En toda
Europa, preocupa la salud de los mayores: pocos están sanos del todo y muchos
padecen males crónicos. Se gasta una barbaridad de dinero para tratar y
controlar años y años sus enfermedades crónicas, fastidiosas e incurables, y para
que puedan así disfrutar de una calidad de vida más o menos aceptable, pero
siempre menguante. Muchos, a ese mal tiempo, prefieren ponerle buena cara: en
Alemania, por ejemplo, la fundación “Vivir con cáncer” organiza regularmente
campeonatos de remo y olimpíadas para los que tratan de sobrevivir a la
enfermedad.
Pero
hay una novedad: la preocupación por la enfermedad crónica incluye ahora a los
animales domésticos. Solo en Alemania son unos treinta millones. Y cada vez
viven más: en los últimos decenios se ha triplicado la esperanza de vida de los
gatos (15 años), y duplicado la de los perros (hasta 19 años). Con la edad presentan
las mismas patologías que los humanos: amnesias, demencia senil, problemas
circulatorios, degeneración articular. La infalible ley de la oferta y la
demanda ha hecho surgir una amplia batería de servicios para la atención de
esas mascotas: desde cirugía y fisioterapia hasta psicología. Hay mucho dinero
en juego.
La
gran mayoría de los dueños considera y trata a sus mascotas como si fueran sus
propios hijos. Por ejemplo, la tercera parte de los perros comparte la cama de
sus dueños. Esos “seres queridos” ya no se alimentan de las sobras de la comida
de sus amos: hay toda una línea de alimentación específica para ellos. Sorprendente:
el ocho por ciento de los dueños cocina personalmente para sus perros, y casi
dos tercios de ellos hacen a sus mascotas un regalo por Navidad. Van
despareciendo los tradicionales nombres de animales, que ahora reciben nombres
humanos: Emma y Paula encabezan el ranking
de popularidad en Alemania (Max, Sophie y Chloe, en Estados Unidos).
El acercamiento entre los humanos y sus
animales domésticos culmina en la reciente inauguración en Alemania de los dos
primeros cementerios abiertos a ambos colectivos. La empresa “Nuestro puerto”
ha aprovechado el vacío legal para abrir sus primeros establecimientos en Essen
y Braubach. Otros vendrán a continuación. Hay demanda, pues muchos dueños de
mascotas expresan el deseo de ser enterrados junto con sus animales, petición
que los parientes llevan a la práctica de modo más o menos clandestino. Los
gestores de los cementerios suelen hacer la vista gorda cuando esos visitantes
entierran junto a la tumba del dueño una pequeña urna con los restos de su
mascota.
La
equiparación de humanos y animales avanza de modo imparable, aunque no sin algo
de polémica. Por ejemplo, tanto la
Iglesia católica como las iglesias luteranas alemanas han
criticado la sepultura conjunta: prefieren reservar solo para los humanos el
ritual propio del enterramiento.
Lo
preocupante no está sólo ahí. A finales de 2014 se introdujo en el Parlamento
federal un proyecto de ley sobre suicidio asistido. El presidente del
Parlamento, Norbert Lammert, pronosticó en noviembre que podría provocar el
debate más apasionante de la presente legislatura. Se han admitido a trámite
cinco borradores que cubren todo el arco de posibilidades, desde la completa generalización hasta la estricta prohibición del suicidio asistido. Lógicamente,
la discusión ha rebasado el marco parlamentario y está ya en la calle. Y dicho
sea de paso: en fuerte contraste con lo que ocurre en países como el nuestro, el
debate en los medios alemanes es de notable altura intelectual y respetuosa hacia
la posición contraria. Alegra comprobar que se puede discrepar sin recurrir al
insulto o descalificación de los que piensan de otro modo.
Está
por ver cómo votará finalmente el Parlamento alemán, pero la coincidencia en el
tiempo de ambos problemas (mimo a los animales, ayuda al suicidio de seres
humanos) me produce una extraña sensación. ¿Qué futuro le espera a una sociedad
que extrema las medidas –y el gasto— para cuidar a sus mascotas envejecidas y
se plantea a la vez matar a los mayores? Holanda, Bélgica, y Suiza ya cuentan
con una abundante experiencia en la práctica de la eutanasia y el suicidio por
médicos. Otros países europeos seguirán sus pasos. El envejecimiento de la
población y la caída de la natalidad están llevando a Europa a una especie de suicidio
demográfico. Cada vez más y más ancianos cargarán sobre las espaldas de menos y
menos adultos y jóvenes, de modo que no se podrá mantener en un futuro nada
lejano el pacto intergeneracional hasta ahora vigente. ¿Será “racionalización” la
palabra clave para justificar la muerte de ancianos cuya atención ya no nos
podremos “permitir”? ¿Es esa sociedad en la que el anciano es un trasto
desechable la que deseamos para el futuro próximo?
Está
muy bien debatir sobre el pago de la deuda griega o sobre la necesidad de una
unión bancaria y fiscal europea, pero eso carecería de sentido si antes no
reflexionamos sobre el corazón y la razón de la Europa que vamos a legar a
nuestros herederos.
Alejandro Navas
Profesor de Sociología de la Universidad de Navarra
Pamplona, 21 de julio de
2015
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