.
Y sucedió que, mientras ellos
estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento, y dio a luz a su
hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no
tenían sitio en el alojamiento.” (Lc 2, 6-7).
Nuestra Madre la Virgen
María, es en verdad la puerta y el sagrario escogida por Dios para que Jesús
viniera al mundo; un niño gestado en tus entrañas como verdadero hombre y
verdadero Dios. Dios ha querido que tú fueras la mediación necesaria para que
el Verbo tomara carne. Tú, por dar a luz a tu Hijo, eres la puerta y la casa de
Dios. Eres tú la mujer que venció con su humildad la soberbia e incredulidad de
la primera mujer. La puerta que había cerrado Eva en el paraíso por su pecado
ahora se ha vuelto a abrir por ti, María.
La Iglesia te invoca como Medianera de todas las gracias, la mejor
intercesora, y si Jesús dijo: “nadie va al Padre, sino por mí”, de alguna forma
nadie podremos llegar a Cristo, sino por ti. San Alfonso María Ligorio nos dice de María: “Ella es nuestra principal
intercesora en el Cielo, la que nos consigue todo cuanto necesitamos. Es más,
muchas veces se adelanta a nuestras peticiones, nos protege, sugiere en el
fondo del alma esas santas inspiraciones que nos llevan a vivir con más
delicadeza la caridad, a confesarnos con la regularidad que habíamos previsto;
nos anima y da fuerzas en momentos de desaliento, sale en nuestra defensa en
cuanto acudimos a Ella en las tentaciones... Es nuestra gran aliada en el
apostolado: en concreto, permite que la torpeza de nuestras palabras encuentren
eco en el corazón de nuestros amigos. Este fue con frecuencia el gran
descubrimiento de muchos santos: con María se llega «antes, más y mejor» a las
metas sobrenaturales que nos habíamos propuesto”.
El Concilio
Vaticano II llegó a afirmar: “Con su amor materno cuida de los hermanos de
su Hijo, que peregrinan y se debaten entre peligros y angustias y luchan contra
el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz. Por eso, la Bienaventurada
Virgen en la Iglesia es invocada con los títulos de Abogada, Auxiliadora,
Socorro, Mediadora.” (LG 62) ¡Cuántas veces la hemos encontrado en el
camino! ¡En cuántas ocasiones se hizo la encontradiza, ofreciéndonos su ayuda y
su consuelo! ¿Dónde estaríamos si Ella no nos hubiera tomado de la mano en
circunstancias bien determinadas?
San Anselmo escribe de ti en uno de sus sermones: “Valiéndose de María, se hizo Dios
un Hijo, no distinto, sino el mismo, para que realmente fuese uno y mismo el
Hijo de Dios y de María. Todo lo que nace es criatura de Dios, y de Dios nace
de María. Dios creó todas las cosas, y María engendró a Dios. Dios, que hizo
todas las cosas, se hizo a sí mismo mediante María; y, de este modo, volvió a hacer
todo lo que había hecho. El que pudo hacer todas las cosas de la nada no quiso
rehacer sin María lo que había sido manchado.”
Dice Jesús: -«Os aseguro que el que no entra
por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése
es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas»
(Jn 10, 1-2).
Podríamos también afirmar
que quien va a Jesús sin pasar por ti, de alguna manera comete un allanamiento
de morada. En la letanía lauretana se te llama “Puerta del Cielo”, pero
no solo eres la puerta de la última morada de quienes peregrinamos por este
valle, a veces tan a oscuras, sino que ya eres puerta de gracia, puerta de
misericordia. La fe de los sencillos te ha invocado con nombres muy entrañables
y se sabe acoger a tu mediación, para acceder al trono de gracia. Tú eres,
María, la Puerta Santa por la que entrar en el recinto sagrado de la gracia y
de la misericordia, por la que entrar a tu propio Hijo.
En esta misa estamos
celebrando lo propio de unos fieles cristianos: “ella nos abre el camino hacia la
salvación al haber escuchado la voz de Dios y nos recuerda que debemos estar
vigilantes y despiertos para salir al encuentro del esposo con las lámparas
encendidas a fin de ser admitidos en su momento al banquete celestial”.
La Iglesia no duda que por tu intercesión recibimos al salvador del mundo y que
por medio de él descenderán los dones y las gracias para que se nos abran las
puertas del cielo en el momento de nuestra muerte. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario