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Llegó
En
la primera misa de Navidad, por la noche, se nos dice con entusiasmo: “¡Un
Niño nos ha nacido, un Hijo se nos ha dado!” Claro que no es un niño
cualquiera: es Dios que nos trae la salvación. Y para mostrar mejor esa
salvación se hace niño pobre, sencillo y humilde en el portal de Belén. Tampoco
tenemos por qué acentuar demasiado las tintas diciendo cosas que no están en el
evangelio. No tenían porqué llegar a Belén en el último día buscando
desesperados un lugar para el nacimiento, pues sería indigno de san José el
exponer así a María. Tampoco debemos acentuar el que nadie les recibiera (lo de
san Juan es en sentido místico y espiritual), pues sería indigno de la
hospitalidad de todo un pueblo. Sencillamente no había sitio en la posada
pública, o más bien, como ahora suelen decir muchos comentaristas, no tenían
sitio en la sala principal de la casa (y quizá la única) donde estaban
alojados, pues estaba mal visto que el nacimiento fuese en medio de la gente
con niños. Por lo cual, para ese momento, tuvieron que ir a la parte trasera de
la casa donde solían tener algunos animales. El hecho es que Dios se revela a
unos pastores y éstos van a ver a un niño que ha nacido en Belén (no
necesariamente en las afueras), a un lugar donde hay un pesebre, a un lugar
donde suelen comer animales. Todo muy normal, pero sencillo.
Dios
se hace hombre para que el hombre pueda llegar a ser hijo de Dios. La realidad
y nuestra fe nos dice que ahí está Dios hecho hombre, rodeado por su madre
María y por san José. Y ahí queremos estar nosotros como los pastores para
adorarle.
Y
también para darle un beso ¿Y qué le vamos a decir? Debemos agradecerle todo
ese inmenso amor y decirle que le queremos corresponder con un gran amor. Y
como muestra de amor debemos darle algún regalo. Él no necesita ningún regalo
material, porque todo lo hubiera podido tener y no ha querido nada material
para que se vea mejor su amor por nosotros. Sin embargo no rechazaría muchas
cosas materiales para tantos niños, y no tan niños, que viven necesitados,
porque en las casas pobres también Jesús quiere nacer y quiere que allí se
sientan contentos. Pero quiere sobre todo nuestro corazón. El ofrecer nuestro
corazón suena bonito, pero no es fácil. Es poner nuestro corazón junto al suyo
para tener “los mismos sentimientos”. No sería regalo el seguir igual que como
éramos, sino el hacer algo más o bastante más.
Al
acercarnos a Jesús Niño debemos también aprender algunas lecciones. Una que es
evidente es que para ser grandes en el Reino de Dios, no es necesario tener
mucho dinero y poder. Más bien esto suele ser impedimento, porque los que
tienen mucho material se creen que todo lo pueden y que no necesitan de nadie
ni de Dios. Estos no suelen postrarse ante el Niño de Belén. Los que se sienten
más cómodos en el Reino de Dios (y ante el portal de Belén) son los que,
viviendo con su trabajo normal, tienen un corazón de niño, porque ponen su
confianza en Dios, como los pastores.
El
nacimiento de Jesús no es sólo algo que pasó. Hoy sigue naciendo en la Eucaristía y en nuestro
corazón. Jesús nos ilumina y nos alienta para seguir su ejemplo de vida. Para
ello nos dice, como el ángel a los pastores: “No tengáis miedo”. Que los deseos
de mayor bondad sigan profundos en nuestro corazón, a ejemplo de María que iba
conservando todos los sucesos en su corazón. Y que la paz que proclamaron los
ángeles a los pastores inunde nuestros corazones en este día.
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