En la primera Navidad los ángeles
anunciaron a los pastores que había nacido un Salvador. En esta nuestra
situación, envuelta en pecado, no puede haber salvación sin sufrimiento. Aunque
ese sufrimiento terminará en gloria y resurrección. Hoy celebra la Iglesia la fiesta de san
Esteban, el primer mártir. Consideramos un hecho de violencia y sin embargo es
día de fiesta, de gloria. No por la violencia o el triunfo que creyeron tener
los violentos, sino por el verdadero triunfo de quien entrega su vida dando
testimonio de la fe en Jesucristo y pidiendo perdón por los que le están
matando.
San Esteban era uno de los siete
diáconos que habían sido nombrados para ayudar a los apóstoles. Una razón para
ser nombrados estos diáconos eran las quejas que venían de los cristianos
griegos o venidos del paganismo de que ellos, especialmente las viudas, eran
peor atendidos que los que procedían del judaísmo. Por eso los siete diáconos
eran más bien cercanos a los griegos, como se ve por sus nombres. Así que
manifestaban una clara apertura de la Iglesia hacia todo el mundo. Esto molestaba
tremendamente a los fundamentalistas de aquel tiempo: porque se apartaban más
de las leyes tradicionales judías. Por eso principalmente vino la persecución.
Entre los siete diáconos se destacaba
Esteban. No sólo atendía a los pobres, que era su primera ocupación, sino que,
como dice la Escritura ,
por estar “lleno de fe y del Espíritu Santo” discutía con los jefes de la sinagoga,
que no podían argüir las palabras llenas de sabiduría de Esteban. También dice
el libro de los “Hechos” que “lleno de gracia y de poder” hacía prodigios y
señales en el pueblo. Por todo ello aquellos jefes de la sinagoga quisieron
hacer con Esteban como lo habían hecho con Jesús: Sobornaron a algunos para que
testificaran que Esteban había sido blasfemo, excitaron a mucha gente contra él
y lo llevaron al Sanedrín para ser juzgado como reo de muerte.
Jesús no les había prometido a los
apóstoles grandezas humanas. Hoy vemos en el evangelio que les dice que vendrán
persecuciones y que muchos serán acusados y llevados a los tribunales y serán
azotados. Cuando san Mateo escribía el evangelio, seguramente tenía presentes
varias persecuciones reales. Entre ellas la que ocasionó la muerte de Esteban.
Pero también les dijo Jesús que no se preocuparan por lo que tendrían que
hablar, porque “el Espíritu del Padre hablaría por ellos”. Así fue con san
Esteban. Habló cosas maravillosas interpretando la historia del pueblo de
Israel en función de la venida de Cristo. Pero cuando, mirando al cielo, dijo
que Jesús estaba a la derecha de Dios, colmó la paciencia de aquellos
“matones”, que le sacaron fuera y le apedrearon hasta la muerte. Es la cobarde
reacción de los violentos, que al no poder triunfar con argumentos y menos con
la pureza de vida, atienden a la ley de la fuerza.
En el cristianismo el hecho de las
persecuciones y martirios es una ocasión para el anuncio de la palabra de Dios.
Siempre queda algo bueno para alguno. Allí estaba el joven Saulo, que estaba de
acuerdo con esa muerte y que estaba cuidando los mantos de los que apedreaban a
Esteban. El valor y la entereza que mostró el mártir se le quedó grabado para
siempre y mucho tuvo que influir en san Pablo para convertirse.
Las últimas palabras de san Esteban
fueron primero para ofrecer su espíritu al Señor Jesús y luego para perdonar
con una oración a los que le estaban apedreando: “Señor, no les tengas en
cuenta este pecado”. En esto nos enseña que tenía los sentimientos de Jesús. A
nosotros seguramente no nos apedrearán hasta la muerte; pero continuamente
tenemos motivos y ocasiones para perdonar. Es una gran lección.
A veces nos resulta raro el constatar
que se persiga hasta la muerte a personas que sólo desean hacer el bien. Es el
egoísmo que no aguanta estar cerca de la virtud. Hay martirios breves e
intensos como el de san Esteban; y hay otros largos y constantes, como el ser
fieles a Dios en el cumplimiento del deber y en la entrega total. Hoy Jesús nos
dice que sólo los que perseveren llegarán a la salvación.
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