viernes, 31 de julio de 2015

4ª María de la Visitación. (Eres mujer humilde y obediente).


Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humildad de su sierva…” Lc. 1, 39-56
Después que María Santísima oyó del Ángel Gabriel que su prima Isabel también esperaba un hijo, se sintió iluminada por el Espíritu Santo y comprendió que debería ir a visitar a aquella familia y ayudarles y llevarles las gracias y bendiciones del Hijo de Dios que se había encarnado en Ella. San Ambrosio sugiere que fue María la que se adelantó a saludar a Isabel puesto que es la Virgen María la que siempre se adelanta a dar demostraciones de cariño a quienes ama.
El encuentro con Isabel presenta rasgos de un gozoso acontecimiento salvífico, que supera el sentimiento espontáneo de la simpatía familiar. Mientras la turbación por la incredulidad parece reflejarse en el mutismo de Zacarías, María irrumpe con la alegría de su fe ágil y disponible: "Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel"
Por medio de la visita de María entró Jesús en aquel hogar y llevó muchos dones y gracias: el Espíritu Santo a Isabel la alegría; a Juan, el don de Profecía,… los cuales constituyen los primeros favores que nosotros conocemos que haya hecho en la tierra el Hijo de Dios encarnado. San Bernardo señala que desde entonces María quedó constituida como un "Canal inmenso" por medio del cual la bondad de Dios envía hacia nosotros las cantidades más admirables de gracias, favores y bendiciones.
Además, nuestra Madre María recibió el mensaje más importante que Dios ha enviado a la tierra: el de la Encarnación de su Hijo, y ella enseguida se fue a prestar servicios humildes a su prima Isabel. No fue como Reina y Señora sino como Sierva humilde y fraterna, siempre dispuesta a atender a todos los que la necesitan.
Algo que después su Hijo realizaría y nos recordaría permanentemente a todos sus hijos en la fe.
Este fue el primero de los numerosos viajes de María a ayudar a los demás. Hasta el final de la vida en el mundo, ella estará siempre viajando para prestar auxilios a quienes lo estén necesitando. También fue la primera marcha misionera de María, ya que ella llevaba a Jesús para que bendijera a otros. Una obra de amor que sigue realizando cada día y cada hora. Jesús empleó a su Madre para santificar a Juan Bautista y ahora ella sigue siendo el medio por el cual Jesús nos santifica a cada uno de nosotros que somos también hijos de su Santa Madre.
La visitación de María indica el misterio de la salvación por el que Dios <<ha visitado y redimido a su pueblo>>. Por ello, María es modelo de la Iglesia, la cual <<alimentada>> de Palabra y sacramentos visita a todos los pueblos para que reconozcan a Cristo como su Salvador. La intervención de María, junto con el don del Espíritu Santo, produce como un preludio de Pentecostés, confirmando una cooperación que, habiendo empezado con la Encarnación, está destinada a manifestarse en toda la obra de la salvación divina.

Por ello, dirigiéndonos hoy a la «llena de gracia», le pedimos que obtenga también para nosotros, de la divina Providencia, poder pronunciar cada día nuestro «sí» a los planes de Dios con la misma fe humilde y pura con la cual ella pronunció su «sí». Ella que, acogiendo en sí la Palabra de Dios, se abandonó a él sin reservas, nos guíe a una respuesta cada vez más generosa e incondicional a sus proyectos, incluso cuando en ellos estamos llamados a abrazar la cruz. María que en el Cenáculo invocaste con los Apóstoles al Espíritu Santo, concédenos la gracia de saber acoger cada vez más en la propia vida el señorío de Aquel que con su resurrección ha vencido a la muerte de una forma definitiva.

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