En esta celebración de hoy, convergen
distintos sentimientos hispanos, conmemorativos, patronales y –cómo no- la
hermandad de todos los pueblos de habla hispana. María nos empuja y nos lleva
hacia el pilar de nuestra fe que es Cristo. Una fiesta, la del Pilar, que
arranca en los inicios del cristianismo –en las horas bajas de Santiago Apóstol
a su paso por España- y que le infundió ánimo y constancia en su labor misionera.
1. No podemos entender a María sin Cristo.
Cristo es el camino pero, María, es un atajo por el cual nos podemos llegar más
y mejor hasta Él. Cristo es el centro de nuestra fe, pero con María, aprendemos
–en la escuela de su sencillez, obediencia, alegría, pobreza y disponibilidad-
a ponernos en camino para encontrarnos con Él. Por lo tanto, decir Virgen del
Pilar, es decir “Cristo ha de reinar”. La mejor flor y el más armonioso himno, la
más rica corona o el más suntuoso manto siempre será eso: descubrir,
creer y caminar con Jesús. Peregrinar hacia el Pilar de Zaragoza o celebrar la
fiesta del Pilar sin ir al corazón de Cristo, sería tan contradictorio como ir
al mar en un día de sol y quedarnos en la arena sin tan siquiera tocar el agua.
La Virgen María, es una base que da sustento
a nuestra espiritualidad. Es dejar que, Dios, ponga fondo –buena falta que nos
hace- a lo que decimos ser y practicar. Es, entre otras cosas, caer en la
cuenta que –tal vez- creer es fácil pero no resulta tan fácil dar razón y
testimonio de lo que creemos. ¿No será esta la causa, primera y última, de que
otros levanten edificaciones sociales, culturales, políticas o económicas –sin
referencia a Dios- porque nosotros no hemos ofrecido pilares con el resorte del
evangelio? ¿A qué esperamos?
2.
María, sigue estando introducida en el sustrato y en las entrañas de nuestros
pueblos. Asomarse a Zaragoza y
contemplar las torres del Pilar, es una llamada a vivir con los pies en la
tierra pero sin apartar los ojos del cielo:
como Ella, como María, como lo hizo María. Por ello mismo damos gracias
a Dios. Por esta criatura tan privilegiada. Ella refleja perfectamente al
cristiano que busca a Dios. A las personas que, con sencillez y verdad,
intentan vivir su fe y la transmiten
como cauce de salvación y de oxigenación a este mundo tan corrompido. En ese
sentido, por qué no decirlo, en cuanto que está muy cerca del pilar de nuestra
fe (que es Jesús) también, María, se convierte en una columna que ayuda y mucho
a sostener la fe de millones de hombres y de mujeres.
3.
Como hace siglos, María sigue señalándonos el lugar donde hemos de levantar un
templo para Dios. Ese lugar, confundido por tantos amores, traspasado por
tantos odios y preocupaciones es el corazón del hombre. Que en este día de la
Virgen del Pilar nos comprometamos como cristianos a dejar el mejor solar de
nuestros corazones para Dios. Para que el Espíritu Santo realice a través de
nosotros obras, sino tan grandes, sí tan leales y nobles como las que se
llevaron a cabo en Santa María.
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