lunes, 3 de agosto de 2015

7ª María Puerta del cielo. (Nuestra Señora del Carmen)

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 Y sucedió que, mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento, y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento.” (Lc 2, 6-7).
Nuestra Madre la Virgen María, es en verdad la puerta y el sagrario escogida por Dios para que Jesús viniera al mundo; un niño gestado en tus entrañas como verdadero hombre y verdadero Dios. Dios ha querido que tú fueras la mediación necesaria para que el Verbo tomara carne. Tú, por dar a luz a tu Hijo, eres la puerta y la casa de Dios. Eres tú la mujer que venció con su humildad la soberbia e incredulidad de la primera mujer. La puerta que había cerrado Eva en el paraíso por su pecado ahora se ha vuelto a abrir por ti, María.
La Iglesia te invoca como  Medianera de todas las gracias, la mejor intercesora, y si Jesús dijo: “nadie va al Padre, sino por mí”, de alguna forma nadie podremos llegar a Cristo, sino por ti. San Alfonso María Ligorio nos dice de María: “Ella es nuestra principal intercesora en el Cielo, la que nos consigue todo cuanto necesitamos. Es más, muchas veces se adelanta a nuestras peticiones, nos protege, sugiere en el fondo del alma esas santas inspiraciones que nos llevan a vivir con más delicadeza la caridad, a confesarnos con la regularidad que habíamos previsto; nos anima y da fuerzas en momentos de desaliento, sale en nuestra defensa en cuanto acudimos a Ella en las tentaciones... Es nuestra gran aliada en el apostolado: en concreto, permite que la torpeza de nuestras palabras encuentren eco en el corazón de nuestros amigos. Este fue con frecuencia el gran descubrimiento de muchos santos: con María se llega «antes, más y mejor» a las metas sobrenaturales que nos habíamos propuesto”.
El Concilio Vaticano II llegó a afirmar: “Con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo, que peregrinan y se debaten entre peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz. Por eso, la Bienaventurada Virgen en la Iglesia es invocada con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora.” (LG 62) ¡Cuántas veces la hemos encontrado en el camino! ¡En cuántas ocasiones se hizo la encontradiza, ofreciéndonos su ayuda y su consuelo! ¿Dónde estaríamos si Ella no nos hubiera tomado de la mano en circunstancias bien determinadas?
San Anselmo escribe de ti en uno de sus sermones: “Valiéndose de María, se hizo Dios un Hijo, no distinto, sino el mismo, para que realmente fuese uno y mismo el Hijo de Dios y de María. Todo lo que nace es criatura de Dios, y de Dios nace de María. Dios creó todas las cosas, y María engendró a Dios. Dios, que hizo todas las cosas, se hizo a sí mismo mediante María; y, de este modo, volvió a hacer todo lo que había hecho. El que pudo hacer todas las cosas de la nada no quiso rehacer sin María lo que había sido manchado.”
Dice Jesús: -«Os aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas» (Jn 10, 1-2).
Podríamos también afirmar que quien va a Jesús sin pasar por ti, de alguna manera comete un allanamiento de morada. En la letanía lauretana se te llama “Puerta del Cielo”, pero no solo eres la puerta de la última morada de quienes peregrinamos por este valle, a veces tan a oscuras, sino que ya eres puerta de gracia, puerta de misericordia. La fe de los sencillos te ha invocado con nombres muy entrañables y se sabe acoger a tu mediación, para acceder al trono de gracia. Tú eres, María, la Puerta Santa por la que entrar en el recinto sagrado de la gracia y de la misericordia, por la que entrar a tu propio Hijo.

En esta misa estamos celebrando lo propio de unos fieles cristianos: “ella nos abre el camino hacia la salvación al haber escuchado la voz de Dios y nos recuerda que debemos estar vigilantes y despiertos para salir al encuentro del esposo con las lámparas encendidas a fin de ser admitidos en su momento al banquete celestial”. La Iglesia no duda que por tu intercesión recibimos al salvador del mundo y que por medio de él descenderán los dones y las gracias para que se nos abran las puertas del cielo en el momento de nuestra muerte. Amén.

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