sábado, 31 de diciembre de 2016

1 de Enero de 2017, Maternidad de María: Lc 2, 16-21


Hoy tenemos varias celebraciones: comienza el nuevo año, pero sobre todo es una gran fiesta de la Virgen como Madre de Dios y es la octava de Navidad y la circuncisión de Jesús e imposición de su nombre. También es la jornada mundial sobre la paz.
1. Comienza el nuevo año. Esto no es una celebración litúrgica, sino algo sólo convencional en el calendario civil. En otras civilizaciones o culturas comienza el año en otras fechas. Lo nuestro del 1 de Enero viene de una costumbre romana en que comenzaban a regir los cónsules. Pero es una ocasión y una oportunidad para pensar que el tiempo pasa y que debemos hacer realidad lo de: “año nuevo, vida nueva”. El tiempo no es algo fijo, nosotros pasamos por él y ya no lo podemos recuperar, sólo podemos aprovechar mejor el que va a venir. Este es un tiempo de bendición, como comenzamos en la primera lectura de la misa. Pero no sólo queremos que Dios nos bendiga. Todos debemos ser bendición para los demás y para el mundo. Por eso aprovechemos el comienzo de un nuevo año para una mayor limpieza de nuestras culpas y un hermoso deseo de aprovechar esta oportunidad que nos da Dios.
2. Celebramos sobre todo la solemnidad de María Madre de Dios. Es el mayor título que un ser creado puede tener. Ha habido muchos que dicen ser impropio de María llevar ese nombre porque a Dios nadie lo ha hecho. En parte tienen razón; pero María es la madre de Jesús y, como Jesús, además de hombre, es Dios, a su madre la podemos llamar Madre de Dios. Así lo entendieron los obispos reunidos en Éfeso en el año 431. Y desde entonces así la proclamamos, señalando la unión tan profunda con su Hijo “en las penas y alegrías”, y también en la redención y en las gracias que Dios nos va dando. Por eso es también nuestra madre espiritual y madre de la Iglesia. En este día nos alegramos por las maravillas que Dios ha hecho en su madre. Ella, aun colmada de dones, siguió siendo libre y cooperó generosamente. Si María es nuestra madre, la contemos nuestros problemas y pidamos su ayuda para superarlos; pero sobre todo hagamos en este nuevo año lo que gustaría a nuestra madre del cielo.
3. A los ocho días circuncidaron a Jesús. A nosotros nos puede decir muy poco; pero era muy importante para los israelitas: era el día de la entrada y aceptación legal en la comunidad de Israel y de hacerse responsable de la carga que supone la ley. Era como otro nacimiento. Nacer es comenzar y, en cierto sentido, nacemos varias veces. Hasta en lo material, cuando alguno se ha salvado de un gran accidente, dice que ha vuelto a nacer. También puede decirse cuando comienza una vida social muy diferente, como era la circuncisión para los israelitas. Y mucho más nacemos nosotros cuando comenzamos una vida de gracia, como es el bautismo.  Y así como para nacer a la vida del cuerpo se necesita ayuda externa, así es para la circuncisión y el bautismo.
El nombre de Jesús se lo puso el mismo Dios. Así el ángel se lo dijo a María y a José. Los israelitas daban mucha importancia al significado, y Jesús significa “Dios salva”. Debemos poner mucho amor y confianza al pronunciar este bendito nombre.

4. Jornada mundial de la paz. Así se llama este día desde 1967. Todos los años el papa nos da un mensaje especial sobre la paz. En este año de 2017, en que se cumplen 50 años de mensajes, el del papa Francisco es: “La no violencia: un estilo de política para la paz”. Dice el papa que la caridad y la no violencia deben guiar el modo de tratarnos en las relaciones interpersonales, sociales e internacionales. No se puede responder a la violencia con otra violencia, sino que la “no violencia” debe ser algo activo, como en realidad ha sido en personas conocidas. Pero no basta. Para que sea una mentalidad, algo efectivo a nivel mundial, debe penetrar como un estilo de actuar en la política de los estados y pueblos. Por eso hace un llamamiento a favor del desarme, como también de la prohibición y abolición de las armas nucleares. La no violencia debe penetrar en primer lugar en la vida de las familias. Que María, madre de Dios y madre nuestra nos ayude a conseguir la paz.  

jueves, 29 de diciembre de 2016

                                        29 de Diciembre: Lc 2, 22-35

El evangelio nos presenta un suceso de la infancia de Jesús: el momento en que, como cualquier niño de Israel, es llevado en brazos al templo y, como cualquier niño primogénito, es rescatado con una ofrenda. Era una ley muy antigua. En tiempos de Moisés, y poco más, los primogénitos de cada familia se debían dedicar al culto a Dios. Luego vieron que era más práctico que se dedicase una tribu, que era la de Leví. Entonces los primogénitos se ofrecían a Dios, pero eran rescatados de esa obligación por una donación de un animal, que solía ser un buey o un cordero; pero los pobres, como José y María, daban dos palominos.
Jesús es ofrecido al Señor. El era el Señor; pero “se anonadó tomando la condición humana”. Allí nada indicaba su condición divina. Era un niño pequeño como tantos otros. Además un niño de familia pobre. Sin embargo Dios revela al anciano Simeón que aquel niño no es como los demás. Simeón era un hombre de esperanza. Todo Israel esperaba al Mesías; pero para la mayoría era una esperanza desesperada. Simeón había sentido como una voz de Dios de que vería al Mesías antes de morir. Esa esperanza se vuelve alegría al subir ese día al templo y encontrarse con aquella familia pobre. Siente la presencia de Dios, toma al Niño en sus brazos y comienza a bendecir a Dios. Se le han colmado sus esperanzas y le dice a Dios que ahora ya está dispuesto para marchar, se pone en sus manos.
Hay muchos momentos en que podemos sentir a Dios que está junto a nosotros o dentro de nuestro ser, a través de las pequeñas cosas de cada día. En cada momento podemos ver la voluntad de Dios. Hace falta vivir en la fe, con la esperanza de sentir a Dios en medio del amor. Hoy en la primera lectura, siguiendo la primera carta de san Juan, nos habla de la luz que es conocer a Dios (1 Jn 2, 3-11). Pero estar en la luz no es sólo conocer a Dios de modo intelectual, sino sobre todo de forma experimental o vital. Por eso dice san Juan que mostraremos que conocemos a Dios si guardamos sus mandamientos. Luego dirá que el principal mandamiento de Jesús, el mandamiento nuevo, es el amor al prójimo. Los que lo cumplen son los que están en la luz.
Hoy Simeón proclama a Jesús como “luz de las naciones”. También Zacarías había bendecido a Dios después del nacimiento del Bautista; pero veía la salvación sólo para el pueblo de Israel. Ahora Simeón va más allá de las expectativas de los profetas y justos del Ant. Testamento y comprende, inspirado por Dios, que aquel Niño es el Salvador de todo el mundo. Seguir a Jesús es estar en la luz, que es fuente de vida. En medio de tantas tensiones del mundo es necesaria la luz en el alma para tener una verdadera libertad, la liberación que hoy se proclama por medio de Jesucristo.
Estar en la luz, en la libertad, en la alegría, mientras estamos en esta vida, no quiere decir que no tengamos contradicciones y persecuciones. Simeón hoy proclama también que Jesús está destinado para ser “signo de contradicción”. De hecho en esta vida no puede estar el amor sin sufrimiento. María, que es la persona más unida a Jesús en el amor y en la misión salvadora, también estará unida en los sufrimientos. Un día dirá Jesús que no ha venido a traer paz, sino guerra y división, porque su mensaje es exigente y hay que tomar partido: o estamos con Jesús o contra El. Por eso puede haber división hasta en la propia familia. El Señor nos dará luz, si le buscamos sinceramente, si deseamos siempre cumplir su voluntad.
Jesús nos ha dado a comprender en la Navidad el misterio de su amor, su entrega por nosotros. Esta entrega sigue permanente en la Eucaristía. Cuando le tenemos en nuestros brazos o en nuestro pecho podemos bendecir a Dios porque El nos da las caricias de su amor; pero nos estimula para que mantengamos ese amor a través de los contratiempos de la vida, siempre buscando hacer el bien, para poder recibir un día el premio que para Simeón fue como un anticipo del cielo

lunes, 26 de diciembre de 2016

Día 26 de Diciembre. San Esteban: Mt 10, 17-22

                    


En la primera Navidad los ángeles anunciaron a los pastores que había nacido un Salvador. En esta nuestra situación, envuelta en pecado, no puede haber salvación sin sufrimiento. Aunque ese sufrimiento terminará en gloria y resurrección. Hoy celebra la Iglesia la fiesta de san Esteban, el primer mártir. Consideramos un hecho de violencia y sin embargo es día de fiesta, de gloria. No por la violencia o el triunfo que creyeron tener los violentos, sino por el verdadero triunfo de quien entrega su vida dando testimonio de la fe en Jesucristo y pidiendo perdón por los que le están matando.
San Esteban era uno de los siete diáconos que habían sido nombrados para ayudar a los apóstoles. Una razón para ser nombrados estos diáconos eran las quejas que venían de los cristianos griegos o venidos del paganismo de que ellos, especialmente las viudas, eran peor atendidos que los que procedían del judaísmo. Por eso los siete diáconos eran más bien cercanos a los griegos, como se ve por sus nombres. Así que manifestaban una clara apertura de la Iglesia hacia todo el mundo. Esto molestaba tremendamente a los fundamentalistas de aquel tiempo: porque se apartaban más de las leyes tradicionales judías. Por eso principalmente vino la persecución.
Entre los siete diáconos se destacaba Esteban. No sólo atendía a los pobres, que era su primera ocupación, sino que, como dice la Escritura, por estar “lleno de fe y del Espíritu Santo” discutía con los jefes de la sinagoga, que no podían argüir las palabras llenas de sabiduría de Esteban. También dice el libro de los “Hechos” que “lleno de gracia y de poder” hacía prodigios y señales en el pueblo. Por todo ello aquellos jefes de la sinagoga quisieron hacer con Esteban como lo habían hecho con Jesús: Sobornaron a algunos para que testificaran que Esteban había sido blasfemo, excitaron a mucha gente contra él y lo llevaron al Sanedrín para ser juzgado como reo de muerte.
Jesús no les había prometido a los apóstoles grandezas humanas. Hoy vemos en el evangelio que les dice que vendrán persecuciones y que muchos serán acusados y llevados a los tribunales y serán azotados. Cuando san Mateo escribía el evangelio, seguramente tenía presentes varias persecuciones reales. Entre ellas la que ocasionó la muerte de Esteban. Pero también les dijo Jesús que no se preocuparan por lo que tendrían que hablar, porque “el Espíritu del Padre hablaría por ellos”. Así fue con san Esteban. Habló cosas maravillosas interpretando la historia del pueblo de Israel en función de la venida de Cristo. Pero cuando, mirando al cielo, dijo que Jesús estaba a la derecha de Dios, colmó la paciencia de aquellos “matones”, que le sacaron fuera y le apedrearon hasta la muerte. Es la cobarde reacción de los violentos, que al no poder triunfar con argumentos y menos con la pureza de vida, atienden a la ley de la fuerza.
En el cristianismo el hecho de las persecuciones y martirios es una ocasión para el anuncio de la palabra de Dios. Siempre queda algo bueno para alguno. Allí estaba el joven Saulo, que estaba de acuerdo con esa muerte y que estaba cuidando los mantos de los que apedreaban a Esteban. El valor y la entereza que mostró el mártir se le quedó grabado para siempre y mucho tuvo que influir en san Pablo para convertirse.
Las últimas palabras de san Esteban fueron primero para ofrecer su espíritu al Señor Jesús y luego para perdonar con una oración a los que le estaban apedreando: “Señor, no les tengas en cuenta este pecado”. En esto nos enseña que tenía los sentimientos de Jesús. A nosotros seguramente no nos apedrearán hasta la muerte; pero continuamente tenemos motivos y ocasiones para perdonar. Es una gran lección.

A veces nos resulta raro el constatar que se persiga hasta la muerte a personas que sólo desean hacer el bien. Es el egoísmo que no aguanta estar cerca de la virtud. Hay martirios breves e intensos como el de san Esteban; y hay otros largos y constantes, como el ser fieles a Dios en el cumplimiento del deber y en la entrega total. Hoy Jesús nos dice que sólo los que perseveren llegarán a la salvación.

sábado, 24 de diciembre de 2016

MISA DE NAVIDAD 2016

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Llegó la Navidad. Normalmente esta palabra nos trae brisas de alegría y nos da contento el saber que estamos en el día de los regalos, del arbolito o el “nacimiento”, de los adornos, de la buena comida. Es porque estamos celebrando un cumpleaños especial. Pero ¿De quién? Desgraciadamente muchos que abundan en la comida y sobre todo en la bebida no nos podrían dar una respuesta exacta. Pero nosotros sí lo sabemos y queremos preparar, si no lo tenemos, un buen regalo para Él.
En la primera misa de Navidad, por la noche, se nos dice con entusiasmo: “¡Un Niño nos ha nacido, un Hijo se nos ha dado!” Claro que no es un niño cualquiera: es Dios que nos trae la salvación. Y para mostrar mejor esa salvación se hace niño pobre, sencillo y humilde en el portal de Belén. Tampoco tenemos por qué acentuar demasiado las tintas diciendo cosas que no están en el evangelio. No tenían porqué llegar a Belén en el último día buscando desesperados un lugar para el nacimiento, pues sería indigno de san José el exponer así a María. Tampoco debemos acentuar el que nadie les recibiera (lo de san Juan es en sentido místico y espiritual), pues sería indigno de la hospitalidad de todo un pueblo. Sencillamente no había sitio en la posada pública, o más bien, como ahora suelen decir muchos comentaristas, no tenían sitio en la sala principal de la casa (y quizá la única) donde estaban alojados, pues estaba mal visto que el nacimiento fuese en medio de la gente con niños. Por lo cual, para ese momento, tuvieron que ir a la parte trasera de la casa donde solían tener algunos animales. El hecho es que Dios se revela a unos pastores y éstos van a ver a un niño que ha nacido en Belén (no necesariamente en las afueras), a un lugar donde hay un pesebre, a un lugar donde suelen comer animales. Todo muy normal, pero sencillo.
Dios se hace hombre para que el hombre pueda llegar a ser hijo de Dios. La realidad y nuestra fe nos dice que ahí está Dios hecho hombre, rodeado por su madre María y por san José. Y ahí queremos estar nosotros como los pastores para adorarle.
Y también para darle un beso ¿Y qué le vamos a decir? Debemos agradecerle todo ese inmenso amor y decirle que le queremos corresponder con un gran amor. Y como muestra de amor debemos darle algún regalo. Él no necesita ningún regalo material, porque todo lo hubiera podido tener y no ha querido nada material para que se vea mejor su amor por nosotros. Sin embargo no rechazaría muchas cosas materiales para tantos niños, y no tan niños, que viven necesitados, porque en las casas pobres también Jesús quiere nacer y quiere que allí se sientan contentos. Pero quiere sobre todo nuestro corazón. El ofrecer nuestro corazón suena bonito, pero no es fácil. Es poner nuestro corazón junto al suyo para tener “los mismos sentimientos”. No sería regalo el seguir igual que como éramos, sino el hacer algo más o bastante más.
Al acercarnos a Jesús Niño debemos también aprender algunas lecciones. Una que es evidente es que para ser grandes en el Reino de Dios, no es necesario tener mucho dinero y poder. Más bien esto suele ser impedimento, porque los que tienen mucho material se creen que todo lo pueden y que no necesitan de nadie ni de Dios. Estos no suelen postrarse ante el Niño de Belén. Los que se sienten más cómodos en el Reino de Dios (y ante el portal de Belén) son los que, viviendo con su trabajo normal, tienen un corazón de niño, porque ponen su confianza en Dios, como los pastores.

El nacimiento de Jesús no es sólo algo que pasó. Hoy sigue naciendo en la Eucaristía y en nuestro corazón. Jesús nos ilumina y nos alienta para seguir su ejemplo de vida. Para ello nos dice, como el ángel a los pastores: “No tengáis miedo”. Que los deseos de mayor bondad sigan profundos en nuestro corazón, a ejemplo de María que iba conservando todos los sucesos en su corazón. Y que la paz que proclamaron los ángeles a los pastores inunde nuestros corazones en este día.

domingo, 18 de diciembre de 2016

4ª semana de Adviento. Domingo A: Mt 1, 18-24

                    
Estamos en el 4º domingo de Adviento, que quiere decir el domingo inmediato anterior a la Navidad. Y en este domingo todos los años la Iglesia nos presenta a la Santísima Virgen María, como la que mejor se ha preparado para vivir santamente los días de Navidad. Ella tuvo un adviento especial durante nueve meses y nos enseña a esperar de modo que Jesús nazca también en nuestro corazón.
Pero en este año, el ciclo A, en el que el evangelio será principalmente según san Mateo, juntamente con María nos presenta a san José, el hombre bueno. María, después de la Anunciación, había ido a casa de su prima Isabel y, cuando volvió a los tres meses, se notaba que iba a tener un niño. Eran los meses en que ya se consideraban esposos, pero no vivían juntos. El esposo aprovechaba esos meses para preparar la casa donde debía recibir a su esposa. Algunos durante esos meses ya esperaban a un niño; pero no estaba bien visto. Los que se consideraban fieles a las leyes, que era lo mismo como ser fieles a Dios, esperaban hasta convivir.
Hoy se nos exponen las dudas y las angustias de san José ante esta realidad que María ya no puede ocultar: va a ser madre. Alguno, cuando oye esto, cree solucionarlo pronto con una buena conversación: ¿Porqué María no le contó...? No hay que ver las cosas bajo nuestra mentalidad democrática y modernista. En aquel tiempo los novios no podían hablar mucho a solas y menos en privado. Era muy difícil que san José, ni nadie, creyera lo del Espíritu Santo dicho sólo por María. El hecho de que San José dudara de María no se le puede reprochar demasiado: según la manera de actuar entonces, no podía conocer a María demasiado, ni su voto de virginidad, ni la mujer totalmente fiel y piadosa, que luego conocería. El joven José, sin tener explicaciones, sentiría el natural rechazo de hombre ofendido e inculcado su derecho de esposo.
En este momento, el evangelio dice de José que “era justo”. Hoy el evangelio nos propone a san José como modelo de justicia. No se trata de una justicia que pretende defender sus derechos, al estilo del Ant. Testamento. En este caso, como buen judío, debería defender la ley y las costumbres y debería castigar el adulterio. Era justo que salvase su honor con un divorcio público para quedar bien ante la opinión pública y hasta con derecho de ser indemnizado. Pero José era justo a la manera cristiana, que también se decía de los buenos israelitas: es el hombre piadoso, servidor irreprochable de Dios, cumplidor de la voluntad divina, bueno y caritativo con el prójimo. Y porque era bueno, no podía permitir que María fuera entregada a la vergüenza pública. Prefería que las culpas se las echasen a él, habiendo abandonado a la “pobre muchacha”. Y esto es lo que piensa hacer, como una ofrenda a Dios y un acto de respeto a su esposa. En este momento Dios soluciona las cosas y un ángel (no sabemos cómo) le revela el gran misterio de la Encarnación. El respiro de José tuvo que ser muy grande y el amor hacia su esposa y el Niño que llevaba en sus entrañas también muy profundo.

 Para san José no sólo fue conocer de parte de Dios un gran misterio, sino recibir una gran tarea. Desde ese momento él iba a ser responsable de ese niño. Eso es lo que significaba el “poner el nombre” al Niño. Le pondría “Jesús” que significa Salvador, pues nos salvaría de los pecados. Para el evangelio de san Mateo, que iba dirigido a los judíos, tenía la importancia de exponer que legalmente Jesús era descendiente de David, según las profecías. Para nosotros san José es el ejemplo de aceptación de la voluntad de Dios y aceptación del cambio de planes en su vida. Muchas veces nosotros hacemos con gusto lo que hemos programado nosotros mismos; pero ¡Cuánto nos cuesta seguir los planes de los demás! A veces Dios nos propone sus planes a través de superiores y de circunstancias que no esperábamos. Pero en esas circunstancias está Dios con nosotros. En estos días de Navidad Dios se acerca más a nosotros, como niño, para que nosotros, también como niños, estemos disponibles para El.

miércoles, 7 de diciembre de 2016

8 de Diciembre. Fiesta de la Inmaculada: Lc 1, 26-38



 Hoy nos alegramos con toda la Iglesia por ser una fiesta muy especial de nuestra Madre, la Stma. Virgen María. Entre tantas fiestas en honor de la Madre de Dios, hay dos más especiales para toda la Iglesia: el comienzo de la vida de María, como Inmaculada o llena de gracia, y el final, que fue su Asunción en cuerpo y alma al cielo.
Nos alegramos cuando tenemos algo bueno; pero nada mejor podemos tener que la vida de gracia en nuestra alma, que es lo que nos dará la plena felicidad para siempre. Por eso hoy celebramos el hecho de que la Virgen María estuvo llena de gracia, limpia de todo pecado desde el primer instante de su concepción. La concepción es el momento en que Dios crea el alma uniéndola a la materia, que proviene de los padres: es el momento en que comienza la vida humana.
La Biblia no menciona explícitamente este dogma o creencia de fe. Lo creemos y sabemos por la Tradición, es decir, por la autoridad que les dio Jesús a los apóstoles y a sus sucesores para interpretar dignamente mensajes que nos da la Sagrada Escritura. Con el tiempo algunos mensajes se clarifican, como este dogma de la Inmaculada. Así, después de ponerse de acuerdo todos los obispos, siguiendo la devoción del pueblo cristiano, el papa lo proclamó como una verdad que debemos creer y tomar en consideración para nuestra vida cristiana. Era el 8 de Diciembre del año 1854 cuando el papa Pío IX proclamó solemnemente esta verdad.
Se basaba en algunas palabras de la Biblia. El primer pasaje importante es el que nos narra la primera lectura de la misa de este día. Es el capítulo 3 del Génesis. Allí aparece una lucha entre la serpiente, que simboliza el demonio o fuerzas del mal con el Redentor de la humanidad. Y unida con el Redentor aparece una mujer que “aplastará la cabeza de la serpiente”. Esto quiere decir que habrá una mujer, unida al Redentor, que no tendrá que ver nada con el pecado. Para que el triunfo sea total debe estar sin mancha de pecado “desde el primer momento de su concepción”.
En el evangelio de este día aparece el ángel Gabriel saludando a María con esa expresión de “llena de Gracia”. Es como el nombre propio de la Virgen. Significa una singular abundancia de gracia, un estado sobrenatural del alma en unión con Dios. Y no se trata de algo conseguido entonces, sino como si fuese algo propio e innato en el alma de María. Por eso aquello de “el Señor está contigo”. Esta es una expresión que aparece en otros lugares de la Biblia; pero aquí se realiza con pleno sentido, porque Dios está más presente cuanto mayor sea el grado de gracia que hay en el alma.
Estos no son argumentos definitivos; pero la Iglesia reflexiona con la ayuda de Dios. Y ya desde los primeros siglos de la Iglesia había teólogos que reflexionaban sobre la conveniencia de que Dios diera esta inmensa gracia a la que iba a ser su madre. En el día de nuestra Madre en algunos sitios se celebra a las otras madres. Pero podemos ponernos a pensar: si nosotros hubiéramos podido hacer a nuestra madre, es decir, darle las cualidades que nos hubieran parecido mejores ¿Qué no hubiéramos hecho para nuestra madre? Pues como Dios lo que más estima son los valores espirituales, la grandeza de alma, no escatimó nada para embellecer espiritualmente a su Madre, sin que el pecado pudiera dañarla ni en el primer momento de su concepción.

Por eso hoy nos alegramos al considerar la belleza de la Madre celestial. Pero también es un mensaje para que busquemos la mayor purificación para nuestra alma. María es nuestra madre, pero es también el modelo a seguir. Ella también fue redimida por Jesucristo, aunque de modo adelantado. Nosotros, aunque somos pecadores, fuimos hechos limpios por el bautismo. Sin embargo ¡Cuántos pecados hemos ido acumulando! En este día pidamos fortaleza a Nuestro Señor para limpiar nuestra alma y, fijándonos en el modelo de limpieza, que es la Inmaculada, caminemos por el camino de la gracia y santidad para que un día nos podamos ver y gozar con María en el cielo.

martes, 6 de diciembre de 2016

2ª semana de Adviento. Martes: Mt 18, 12-14

En el ambiente de Adviento, en que se habla de conversión, es natural que se hable de la misericordia de Dios, que busca al pecador. Hoy lo hace por medio de la parábola de “la oveja perdida”. Hay muchos que no han visto un rebaño de ovejas, o quizá sólo por medio de la televisión. Son animales dóciles, pero un poco tontitos: Si ven algunas hierbas que les gustan, se van apartando del rebaño. El pastor tiene que estar atento, o a veces el mismo perro que suele llevar el pastor, para hacerlas entrar en el grupo. Pero alguna vez el pastor se descuida y la oveja se va marchando hasta que se pierde, sobre todo si se enreda en algunos matorrales. Este ejemplo, al ser parábola, se traslada a las personas que, atolondrados por los atractivos del mundo y enredados por estas redes mundanas, se pierden del grupo donde están las gracias de Dios.
Debemos ponernos en el puesto de aquel pastor que tiene cien ovejas, que al ser lo único para el sustento de su familia, según va vendiendo alguna, se siente muy triste si pierde una. Entonces procura dejar encerradas las 99 y se va, aunque tenga que pasar dificultades, a buscar la perdida. Si la encuentra, se llena de alegría. Esto es lo que hace Dios con nosotros si nos perdemos. Dios no se queda indiferente ante una infidelidad: se preocupa en mandar gracias para el arrepentimiento. Sólo que nosotros no somos como ovejas sin voluntad propia. Él mismo nos ha hecho libres. Pero si nos hemos apartado de su amor y luego nos arrepentimos, la alegría de Dios es inmensa.
Termina la parábola diciendo que Dios, nuestro Padre, no quiere que se pierda ninguno de estos corderillos. En la palabra “pequeños” podemos ver a toda persona marginada, los pobres, humildes y abandonados, y de una manera especial a los pecadores. Todos son importantes para Dios. Este ejemplo de la oveja perdida lo manifestó Jesús con su propia vida, dispuesto siempre a perdonar.
Todos somos débiles y, aunque no nos sintamos muy extraviados, en este tiempo de Adviento es más propio para rectificar el camino y podernos encontrar en los brazos amorosos de Jesús. Pero la parábola nos enseña también nuestra actitud para con los demás. ¿Sabemos respetar a los demás, esperarles, ser comprensivos con ellos y ayudarles a encontrar el verdadero sentido de sus vidas? ¿Nos alegramos de verdad, como se alegra el Señor, si alguno cambia de vida y se entrega más al Señor?
De alguna manera todos somos algo pastores, todos somos responsables de los demás. Debemos tener un corazón grande. No vivimos aislados. Por eso no debemos ser indiferentes ante cualquier desgracia, y la desgracia más grande es el pecado: es la actitud de aquel que ha perdido a Dios o ha perdido la esperanza de vivir. Los males de unos son también males nuestros. A veces debemos dejar nuestros intereses particulares para ir en busca del hermano extraviado.

Que la Santísima Virgen María, Madre del Adviento, nos ayude a imitar los sentimientos paterno-maternales del Señor para que entre todos formemos un gran grupo donde nos sintamos más hermanados en la espera de la Navidad.

miércoles, 30 de noviembre de 2016

30 de Noviembre - 2016. San Andrés: Mt 4, 18-22


Celebra hoy la Iglesia la fiesta de san Andrés. Era pescador, natural de Betsaida y discípulo de Juan Bautista, cuando conoció por primera vez a Jesús. Era compañero de Juan, el que sería el evangelista, cuando Juan Bautista señaló a Jesús diciendo: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Quizá el Bautista les invitó a sus dos discípulos fieles a seguir a aquel desconocido. El hecho es que Andrés, con su amigo Juan, siguió a Jesús y se pasaron juntos toda aquella tarde.
Tan entusiasmado quedó Andrés con ese encuentro que fue enseguida a llamar a su hermano Simón y le llevó donde Jesús. Desde ese momento su hermano se iba a llamar Pedro. Esto nos debe hacer reflexionar sobre nuestro encuentro con Cristo. Si es verdadero, quisiéramos que muchos otros tuvieran también ese encuentro. Esto suele pasar muchas veces cuando uno hace de corazón un cursillo, unos seminarios de la vida en el espíritu, unos ejercicios o algo parecido. Deseas que otros tengan esa misma experiencia de encuentro con el Señor. La felicidad espiritual es contagiosa y es expresión de un acto de caridad.
El evangelio de hoy narra el momento en que Jesús llamó definitivamente a Pedro y Andrés. Hasta ese día Andrés iba a veces a escuchar a Jesús y luego se volvía a su trabajo de pescador. Desde este día deja a su familia, su pequeño negocio y las redes para seguir ya del todo a Jesús. No va a ser sólo compañero de Jesús, sino que va a ser enviado a predicar, va a ser testigo, continuador de la obra del Maestro. Y para eso tiene que prepararse bien. Cierto es que con deficiencias, como el Jueves santo cuando, como la mayoría de los apóstoles, abandonó al Maestro; pero enseguida volvió. Después de recibir la fuerza del Espíritu en Pentecostés, sería un verdadero apóstol del señor. Esta segunda llamada del evangelio nos enseña que no basta con sentir una vez la llamada del Señor, porque somos limitados y necesitamos sentir a Jesús más veces. Por eso, quien haya hecho un cursillo o ejercicios, debe hacer otros, para poder sentir que Jesús le sigue llamando en diversas ocasiones.
El día de la multiplicación de los panes y de los peces, Andrés fue quien llevó ante Jesús aquel muchacho que tenía cinco panes. Así Jesús hizo aquel milagro también por la colaboración de Andrés. ¡Qué importantes son en retiros y en actividades de la Iglesia cosas que nos parecen pequeñas! Así son importantes los que preparan la comida, los que lo organizan y los que asean el lugar para que más cómodamente se pueda escuchar la palabra de Dios. Todo lo pequeño, hecho con amor, ante Dios tiene un gran valor para que la gracia de Dios pueda actuar por medios humanos.
El nombre de Andrés es griego. Quizá lo hablaba. El hecho es que el domingo de Ramos hace de intermediario, y quizá de intérprete, con unos griegos que quieren ver a Jesús. Después de Pentecostés san Andrés predicó el Evangelio en varias naciones y, estando en Grecia, murió mártir por Jesucristo y por el evangelio que predicaba. Dice una tradición muy antigua que lo ataron a una cruz en forma de X y que allí, padeciendo mucho durante tres días, siguió predicando la Buena Nueva y convirtiendo pecadores hasta el momento de su muerte. Esto fue en la ciudad de Patras.
Como en otras fiestas de los apóstoles, es una ocasión más para afirmar nuestra fe en Jesucristo a través de la enseñanza de los sucesores de los apóstoles, que son el papa y los obispos. El anuncio del evangelio tiene un dinamismo permanente que no puede darse treguas y siempre habrá quienes recojan el relevo. San Andrés, para algunas iglesias cristianas orientales, como en Grecia y Turquía, es la fiesta principal, como en Roma es san Pedro, ya que san Andrés tiene el título del primero de los apóstoles que escuchó y siguió a Jesús.

Que la protección de san Andrés ayude para que se realice una mayor unidad en la Iglesia, que todos sepamos entregarnos a Cristo para el bien de nuestra iglesia local y ayudar en la unidad de amor en toda la iglesia universal.

domingo, 20 de noviembre de 2016

CRISTO REY DEL UNIVERSO-C

Con este domingo termina el Año de la Misericordia proclamado por el Papa Francisco, sin duda un tiempo que nos ha recordado muchas cosas, sin ir más lejos, cuales son las Obras de Misericordia corporales y espirituales. En estos meses hemos podido decir: dichosos los que se saben pecadores perdonados. Como dice la oración preparada para la ocasión: “Tu mirada llena de amor liberó a Zaqueo y a Mateo de la esclavitud del dinero; a la adúltera y a la Magdalena del buscar la felicidad solamente en una creatura; hizo llorar a Pedro luego de la traición, y aseguró el Paraíso al ladrón arrepentido”.
Acaba también el Año litúrgico con la fiesta de Jesucristo, Rey del Universo, es esta una celebración instituida en 1925 por el Papa Pio XI. El Evangelio de este domingo nos recuerda como Jesús es Rey: “Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo: Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo. Había también por encima de él un letrero: Este es el rey de los judíos”. Es un rey del que se burlan todos los que están alrededor de la cruz, una cruz que era el castigo, que los romanos reservaban para los rebeldes contra el poder establecido.
Pero Jesús, no había hablado contra la ocupación romana, promovía la paz, no era zelota, ni creó un movimiento revolucionario, ¿porqué no matarlo apedreado como hacían los judíos y no en una cruz reservada para los delitos políticos?. Quizás porque había proclamado un Reino y de éste sí que era rey, que no estaba cimentado sobre el poder y el dinero, sino sobre la honestidad, la igualdad de todas las personas, la bondad y la ayuda a todos los que sufren. Es un Reino, que aún choca hoy, con todos los que quieren basar el poder, en la seguridad, el orden, la economía  y el mercado.
Incluso “uno de los malhechores crucificados lo insultaba”. “El otro, increpándolo le decía (…)” y termina pidiendo: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso”. La misericordia se muestra en todo momento y con todos, este es el reinado, su forma de reinar, ya había dicho en otra ocasión a los discípulos: “Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos” (Mc 10, 42-44). Su reino es el servicio, su corona de espinas, su trono la cruz, su legado el perdón, incluso a los enemigos y a los que le están matando. Difícil seguirlo, hay que tomar su cruz.

Esta fiesta resume muy bien, este ciclo litúrgico en el que hemos sido guiados por San Lucas, la misericordia con los más pobres y necesitados, el perdón es “el rostro visible del Padre invisible, del Dios que manifiesta su omnipotencia sobre todo con el perdón y la misericordia: haz que, en el mundo, la Iglesia sea el rostro visible de Ti, su Señor, resucitado y glorioso. Tú has querido que también tus SACERDOTES, fueran revestidos de debilidad, para que sientan sincera compasión por los que se encuentran en la ignorancia o en el error: haz que quien se acerque a uno de ellos, se sienta esperado, amado y perdonado por Dios. Manda tu Espíritu y conságranos a todos con su unción, para que el Jubileo de la Misericordia, sea un año de gracia del Señor y tu Iglesia pueda, con renovado entusiasmo, llevar la Buena Nueva a los pobres, proclamar la libertad a los prisioneros y oprimidos y restituir la vista a los ciegos” 

jueves, 17 de noviembre de 2016

Jueves 30 TO-C.2016

Hoy, la imagen que nos presenta el Evangelio es la de un Jesús que «lloró» (Lc 19,41) por la suerte de la ciudad escogida, que no ha reconocido la presencia de su Salvador. Conociendo las noticias que se han dado en los últimos tiempos, nos resultaría fácil aplicar esta lamentación a la ciudad que es —a la vez— santa y fuente de divisiones.

Pero mirando más allá, podemos identificar esta Jerusalén con el pueblo escogido, que es la Iglesia, y —por extensión— con el mundo en el que ésta ha de llevar a término su misión. Si así lo hacemos, nos encontraremos con una comunidad que, aunque ha alcanzado cimas altísimas en el campo de la tecnología y de la ciencia, gime y llora, porque vive rodeada por el egoísmo de sus miembros, porque ha levantado a su alrededor los muros de la violencia y del desorden moral, porque lanza por los suelos a sus hijos, arrastrándose con las cadenas de un individualismo deshumanizante. En definitiva, lo que nos encontraremos es un pueblo que no ha sabido reconocer el Dios que la visitaba (cf. Lc 19,44). 

Sin embargo, nosotros los cristianos, no podemos quedarnos en la pura lamentación, no hemos de ser profetas de desventuras, sino hombres de esperanza. Conocemos el final de la historia, sabemos que Cristo ha hecho caer los muros y ha roto las cadenas: las lágrimas que derrama en este Evangelio prefiguran la sangre con la cual nos ha salvado.

De hecho, Jesús está presente en su Iglesia, especialmente a través de aquellos más necesitados. Hemos de advertir esta presencia para entender la ternura que Cristo tiene por nosotros: es tan excelso su amor, nos dice san Ambrosio, que Él se ha hecho pequeño y humilde para que lleguemos a ser grandes; Él se ha dejado atar entre pañales como un niño para que nosotros seamos liberados de los lazos del pecado; Él se ha dejado clavar en la cruz para que nosotros seamos contados entre las estrellas del cielo... Por eso, hemos de dar gracias a Dios, y descubrir presente en medio de nosotros a aquel que nos visita y nos redime. 

miércoles, 9 de noviembre de 2016

9 de Noviembre. Dedicación de la Basílica de Letrán: Jn 2, 13-22

Hoy celebra la Iglesia la fiesta de la dedicación o consagración de la basílica de Letrán, que es la catedral de Roma. En la Iglesia tiene bastante importancia, porque al celebrar la catedral de Roma, quiere que estimemos no sólo todas las catedrales sino también todos los templos de nuestras comunidades cristianas católicas.
La basílica de Letrán comienza en los tiempos del emperador Constantino. Este emperador, con la influencia de su madre santa Elena, el año 313 había promulgado un decreto dando plena libertad a los cristianos para manifestar externamente su fe. La esposa de Constantino, Fausta que era cristiana, poseía en Roma un gran palacio que había pertenecido a la familia Laterani. Deseando celebrar el papa Melquíades un sínodo con muchos obispos, Fausta le cedió este palacio para el evento. Al poco tiempo murió Fausta y el emperador Constantino regaló este palacio al Papa, que ya era Silvestre I. Además el emperador, en los grandes jardines que tenía el palacio, mandó construir una gran basílica para que fuese sede del papa y catedral de Roma. La consagración fue el 9 de Noviembre del año 324. El nombre del “Divino Salvador” proviene, dicen unos que porque con ese nombre se consagró. Otros dicen que procede de cuando en el año 787 se volvió a consagrar y una imagen del Divino Redentor sangró por los golpes de un judío. Se la conoce más con el título de san Juan, porque había dos altares importantes dedicados a san Juan Bautista y al evangelista y sobre todo por el hermoso baptisterio en honor de san Juan Bautista.
Con esta basílica cambió el concepto de templo cristiano, ya que los templos paganos en Roma eran pequeños, pues no eran para reunión de la gente, sino sólo para morada de los dioses o ídolos. Algo parecido pasaba en el templo de Jerusalén, pues en lo más sagrado sólo estaba el “arca de la alianza”, símbolo de la presencia de Dios y sólo entraba un sacerdote. Toda la gente con sus ofrendas estaba en los patios. En cambio en los templos cristianos, además de la presencia de Dios y de la presencia real de Jesús en la Eucaristía, se reúne el pueblo cristiano para orar. Por eso no se pudieron cristianizar los templos paganos, sino que se usaron las basílicas. Estas eran unos edificios grandes, que servían para ventas, tribunales o política: actos grandes  presididos por el rey. De ahí su nombre, pues rey en griego se llama “basileus”.
El evangelio de este día habla de la expulsión de los comerciantes en el templo por parte de Jesús. El comercio allí se veía como normal, pues al tener la gente que ofrecer  animales, se les facilitaba la venta allí misma y podían pagarlo mejor con la moneda del templo. El hecho es que Jesús ve que la ofrenda a Dios se ha convertido en un negocio y que todo ello es un gran impedimento para que la gente sencilla pueda acercarse a Dios por medio de la oración. Así al Dios de Israel, que ama a su pueblo, y sobre todo a los pobres y sencillos, le han convertido en un dios lejano y exigente, que parece estar más con los ricos que pueden dar ofrendas mejores. Por eso Jesús tuvo esa reacción fuerte: para poder dejar un poco más claro que el Reino de Dios es de amor y de un culto y oración más interior, muy diferente de todo ese tinglado y negocio que habían montado aquellos sacerdotes y jefes que sólo se preocupaban por enriquecerse.

De hecho el templo no es totalmente necesario para estar con Dios, ya que lo importante es adorarle “en espíritu y verdad”. También nosotros somos templo de Dios, pues en aquel que ama a Dios habita la Santísima Trinidad. Pero el templo externo es muy conveniente, porque necesitamos expresar nuestra fe de una forma externa. El templo además representa a Jesucristo, que es la “imagen del Padre”; y en la mayoría de los templos habita Jesús, hombre y Dios, de una manera real en la Eucaristía. Por eso al estimar el templo, procuramos que sea artístico y hermoso, y lo adornamos, para sentirnos a gusto cuando estamos juntos y para demostrar nuestro amor a Jesucristo, a su madre, la Virgen María, y a algunos de sus siervos que están en el cielo.

martes, 8 de noviembre de 2016

32ª semana del tiempo ordinario. Martes: Lc 17, 7-10



Hoy les dice Jesús una parábola a los apóstoles en plan de pregunta. Jesús aquí, como en tantos lugares del evangelio, les está diciendo que la actitud ante Dios no debe ser como la de los fariseos. Otras veces les ha hablado de la hipocresía. Hoy les quiere decir que los fariseos, por el hecho de que hacen muchas obras de religión, aunque sólo sea externamente, se creen que tienen un derecho sobre Dios, como que Dios les debe algo, o como que han hecho un favor a Dios. Y se sienten orgullosos por ello en la oración. Son algo así como niños que sólo hacen sus deberes si les dan un premio, o se parecen al hermano mayor del hijo pródigo que se queda en casa haciendo su deber, pero no por amor al padre, sino esperando la recompensa. Seguramente, cuando se escribió este evangelio, había grupos de cristianos, provenientes de los judíos, que seguían teniendo esa mentalidad.
Hoy nos dice Jesús que no tenemos que ser exigentes, sino agradecidos porque todo es gracia de Dios. Si somos criaturas de Dios, lo mejor para nosotros es cumplir la voluntad de Dios. Es la postura de los “humildes de corazón”, a quienes Jesús llama “bienaventurados”. Es la postura de quien sabe que ha cumplido con lo que tiene que hacer. Por eso debe preocuparse de conocer la voluntad de Dios.
Hay personas que se creen “héroes” porque han hecho las cosas sencillas que deben hacer: ser puntuales en los compromisos, respetar las señales de tráfico, hacer los deberes del colegio... Algunos se creen héroes en la religión porque van a misa los domingos o cumplen los mandamientos.

Hay gente que cree no tener que agradecer nada a nadie, porque todo se lo debe a su propio esfuerzo. En realidad deben a Dios la vida, el entendimiento, el vigor para trabajar. Reconocerlo es el primer deber respecto a lo que debemos hacer. Luego trabajar según vamos aprendiendo cuál es la voluntad de Dios sobre nuestra vida, nuestros ideales, nuestro trabajo. No se trata de hacer grandes cosas, sino de hacer esas cosas siguiendo el camino que Dios nos va enseñando. Hoy nos enseña que todo eso no lo debemos hacer por esperar un aplauso, aunque Dios sí nos aplaude, sino porque ese es nuestro destino que, por venir de parte de Dios, es al mismo tiempo nuestra felicidad. Una buena madre, cuando atiende a su hijo enfermo, no lo hace porque este hijo la premie, sino por amor. He aquí últimamente el móvil de todos nuestros actos. Si Dios nos ha dado tanto por amor, de una manera gratis ¿No estaremos nosotros dispuestos a corresponder aunque fuera gratis?

sábado, 29 de octubre de 2016

31 Dº TO-C

Dice un viejo proverbio “Que la espesura del bosque no te impida ver  y buscar el horizonte”.
Algo así le ocurría a Zaqueo (era pequeño de estatura pero con ansias de ver al Señor) y, algo parecido, nos puede suceder a nosotros; nos sentimos grandes muchas cosas de nuestra vida nos impiden ver y sentir la presencia de Jesús que, una y otra vez, nos dice: “hoy quiero hospedarme en tu casa”.
            1. Hay muchos árboles a los que podemos encaramarnos para ver más allá de nosotros mismos. Los cristianos, desde aquel primer Jueves Santo, tenemos el árbol de la Eucaristía. En ella, con  un valor infinito, nos encontramos cara a cara con la Palabra de Dios y, por si fuera poco, con el mismísimo Cuerpo y Sangre de Jesucristo. ¿Qué nuestros sentidos no lo perciben? ¿Qué nuestra vista no lo ve del todo claro? ¿Qué nuestro foro interno no se siente transformado cuando escuchamos el mensaje, siempre profundo e interpelante de la Palabra del Señor?
Tenemos que despertar el interés por las cosas de Dios. Zaqueo, en su pequeñez y en su debilidad, le acompañó una gran virtud: ¡fue un curioso! No se echó atrás ante las dificultades. Tal vez incluso, alguno, le diría al oído que aquel nazareno era un impostor, que no merecía pena subirse a un árbol desde el cual, además, podía caerse. Pero, Zaqueo, no se lo pensó dos veces: ¡subió y vio al Señor! Y, el Señor, que valora y sale al encuentro del que lo busca…hizo con Zaqueo dos milagros: que no se conformara con estar en un simple árbol y que, además, su casa se convirtiera en anfitriona de Jesús. ¿Pudo esperar más en tan poco espacio y tiempo Zaqueo? Su pecado, la distancia que le separaba de Jesús, pronto fue historia pasada.
            2. Uno de los males que aquejan a nuestra comunidad eclesial es precisamente nuestra corta estatura. Nos conformamos con los mínimos. Nos cuesta realizar un esfuerzo extraordinario para que, nosotros y otros, vean y descubran el rostro del Dios vivo en Jesús. A Zaqueo no se lo pusieron fácil; todo era una carrera de obstáculos para hacerse el encontradizo con Jesús.
            Ese Zaqueo, rodeado de dificultades y de muros, somos nosotros. Unos son construidos por una sociedad que quiere prescindir de Dios (y que desea que también nosotros lo hagamos) y, otros muros, levantados por nosotros mismos (fragilidades, contrariedades, afán de riqueza, conformismo, etc.).
Tenemos que reconocer que, no siempre, damos la talla para estar a la altura de Jesús o, por lo menos, por intentar tocar la orla de su manto, o para escuchar con todas las consecuencias su mensaje de salvación o, simplemente, para que –durante un tiempo- se quede por la oración y la meditación en la casa de nuestro corazón.
¿Lo intentamos? ¿Qué nos aparta del amor de Dios? ¿Qué personas e ideas se convierten en diques que nos impiden vivir y fiarnos de verdad del Señor? ¿En qué aspectos tenemos que crecer o cultivar para sentir que Jesús pasa al lado de nosotros?

Malo será que, el Señor, en vez de decirnos “bajad de ese árbol” al ver nuestra situación personal, nuestro mundo idílico, nuestros sueños y fantasías….más bien nos sugiera: “bajad de la higuera que estoy yo aquí vosotros” ¿O no?

martes, 25 de octubre de 2016

Domigo 30 del TO-C

¿Recordáis el Evangelio del domingo anterior? Nos sugería aquella idea de que hay que rezar, con confianza y constantemente.
            1. Hoy,  de nuevo, Jesús pone delante de la pantalla de nuestra vida el  trato personal que hemos de tener con  Dios. Nos marca una hoja de ruta para alcanzar la perfección en la oración. ¡Qué bueno sería que nos analizáramos un poco! ¿Cómo está nuestra relación con el Señor? ¿Ya existe? ¿Es distante o cercana? ¿Altanera o humilde? ¿Egoísta o gratuita? ¿Cuántos watsApp, e-mail enviamos (con nuestra oración) al que nos ha dado la vida?
            Con qué claridad, el Señor, nos dice lo que piensa. No es bueno el sentirnos seguros de nosotros mismos. Entre otras cosas porque, ello, nos lleva al distanciamiento de Dios y, junto con ello,  a los juicios injustos sobre los demás. La autocomplacencia no es buena.
Cuando los domingos nos reunimos en la Eucaristía, cuando participamos en diversos actos litúrgicos, pastorales, caritativos o de índole pastoral, no lo hemos de hacer desde un “ajuste de cuentas con Dios”; “mira lo qué hago” “recuerda que yo sí y otros no”. Quien piense que, la eucaristía, es un favor que nosotros le hacemos a Dios…anda tremendamente equivocado. ¿Serviría de algo poseer dos inmensos pulmones sin oxigeno para respirar?
            El espejo de la cenicienta “dime espejito quién es más guapo que yo” lo hemos de desterrar a la hora de hacer una radiografía del estado en que se encuentra nuestra alma o nuestro corazón, nuestra fe o nuestra amistad con Dios. Es más; en vez ponernos un espejo para mirarnos por delante, sería bueno que fueran –otros- los que nos lo pusieran por detrás. Es decir; para que viésemos el peso o la fragilidad que soportan nuestras espaldas y que nos impiden ser buenos hijos de Dios.
            2. En la sociedad en la que nos desenvolvemos se lleva mucho el mundo de la imagen. Es más,  nos preocupa muchísimo el concepto que los demás puedan tener de nosotros. La oración, entre otras cosas, nos sitúa en el centro de nuestra existencia: en Dios. Con El, todo. Sin El, nada. Al fin y al cabo, por lo que hemos de luchar es por agradar a Dios y no por engordar o satisfacer nuestro ego.
La sinceridad de nuestra oración, para darle gusto a Dios, no la hemos de medir por la cantidad de palabras,  las rimas o la poesía que empleamos en ella o los mismos cantos que nos pueden ayudar a sintonizar más con Dios. La verdad de nuestra piedad se demuestra en la calidad que ponemos en lo que decimos; en la atención que ponemos cuando rezamos; en la humildad o transparencia a la hora de expresarlo.
¿Qué imagen tendrá Dios de nosotros? Una cosa está clara: de Dios no nos escapamos nadie. Ya podemos acudir al templo metidos en un abrigo o blindados en mil palabrerías, si lo hacemos desde la vanidad, desde la idea de “bastante hago con venir aquí”, Dios nos deja desnudos. Sabe, desde el primer momento, con qué actitud nos ponemos frente a El.
            Con la parábola viuda y el juez injusto, el Señor nos invitaba a rezar insistentemente. Hoy con esta bella parábola, Jesús, nos  indica el espíritu con el que hemos de hacerlo: la humildad.
Dejemos fuera las categorías por las que nos regimos y con las que nos desenvolvemos en el mundo; aquí  no podemos engañar a nadie. Qué grande es recordar aquello de: “Señor dame una alforja; para que en su parte delantera vea mis propios defectos y, en la parte de atrás, deje los fallos de los demás; Señor; dame una alforja; para que en la parte de adelante meta las virtudes de los demás y, en la de atrás, sepa llevar con afán de superación las mías”.

            En algunos momentos solemnes solemos utilizar el incensario para dar gloria y alabanza al Señor. Pues eso…el incienso y el incensario para Dios. Tiempo llegará, cuando El quiera, en que determine el valor de todo lo que decimos hacer y decir en su nombre.

P. Javier Leoz. 

sábado, 15 de octubre de 2016

29ª semana Del tiempo ordinario. Domingo C-2016: Lc 18, 1-8

                

Jesús tenía mucho interés en enseñar a sus discípulos a orar, pues es básico en la religión el hecho de poder hablar con Dios, que es nuestro Padre. En este hablar con Dios, como somos criaturas y débiles, necesariamente debemos pedir con frecuencia. Jesús mismo nos enseñó una gran oración para pedir: el Padrenuestro. Hoy nos dice que debemos orar con insistencia para poder conseguir nuestras peticiones.
Para ello nos pone el ejemplo de una viuda que por la insistencia consigue ante un juez lo que se propone. En aquel tiempo una viuda era un ser desamparado, ya que la sociedad era muy machista. Por eso aquel juez, a quien le describe el evangelio sin respeto para con Dios ni para los hombres, va dando largas al asunto, pues cree que una pobre viuda no le va a convencer. Sin embargo acepta la justicia por la insistencia tenaz de aquella mujer. Entonces Jesús, poniendo una comparación, que raya en lo ridículo por la distancia infinita, nos dice: “¿Cómo Dios no hará justicia a sus elegidos que claman a Él día y noche?”
Ante esto quizá la dificultad más evidente es la que muchos ponen: Hay muchas ocasiones en que una persona pide mucho a Dios una gracia y, después de pedirlo mucho tiempo y con mucha insistencia, se queda sin recibir la gracia. La primera consideración es sobre lo que pedimos. Hay cosas que pedimos que, aunque nosotros no lo veamos claro, Dios ve que, si lo concede, no será para nuestra salvación ni para la gloria de Dios, pues quizá mostramos en ello nada más que nuestro egoísmo. A veces pedimos cosas imposibles como el que toque la lotería en cierto número cuando otro le está pidiendo que toque en otro número. Lo mismo pasa cuando uno pide que gane un equipo en deportes cuando otro está pidiendo que gane otro equipo.
A veces se piden cosas difíciles, como puede ser la conversión de una persona. Depende de la disposición de éste; pero se necesita tiempo y quizá lágrimas, como santa Mónica pidiendo por la conversión de su hijo Agustín. A veces creemos que hemos pedido con perseverancia, pero nos hemos cansado enseguida. Parece que tomamos a Dios como algo mecánico sin buscar el verdadero provecho espiritual.
Lo importante es que la oración debe estar unida a la fe. Seguimos orando porque debemos seguir aumentando la fe y la confianza. Hay otras ocasiones en que Jesús nos dice que no hace falta “machacar” demasiado a Dios con nuestras peticiones porque Dios sabe lo que necesitamos. Cuando hay mucha fe, como en la Virgen María, no se necesita perseverancia, sino una simple exposición: “No tienen vino”. Pero como dice Jesús al final: “¿Encontrará Dios esta fe en la tierra?” Lo más importante en nuestra vida es unirnos con Dios para estar unidos en el cielo. Si Dios fuese como algo mecánico que da favores fáciles – y normalmente materiales- el amor y la verdadera entrega filial podría faltar en muchos. Por eso necesitamos perseverar: no tanto para que Dios se acuerde de nosotros, sino para que nosotros no nos olvidemos de Él.
Rezar es sobre todo amar, porque al mismo tiempo que le pedimos, debemos estar agradecidos por tanto que nos ha dado. Necesitamos perseverar para aumentar nuestra actitud de humildad y confianza y de escucha sobre su voluntad. Si así lo hacemos, ya hemos conseguido algo valioso, quizá más que lo que estamos pidiendo.
Dios no sólo quiere que le pidamos cosas buenas, como es la venida de su Reino, sino que nos impliquemos en esa venida. Por ejemplo, si pedimos la paz, que seamos pacíficos; si pedimos perdón, que sepamos perdonarnos; si pedimos justicia, que seamos justos con los demás. Es posible que el evangelista aquí pida con insistencia la justicia por las injusticias que ya sufría la primitiva cristiandad, cuando clamaba con insistencia: “Maranatha, ven Señor Jesús”, buscando la protección del Señor.

La oración, más que recordarle a Dios la necesidad, es un acto de fe, una expresión de amor y una aceptación libre de su voluntad que quiere lo mejor para nosotros.   

miércoles, 12 de octubre de 2016

VIRGEN DEL PILAR PATRONA DE LA HISPANIDAD.

En esta celebración de hoy, convergen distintos sentimientos hispanos, conmemorativos, patronales y –cómo no- la hermandad de todos los pueblos de habla hispana. María nos empuja y nos lleva hacia el pilar de nuestra fe que es Cristo. Una fiesta, la del Pilar, que arranca en los inicios del cristianismo –en las horas bajas de Santiago Apóstol a su paso por España- y que le infundió ánimo y constancia en su labor misionera.
1. No podemos entender a María sin Cristo. Cristo es el camino pero, María, es un atajo por el cual nos podemos llegar más y mejor hasta Él. Cristo es el centro de nuestra fe, pero con María, aprendemos –en la escuela de su sencillez, obediencia, alegría, pobreza y disponibilidad- a ponernos en camino para encontrarnos con Él. Por lo tanto, decir Virgen del Pilar, es decir “Cristo ha de reinar”. La mejor flor y el más armonioso himno, la más rica corona o el más suntuoso manto siempre será eso: descubrir, creer y caminar con Jesús. Peregrinar hacia el Pilar de Zaragoza o celebrar la fiesta del Pilar sin ir al corazón de Cristo, sería tan contradictorio como ir al mar en un día de sol y quedarnos en la arena sin tan siquiera tocar el agua.
La Virgen María, es una base que da sustento a nuestra espiritualidad. Es dejar que, Dios, ponga fondo –buena falta que nos hace- a lo que decimos ser y practicar. Es, entre otras cosas, caer en la cuenta que –tal vez- creer es fácil pero no resulta tan fácil dar razón y testimonio de lo que creemos. ¿No será esta la causa, primera y última, de que otros levanten edificaciones sociales, culturales, políticas o económicas –sin referencia a Dios- porque nosotros no hemos ofrecido pilares con el resorte del evangelio? ¿A qué esperamos?
            2. María, sigue estando introducida en el sustrato y en las entrañas de nuestros pueblos. Asomarse a  Zaragoza y contemplar las torres del Pilar, es una llamada a vivir con los pies en la tierra pero sin apartar los ojos del cielo:  como Ella, como María, como lo hizo María. Por ello mismo damos gracias a Dios. Por esta criatura tan privilegiada. Ella refleja perfectamente al cristiano que busca a Dios. A las personas que, con sencillez y verdad, intentan vivir su fe y la  transmiten como cauce de salvación y de oxigenación a este mundo tan corrompido. En ese sentido, por qué no decirlo, en cuanto que está muy cerca del pilar de nuestra fe (que es Jesús) también, María, se convierte en una columna que ayuda y mucho a sostener la fe de millones de hombres y de mujeres.

            3. Como hace siglos, María sigue señalándonos el lugar donde hemos de levantar un templo para Dios. Ese lugar, confundido por tantos amores, traspasado por tantos odios y preocupaciones es el corazón del hombre. Que en este día de la Virgen del Pilar nos comprometamos como cristianos a dejar el mejor solar de nuestros corazones para Dios. Para que el Espíritu Santo realice a través de nosotros obras, sino tan grandes, sí tan leales y nobles como las que se llevaron a cabo en Santa María.

martes, 11 de octubre de 2016

28ª semana del tiempo ordinario. Martes: Lc 11, 37-41

28ª semana del tiempo ordinario. Martes: Lc 11, 37-41
Comienza hoy una serie de amonestaciones y recriminaciones contra la conducta de los fariseos por parte de Jesús. Es muy posible que no lo hiciera de una vez y de forma seguida, sino que el evangelista reúne aquí diversas recriminaciones dichas en varias circunstancias contra los fariseos. De hecho los fariseos parecían “buena gente”, y en parte lo eran, pues procuraban cumplir con exactitud todos los preceptos externos de la religión; pero tenían el gran defecto de no atender a lo interno y a toda la religión “del corazón”, que para Jesús era lo principal y lo que más agrada a Dios.
Los fariseos deseaban agradar a Dios, aunque en muchas cosas estaban equivocados, especialmente en acentuar demasiado lo externo, creyendo que fuese esto lo que más agradaba a Dios. No sabemos los motivos que tuvo aquel fariseo para invitar a Jesús. Seguramente habría mucho de vanidad, ya que con ello quedaría con más prestigio ante la gente que admiraba a Jesús. Y es posible que hubiera alguna mala voluntad para poder ver algo en Jesús con que le pudiera acusar o criticar.
El hecho es que para comenzar la comida los fariseos, según era su costumbre, se lavaron las manos y Jesús no quiso lavárselas, de modo que se dieron cuenta de ello los fariseos asistentes. Algún lector quizá estará pensando en la higiene...; pero no se trataba de ello, sino que los fariseos lo hacían para parecer más limpios delante de Dios. En realidad venía de una idea muy bonita a propósito de que los sacerdotes se lavaban antes de los sacrificios. Podía significar el deseo de tener la conciencia más limpia para estar ante Dios. Los fariseos lo hacían con un sentido de orgullo, buscando una limpieza legal, ya que creían que si comían los alimentos tocados por pecadores, ellos quedaban impuros.
Jesús, ante el estupor de quien le había invitado, aprovechó la ocasión para decirle a él y a los demás presentes que la limpieza que a Dios más agrada es la interior, la del corazón. Y para ello pone como ejemplo lo que pasa al lavar una copa o un plato. Es bueno lavar también por fuera, pero lo que más interesa es lavarles por dentro.

En nuestra religión tenemos cosas y gestos externos muy importantes, como es el pan y el vino para la Eucaristía o el agua para el bautismo. Igualmente las palabras que hay que pronunciar. Algunos gestos externos son esenciales para el sacramento. Dios quiere que cooperemos con los sentimientos de amor y con todo el progreso interior de nuestro corazón. Por todo ello no es fácil discernir quién es más santo o quién es más pecador. Dios es quien ve nuestra conciencia y nos ha de juzgar algún día. 

jueves, 29 de septiembre de 2016

SANTOS ANGELES CUSTODIOS, MIGUEL, GABRIEL Y RAFAEL

Hoy, en la fiesta de los Santos Arcángeles, Jesús manifiesta a sus discípulos y a todos, la presencia de sus ángeles y la relación que con Él tienen. Los ángeles están en la gloria celestial, donde alaban por siempre al Hijo del hombre, que es el Hijo de Dios. Lo rodean y están a su servicio.
«Subir y bajar» nos recuerda el episodio del sueño del Patriarca Jacob, quien dormido sobre una piedra durante su viaje a la tierra de origen de su familia (Mesopotamia), ve a los ángeles que “bajan y suben” por una misteriosa escalera que une el cielo y la tierra, mientras Dios mismo está de pié junto a él y le comunica su mensaje. Notemos la relación entre la comunicación divina y la presencia activa de los ángeles. Así, Gabriel, Miguel y Rafael aparecen en la Biblia como presentes en las vicisitudes terrenas y llevando a los hombres —como nos dice san Gregorio el Grande— las comunicaciones, mediante su presencia y sus mismas acciones, que cambian decisivamente nuestras vidas. Se llaman, precisamente, “arcángeles”, es decir, príncipes de los ángeles, porque son enviados para las más grandes misiones. Gabriel fue enviado para anunciar a María Santísima la concepción virginal del Hijo de Dios, que es el principio de nuestra redención (cf. Lc 1). Miguel lucha contra los ángeles rebeldes y los expulsa del cielo (cf. Ap 12). Nos anuncia, así, el misterio de la justicia divina, que también se ejerció en sus ángeles cuando se rebelaron, y nos da la seguridad de su victoria y la nuestra sobre el mal. Rafael acompaña a Tobías hijo, lo defiende, lo aconseja y cura finalmente al padre Tobit (cf. Tob). Por esta vía, nos anuncia la presencia de los ángeles junto a cada uno de nosotros: Lo que llamamos ángel de la Guarda. 

Aprendamos de esta celebración de los arcángeles que “suben y bajan” sobre el Hijo del hombre, que sirven a Dios, pero le sirven en beneficio nuestro. Dan gloria a la Trinidad Santísima, y lo hacen también sirviéndonos a nosotros. Y, en consecuencia, veamos qué devoción les debemos y cuánta gratitud al Padre que los envía para nuestro bien.