Estamos
en el 4º domingo de Adviento, que quiere decir el domingo inmediato anterior a la Navidad. Y en este
domingo todos los años la
Iglesia nos presenta a la Santísima Virgen
María, como la que mejor se ha preparado para vivir santamente los días de
Navidad. Ella tuvo un adviento especial durante nueve meses y nos enseña a
esperar de modo que Jesús nazca también en nuestro corazón.
Pero
en este año, el ciclo A, en el que el evangelio será principalmente según san
Mateo, juntamente con María nos presenta a san José, el hombre bueno. María,
después de la Anunciación ,
había ido a casa de su prima Isabel y, cuando volvió a los tres meses, se
notaba que iba a tener un niño. Eran los meses en que ya se consideraban
esposos, pero no vivían juntos. El esposo aprovechaba esos meses para preparar
la casa donde debía recibir a su esposa. Algunos durante esos meses ya
esperaban a un niño; pero no estaba bien visto. Los que se consideraban fieles
a las leyes, que era lo mismo como ser fieles a Dios, esperaban hasta convivir.
Hoy
se nos exponen las dudas y las angustias de san José ante esta realidad que
María ya no puede ocultar: va a ser madre. Alguno, cuando oye esto, cree
solucionarlo pronto con una buena conversación: ¿Porqué María no le contó...?
No hay que ver las cosas bajo nuestra mentalidad democrática y modernista. En
aquel tiempo los novios no podían hablar mucho a solas y menos en privado. Era
muy difícil que san José, ni nadie, creyera lo del Espíritu Santo dicho sólo
por María. El hecho de que San José dudara de María no se le puede reprochar
demasiado: según la manera de actuar entonces, no podía conocer a María
demasiado, ni su voto de virginidad, ni la mujer totalmente fiel y piadosa, que
luego conocería. El joven José, sin tener explicaciones, sentiría el natural
rechazo de hombre ofendido e inculcado su derecho de esposo.
En
este momento, el evangelio dice de José que “era justo”. Hoy el
evangelio nos propone a san José como modelo de justicia. No se trata de una
justicia que pretende defender sus derechos, al estilo del Ant. Testamento. En
este caso, como buen judío, debería defender la ley y las costumbres y debería
castigar el adulterio. Era justo que salvase su honor con un divorcio público
para quedar bien ante la opinión pública y hasta con derecho de ser
indemnizado. Pero José era justo a la manera cristiana, que también se
decía de los buenos israelitas: es el hombre piadoso, servidor irreprochable de
Dios, cumplidor de la voluntad divina, bueno y caritativo con el prójimo. Y
porque era bueno, no podía permitir que María fuera entregada a la vergüenza
pública. Prefería que las culpas se las echasen a él, habiendo abandonado a la
“pobre muchacha”. Y esto es lo que piensa hacer, como una ofrenda a Dios y un
acto de respeto a su esposa. En este momento Dios soluciona las cosas y un
ángel (no sabemos cómo) le revela el gran misterio de la Encarnación. El
respiro de José tuvo que ser muy grande y el amor hacia su esposa y el Niño que
llevaba en sus entrañas también muy profundo.
Para san José no sólo fue conocer de parte de
Dios un gran misterio, sino recibir una gran tarea. Desde ese momento él iba a
ser responsable de ese niño. Eso es lo que significaba el “poner el nombre” al
Niño. Le pondría “Jesús” que significa Salvador, pues nos salvaría de los
pecados. Para el evangelio de san Mateo, que iba dirigido a los judíos, tenía
la importancia de exponer que legalmente Jesús era descendiente de David, según
las profecías. Para nosotros san José es el ejemplo de aceptación de la
voluntad de Dios y aceptación del cambio de planes en su vida. Muchas veces
nosotros hacemos con gusto lo que hemos programado nosotros mismos; pero
¡Cuánto nos cuesta seguir los planes de los demás! A veces Dios nos propone sus
planes a través de superiores y de circunstancias que no esperábamos. Pero en
esas circunstancias está Dios con nosotros. En estos días de Navidad Dios se
acerca más a nosotros, como niño, para que nosotros, también como niños,
estemos disponibles para El.
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