1.- El sustento de nuestra fe.
Después de haber
demostrado la falsedad de los sacerdotes de Baal, Elías huye por temor a la
reacción de la reina extranjera Jezabel. Elías está al borde de la
desesperación. No vale la pena seguir luchando. El poder del rey, manejado por
una mujer ambiciosa y desaprensiva, es más fuerte que él: su vida está en
peligro. Pero en la lucha entre su fe en Dios y el miedo al rey, vence la fe.
Dios sostiene a su profeta. Parece que Elías huye, pero esta huida es algo más,
es también una peregrinación, un éxodo. Este hombre, que representa lo mejor de
Israel, abandona la nueva esclavitud de los baales y sale en busca del Dios que
en otro tiempo liberó a su pueblo de la esclavitud de los faraones. Ahora, como
entonces, se repetirán las maravillas del éxodo: el pan que sustentará a Elías
en su peregrinación, "de cuarenta días, hasta el monte santo...",
recuerda el maná, aunque sólo es el anticipo del "verdadero pan bajado del
cielo". En la vida sentimos, a veces, que no vale la pena molestarse más:
nada cambia e incluso todo va peor. En esta situación encontramos a Jesús que
fue capaz de seguir hasta el final. Su pan y su vino, la eucaristía, sostienen
nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor.
2.- Jesús únicamente pide fe en Él.
Los oyentes de Jesús son
judíos: todos creen en Dios y en la Biblia. Pero una cosa es creer en los
profetas del pasado, celebrados después de su muerte, y otra cosa es reconocer
a esos enviados de Dios mientras viven y son discutidos, especialmente cuando el
enviado de Dios es un simple carpintero: ¿Cómo es posible que diga el hijo de
José y María semejantes palabras? Es evidente que Jesús les habla de comer su
carne y beber su sangre ¿Cómo es posible que exija a sus discípulos algo que
está prohibido por la ley...?
La Sagrada Escritura
utiliza el verbo murmurar en el Éxodo: en el desierto, los israelitas
desconfiaban de Dios y, a cada momento, criticaban las decisiones de Moisés.
Hoy todavía tendremos que superar las mismas dudas y escuchar a los enviados de
Dios que nos enseñan una misión concreta en el mundo de hoy. Son muchos los que
creen en Cristo, en la palabra de Dios, y no quieren escuchar a sus profetas o
a sus ministros. Jesús habla claramente en este evangelio. Esta escena que nos
describe el evangelio está rodeada de sencillez y crudeza al mismo tiempo:
Jesús es el enviado de Dios que nos pide creer en él.
Creer que él es el pan de
vida y que hay que comerlo. Para esto basta la fe por la caridad. Porque Jesús
no explicará cómo habrá que comer su carne, cómo habrá que usar ese alimento
divino que es El. Únicamente busca una respuesta de fe.
3.- Pan de vida.
La fe llega a su
perfección cuando es fe en Dios, que se revela en su enviado Jesucristo. El que
cree alcanza vida; pues, aunque todos puedan escuchar a Dios, solamente lo ha
visto aquel que viene de Dios. Y éste es Jesús, el testigo y la misma Palabra
de Dios hecha carne: la plenitud de la revelación, que hace posible la plenitud
de la fe. Los que creen así alcanzan vida eterna. Jesús, El mismo y no otra
cosa, se presenta como "el pan de la vida". En cada una de sus
palabras y de sus obras Jesús se da y se comunica a todos los que creen en él,
y éstos reciben a Jesús y no sólo las palabras de Jesús. El "pan de
vida", el que "ha bajado del cielo", es la misma realidad de
Jesús, su propia carne y una carne que se entrega para la vida del mundo. Si
escuchar a Jesús es ya recibir a Jesús y no sólo sus palabras, recibir el
cuerpo de Jesús ha de ser también escucharle con fe. El sacramento es una
palabra visible, un signo. Comulgar es recibir el cuerpo de Cristo "que se
entrega por la vida del mundo"; por lo tanto, es incorporarse
personalmente a Cristo y enrolarse en su misión salvadora y en su sacrificio.
La Eucaristía fue
instituida "la noche antes de padecer" para que los discípulos
quedaran comprometidos en la misma entrega que Jesucristo, que se iba a
realizar definitivamente al día siguiente. El que comulga debe saber que
siempre se halla en esta situación: "antes de padecer" y que recibe
"el cuerpo que se entrega para la vida del mundo". Comulgar no es
sólo comer, es creer, y esto significa comprometerse.
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