lunes, 31 de agosto de 2015

22ª semana del tiempo ordinario. Domingo B-2015: Mc 7,1-8.14-15.21-23


Encontramos a los fariseos que se quejan ante Jesús por el hecho de que algunos discípulos se ponían a comer sin lavarse las manos. Hoy también muchas madres les dicen a sus hijos pequeños que se laven las manos antes de ponerse a comer. No tiene que ver nada una cosa con la otra. Lo que muchas madres quieren para sus hijos es que tengan aseo e higiene. Pero los fariseos se lavaban las manos antes de comer, no por higiene sino porque creían que algunos alimentos estaban impuros, es decir contaminados, por el hecho de que habían sido vendidos o transportados por gente pecadora o por extranjeros, con quienes no podían tratar en asuntos de comida, ya que ellos, los fariseos, eran los únicos que se creían puros.
Así que para ellos el lavarse las manos indicaba un acto de soberbia y desprecio para muchas personas. Por eso no podía estar Jesús de acuerdo con esa conducta. Además aquellos fariseos pensaban que con limpiar bien los platos y las ollas, y sobre todo las manos, ya eran puros ellos. Jesús tampoco podía estar de acuerdo con esto, ya que para Jesús lo principal en nosotros es el corazón, lo interior de la persona. Los fariseos limpiaban el exterior, pero dejaban la suciedad del corazón. Lo peor es que estaban bien creídos que con cumplir esas leyes externas, que ellos mismos habían ido poniendo con el tiempo, ya estaban muy en paz con Dios. En realidad sólo buscaban el aplauso de la gente y no el aplauso de Dios, que es para quien cumple la justicia, la caridad y la misericordia, para quien pone su corazón en el amor de Dios.
Jesús les recordó lo que ya había dicho el profeta sobre el pueblo de Israel: sólo buscan el culto externo y este culto está vacío. Porque lo que Dios estima es la entrega interior de la persona para cumplir su voluntad. Hoy el salmo responsorial pregunta quién puede entrar en la casa de Dios. Se trata de entrar dignamente en la casa externa, pero sobre todo poder entrar con certeza en la casa definitiva del cielo. Irá respondiendo que es el que procede honradamente y practica la justicia, el que hace el bien constantemente. Todo esto cuesta, porque muchas veces es difícil controlar el corazón, si está dominado por la envidia, el orgullo o la lujuria. Para ello hace falta una continua lucha, realizar muchos actos buenos para que venga la virtud, que es una facilidad de hacer el bien. Ya lo expresaba san Pablo cuando decía: “queriendo hacer el bien, es el mal el que se me apega” (Rom 7,21). Por eso necesitamos la gracia de Dios. El mismo san Pablo decía poco después: “¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias a Dios por Jesucristo...” (Rom 7,24). Con la gracia de Dios, aunque uno esté rodeado de lodo, no se mancha el corazón, si se mantiene unido a Dios. Jesús les dice hoy a los fariseos que las cosas que nos vienen de fuera no manchan necesariamente el corazón. Lo que importa es lo que sale de dentro. Porque de dentro salen el odio y el egoísmo, o sale el amor y la misericordia.

Otra consideración podemos hacer sobre el evangelio de hoy. Los fariseos, por aferrarse a las tradiciones de sus mayores, descuidaban algunos preceptos más importantes de Dios, como era todo lo relativo al amor y la misericordia. Hoy también hay muchas personas que se aferran demasiado a tradiciones humanas. Se oye en alguna ocasión: “Esto hay que hacerlo así, porque siempre se ha hecho de este modo”. Es verdad que hay tradiciones muy buenas y dignas de ser mantenidas, porque nos ayudan a perseverar en la fe. Pero hay que tener en cuenta que por encima de las tradiciones están los mandamientos de Dios y el principal de Jesús, que es el amor. Entonces un cristiano tiene que tener como principal actitud la de cumplir el precepto de Jesús y el de mejorar, tendiendo a cumplir la voluntad de Dios. Por eso hay tradiciones, que han servido para un tiempo, que seguramente habrá que mejorar y cambiar en parte para acomodarse a los tiempos y para que todos podamos mejor cumplir lo principal. Ver cuál es lo mejor para la gloria de Dios, no para la nuestra.

sábado, 22 de agosto de 2015

Sobre la palabra de Dios del Domingo 21 TO-B (2015)


1.- Una elección fundamental. Josué reúne en Siquén las doce tribus del pueblo en asamblea general. Se trata de un asunto de capital importancia: asentado ya en tierras de Canaán, este pueblo ha de decidir ahora si quiere servir a Yahvé o prefiere someterse a los dioses falsos del territorio en el que ha de vivir en adelante. Su identidad como pueblo y su libertad futura depende ahora de que sigan fieles a Yahvé y no se sometan a los dioses de los amorreos. El pueblo responde ratificando la alianza del Sinaí: Yahvé, el que lo sacó de la esclavitud de Egipto, será su Dios. Elegir a Yahvé es también elegir un modo de existencia desarraigada, orientada hacia el futuro, en el que se cumplirán las promesas. Elegir a Yahvé es elegir al Dios vivo, al Dios que libera siempre de un mal pasado, a condición de vivir abiertos a los sorprendente gracia de un futuro mejor. Yahvé, el Dios siempre mayor, es el futuro y la verdadera Tierra Prometida hacia la que siempre se está en camino.

2.- Obligaciones mutuas en el matrimonio. Pablo vuelve su mirada a la familia, la comunidad doméstica, la más pequeña comunidad de vida social, delimitando para cada miembro de la misma cuál es su puesto y cuáles sus correspondientes obligaciones. Estas deben estar cimentadas en el amor. No hay que ver en las palabras de Pablo connotaciones machistas, pues en lo que respecta a las obligaciones mutuas de la mujer y del hombre la parte más débil se pone siempre delante. No puede hablar el apóstol sin referirse a la esencia misma del matrimonio. Da por supuesto que el matrimonio fue instituido por Dios, y sus correspondientes obligaciones que de él se desprenden son expresiones de su voluntad. Pablo va aquí a lo profundo, estableciendo la unión entre cónyuges en paralelo a la unión de Cristo con su iglesia, su esposa mística.

3.- “¿A quién vamos a acudir?” Estamos ante el final del discurso sobre el pan de vida. Las palabras de Jesús de que es necesario comer su carne y beber su sangre decepcionan y escandalizan a la mayoría de los oyentes. "Muchos discípulos de Jesús al oírlo, dijeron: Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?". Las palabras de Jesús plantean a los oyentes una grave exigencia. La fe es una decisión personal que incluye la aceptación de Jesús por parte del hombre. Jesús no priva a los oyentes de su decisión personal. "¿Esto os hace vacilar?" Pedro toma la palabra y manifiesta su confianza absoluta en Jesús: “¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna”. Esta respuesta constituye la versión del evangelio de Juan de la confesión de Pedro en los sinópticos. En los cuatro evangelios aparece Pedro como portavoz de la fe de la primera generación cristiana. La respuesta del apóstol recupera la expresión del mismo Jesús: "Las palabras que os he dicho son espíritu y vida", esto es, constituyen la única orientación que puede dar sentido pleno a una vida. Los discípulos aceptan la propuesta de Jesús, a pesar de las dificultades ambientales y a pesar de la paradoja del mismo mensaje. Su respuesta constituye una opción de fe en favor de Jesús: "Nosotros creemos y sabemos". Conocer a Jesús, reflexionar su mensaje, asimilar sus actitudes, conduce a una mayor madurez en nuestra fe.

miércoles, 19 de agosto de 2015

21ª semana del tiempo ordinario. Domingo B-2015: Jn 6,55.60-69

En estos domingos pasados se nos presentaba el “discurso de vida” de Jesús en que proclama lo que será la Eucaristía: su presencia real por amor a nosotros; una presencia tan real que le podemos comer, como el abrazo más íntimo que pudiéramos pensar. Y no sólo que le podemos comer, sino que lo debemos hacer si queremos tener la vida eterna. Esto es difícil entender cuando no se tiene fe o cuando se quieren entender los mensajes de Jesús según nos convenga a nosotros, con todos nuestros intereses materialistas, de orgullo, de poder, de comodidad, de egoísmo.
Esto es lo que pasó cuando Jesús hablaba. La gente se decía: “Duras son estas palabras”. Yo creo que no era sólo por lo de comer el Cuerpo de Jesús. Este comer su cuerpo llevaba consigo la entrega de nuestro ser en El y para bien de los hermanos. Llevaba consigo el aceptar una vida de servicio, no de triunfalismo, el buscar no sólo comer el Cuerpo de Jesús, sino dejarnos comer por los demás. Esto requería todo un desprendimiento de muchas cosas, pero sobre todo del egoísmo y del afán de riquezas, de poder, de lujo, de comodidades, para el bien de los demás. Por eso, cuando Jesús se dio cuenta de lo que pasaba, el murmullo y las primeras decepciones, lo explicó diciendo que en nosotros se da esa lucha entre la carne y el espíritu; y hay muchos que se dejan llevar por las tendencias de la carne despreciando al espíritu. Uno de ellos era uno de sus mismos discípulos, Judas. El evangelista lo expresa con claridad diciendo que estas palabras las había dicho Jesús por causa del traidor.
Entonces Jesús tuvo que plantearles claramente a sus discípulos: “También vosotros queréis marcharos?” Fue san Pedro, más voluntarioso, como otras veces, quien le responde: “Señor, ¿a quién iremos? Tu tienes palabras de vida eterna”. Esto se parece a lo que nos cuenta hoy la primera lectura, en tiempos de Josué, el sucesor de Moisés. Eran momentos difíciles para el servicio de Dios, porque muchos en el pueblo se habían dejado seducir del culto de los dioses en la tierra que conquistaban. Era un culto más atractivo, porque dejaba que la persona tuviera muchos vicios apetitosos a los sentidos, pero contrarios a la ley de Dios. Hasta que Josué tuvo que plantarse y con decisión decir al pueblo: “¿A qué dios queréis servir? Yo con mi familia serviremos al Señor”. Entonces el pueblo aceptó servir al Señor Dios que les había sacado de Egipto, no tanto por convicción de razones, sino por la energía y el ejemplo de aquel hombre que desgastaba su vida por el servicio a Dios y al bien del pueblo.
La comunión no es sólo un acto que puede ser más o menos bonito, un acto para quedar bien ante los demás o ante el mismo Dios. Es sobre todo un acto de fe. Al terminar la consagración, el sacerdote nos dice: “Este es el sacramento de nuestra fe”. Y cuando vamos a comulgar nos dice: ”El Cuerpo de Cristo”, y nosotros respondemos: “Amén”. Este amén es un acto de fe, diciendo que es verdad, que así lo creemos. Pero, como hemos visto otras veces, la fe no es sólo una creencia intelectual, sino que es sobre todo una entrega en las manos de Jesús. Es ponerse a su disposición para que vaya aceptando nuestro ser, de modo que nos asimilemos a su manera de ser.

En nuestro seguimiento a Cristo habrá muchos momentos en que nos parece todo bastante fácil y tranquilo; pero habrá otros momentos en que, sea por las pasiones internas o por las dificultades externas, todo se nos hace difícil y quizá hasta nos haga clamar: “Son muy difíciles los mensajes de Jesús”. Pero tengamos confianza especialmente cuando le recibimos en la comunión. No es que haya que ser santos para comulgar; basta que tengamos fe y mucha humildad para arrojarnos en los brazos de Cristo. Él tiene palabras de vida eterna. Es decir, que sus mensajes y su gloria no son para un instante, sino para siempre. Si le recibimos con esta fe, iremos viendo que nuestra vida cada vez un poco más se irá transformando en su vida y nos costará menos el servir a los demás, haciéndolo con el gozo y la libertad de Cristo Jesús.

20ª semana del tiempo ordinario. Domingo B-2015: Jn 6, 51-58


Los dos domingos pasados veíamos la primera parte del “Discurso del Pan de vida” por Jesús en Cafarnaún, donde anuncia el misterio de la Eucaristía. En esa primera parte nos pedía fe, porque, si no creemos en El, es vano que nos anuncie la maravilla de podernos unir tan íntimamente por medio de la Comunión. Terminaba el domingo pasado con lo que comienza hoy. Jesús nos dice que El mismo es el pan bajado del Cielo que debemos comer. La mayoría de la gente que escucha y que sólo piensa en el sentido material de las palabras y que no cree que haya venido del cielo, porque conocen a su familia, comienza no sólo a admirarse de esas palabras, sino a criticar o murmurar. Al final le tendrán por loco y muchos, que antes se tenían por discípulos, se marcharán. Esto lo veremos el próximo domingo. Hoy al ver la grandeza de las palabras de Jesús, hagamos un acto de fe y sintamos el amor de Dios en la Eucaristía.
Como la gente murmuraba y tomaba las palabras de Jesús en sentido materialista, como si ellos tuvieran que comerle pedazo a pedazo, creían que se burlaba de ellos. Por lo tanto Jesús repitió varias veces lo mismo, como para dar a entender que no se había equivocado, sino que era verdad. Esto que ahora anunciaba, lo haría realidad el Jueves santo en la Ultima Cena. Y no sólo les dio a comer su Cuerpo a los apóstoles, sino que les dio autoridad para que hiciesen lo mismo, como se realiza en la santa Misa, para que todos los que quieran puedan recibir ese augusto alimento.
Se cuenta que por el año 165, en tiempos de san Justino, que era un filósofo y escritor, algunos paganos acusaron a los cristianos de algo horrendo y prohibido, como era comer la carne de alguna persona. Esto se debía a que el sacerdote decía: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo”, y: “Tomad y bebed, esta es mi sangre”. En realidad los paganos no podían entender cómo los cristianos pudieran quedar tan alegres y al parecer tan satisfechos después de lo que habían celebrado y recibido. Entonces san Justino tuvo que escribir algo muy hermoso en defensa de la sagrada Eucaristía.
Algo que tenemos que tener en cuenta es que Jesús no promete una presencia simbólica o figurativa, como si fuese un recuerdo o una bella idea. La presencia de Jesús es real y verdadera. Recibimos el verdadero Cuerpo de Jesús. Es Él en persona quien viene a nosotros en la comunión. Esto sólo lo puede inventar Dios, de modo que nos podemos estrechar íntimamente cuando recibimos aquello que parece un poquito de pan o un poquito de vino. Nuestra fe nos dice que aquello ya no es pan, sino que es el mismo Jesús que penetra en nuestro ser. Es un acto sublime de amor de Dios.
Un buen padre no se contenta sólo con haber dado la vida a sus hijos, sino que les alimenta y les proporciona los medios para crecer y ser personas dignas. Muchos medios nos da Dios, después que nos hicimos sus hijos por el Bautismo; pero el alimento más importante es el que anuncia hoy: su propio Cuerpo. Algo muy especial que tiene este alimento es lo que se dice desde hace muchos siglos: que los alimentos corrientes se convierten en nuestra propia naturaleza, porque son inferiores a nosotros; pero el alimento del Cuerpo de Cristo es tan superior a nosotros que tiende a que nosotros nos convirtamos en su naturaleza. Por lo cual no encontramos un medio más importante para unirnos a Dios que recibir dignamente la sagrada Eucaristía.

Así que recordemos que cuando el sacerdote pronuncia las palabras de la Consagración, no se trata de un simple recuerdo, sino que se está realizando presente el mismo sacrificio de la Cruz, ahora ya glorificado. Y luego Jesús permanece en el Sagrario, para que le visitemos y le adoremos. Él quiere venir para fortalecer nuestra vida espiritual. Por eso, cuando vamos a la misa, no vamos sólo para cumplir un precepto, sino para estar con quien más nos quiere, poder fortalecer nuestra fe en las luchas de cada día y poder recibir la alegría para la vida. Cuando rezamos “Danos hoy nuestro pan de cada día”, no sólo pedimos el pan material, sino el espiritual.

lunes, 10 de agosto de 2015

"JESUS PAN DE VIDA" 8/ 2015

1.- El sustento de nuestra fe.
Después de haber demostrado la falsedad de los sacerdotes de Baal, Elías huye por temor a la reacción de la reina extranjera Jezabel. Elías está al borde de la desesperación. No vale la pena seguir luchando. El poder del rey, manejado por una mujer ambiciosa y desaprensiva, es más fuerte que él: su vida está en peligro. Pero en la lucha entre su fe en Dios y el miedo al rey, vence la fe. Dios sostiene a su profeta. Parece que Elías huye, pero esta huida es algo más, es también una peregrinación, un éxodo. Este hombre, que representa lo mejor de Israel, abandona la nueva esclavitud de los baales y sale en busca del Dios que en otro tiempo liberó a su pueblo de la esclavitud de los faraones. Ahora, como entonces, se repetirán las maravillas del éxodo: el pan que sustentará a Elías en su peregrinación, "de cuarenta días, hasta el monte santo...", recuerda el maná, aunque sólo es el anticipo del "verdadero pan bajado del cielo". En la vida sentimos, a veces, que no vale la pena molestarse más: nada cambia e incluso todo va peor. En esta situación encontramos a Jesús que fue capaz de seguir hasta el final. Su pan y su vino, la eucaristía, sostienen nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor.
2.- Jesús únicamente pide fe en Él.
Los oyentes de Jesús son judíos: todos creen en Dios y en la Biblia. Pero una cosa es creer en los profetas del pasado, celebrados después de su muerte, y otra cosa es reconocer a esos enviados de Dios mientras viven y son discutidos, especialmente cuando el enviado de Dios es un simple carpintero: ¿Cómo es posible que diga el hijo de José y María semejantes palabras? Es evidente que Jesús les habla de comer su carne y beber su sangre ¿Cómo es posible que exija a sus discípulos algo que está prohibido por la ley...?
La Sagrada Escritura utiliza el verbo murmurar en el Éxodo: en el desierto, los israelitas desconfiaban de Dios y, a cada momento, criticaban las decisiones de Moisés. Hoy todavía tendremos que superar las mismas dudas y escuchar a los enviados de Dios que nos enseñan una misión concreta en el mundo de hoy. Son muchos los que creen en Cristo, en la palabra de Dios, y no quieren escuchar a sus profetas o a sus ministros. Jesús habla claramente en este evangelio. Esta escena que nos describe el evangelio está rodeada de sencillez y crudeza al mismo tiempo: Jesús es el enviado de Dios que nos pide creer en él.
Creer que él es el pan de vida y que hay que comerlo. Para esto basta la fe por la caridad. Porque Jesús no explicará cómo habrá que comer su carne, cómo habrá que usar ese alimento divino que es El. Únicamente busca una respuesta de fe.
3.- Pan de vida.
La fe llega a su perfección cuando es fe en Dios, que se revela en su enviado Jesucristo. El que cree alcanza vida; pues, aunque todos puedan escuchar a Dios, solamente lo ha visto aquel que viene de Dios. Y éste es Jesús, el testigo y la misma Palabra de Dios hecha carne: la plenitud de la revelación, que hace posible la plenitud de la fe. Los que creen así alcanzan vida eterna. Jesús, El mismo y no otra cosa, se presenta como "el pan de la vida". En cada una de sus palabras y de sus obras Jesús se da y se comunica a todos los que creen en él, y éstos reciben a Jesús y no sólo las palabras de Jesús. El "pan de vida", el que "ha bajado del cielo", es la misma realidad de Jesús, su propia carne y una carne que se entrega para la vida del mundo. Si escuchar a Jesús es ya recibir a Jesús y no sólo sus palabras, recibir el cuerpo de Jesús ha de ser también escucharle con fe. El sacramento es una palabra visible, un signo. Comulgar es recibir el cuerpo de Cristo "que se entrega por la vida del mundo"; por lo tanto, es incorporarse personalmente a Cristo y enrolarse en su misión salvadora y en su sacrificio.

La Eucaristía fue instituida "la noche antes de padecer" para que los discípulos quedaran comprometidos en la misma entrega que Jesucristo, que se iba a realizar definitivamente al día siguiente. El que comulga debe saber que siempre se halla en esta situación: "antes de padecer" y que recibe "el cuerpo que se entrega para la vida del mundo". Comulgar no es sólo comer, es creer, y esto significa comprometerse.

sábado, 8 de agosto de 2015

19ª semana del tiempo ordinario. Domingo B-2015: Jn 6, 41-51


 Las palabras del evangelio de hoy son una parte del llamado “discurso del Pan de vida” de Jesús en que anuncia y proclama lo que será la Eucaristía. El domingo pasado veíamos la primera parte. Hoy vemos la continuación dentro de esa conversación realizada en Cafarnaúm.  El día anterior había sido la multiplicación de panes y peces. Jesús despidió a la gente, que quería hacerle rey, y se marchó solo al monte a orar. Muchos se marcharon por la orilla a uno de los pueblos más importantes, que era Cafarnaúm, y otros lo hicieron al día siguiente al ver que no estaba Jesús ni los apóstoles. En Cafarnaúm se suscitó una viva discusión, pues la gente quería más alimento o algún hecho más espectacular. Jesús les dice que tiene un alimento mucho más importante que el que les ha dado el día anterior y mucho más importante que el maná, que Dios les había dado por Moisés en el desierto.
Y comenzamos con las palabras del evangelio de hoy. La gente duda y murmura, porque Jesús ha dicho: “Yo soy el pan bajado del cielo”. Y no le cree porque muchos conocen a la familia de Jesús, a sus padres y familiares. Por eso se dicen: “¿Cómo puede haber bajado del cielo?”  Estamos en la primera parte de este “discurso del Pan de vida”. Hoy vamos a considerar sobre todo la necesidad de creer en Jesús para podernos alimentar dignamente de este “Pan de vida”. Al final de las palabras de hoy comienza la segunda parte en que declarará Jesús más abiertamente que este Pan es su propio Cuerpo y Sangre. Esa segunda parte la consideraremos el próximo domingo.
Hoy en la primera lectura se nos describe el pasaje en el que el profeta Elías, después de haber predicado por la gloria del Dios de Israel con toda valentía, tiene que huir por el desierto, porque es perseguido a muerte. Cansado y abatido se sienta junto a un arbusto deseándose la muerte. Pero Dios le reconforta por medio del ángel que le da un alimento especial con el cual puede caminar cuarenta días hasta llegar al monte sagrado para hablar con Dios. Nosotros podemos encontrar en nuestra vida momentos de abatimiento: Pueden ser problemas materiales o puede ser que no encontremos sentido a nuestra vida. O nos desanimamos porque no vemos resultado a los esfuerzos realizados, quizá en la vida de apostolado. Y nos dan ganas de dejarlo todo. Pero Jesús nos presenta un Pan maravilloso, porque es su propio Cuerpo, de modo que podamos seguir el camino de la vida con optimismo y alegría al estar con Jesús.
Para recibir dignamente este sagrado sacramento debemos incrementar nuestra fe. Porque nos pueden venir muchas tentaciones contra esta fe. Para algunos puede ser el ver que los que no creen triunfan más en la vida y viven más alegres. Os digo que en el fondo del alma esto no es cierto. Puede ser porque vemos a la Iglesia demasiado humana, como veían muchos a Jesús. Así lo hemos visto al comenzar el evangelio de hoy. O como le veían los de Nazaret, quienes habían visto crecer entre ellos a Jesús como un niño o un joven normal. Puede ser que busquemos cosas más espectaculares, como algunos buscaban en Jesús, y no tanto su sencillez y entrega.

Para acrecentar nuestra fe en la recepción de la Eucaristía, la Iglesia nos presenta en la Misa la primera parte, que es la proclamación de la Palabra de Dios. Debemos ir a la Misa con la intención de escuchar dignamente la Palabra de Dios y las enseñanzas que nos da la Iglesia en sus explicaciones. Porque, como decía san Pablo, la fe viene tras el escuchar, no sólo del escuchar. Hoy nos dice Jesús que nadie va a El (por la fe), si el Padre no le atrae. La fe es un don de Dios; pero que no lo quiere imponer, sino que lo quiere dar a quien se dispone dignamente. Por eso nuestro empeño debe ser en que sus palabras penetren en nuestro corazón. También para ello son las oraciones primeras de la Misa, en las que nos debemos unir con el sacerdote o recitar dignamente. Para ello debemos avivar nuestra fe desde el momento en que entramos en la iglesia al saludar a Jesús, hasta que nos despedimos con amor de Jesús al salir.

lunes, 3 de agosto de 2015

8ª. María Reina y Señora

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Esta fiesta fue instituida en 1954 por el Papa Pio XII, se celebraba el 31 de mayo y posteriormente ha sido trasladada por Pablo VI al 22 de agosto y coincide ocho días después de la fiesta de la Ascensión de la Virgen.
Esta Fiesta de la Virgen que hoy meditamos, la celebramos cada vez que rezamos el quinto misterio de gloria del Santo Rosario, y que nos presenta la Coronación de María Santísima, como Reina y Señora de todo lo creado.
Este título es la consecuencia lógica que le viene por ser la Madre de Dios, y por tanto, tiene una dignidad que está por encima de todos los santos y de todos los ángeles: es Reina de todos los Ángeles y Abogada de todos los hombres. El pueblo cristiano, con este reconocimiento de su altísima dignidad, quiere ponerla por encima de todas las criaturas, exaltando su función y su importancia en la vida de cada persona y de todo el mundo. En un fragmento de una homilía, atribuido a Orígenes, aparece este comentario a las palabras pronunciadas por Isabel en la Visitación: «Soy yo quien debería haber ido a ti, puesto que eres bendita por encima de todas las mujeres tú, la madre de mi Señor, tú mi Señora»
La Coronación es la continuación del misterio de su Asunción a los Cielos. Cuando María subió a los cielos en cuerpo y alma, subió derecha al Trono de Dios y fue colocada al lado de su hijo Jesucristo. Todas las cosas que tienen relación directa con Dios son en alguna manera infinitas, como la Humanidad de Jesucristo. Y así es María, Madre de Dios, y así también el cielo, en cierta manera, infinitos. Elevada al cielo, María es asociada al poder de su Hijo y se dedica a la extensión del Reino, participando en la difusión de la gracia divina en el mundo.
En la institución de esta fiesta, el Papa Pío XII invitaba a todos los cristianos a acercarse a este “trono de gracia y de misericordia de nuestra Reina y Madre, para pedirle socorro en las adversidades, luz en las tinieblas, alivio en los dolores y penas”. Y, al mismo tiempo, exhortaba a todos a pedir gracias al Espíritu Santo y a esforzarse por aborrecer el pecado, a librarse de su esclavitud, “para poder rendir un vasallaje constante, perfumado con devoción de hijos”. Los títulos de “Reina y humilde” no se contradicen porque después de Cristo, su Hijo, nadie mejor ha sabido conjugar su realeza con la entrega total a los demás.
A Ella han sido aplicadas estas palabras de la Epístola a los hebreos: “Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de la gracia, a fin de que alcancemos misericordia y encontremos la gracia que nos ayude en el momento oportuno”. Este trono, símbolo de la autoridad, es el de Cristo, pero él ha querido que sea su Madre trono de la gracia donde más fácilmente alcanzamos la misericordia, pues nos ha sido dada “como abogada de la gracia y Reina del Universo”, dice el Prefacio de la Misa de Santa María Reina.
Hoy, contemplamos en este final de la novena la gran fiesta que se vive en el Cielo, en la que la Trinidad sale al encuentro de Nuestra Madre, asunta ya a los Cielos para toda la eternidad. “Apareció en el cielo una señal grande, una mujer vestida de sol, con la luna debajo de sus pies y sobre su cabeza una corona de doce estrellas”; nos dice el libro del Apocalipsis.
Esta mujer, además de representar a la Iglesia, simboliza a María, tal como lo enseña el Papa Pío XII. En efecto, los tres rasgos con que el Apocalipsis describe a María son símbolo de esta dignidad: vestida de sol, resplandeciente de gracia por ser Madre de Dios; la luna bajo sus pies indica la soberanía sobre todo lo creado; la corona de doce estrellas es la expresión de su corona real, de su reinado sobre los ángeles y los santos todos.

El reinado de María se ejercita diariamente en toda la tierra, distribuyendo a manos llenas las gracias y la misericordia del Señor. El reinado de María se ejerce también en el Purgatorio; nuestra Madre nos motiva constantemente a pedir y a ofrecer sufragios por quienes todavía se purifican y esperan para entrar en el Cielo. Ella es una buena aliada para ayudar a las almas del Purgatorio y, si la tratamos mucho, Ella nos moverá a purificar nuestras faltas y pecados ya en esta vida y nos concederá poderla contemplar inmediatamente después de nuestra muerte. San Germán de Constantinopla, piensa que ese estado asegura la íntima relación de María con su Hijo, y hace posible su intercesión en nuestro favor. Dirigiéndose a María, añade: Cristo quiso «tener, por decirlo así, la cercanía de tus labios y de tu corazón; de este modo, cumple todos los deseos que le expresas, cuando sufres por tus hijos, y él hace, con su poder divino, todo lo que le pides». La Iglesia pide la intercesión de la santísima Virgen para que sus hijos alcancen <<la gloria de su Hijo>> en el reino de los cielos.

7ª María Puerta del cielo. (Nuestra Señora del Carmen)

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 Y sucedió que, mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento, y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento.” (Lc 2, 6-7).
Nuestra Madre la Virgen María, es en verdad la puerta y el sagrario escogida por Dios para que Jesús viniera al mundo; un niño gestado en tus entrañas como verdadero hombre y verdadero Dios. Dios ha querido que tú fueras la mediación necesaria para que el Verbo tomara carne. Tú, por dar a luz a tu Hijo, eres la puerta y la casa de Dios. Eres tú la mujer que venció con su humildad la soberbia e incredulidad de la primera mujer. La puerta que había cerrado Eva en el paraíso por su pecado ahora se ha vuelto a abrir por ti, María.
La Iglesia te invoca como  Medianera de todas las gracias, la mejor intercesora, y si Jesús dijo: “nadie va al Padre, sino por mí”, de alguna forma nadie podremos llegar a Cristo, sino por ti. San Alfonso María Ligorio nos dice de María: “Ella es nuestra principal intercesora en el Cielo, la que nos consigue todo cuanto necesitamos. Es más, muchas veces se adelanta a nuestras peticiones, nos protege, sugiere en el fondo del alma esas santas inspiraciones que nos llevan a vivir con más delicadeza la caridad, a confesarnos con la regularidad que habíamos previsto; nos anima y da fuerzas en momentos de desaliento, sale en nuestra defensa en cuanto acudimos a Ella en las tentaciones... Es nuestra gran aliada en el apostolado: en concreto, permite que la torpeza de nuestras palabras encuentren eco en el corazón de nuestros amigos. Este fue con frecuencia el gran descubrimiento de muchos santos: con María se llega «antes, más y mejor» a las metas sobrenaturales que nos habíamos propuesto”.
El Concilio Vaticano II llegó a afirmar: “Con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo, que peregrinan y se debaten entre peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz. Por eso, la Bienaventurada Virgen en la Iglesia es invocada con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora.” (LG 62) ¡Cuántas veces la hemos encontrado en el camino! ¡En cuántas ocasiones se hizo la encontradiza, ofreciéndonos su ayuda y su consuelo! ¿Dónde estaríamos si Ella no nos hubiera tomado de la mano en circunstancias bien determinadas?
San Anselmo escribe de ti en uno de sus sermones: “Valiéndose de María, se hizo Dios un Hijo, no distinto, sino el mismo, para que realmente fuese uno y mismo el Hijo de Dios y de María. Todo lo que nace es criatura de Dios, y de Dios nace de María. Dios creó todas las cosas, y María engendró a Dios. Dios, que hizo todas las cosas, se hizo a sí mismo mediante María; y, de este modo, volvió a hacer todo lo que había hecho. El que pudo hacer todas las cosas de la nada no quiso rehacer sin María lo que había sido manchado.”
Dice Jesús: -«Os aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas» (Jn 10, 1-2).
Podríamos también afirmar que quien va a Jesús sin pasar por ti, de alguna manera comete un allanamiento de morada. En la letanía lauretana se te llama “Puerta del Cielo”, pero no solo eres la puerta de la última morada de quienes peregrinamos por este valle, a veces tan a oscuras, sino que ya eres puerta de gracia, puerta de misericordia. La fe de los sencillos te ha invocado con nombres muy entrañables y se sabe acoger a tu mediación, para acceder al trono de gracia. Tú eres, María, la Puerta Santa por la que entrar en el recinto sagrado de la gracia y de la misericordia, por la que entrar a tu propio Hijo.

En esta misa estamos celebrando lo propio de unos fieles cristianos: “ella nos abre el camino hacia la salvación al haber escuchado la voz de Dios y nos recuerda que debemos estar vigilantes y despiertos para salir al encuentro del esposo con las lámparas encendidas a fin de ser admitidos en su momento al banquete celestial”. La Iglesia no duda que por tu intercesión recibimos al salvador del mundo y que por medio de él descenderán los dones y las gracias para que se nos abran las puertas del cielo en el momento de nuestra muerte. Amén.

domingo, 2 de agosto de 2015

6. Homilia. María del Calvario (Nuestra Señora de los Dolores).


Hoy nos detenemos a contemplar a María junto al Hijo al pie de la Cruz. Esta misa es por María del Calvario. Fiesta difundida por los servitas en el siglo XIII y más tarde por los Pasionistas. La misión que Dios ha encomendado a María no es nada fácil: ser la Madre del Mesías. Simeón ya le anunció que una espada de dolor iba a estar presente en su vida y que su Hijo iba a ser signo de contradicción. El “Sí” que dio María al ángel tuvo unas consecuencias importantes para su vida.
Una mujer que experimentó de mil maneras el dolor, desde las sospechas de sus vecinos sobre su maternidad, hasta las angustias de un nacimiento fuera de la posada; desde los inconvenientes del destierro hasta el dolor de ver a su Hijo perseguido y llevado a la muerte en la cruz.
En mi casa tengo un icono que representa a la virgen madre  erguida y que tiende la mano el costado de su Hijo. Esta  actitud recuerda su inquebrantable firmeza y su extraordinaria valentía para afrontar los padecimientos. Ella está recogiendo la vida que se escapa del cuerpo de Jesús y junto a ella está Juan. El Hijo no quiere ver a su madre sola, y quiere que nos alegremos del testamento espiritual que dejó a su Madre y a Juan, los profundos sentimientos de Cristo en su agonía, entrañan una gran riqueza de significados para la fe y la espiritualidad cristiana. En efecto, el Mesías crucificado, al final de su vida terrena, dirigiéndose a su madre y al discípulo a quien amaba, establece relaciones nuevas de amor entre María y los cristianos.
Fue allí en el Calvario donde el sufrimiento de María, junto al de Jesús alcanzó un límite difícilmente imaginable en su profundidad desde el punto de vista humano. Un sufrimiento que fue fecundo para los fines de la salvación universal. Su subida al Calvario, su estar a los pies de la cruz junto al discípulo amado, fueron una coparticipación del todo especial en la muerte redentora del Hijo, así como las palabras que escuchó de los labios de su Hijo, una entrega solemne de este evangelio que se anuncia hoy a los creyentes que estamos aquí. Lo último que hizo Jesús, antes de adentrarse en la oscuridad de la agonía y de la muerte, fue adorar amorosamente la voluntad de su Padre. María lo siguió también en eso: también ella adoró la voluntad del Padre antes de que descendiese sobre su corazón una terrible soledad y se hiciese la oscuridad en su interior, como se hizo la oscuridad "sobre toda aquella región" (cf Mt 27,45). Y aquella soledad y aquella adoración se quedaron clavadas allí, en el centro de su vida, hasta la muerte, hasta que llegó también para ella la hora de la resurrección.
En el calvario nos podemos preguntar hoy, ante ese costado del que brota sangre y agua ¿No hemos sido regenerados por la "palabra de Dios, viva y duradera"? ¿No hemos "nacido de Dios" y renacido "del agua y del Espíritu"? ¿No hemos nacido también de la fe y del sufrimiento de María? Si Pablo, que era servidor de Cristo, pudo decir a sus fieles: "por medio del Evangelio soy yo quien os ha engendrado para Cristo Jesús", ¡con cuánta mayor razón podrá decirlo María, que es su Madre! ¿Quién, mejor que ella, puede hacer suyas aquellas palabras del Apóstol: "Hijos míos, a quienes doy a luz de nuevo"? Ella nos da a luz "de nuevo" en este momento, porque nos ha dado ya a luz por primera vez en la encarnación, cuando entregó al mundo la "Palabra de Dios viva y eterna" que es Cristo, en la que hemos renacido. Hemos recibido una nueva luz que llegará con la resurrección del Hijo.

Este recuerdo es una invitación para que todos nos asociemos también como ella y con Ella a la pascua de Cristo, también en el momento del dolor:” haz que la Iglesia, asociándose a María a la pasión de Cristo, merezca participar de su resurrección”, “al recordar los dolores de la Virgen María completemos en nosotros, en favor de su Iglesia lo que falta a la pasión de Jesucristo”. El valor que has tenido “perdurará siempre en el corazón de los hombres". Esas mismas palabras dirigimos nosotros en este día a la Virgen: ¡Bendita tú eres entre todas las mujeres! El valor que has tenido perdurará siempre en el corazón de los hombres y en el recuerdo de la Iglesia.

5ª María la intercesora por sus hijos (María Auxilio de los cristianos).


Quisiera, en esta Eucaristía expresar nuestra acción de gracias a Dios por la presencia de María Madre y Maestra, bajo cuya guía y cercanía fue creciendo nuestra vida cristiana. En esta advocación tan venerada y querida, María es la Auxiliadora de los cristianos, en quien el Señor hizo grandes cosas para ser testigo fiel del amor de su Hijo. Desde el comienzo de nuestra fe, Ella ha sido constantemente nuestro auxilio en el camino de la salvación: ya San Juan Crisóstomo, arzobispo de Constantinopla, en el año 345 la llama “auxilio potentísimo”; y San Sabas de Cesárea en el año 535 la invoca como “auxiliadora de los que sufren”. 
Como hemos leído en el Evangelio de hoy, María salió a nuestro encuentro y por su intercesión Jesús realizó en Caná el primer milagro en favor nuestro, haciendo que el agua se transformara en vino. Un verdadero signo de salvación, en el que Jesús anticipa su hora, que es el signo de la cruz y de su pasión; pero también de su resurrección y de su gloria.
Su hora, dijo el Papa Benedicto XVI, procede de Dios, y está fijada en el contexto de la historia, y es el comienzo de una nueva vida, para adorar a Dios en espíritu y verdad. (cfr. Jesús de Nazaret, pg.297).
En la fiesta de Caná, junto a Jesús está María, y sus palabras decididas “hagan lo que Él les diga”, tienen un valor para todos los cristianos, y también para nosotros, pues nos mueven a una profunda confianza en Jesucristo y a seguir sus pasos.
De este modo, como María como Madre nos ayuda para ser discípulos de Jesús, unida a su obra redentora. De un modo particular, nos enseña que el Señor exaltó a los humildes de corazón, y por eso ella está muy cerca de ellos. Es la mujer elegida, cuya fe recta sostiene a quien perdió el rumbo de la vida, porque nos muestra que Dios hace cosas grandes, y su misericordia se extiende sobre nosotros.
María es auxiliadora de los más débiles y, por ello tenemos la certeza de aquellos que se reconocen necesitados de consuelo, de fortaleza, o de esperanza, encuentran en María su verdadero auxilio. En la debilidad de la fe, ella es nuestro modelo incondicional de devoción a Jesucristo, y un apoyo inquebrantable para hacer el bien y, evitar el mal. Por esto, ella también está muy cerca de los que son más vulnerables en la prueba de la vida. Hoy quienes más necesitan auxilio son los niños por nacer, los jóvenes, y los ancianos.
Todos ellos tienen su vida en juego, porque los niños por nacer, aún el seno de la madre, se los pretende eliminar como injustos agresores. A los niños ya nacidos, se los ve en muchas periferias y barrios privados de lo necesario,  corriendo el riesgo de un crecimiento desdichado, sin el calor de un hogar. Los adolescentes y los jóvenes necesitan una mejor orientación, encontrando tempranamente en sus vidas la encrucijada de los caminos, que los alejan del bien. Finalmente los que ya son ancianos, muchas veces se los trata sin consideración y frecuentemente están solos, por no decir abandonados.
Nosotros experimentamos en este día la invitación a ser como María, “auxiliadores” y “auxiliadoras” de quienes buscan protección y ayuda, poniendo bajo su protección a quienes más lo necesitan. Hoy se nos pide a nosotros el compromiso de ofrecer apoyo y auxilio a los niños, a las madres, en todo lo que podamos ayudarles. Esto mismo se  pide también a quienes lideran a nuestros pueblos, a los responsables de la salud, a los educadores y a las familias.
No obstante, aun cuando las leyes positivas y las normas no resulten eficaces para proteger toda vida humana y, los argumentos comunes a la razón no se reflejen en sus contenidos, no vamos a desalentarnos ni dejar de promover el valor de la vida. En todo caso, la Virgen nos dará su manto, y será nuestro modelo de santidad, que se realiza siempre en la unión con Cristo. La invitación es a confiar en María, con las palabras del salmo: “como un niño en brazos de su madre”, y a ser generosos para que nuestros brazos se extiendan para defender la vida. Así su auxilio poderoso, será también el nuestro.

Jesús es el Señor, él nos hace encontrar el sentido más profundo de la vida y la plenitud de su amor. Junto a Él está María, la Madre del autor de la vida, y nos invita a asociarnos activamente en esta llamada de auxilio, para ser protectores del niño por nacer. Así de este modo, nuestra piedad filial será más creíble, y nuestra propia fe de misioneros invitará a acrecentar la fe de los demás.

EL FUTURO DE LOS EUROPEOS

                       
 En toda Europa, preocupa la salud de los mayores: pocos están sanos del todo y muchos padecen males crónicos. Se gasta una barbaridad de dinero para tratar y controlar años y años sus enfermedades crónicas, fastidiosas e incurables, y para que puedan así disfrutar de una calidad de vida más o menos aceptable, pero siempre menguante. Muchos, a ese mal tiempo, prefieren ponerle buena cara: en Alemania, por ejemplo, la fundación “Vivir con cáncer” organiza regularmente campeonatos de remo y olimpíadas para los que tratan de sobrevivir a la enfermedad.

Pero hay una novedad: la preocupación por la enfermedad crónica incluye ahora a los animales domésticos. Solo en Alemania son unos treinta millones. Y cada vez viven más: en los últimos decenios se ha triplicado la esperanza de vida de los gatos (15 años), y duplicado la de los perros (hasta 19 años). Con la edad presentan las mismas patologías que los humanos: amnesias, demencia senil, problemas circulatorios, degeneración articular. La infalible ley de la oferta y la demanda ha hecho surgir una amplia batería de servicios para la atención de esas mascotas: desde cirugía y fisioterapia hasta psicología. Hay mucho dinero en juego.

La gran mayoría de los dueños considera y trata a sus mascotas como si fueran sus propios hijos. Por ejemplo, la tercera parte de los perros comparte la cama de sus dueños. Esos “seres queridos” ya no se alimentan de las sobras de la comida de sus amos: hay toda una línea de alimentación específica para ellos. Sorprendente: el ocho por ciento de los dueños cocina personalmente para sus perros, y casi dos tercios de ellos hacen a sus mascotas un regalo por Navidad. Van despareciendo los tradicionales nombres de animales, que ahora reciben nombres humanos: Emma y Paula encabezan el ranking de popularidad en Alemania (Max, Sophie y Chloe, en Estados Unidos).

 El acercamiento entre los humanos y sus animales domésticos culmina en la reciente inauguración en Alemania de los dos primeros cementerios abiertos a ambos colectivos. La empresa “Nuestro puerto” ha aprovechado el vacío legal para abrir sus primeros establecimientos en Essen y Braubach. Otros vendrán a continuación. Hay demanda, pues muchos dueños de mascotas expresan el deseo de ser enterrados junto con sus animales, petición que los parientes llevan a la práctica de modo más o menos clandestino. Los gestores de los cementerios suelen hacer la vista gorda cuando esos visitantes entierran junto a la tumba del dueño una pequeña urna con los restos de su mascota.

La equiparación de humanos y animales avanza de modo imparable, aunque no sin algo de polémica. Por ejemplo, tanto la Iglesia católica como las iglesias luteranas alemanas han criticado la sepultura conjunta: prefieren reservar solo para los humanos el ritual propio del enterramiento.

Lo preocupante no está sólo ahí. A finales de 2014 se introdujo en el Parlamento federal un proyecto de ley sobre suicidio asistido. El presidente del Parlamento, Norbert Lammert, pronosticó en noviembre que podría provocar el debate más apasionante de la presente legislatura. Se han admitido a trámite cinco borradores que cubren todo el arco de posibilidades, desde la completa generalización hasta la estricta prohibición del suicidio asistido. Lógicamente, la discusión ha rebasado el marco parlamentario y está ya en la calle. Y dicho sea de paso: en fuerte contraste con lo que ocurre en países como el nuestro, el debate en los medios alemanes es de notable altura intelectual y respetuosa hacia la posición contraria. Alegra comprobar que se puede discrepar sin recurrir al insulto o descalificación de los que piensan de otro modo.

Está por ver cómo votará finalmente el Parlamento alemán, pero la coincidencia en el tiempo de ambos problemas (mimo a los animales, ayuda al suicidio de seres humanos) me produce una extraña sensación. ¿Qué futuro le espera a una sociedad que extrema las medidas –y el gasto— para cuidar a sus mascotas envejecidas y se plantea a la vez matar a los mayores? Holanda, Bélgica, y Suiza ya cuentan con una abundante experiencia en la práctica de la eutanasia y el suicidio por médicos. Otros países europeos seguirán sus pasos. El envejecimiento de la población y la caída de la natalidad están llevando a Europa a una especie de suicidio demográfico. Cada vez más y más ancianos cargarán sobre las espaldas de menos y menos adultos y jóvenes, de modo que no se podrá mantener en un futuro nada lejano el pacto intergeneracional hasta ahora vigente. ¿Será “racionalización” la palabra clave para justificar la muerte de ancianos cuya atención ya no nos podremos “permitir”? ¿Es esa sociedad en la que el anciano es un trasto desechable la que deseamos para el futuro próximo?

Está muy bien debatir sobre el pago de la deuda griega o sobre la necesidad de una unión bancaria y fiscal europea, pero eso carecería de sentido si antes no reflexionamos sobre el corazón y la razón de la Europa que vamos a legar a nuestros herederos.



                                            Alejandro Navas  
             Profesor de Sociología de la Universidad de Navarra

                                Pamplona, 21 de julio de 2015