mundo al que los hijos de
Dios hemos sido llamados. Juan nos da una visión de una "nueva
Jerusalén", que no es el resultado del esfuerzo humano, que "desciende
del cielo", es decir, un don de Dios, y esta "Jerusalén".
Es, Jerusalén la comunidad eclesial del resucitado -representada por una figura
femenina misteriosa-, una "novia". Se trata de "la morada de Dios con los hombres" (Ap. 21: 3).
2. Hoy nos recuerda, la Palabra la
presencia de una importante mujer en nuestra historia. En la encíclica Redemptoris
Mater – nos dice: "María
está presente en la misión de la Iglesia, presente en la Iglesia, que introduce
en el mundo el Reino de su Hijo" (Redemptoris Mater, 28).
Lourdes, al igual que muchos otros
lugares, es un signo especial de esta acción de María en el curso de nuestra
historia. Ella, de hecho - como
el Vaticano II (Lumen Gentium, 62) -"llevada al cielo no abandonó su misión salvadora, sino que con continúa
con nosotros su múltiple intercesión, alcanzándonos los dones de la salvación
eterna"-.
En Lourdes María desempeña una misión de
aliviar el sufrimiento y la reconciliación de las almas con Dios y el prójimo.
Nuestra Madre de la misericordia se ha encargado de dar significado y sentido a
tanto dolor de sus hijos y por el Hijo ha conseguido el don de su Espíritu para
aliviarlos.
3. En Lourdes María, a través de Santa
Bernardita, ha demostrado ser "el portavoz de la voluntad del Hijo"
(cf. Redemptoris Mater, 21).
Todo lo que Nuestra Señora le dijo en visión,
la instó a que hiciera todo lo que a continuación se ha levantado en Lourdes, y
que refleja, sí, si se quiere, la "voluntad" de la Virgen, y en
nombre de ella se ha conseguido todo, para el bien de aquellos que lo
necesitan. En Lourdes, podemos
decir que pertenecemos a Cristo, incluso más que a su santísima Madre. En Lourdes aprendemos acerca de Cristo
a través de María. Los milagros
de Lourdes son los milagros de Cristo, obtenidos a través de la intercesión de
María.
Por ello, Lourdes es un lugar privilegiado
de la experiencia cristiana. En
Lourdes se aprende a sufrir como Cristo sufrió. Se acepta el sufrimiento como él lo ha
aceptado. En Lourdes el sufrimiento se vuelve más ligero porque vives con
Cristo. Siempre que lo vivamos
con Cristo y con el apoyo de María.
4. En Lourdes se aprende que la fe no alivia el
sufrimiento en el sentido de disminuir físicamente el dolor, no es necesario. ¿Esto es negocio de la medicina, o puede
ocurrir excepcionalmente de una manera milagrosa?
En Lourdes se dice que la fe alivia el
sufrimiento como medio de expiación y expresión del amor. En Lourdes aprendemos
a ofrecernos no sólo a la justicia divina, sino también - en palabras de Santa
Teresa de Lisieux - al amor misericordioso del que, como dije el Papa JPII en
la carta apostólica Salvifici doloris (n.18), que sufrió "voluntariamente
e inocentemente”.
El cristiano tiene el debe poner los sentidos
y la conciencia, haciendo todo lo posible para llevar el alivio al dolor real,
a fin de obtener - para ellos mismos o para los demás - la curación. Sin embargo, la principal preocupación
debe ser la de eliminar el mal más profundo, que es el pecado. De hecho, podemos estar disfrutando de
salud física aún no estando en paz con Dios. Sin embargo, es en la gracia de
Dios, donde incluso los sufrimientos más terribles se vuelven soportables,
porque se ofrecen para la salvación eterna, y la de los hermanos.
5. María nos enseña, a ejemplo de Jesús,
todas las virtudes necesarias para enfrentar y superar toda forma de mal: el
coraje, la fortaleza, la paciencia, el sacrificio, la renuncia.
María nos guía hacia el misterio de la
cruz como una maestra, así como ella
sufre con Jesús; así sufre con nosotros. Ella,
también, con Jesús se enfrenta y supera a los poderes del mal. Ella, como también lo hace su Hijo,
"aplastara la cabeza de la serpiente" (1 tres, 15). La intercesión de María nos
hace experimentar la consolación. María es la Madre “consolada” que consuela y
protege a sus hijos.
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