miércoles, 29 de julio de 2015

María la del inmaculado corazón. Eres toda Hermosura y dulzura

Introducción.
Esta novena va dirigida a honrar a nuestra Señora de la Virgen Blanca patrona de Vitoria. Es un honor para un vitoriano poder predicar en esta novena dedicada a la patrona de la ciudad. En estos días vamos a seguir un itinerario tratando de ensalzara a nuestra Madre, bajo la advocación de la Virgen Blanca. Los títulos de las homilías recogen algunos de los aspectos del himno dedicado a nuestra Patrona.
Debemos presentar a la Virgen María en su cercanía al misterio de Cristo, a la comunidad de la Iglesia, o a los valores más apreciados por los hombres de hoy, superando las exageraciones y desvíos que pudiera haber habido en otros tiempos. Hablamos actualmente de nuestra Madre recuperando su papel mediador en la Iglesia y su devoción adaptada a los tiempos que corren. Unos tiempos, en los que de una manera novedosa se ha aumentado el recurso a ella en los momentos difíciles y gozosos de nuestra existencia.
1.      María la del inmaculado corazón. Eres toda Hermosura y dulzura.
El sábado posterior al segundo domingo de pentecostés la liturgia celebra la memoria del inmaculado corazón de la Virgen María. La expresión <<Corazón de la Virgen>> distingue su ser íntimo y único; el centro y la fuente de su vida interior, del entendimiento, de la memoria, de la voluntad y del amor. Esta memoria nos habla de su amor a Dios y a los hermanos, y de cómo se entregó intensamente a la obra de la salvación del Hijo.
Nos podemos preguntar sobre ¿cómo es el Corazón de la Santísima Virgen? Sabemos que la hermosura física de María sólo es superada por la de su Hijo. Sabemos que Dios la hizo la más hermosa entre todas las criaturas pues iba a ser la Madre de “el más hermoso de todos los hijos de los hombres”.
María es la Madre de Dios. Por lo tanto, ¿qué Corazón habrá puesto Dios en Ella? Si Él se lo dio, ¿cómo será? Y ¿cómo ama este Corazón? Si tiene que amar a Dios y a los hombres con un amor sólo inferior al de Dios, ¿cómo será el Corazón que encierra este amor tan grande?
María es el instrumento del que se valió el Espíritu Santo para la obra de la Encarnación. De aquel Puro e Inmaculado Corazón brotó la Sangre de la que se formó el Cuerpo y hasta el mismo Corazón Santo de Jesucristo. De ese corazón tomó el Señor aquella Sangre que había de ofrecer en la Cruz por la salvación de la humanidad.
En mayo de 1943, en Tuy, Nuestro Señor dijo a Sor Lucía: “Deseo ardientemente que se propague en el mundo el culto y la devoción al Corazón Inmaculado de María, porque este Corazón es el imán que atrae todas las almas a Mí, y el fuego que irradia sobre la tierra el rayo de mi Luz y de mi Amor, es la fuente inagotable que hace brotar sobre la Tierra el agua viva de mi misericordia”. San Agustín dice, “María es Madre de Jesús, Madre de Dios, mucho más según el espíritu que según la carne”. María, por tanto, concibió a Jesús en su Corazón.
Hoy es el primer día y tenemos que alabar el amor maternal de nuestra Madre. Una  Madre que ama tanto a sus hijos, que no duda en sufrir y en sacrificarse por ellos.
Debemos tener un corazón filial con la Madre que Dios nos ha dado. Sería un contrasentido y un absurdo que exigiéramos a la Virgen que nos amara con Corazón de Madre, y nosotros no la amásemos con un amor de hijos.
Este deber aumenta, si meditamos sobre el principal atributo del Corazón de María: la Misericordia. ¡Tenemos tanta necesidad de ella! Difícilmente vamos a encontrar nada  mejor y más apreciado que esta cualidad de la misericordia… realizada por Dios en María.
Ella tiene un corazón compasivo que siente como propias las necesidades y miserias ajenas, un corazón misericordioso que llora con los que lloran y sufre con los que sufren, ¿a quién no encanta y cautiva esto? Y, si además de sentir así las desgracias ajenas como si fueran propias, se esfuerza y trabaja por remediarlas, ¡mucho más aún!
¡En cuántos casos ha intervenido la Virgen Santísima en favor nuestro!, consiguiéndonos de Jesús algo que nos hacía falta, algo que nos venía muy bien y que nosotros ni nos ocupábamos de pedirlo,…
Y, es que la misericordia de María, como su Corazón de donde brota, es el de una Madre. El corazón de una madre siempre sentirá palpitar sus entrañas un nuevo cariño,  más nuevo y encendido, cuando vea más las desgracias y miserias en su Hijo.
¿Cómo sería y cómo es actualmente su Corazón?
Su compasión no es estéril, como es muchas veces el amor de una madre que quiere, pero no sabe o no puede remediar los problemas de sus hijos. María, posee la influencia del mismo Dios; y ella la emplea generosamente para socorrer a sus hijos.
Y esta misericordia maternal de la Virgen no se termina aquí en la tierra con su muerte. Ahora que está asunta en el Cielo, su Corazón es el mismo. Y si hay algún cambio en el Corazón de la Virgen, es para ser aún, desde allí, más compasiva, más clemente y más misericordiosa, y para aprovecharse mejor de su Corazón de señora en bien de los necesitados de aquí abajo.
En el Cielo, su misericordia es trabajando sin cesar por las almas, derramando con sus manos piadosas torrentes de gracias sobre nuestros corazones.

Con este esfuerzo de su corazón, María nos enseña cómo hemos de acoger a Dios, cómo hemos de alimentarnos de su Verbo, cómo hemos de vivir saciando en él nuestra hambre y nuestra sed. María se convierte así en el prototipo de aquellos que escuchan la palabra de Dios y hacen de ella su tesoro; el modelo perfecto de todos los que en la iglesia deben descubrir con profunda meditación el hoy de este mensaje divino. Imitar a María en esta actitud quiere decir estar siempre atentos a los signos de los tiempos, es decir, a todo lo nuevo y admirable que Dios va realizando en la historia tras las apariencias de la normalidad; en una palabra, quiere decir reflexionar con el corazón de María sobre los acontecimientos de la vida cotidiana, deduciendo de ellos —como lo hizo María— conclusiones de fe.

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