Estamos
hacia el fin de la vida de Jesús. En estas parábolas finales podemos vislumbrar
la tristeza de Jesús al sentir el rechazo de los jefes religiosos de Israel.
Muy diferente de las primeras parábolas dirigidas a la gente sencilla en que
hablaba más del campo, de las ovejas, de luces en lo alto, de pájaros y lirios,
de trigo y de mostaza, estas parábolas del final son más dramáticas y
violentas. Hoy nos habla de la “viña del
Señor”, que es el pueblo de Israel, como ya lo habían manifestado los
profetas, especialmente el profeta Isaías. Era por lo tanto una comparación muy
conocida por todos, especialmente por los fariseos y los jefes. Es como un
resumen de la historia de la salvación: <<Dios protege y separa a su pueblo
para que dé frutos de virtudes; pero los jefes religiosos se creen dueños de la
religión y del pueblo, y se instalan en su situación de privilegio. Dios manda
profetas para recordar sus deseos y los preceptos que les había dado; pero son
maltratados y algunos muertos>>. El último profeta sería san Juan
Bautista. Por fin manda a su propio Hijo; pero como su enseñanza va contra el
orgullo y vanidad de estos jefes religiosos, es rechazado y al final logran que
muera. Estos jefes, que eran malos, pero no tontos, entendieron que Jesús
hablaba contra ellos y su odio se acrecentó.
Después
de todo el dramatismo, al final de la parábola triunfa el amor, porque Dios
entrega su viña a otros viñadores para que puedan conseguir fruto. Es la
construcción de un nuevo pueblo de Dios. La piedra fundamental será Jesús;
pero continúa la historia de la salvación, ahora por medio de la Iglesia. Sin embargo
toda esa historia de amor de Dios y de rechazo nuestro a su amor continúa a
través de los siglos. Es verdad que tenemos la promesa de que este nuevo pueblo
de Dios no será reprobado y que las fuerzas del mal no prevalecerán, pero es
impresionante pensar que muchas comunidades cristianas, que en los primeros
siglos fueron florecientes, han sido totalmente borradas y sólo queda el
recuerdo. Hoy vemos comunidades cristianas en naciones tradicionales, en cuanto
a la fe, con un proceso grande de secularismo. Es terrible pensar que un día
puedan convertirse en puro recuerdo de la fe cristiana sólo por sus hermosos
monumentos. Ciertamente que en otras regiones la fe brillará más; pero debemos
estar atentos y vivir un auténtico cristianismo.
También
la
parábola se aplica a cada uno de nosotros. Dios nos ha elegido y nos da
continuas gracias; quiere una respuesta positiva de fe, quiere que demos frutos
concretos de vida cristiana. Dios nos manda continuamente emisarios suyos para
ayudarnos, nos manda también sus ángeles que están dispuestos a subir hacia
Dios con nuestras oraciones y los buenos frutos, como son los actos de amor a
Dios y amor al prójimo, el trabajo bien hecho, contradicciones bien aceptadas,
pequeñas renuncias a favor de los demás; pero, como dice el profeta Isaías en
la primera lectura, en vez de uvas dulces quizá sólo se encuentran frutas
amargas, que son los pecados. En nuestra vida hay muchas realidades terrenas,
que pueden ser buenas o malas, según nosotros las usemos. Todos los asuntos de cada día
podemos convertirlos en frutos para Dios.
A
veces nosotros, como aquellos jefes religiosos, nos creemos dueños de la vida o
dueños de la religión, cuando solamente somos administradores y servidores.
Quizá como ellos sentimos el orgullo herido o los intereses perjudicados por
mensajes concretos de la
Iglesia que por medio de sus ministros cualificados nos
quieren guiar para nuestro bien. Y hasta quisiéramos echarles de nuestra vida.
A veces nos quedamos sólo en los ritos externos sin que haya una transformación
interna. Entonces, aunque parezca que hacemos mucho, en realidad no estamos
dando verdaderos frutos de fe. Pidamos que nuestra reacción sea positiva
acercándonos a la piedra fundamental que es Cristo; pero que no sea como la de aquellos
sacerdotes y fariseos que querían apoderarse de Jesús, pero temían a la
muchedumbre.