El domingo pasado
veíamos cómo Jesús envía a sus apóstoles a predicar de dos en dos por aquellos
pueblos cercanos. Hoy consideramos la vuelta. Vuelven contentos por la labor
realizada. Han visto cómo los demonios se alejaban, especialmente por la
conversión de muchos a quienes predicaban lo que ellos habían aprendido de las
enseñanzas de Jesús. Pero también estaban cansados. Jesús, lleno siempre de
bondad y misericordia les propone tener unas vacaciones. Para ello suben a la
barca para pasar a la otra orilla, que era lugar más solitario a fin de poder
examinar y evaluar todo lo que habían realizado en aquellos días de
predicación.
Las vacaciones son
muy buenas o, como podemos decir de todas las cosas de la tierra, pueden ser
buenas, como también pueden desvirtuarse. Desgraciadamente hay cristianos que
en tiempo de vacaciones se apartan de las cosas de Dios, porque se entregan al
desenfreno y quizá a los vicios. Decía el papa Juan Pablo II que las vacaciones
sirven para “redescubrir los auténticos valores del espíritu”. Lo que pasa,
decía, es que muchas veces “se quema el espíritu por la disipación y la simple
diversión”. Pero, decía: “pueden convertirse en una ocasión propicia para volver
a dar aliento a la vida interior”. Así que buena es una sana recreación y
esparcimiento, pero dejando espacio para la oración, las buenas lecturas, sin
olvidar la participación en los sacramentos, especialmente la Eucaristía en el día
del Señor.
El caso es que la
gente, que ansiaba escuchar la palabra de Jesús, cuando les vio marcharse en la
barca, se fueron deprisa por la orilla, y cuando llegó Jesús con los apóstoles,
vio que había una gran multitud deseando escucharle. Se terminaron las
vacaciones. Una gran cosa es saber cambiar de planes, adaptándose a las nuevas
circunstancias. A veces encontramos personas que o nunca pueden tener
vacaciones por sus ocupaciones como pasa con muchas familias pobres, o no
quieren tenerlas, como pasa con personas religiosas muy entregadas a su vida de
convento o a labores apostólicas. De todas las maneras podemos considerar, como
vacaciones necesarias para todos, los momentos que debemos tener de oración y
tranquilidad con Dios, como Jesús que se solía retirar solo a orar. La misa del
domingo podemos aceptarla como un pequeño retiro con Jesús para revisar nuestra
vida.
Jesús se compadeció
de la gente porque les vio “como ovejas sin pastor”. Hoy en la primera lectura
el profeta Jeremías, de parte de Dios, se queja de los malos pastores o guías
espirituales en el pueblo de Israel y promete que Dios enviará un pastor de
verdad que nos guiará por los caminos rectos. Una oveja sin pastor no es oveja
libre sino descarriada, que va sin saber a dónde ir y está expuesta al asalto de
cualquier alimaña. Así pasa con muchos que se creen libres, pero están
desorientados. No encuentran el sentido de su vida y cada vez más ven problemas
sin soluciones. Debemos tener un verdadero pastor, que no sea un hombre como
nosotros. Por eso Dios mismo se hizo como nosotros, para enseñarnos el camino,
de modo que nosotros, sin perder la libertad, aceptemos el camino recto del
amor y las bienaventuranzas.
Jesús actúa como un
verdadero pastor. No pierde la calma, sino que “con calma” se pone a predicar.
No nos dice san Marcos qué es lo que predicaría. Cuando es así, se supone que
principalmente expondría el “Reino de los cielos”, como dice al principio de su
evangelio, Reino que ya se da aquí al aceptar el amor de nuestro Padre Dios y
al realizar ese amor en la concordia y hermandad entre todos nosotros.
En la Iglesia es necesaria la
formación de “pequeños grupos”, pero también la dedicación a la multitud. A
veces es difícil el equilibrio y puede haber tensiones y problemas. Jesús
predicaba a la multitud, pero muchas veces se reunía a solas con los
discípulos, porque les tenía que enseñar más profundamente lo que hablaba para
todos. Así nosotros aprovechemos lo que es para todos y los encuentros más
íntimos.
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