
Para
ello nos pone el ejemplo de una viuda que por la insistencia consigue ante un
juez lo que se propone. En aquel tiempo una viuda era un ser desamparado, ya
que la sociedad era muy machista. Por eso aquel juez, a quien le describe el
evangelio sin respeto para con Dios ni para los hombres, va dando largas al
asunto, pues cree que una pobre viuda no le va a convencer. Sin embargo acepta
la justicia por la insistencia tenaz de aquella mujer. Entonces Jesús, poniendo
una comparación, que raya en lo ridículo por la distancia infinita, nos dice:
“¿Cómo
Dios no hará justicia a sus elegidos que claman a Él día y noche?”
Ante
esto quizá la dificultad más evidente es la que muchos ponen: Hay muchas
ocasiones en que una persona pide mucho a Dios una gracia y, después de pedirlo
mucho tiempo y con mucha insistencia, se queda sin recibir la gracia. La
primera consideración es sobre lo que pedimos. Hay cosas que pedimos que,
aunque nosotros no lo veamos claro, Dios ve que, si lo concede, no será para
nuestra salvación ni para la gloria de Dios, pues quizá mostramos en ello nada
más que nuestro egoísmo. A veces pedimos cosas imposibles como el que toque la
lotería en cierto número cuando otro le está pidiendo que toque en otro número.
Lo mismo pasa cuando uno pide que gane un equipo en deportes cuando otro está
pidiendo que gane otro equipo.
A
veces se piden cosas difíciles, como puede ser la conversión de una persona.
Depende de la disposición de éste; pero se necesita tiempo y quizá lágrimas,
como santa Mónica pidiendo por la conversión de su hijo Agustín. A veces
creemos que hemos pedido con perseverancia, pero nos hemos cansado enseguida.
Parece que tomamos a Dios como algo mecánico sin buscar el verdadero provecho
espiritual.
Lo
importante es que la oración debe estar unida a la fe. Seguimos orando porque
debemos seguir aumentando la fe y la confianza. Hay otras ocasiones en que
Jesús nos dice que no hace falta “machacar” demasiado a Dios con nuestras
peticiones porque Dios sabe lo que necesitamos. Cuando hay mucha fe, como en la
Virgen María, no se necesita perseverancia, sino una simple exposición: “No
tienen vino”. Pero como dice Jesús al final: “¿Encontrará Dios esta fe en la
tierra?” Lo más importante en nuestra vida es unirnos con Dios para estar
unidos en el cielo. Si Dios fuese como algo mecánico que da favores fáciles – y
normalmente materiales- el amor y la verdadera entrega filial podría faltar en
muchos. Por eso necesitamos perseverar: no tanto para que Dios se acuerde de
nosotros, sino para que nosotros no nos olvidemos de Él.
Rezar
es sobre todo amar, porque al mismo tiempo que le pedimos, debemos estar
agradecidos por tanto que nos ha dado. Necesitamos perseverar para aumentar
nuestra actitud de humildad y confianza y de escucha sobre su voluntad. Si así
lo hacemos, ya hemos conseguido algo valioso, quizá más que lo que estamos
pidiendo.
Dios
no sólo quiere que le pidamos cosas buenas, como es la venida de su Reino, sino
que nos impliquemos en esa venida. Por ejemplo, si pedimos la paz, que seamos
pacíficos; si pedimos perdón, que sepamos perdonarnos; si pedimos justicia, que
seamos justos con los demás. Es posible que el evangelista aquí pida con
insistencia la justicia por las injusticias que ya sufría la primitiva
cristiandad, cuando clamaba con insistencia: “Maranatha, ven Señor Jesús”,
buscando la protección del Señor.

La
oración, más que recordarle a Dios la necesidad, es un acto de fe, una
expresión de amor y una aceptación libre de su voluntad que quiere lo mejor
para nosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario