Introducción.
Esta novena va dirigida a
honrar a nuestra Señora de la Virgen Blanca patrona de Vitoria. Es un honor
para un vitoriano poder predicar en esta novena dedicada a la patrona de la
ciudad. En estos días vamos a seguir un itinerario tratando de ensalzara a nuestra
Madre, bajo la advocación de la Virgen Blanca. Los títulos de las homilías
recogen algunos de los aspectos del himno dedicado a nuestra Patrona.
Debemos presentar a la
Virgen María en su cercanía al misterio de Cristo, a la comunidad de la
Iglesia, o a los valores más apreciados por los hombres de hoy, superando las
exageraciones y desvíos que pudiera haber habido en otros tiempos. Hablamos
actualmente de nuestra Madre recuperando su papel mediador en la Iglesia y su
devoción adaptada a los tiempos que corren. Unos tiempos, en los que de una
manera novedosa se ha aumentado el recurso a ella en los momentos difíciles y
gozosos de nuestra existencia.
1. María la del inmaculado
corazón. Eres toda Hermosura y dulzura.
El sábado posterior al
segundo domingo de pentecostés la liturgia celebra la memoria del inmaculado
corazón de la Virgen María. La expresión <<Corazón de la Virgen>>
distingue su ser íntimo y único; el centro y la fuente de su vida interior, del
entendimiento, de la memoria, de la voluntad y del amor. Esta memoria nos habla
de su amor a Dios y a los hermanos, y de cómo se entregó intensamente a la obra
de la salvación del Hijo.
Nos podemos preguntar
sobre ¿cómo es el Corazón de la Santísima Virgen? Sabemos que la hermosura
física de María sólo es superada por la de su Hijo. Sabemos que Dios la hizo la
más hermosa entre todas las criaturas pues iba a ser la Madre de “el
más hermoso de todos los hijos de los hombres”.
María es la Madre de
Dios. Por lo tanto, ¿qué Corazón habrá puesto Dios en Ella? Si Él se lo dio,
¿cómo será? Y ¿cómo ama este Corazón? Si tiene que amar a Dios y a los hombres
con un amor sólo inferior al de Dios, ¿cómo será el Corazón que encierra este
amor tan grande?
María es el instrumento
del que se valió el Espíritu Santo para la obra de la Encarnación. De aquel
Puro e Inmaculado Corazón brotó la Sangre de la que se formó el Cuerpo y hasta
el mismo Corazón Santo de Jesucristo. De ese corazón tomó el Señor aquella
Sangre que había de ofrecer en la Cruz por la salvación de la humanidad.
En mayo de 1943, en Tuy,
Nuestro Señor dijo a Sor Lucía:
“Deseo ardientemente que se propague en el mundo el culto y la devoción al
Corazón Inmaculado de María, porque este Corazón es el imán que atrae todas las
almas a Mí, y el fuego que irradia sobre la tierra el rayo de mi Luz y de mi
Amor, es la fuente inagotable que hace brotar sobre la Tierra el agua viva de
mi misericordia”. San Agustín dice,
“María es Madre de Jesús, Madre de Dios, mucho más según el espíritu que según
la carne”. María, por tanto, concibió a Jesús en su Corazón.
Hoy es el primer día y
tenemos que alabar el amor maternal de nuestra Madre. Una Madre que ama tanto a sus hijos, que no duda
en sufrir y en sacrificarse por ellos.
Debemos tener un corazón
filial con la Madre que Dios nos ha dado. Sería un contrasentido y un absurdo
que exigiéramos a la Virgen que nos amara con Corazón de Madre, y nosotros no
la amásemos con un amor de hijos.
Este deber aumenta, si meditamos
sobre el principal atributo del Corazón de María: la Misericordia. ¡Tenemos
tanta necesidad de ella! Difícilmente vamos a encontrar nada mejor y más apreciado que esta cualidad de la
misericordia… realizada por Dios en María.
Ella tiene un corazón
compasivo que siente como propias las necesidades y miserias ajenas, un corazón
misericordioso que llora con los que lloran y sufre con los que sufren, ¿a
quién no encanta y cautiva esto? Y, si además de sentir así las desgracias
ajenas como si fueran propias, se esfuerza y trabaja por remediarlas, ¡mucho más
aún!
¡En cuántos casos ha
intervenido la Virgen Santísima en favor nuestro!, consiguiéndonos de Jesús
algo que nos hacía falta, algo que nos venía muy bien y que nosotros ni nos
ocupábamos de pedirlo,…
Y, es que la misericordia
de María, como su Corazón de donde brota, es el de una Madre. El corazón de una
madre siempre sentirá palpitar sus entrañas un nuevo cariño, más nuevo y encendido, cuando vea más las
desgracias y miserias en su Hijo.
¿Cómo sería y cómo es
actualmente su Corazón?
Su compasión no es estéril,
como es muchas veces el amor de una madre que quiere, pero no sabe o no puede
remediar los problemas de sus hijos. María, posee la influencia del mismo Dios;
y ella la emplea generosamente para socorrer a sus hijos.
Y esta misericordia maternal
de la Virgen no se termina aquí en la tierra con su muerte. Ahora que está asunta
en el Cielo, su Corazón es el mismo. Y si hay algún cambio en el Corazón de la
Virgen, es para ser aún, desde allí, más compasiva, más clemente y más
misericordiosa, y para aprovecharse mejor de su Corazón de señora en bien de
los necesitados de aquí abajo.
En el Cielo, su
misericordia es trabajando sin cesar por las almas, derramando con sus manos
piadosas torrentes de gracias sobre nuestros corazones.
Con este esfuerzo de su
corazón, María nos enseña cómo hemos de acoger a Dios, cómo hemos de
alimentarnos de su Verbo, cómo hemos de vivir saciando en él nuestra hambre y
nuestra sed. María se convierte así en el prototipo de aquellos que escuchan la
palabra de Dios y hacen de ella su tesoro; el modelo perfecto de todos los que
en la iglesia deben descubrir con profunda meditación el hoy de este mensaje
divino. Imitar a María en esta actitud quiere decir estar siempre atentos a los
signos de los tiempos, es decir, a todo lo nuevo y admirable que Dios va
realizando en la historia tras las apariencias de la normalidad; en una
palabra, quiere decir reflexionar con el corazón de María sobre los
acontecimientos de la vida cotidiana, deduciendo de ellos —como lo hizo María—
conclusiones de fe.
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