domingo, 2 de agosto de 2015

6. Homilia. María del Calvario (Nuestra Señora de los Dolores).


Hoy nos detenemos a contemplar a María junto al Hijo al pie de la Cruz. Esta misa es por María del Calvario. Fiesta difundida por los servitas en el siglo XIII y más tarde por los Pasionistas. La misión que Dios ha encomendado a María no es nada fácil: ser la Madre del Mesías. Simeón ya le anunció que una espada de dolor iba a estar presente en su vida y que su Hijo iba a ser signo de contradicción. El “Sí” que dio María al ángel tuvo unas consecuencias importantes para su vida.
Una mujer que experimentó de mil maneras el dolor, desde las sospechas de sus vecinos sobre su maternidad, hasta las angustias de un nacimiento fuera de la posada; desde los inconvenientes del destierro hasta el dolor de ver a su Hijo perseguido y llevado a la muerte en la cruz.
En mi casa tengo un icono que representa a la virgen madre  erguida y que tiende la mano el costado de su Hijo. Esta  actitud recuerda su inquebrantable firmeza y su extraordinaria valentía para afrontar los padecimientos. Ella está recogiendo la vida que se escapa del cuerpo de Jesús y junto a ella está Juan. El Hijo no quiere ver a su madre sola, y quiere que nos alegremos del testamento espiritual que dejó a su Madre y a Juan, los profundos sentimientos de Cristo en su agonía, entrañan una gran riqueza de significados para la fe y la espiritualidad cristiana. En efecto, el Mesías crucificado, al final de su vida terrena, dirigiéndose a su madre y al discípulo a quien amaba, establece relaciones nuevas de amor entre María y los cristianos.
Fue allí en el Calvario donde el sufrimiento de María, junto al de Jesús alcanzó un límite difícilmente imaginable en su profundidad desde el punto de vista humano. Un sufrimiento que fue fecundo para los fines de la salvación universal. Su subida al Calvario, su estar a los pies de la cruz junto al discípulo amado, fueron una coparticipación del todo especial en la muerte redentora del Hijo, así como las palabras que escuchó de los labios de su Hijo, una entrega solemne de este evangelio que se anuncia hoy a los creyentes que estamos aquí. Lo último que hizo Jesús, antes de adentrarse en la oscuridad de la agonía y de la muerte, fue adorar amorosamente la voluntad de su Padre. María lo siguió también en eso: también ella adoró la voluntad del Padre antes de que descendiese sobre su corazón una terrible soledad y se hiciese la oscuridad en su interior, como se hizo la oscuridad "sobre toda aquella región" (cf Mt 27,45). Y aquella soledad y aquella adoración se quedaron clavadas allí, en el centro de su vida, hasta la muerte, hasta que llegó también para ella la hora de la resurrección.
En el calvario nos podemos preguntar hoy, ante ese costado del que brota sangre y agua ¿No hemos sido regenerados por la "palabra de Dios, viva y duradera"? ¿No hemos "nacido de Dios" y renacido "del agua y del Espíritu"? ¿No hemos nacido también de la fe y del sufrimiento de María? Si Pablo, que era servidor de Cristo, pudo decir a sus fieles: "por medio del Evangelio soy yo quien os ha engendrado para Cristo Jesús", ¡con cuánta mayor razón podrá decirlo María, que es su Madre! ¿Quién, mejor que ella, puede hacer suyas aquellas palabras del Apóstol: "Hijos míos, a quienes doy a luz de nuevo"? Ella nos da a luz "de nuevo" en este momento, porque nos ha dado ya a luz por primera vez en la encarnación, cuando entregó al mundo la "Palabra de Dios viva y eterna" que es Cristo, en la que hemos renacido. Hemos recibido una nueva luz que llegará con la resurrección del Hijo.

Este recuerdo es una invitación para que todos nos asociemos también como ella y con Ella a la pascua de Cristo, también en el momento del dolor:” haz que la Iglesia, asociándose a María a la pasión de Cristo, merezca participar de su resurrección”, “al recordar los dolores de la Virgen María completemos en nosotros, en favor de su Iglesia lo que falta a la pasión de Jesucristo”. El valor que has tenido “perdurará siempre en el corazón de los hombres". Esas mismas palabras dirigimos nosotros en este día a la Virgen: ¡Bendita tú eres entre todas las mujeres! El valor que has tenido perdurará siempre en el corazón de los hombres y en el recuerdo de la Iglesia.

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