martes, 6 de diciembre de 2016

2ª semana de Adviento. Martes: Mt 18, 12-14

En el ambiente de Adviento, en que se habla de conversión, es natural que se hable de la misericordia de Dios, que busca al pecador. Hoy lo hace por medio de la parábola de “la oveja perdida”. Hay muchos que no han visto un rebaño de ovejas, o quizá sólo por medio de la televisión. Son animales dóciles, pero un poco tontitos: Si ven algunas hierbas que les gustan, se van apartando del rebaño. El pastor tiene que estar atento, o a veces el mismo perro que suele llevar el pastor, para hacerlas entrar en el grupo. Pero alguna vez el pastor se descuida y la oveja se va marchando hasta que se pierde, sobre todo si se enreda en algunos matorrales. Este ejemplo, al ser parábola, se traslada a las personas que, atolondrados por los atractivos del mundo y enredados por estas redes mundanas, se pierden del grupo donde están las gracias de Dios.
Debemos ponernos en el puesto de aquel pastor que tiene cien ovejas, que al ser lo único para el sustento de su familia, según va vendiendo alguna, se siente muy triste si pierde una. Entonces procura dejar encerradas las 99 y se va, aunque tenga que pasar dificultades, a buscar la perdida. Si la encuentra, se llena de alegría. Esto es lo que hace Dios con nosotros si nos perdemos. Dios no se queda indiferente ante una infidelidad: se preocupa en mandar gracias para el arrepentimiento. Sólo que nosotros no somos como ovejas sin voluntad propia. Él mismo nos ha hecho libres. Pero si nos hemos apartado de su amor y luego nos arrepentimos, la alegría de Dios es inmensa.
Termina la parábola diciendo que Dios, nuestro Padre, no quiere que se pierda ninguno de estos corderillos. En la palabra “pequeños” podemos ver a toda persona marginada, los pobres, humildes y abandonados, y de una manera especial a los pecadores. Todos son importantes para Dios. Este ejemplo de la oveja perdida lo manifestó Jesús con su propia vida, dispuesto siempre a perdonar.
Todos somos débiles y, aunque no nos sintamos muy extraviados, en este tiempo de Adviento es más propio para rectificar el camino y podernos encontrar en los brazos amorosos de Jesús. Pero la parábola nos enseña también nuestra actitud para con los demás. ¿Sabemos respetar a los demás, esperarles, ser comprensivos con ellos y ayudarles a encontrar el verdadero sentido de sus vidas? ¿Nos alegramos de verdad, como se alegra el Señor, si alguno cambia de vida y se entrega más al Señor?
De alguna manera todos somos algo pastores, todos somos responsables de los demás. Debemos tener un corazón grande. No vivimos aislados. Por eso no debemos ser indiferentes ante cualquier desgracia, y la desgracia más grande es el pecado: es la actitud de aquel que ha perdido a Dios o ha perdido la esperanza de vivir. Los males de unos son también males nuestros. A veces debemos dejar nuestros intereses particulares para ir en busca del hermano extraviado.

Que la Santísima Virgen María, Madre del Adviento, nos ayude a imitar los sentimientos paterno-maternales del Señor para que entre todos formemos un gran grupo donde nos sintamos más hermanados en la espera de la Navidad.

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