viernes, 31 de julio de 2015

4ª María de la Visitación. (Eres mujer humilde y obediente).


Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humildad de su sierva…” Lc. 1, 39-56
Después que María Santísima oyó del Ángel Gabriel que su prima Isabel también esperaba un hijo, se sintió iluminada por el Espíritu Santo y comprendió que debería ir a visitar a aquella familia y ayudarles y llevarles las gracias y bendiciones del Hijo de Dios que se había encarnado en Ella. San Ambrosio sugiere que fue María la que se adelantó a saludar a Isabel puesto que es la Virgen María la que siempre se adelanta a dar demostraciones de cariño a quienes ama.
El encuentro con Isabel presenta rasgos de un gozoso acontecimiento salvífico, que supera el sentimiento espontáneo de la simpatía familiar. Mientras la turbación por la incredulidad parece reflejarse en el mutismo de Zacarías, María irrumpe con la alegría de su fe ágil y disponible: "Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel"
Por medio de la visita de María entró Jesús en aquel hogar y llevó muchos dones y gracias: el Espíritu Santo a Isabel la alegría; a Juan, el don de Profecía,… los cuales constituyen los primeros favores que nosotros conocemos que haya hecho en la tierra el Hijo de Dios encarnado. San Bernardo señala que desde entonces María quedó constituida como un "Canal inmenso" por medio del cual la bondad de Dios envía hacia nosotros las cantidades más admirables de gracias, favores y bendiciones.
Además, nuestra Madre María recibió el mensaje más importante que Dios ha enviado a la tierra: el de la Encarnación de su Hijo, y ella enseguida se fue a prestar servicios humildes a su prima Isabel. No fue como Reina y Señora sino como Sierva humilde y fraterna, siempre dispuesta a atender a todos los que la necesitan.
Algo que después su Hijo realizaría y nos recordaría permanentemente a todos sus hijos en la fe.
Este fue el primero de los numerosos viajes de María a ayudar a los demás. Hasta el final de la vida en el mundo, ella estará siempre viajando para prestar auxilios a quienes lo estén necesitando. También fue la primera marcha misionera de María, ya que ella llevaba a Jesús para que bendijera a otros. Una obra de amor que sigue realizando cada día y cada hora. Jesús empleó a su Madre para santificar a Juan Bautista y ahora ella sigue siendo el medio por el cual Jesús nos santifica a cada uno de nosotros que somos también hijos de su Santa Madre.
La visitación de María indica el misterio de la salvación por el que Dios <<ha visitado y redimido a su pueblo>>. Por ello, María es modelo de la Iglesia, la cual <<alimentada>> de Palabra y sacramentos visita a todos los pueblos para que reconozcan a Cristo como su Salvador. La intervención de María, junto con el don del Espíritu Santo, produce como un preludio de Pentecostés, confirmando una cooperación que, habiendo empezado con la Encarnación, está destinada a manifestarse en toda la obra de la salvación divina.

Por ello, dirigiéndonos hoy a la «llena de gracia», le pedimos que obtenga también para nosotros, de la divina Providencia, poder pronunciar cada día nuestro «sí» a los planes de Dios con la misma fe humilde y pura con la cual ella pronunció su «sí». Ella que, acogiendo en sí la Palabra de Dios, se abandonó a él sin reservas, nos guíe a una respuesta cada vez más generosa e incondicional a sus proyectos, incluso cuando en ellos estamos llamados a abrazar la cruz. María que en el Cenáculo invocaste con los Apóstoles al Espíritu Santo, concédenos la gracia de saber acoger cada vez más en la propia vida el señorío de Aquel que con su resurrección ha vencido a la muerte de una forma definitiva.

jueves, 30 de julio de 2015

3ª HOMILÍA DE LA NOVENA: "SANTA MARÍA MADRE DEL SEÑOR"


Debajo del nombre de tu patrona existe una mujer de carne y hueso que, glorificada en el cielo, es Madre de Dios y de todos los hombres”.
La Iglesia Católica comienza el año pidiendo la protección de la Santísima Virgen María. La fiesta mariana más antigua que se conoce en Occidente es la de "María Madre de Dios". Ya, en las Catacumbas o antiquísimos subterráneos que están cavados debajo de la ciudad de Roma y donde se reunían los primeros cristianos para celebrar la Misa, en tiempos de las persecuciones, hay pinturas con este nombre: "María, Madre de Dios".
Si nosotros hubiéramos podido formar a nuestra madre, ¿qué cualidades no le habríamos dado? Pues Cristo, que es Dios, sí formó a su propia madre. Y ya podemos imaginar que la dotó de las mejores cualidades que una criatura humana puede tener.  En esta fiesta se conmemora la fe y la humildad con que Santa María lo recibió en su corazón y lo llevó dentro de sus entrañas. San Bernardo dirá: << si bien agrado a Dios por su virginidad, concibió por su humildad>>.
Pero, ¿es que Dios ha tenido principio? No. Dios nunca tuvo principio, y la Virgen no formó a Dios. Pero Ella es la Madre de uno que es Dios, y por eso es Madre de Dios. Y qué hermoso repetir lo que decía San Estanislao: "La Madre de Dios es también madre mía". Quien nos dio a su Madre santísima como madre nuestra, en la cruz al decir al discípulo que nos representaba a nosotros: "He ahí a tu madre", ¿sería capaz de negarnos algún favor si se lo pedimos en nombre de la Madre Santísima?
 Al saber que nuestra Madre Celestial es también Madre de Dios, sentimos brotar en nuestro corazón una gran confianza hacia Ella. Cuando en el año 431 el hereje Nestorio se atrevió a decir que María no era Madre de Dios, se reunieron los 200 obispos del mundo en Éfeso (la ciudad donde la Santísima Virgen pasó sus últimos años) e iluminados por el Espíritu Santo declararon: "La Virgen María sí es Madre de Dios porque su Hijo, Cristo, es Dios". Y acompañados por todo el gentío de la ciudad que los rodeaba portando antorchas encendidas, hicieron una gran procesión cantando: "Santa María, Teothokos, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén". Y desde entonces así la proclamamos, señalando la unión tan profunda con su Hijo “en las penas y alegrías”, y también en la redención y en las gracias que Dios nos va dando. Es también nuestra madre espiritual y madre de la Iglesia. En este día nos alegramos por las maravillas que Dios ha podemos pedir su ayuda para superarlos; pero sobre todo hagamos lo que gustaría a nuestra madre del cielo.
El título "Madre de Dios" es el principal y el más importante de la Virgen María, y de él dependen todos los demás títulos y cualidades y privilegios que Ella tiene. Los santos muy antiguos dicen que en Oriente y Occidente, el nombre más generalizado con el que los cristianos llamaban a la Virgen era el de "María, Madre de Dios".
En el tiempo, multitud de santos la han puesto como pieza fundamental de su espiritualidad. El mismo Francisco de Asís tiene oraciones para ella: «Santa Virgen María, no ha nacido en el mundo ninguna semejante a ti entre las mujeres, hija y esclava del altísimo y sumo Rey, el Padre celestial. Madre de nuestro santísimo Señor Jesucristo, esposa del Espíritu Santo: ruega por nosotros... ante tu santísimo amado Hijo, Señor y maestro».

«Francisco rodeaba de amor indecible a la Madre de Jesús, por haber hecho hermano nuestro al Señor de la majestad, por haberle hecho semejante en todo a nosotros menos en el pecado. Le tributaba peculiares alabanzas, le multiplicaba oraciones, le ofrecía afectos, tantos y tales como no puede expresar lengua humana» (2 Cel 198). «Francisco amaba con indecible afecto a la Madre del Señor Jesús, por ser ella la que ha convertido en hermano nuestro al Señor de la majestad y por haber nosotros alcanzado misericordia mediante ella. Después de Cristo, depositaba principalmente en la misma su confianza; por eso la constituyó abogada suya y de todos sus hermanos». Lo que celebramos hoy no es un hecho aislado que llena de alegría solo a la Madre sino que tiene que ver mucho con la comunidad que se va a formar en torno a su hijo, Jesús. En Francisco es un buen ejemplo de cómo nos podemos relacionar con nuestra madre. 

miércoles, 29 de julio de 2015

2. María Madre de la Reconciliación. Eres Madre de Misericordia, y piadosa.



Por la cuaresma resuena la voz del Apóstol Pablo: << en nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios>>. (2Co 5, 20) En el camino de la Reconciliación la Iglesia ha ido reconociendo el papel que ha tenido la Virgen María. Los primeros Padres de la Iglesia indicaron que en él <<seno>> de la Virgen fue donde el Señor se reconcilió con los hombres. Los Papas han afirmado desde hace mucho tiempo que nuestra Madre fue hecha colaboradora de Dios en la misma obra de reconciliación.

 En este apartado de la reconciliación lo primero que he descubierto es:
-           En María se cumple y se realiza el PROYECTO de Dios; esto es, el proyecto de una humanidad reconciliada. En esa historia compartida entre Dios y la humanidad, descubrimos que la armonía y la relación se ha roto en tantas ocasiones, porque el pueblo de  Dios rompió la Alianza con suma facilidad, haciendo añicos las experiencias más vitales de amistad y de mutua fidelidad. Aquí es donde miro a María y su vida se me presenta en una armonía total, en una paz profunda, marcada por el amor y la absoluta disponibilidad a los planes de Dios. Ella es la "llena de gracia", su Si es inquebrantable a la alianza hecha por Dios con ella. De ese modo, ofrece su colaboración íntima en el plan salvador, al lado de Jesús.

-          Su figura me resulta profundamente sugerente y ella es una invitación constante a desear y trabajar con empeño en la reconciliación, que es calidad de vida y de fe, sea a nivel personal, familiar, social o eclesial. Porque, indefectiblemente, si asumo su estilo, mi vida y mis actitudes a la hora de ver, de amar y de actuar se irán forjando según ese proyecto de Dios, que es un proyecto de reconciliación, de encuentro y de armonía. De ahí la hermosa insinuación que Ella nos propone y anima de tantas formas, como lo saben realizar las madres.
-          María es Madre de la Reconciliación porque es Madre de Cristo. Al calor del Corazón de María se reconcilia lo humano y lo divino. María se convierte así en Madre de la gran Reconciliación. Cristo repara y perdona lo que el hombre no puede reparar ni perdonar y María es Madre de la reparación y del perdón.
-          De ese reconocimiento brota la actitud de los fieles, conscientes de encontrar en María los adjetivos de «clementísima por los pecadores» y «corazón misericordioso>> En el prefacio propuesto para esta celebración mariana, se plantea que los pecadores «percibiendo su amor de madre, se refugian en ella solicitando el perdón del Señor; al contemplar su belleza espiritual, se esfuerzan por librarse de la fealdad del pecado, y, al meditar sus palabras y ejemplos, se sienten llamados a cumplir los mandatos de su Hijo Divino»
-          Este texto litúrgico, traza las líneas de un camino de reconciliación para el fiel de todo tiempo y lugar; un itinerario que culmina y continuamente se apoya en la eucaristía, porque en la participación del «sacrificio de reconciliación y alabanza» y, por tanto, en la comunión del «Cuerpo y Sangre» de Cristo, los fieles realizamos la experiencia viva del «sacramento de nuestra reconciliación»
-          En este conjunto, sobresale la ejemplaridad de María: aquella que fue el instrumento del inicio de los tiempos nuevos, los de la redención, es la misma que en el tiempo de la Iglesia acoge y «reconcilia» a los pecadores dirigiéndolos hacia la eucaristía, donde se realizan «los dones de la misericordia del Padre y el premio de la redención eterna»


El ejemplo de María, atrae por «su amor de madre», por «su espiritual belleza» y por «sus palabras y ejemplos», hace contemplar con asombro y admiración la misión de la Iglesia que en todo tiempo busca ejercer el ministerio que le ha sido confiado, con la misma caridad maternal que reluce en nuestra Santísima Madre.

María la del inmaculado corazón. Eres toda Hermosura y dulzura

Introducción.
Esta novena va dirigida a honrar a nuestra Señora de la Virgen Blanca patrona de Vitoria. Es un honor para un vitoriano poder predicar en esta novena dedicada a la patrona de la ciudad. En estos días vamos a seguir un itinerario tratando de ensalzara a nuestra Madre, bajo la advocación de la Virgen Blanca. Los títulos de las homilías recogen algunos de los aspectos del himno dedicado a nuestra Patrona.
Debemos presentar a la Virgen María en su cercanía al misterio de Cristo, a la comunidad de la Iglesia, o a los valores más apreciados por los hombres de hoy, superando las exageraciones y desvíos que pudiera haber habido en otros tiempos. Hablamos actualmente de nuestra Madre recuperando su papel mediador en la Iglesia y su devoción adaptada a los tiempos que corren. Unos tiempos, en los que de una manera novedosa se ha aumentado el recurso a ella en los momentos difíciles y gozosos de nuestra existencia.
1.      María la del inmaculado corazón. Eres toda Hermosura y dulzura.
El sábado posterior al segundo domingo de pentecostés la liturgia celebra la memoria del inmaculado corazón de la Virgen María. La expresión <<Corazón de la Virgen>> distingue su ser íntimo y único; el centro y la fuente de su vida interior, del entendimiento, de la memoria, de la voluntad y del amor. Esta memoria nos habla de su amor a Dios y a los hermanos, y de cómo se entregó intensamente a la obra de la salvación del Hijo.
Nos podemos preguntar sobre ¿cómo es el Corazón de la Santísima Virgen? Sabemos que la hermosura física de María sólo es superada por la de su Hijo. Sabemos que Dios la hizo la más hermosa entre todas las criaturas pues iba a ser la Madre de “el más hermoso de todos los hijos de los hombres”.
María es la Madre de Dios. Por lo tanto, ¿qué Corazón habrá puesto Dios en Ella? Si Él se lo dio, ¿cómo será? Y ¿cómo ama este Corazón? Si tiene que amar a Dios y a los hombres con un amor sólo inferior al de Dios, ¿cómo será el Corazón que encierra este amor tan grande?
María es el instrumento del que se valió el Espíritu Santo para la obra de la Encarnación. De aquel Puro e Inmaculado Corazón brotó la Sangre de la que se formó el Cuerpo y hasta el mismo Corazón Santo de Jesucristo. De ese corazón tomó el Señor aquella Sangre que había de ofrecer en la Cruz por la salvación de la humanidad.
En mayo de 1943, en Tuy, Nuestro Señor dijo a Sor Lucía: “Deseo ardientemente que se propague en el mundo el culto y la devoción al Corazón Inmaculado de María, porque este Corazón es el imán que atrae todas las almas a Mí, y el fuego que irradia sobre la tierra el rayo de mi Luz y de mi Amor, es la fuente inagotable que hace brotar sobre la Tierra el agua viva de mi misericordia”. San Agustín dice, “María es Madre de Jesús, Madre de Dios, mucho más según el espíritu que según la carne”. María, por tanto, concibió a Jesús en su Corazón.
Hoy es el primer día y tenemos que alabar el amor maternal de nuestra Madre. Una  Madre que ama tanto a sus hijos, que no duda en sufrir y en sacrificarse por ellos.
Debemos tener un corazón filial con la Madre que Dios nos ha dado. Sería un contrasentido y un absurdo que exigiéramos a la Virgen que nos amara con Corazón de Madre, y nosotros no la amásemos con un amor de hijos.
Este deber aumenta, si meditamos sobre el principal atributo del Corazón de María: la Misericordia. ¡Tenemos tanta necesidad de ella! Difícilmente vamos a encontrar nada  mejor y más apreciado que esta cualidad de la misericordia… realizada por Dios en María.
Ella tiene un corazón compasivo que siente como propias las necesidades y miserias ajenas, un corazón misericordioso que llora con los que lloran y sufre con los que sufren, ¿a quién no encanta y cautiva esto? Y, si además de sentir así las desgracias ajenas como si fueran propias, se esfuerza y trabaja por remediarlas, ¡mucho más aún!
¡En cuántos casos ha intervenido la Virgen Santísima en favor nuestro!, consiguiéndonos de Jesús algo que nos hacía falta, algo que nos venía muy bien y que nosotros ni nos ocupábamos de pedirlo,…
Y, es que la misericordia de María, como su Corazón de donde brota, es el de una Madre. El corazón de una madre siempre sentirá palpitar sus entrañas un nuevo cariño,  más nuevo y encendido, cuando vea más las desgracias y miserias en su Hijo.
¿Cómo sería y cómo es actualmente su Corazón?
Su compasión no es estéril, como es muchas veces el amor de una madre que quiere, pero no sabe o no puede remediar los problemas de sus hijos. María, posee la influencia del mismo Dios; y ella la emplea generosamente para socorrer a sus hijos.
Y esta misericordia maternal de la Virgen no se termina aquí en la tierra con su muerte. Ahora que está asunta en el Cielo, su Corazón es el mismo. Y si hay algún cambio en el Corazón de la Virgen, es para ser aún, desde allí, más compasiva, más clemente y más misericordiosa, y para aprovecharse mejor de su Corazón de señora en bien de los necesitados de aquí abajo.
En el Cielo, su misericordia es trabajando sin cesar por las almas, derramando con sus manos piadosas torrentes de gracias sobre nuestros corazones.

Con este esfuerzo de su corazón, María nos enseña cómo hemos de acoger a Dios, cómo hemos de alimentarnos de su Verbo, cómo hemos de vivir saciando en él nuestra hambre y nuestra sed. María se convierte así en el prototipo de aquellos que escuchan la palabra de Dios y hacen de ella su tesoro; el modelo perfecto de todos los que en la iglesia deben descubrir con profunda meditación el hoy de este mensaje divino. Imitar a María en esta actitud quiere decir estar siempre atentos a los signos de los tiempos, es decir, a todo lo nuevo y admirable que Dios va realizando en la historia tras las apariencias de la normalidad; en una palabra, quiere decir reflexionar con el corazón de María sobre los acontecimientos de la vida cotidiana, deduciendo de ellos —como lo hizo María— conclusiones de fe.

viernes, 24 de julio de 2015


El domingo pasado veíamos cómo Jesús envía a sus apóstoles a predicar de dos en dos por aquellos pueblos cercanos. Hoy consideramos la vuelta. Vuelven contentos por la labor realizada. Han visto cómo los demonios se alejaban, especialmente por la conversión de muchos a quienes predicaban lo que ellos habían aprendido de las enseñanzas de Jesús. Pero también estaban cansados. Jesús, lleno siempre de bondad y misericordia les propone tener unas vacaciones. Para ello suben a la barca para pasar a la otra orilla, que era lugar más solitario a fin de poder examinar y evaluar todo lo que habían realizado en aquellos días de predicación.
Las vacaciones son muy buenas o, como podemos decir de todas las cosas de la tierra, pueden ser buenas, como también pueden desvirtuarse. Desgraciadamente hay cristianos que en tiempo de vacaciones se apartan de las cosas de Dios, porque se entregan al desenfreno y quizá a los vicios. Decía el papa Juan Pablo II que las vacaciones sirven para “redescubrir los auténticos valores del espíritu”. Lo que pasa, decía, es que muchas veces “se quema el espíritu por la disipación y la simple diversión”. Pero, decía: “pueden convertirse en una ocasión propicia para volver a dar aliento a la vida interior”. Así que buena es una sana recreación y esparcimiento, pero dejando espacio para la oración, las buenas lecturas, sin olvidar la participación en los sacramentos, especialmente la Eucaristía en el día del Señor.
El caso es que la gente, que ansiaba escuchar la palabra de Jesús, cuando les vio marcharse en la barca, se fueron deprisa por la orilla, y cuando llegó Jesús con los apóstoles, vio que había una gran multitud deseando escucharle. Se terminaron las vacaciones. Una gran cosa es saber cambiar de planes, adaptándose a las nuevas circunstancias. A veces encontramos personas que o nunca pueden tener vacaciones por sus ocupaciones como pasa con muchas familias pobres, o no quieren tenerlas, como pasa con personas religiosas muy entregadas a su vida de convento o a labores apostólicas. De todas las maneras podemos considerar, como vacaciones necesarias para todos, los momentos que debemos tener de oración y tranquilidad con Dios, como Jesús que se solía retirar solo a orar. La misa del domingo podemos aceptarla como un pequeño retiro con Jesús para revisar nuestra vida.
Jesús se compadeció de la gente porque les vio “como ovejas sin pastor”. Hoy en la primera lectura el profeta Jeremías, de parte de Dios, se queja de los malos pastores o guías espirituales en el pueblo de Israel y promete que Dios enviará un pastor de verdad que nos guiará por los caminos rectos. Una oveja sin pastor no es oveja libre sino descarriada, que va sin saber a dónde ir y está expuesta al asalto de cualquier alimaña. Así pasa con muchos que se creen libres, pero están desorientados. No encuentran el sentido de su vida y cada vez más ven problemas sin soluciones. Debemos tener un verdadero pastor, que no sea un hombre como nosotros. Por eso Dios mismo se hizo como nosotros, para enseñarnos el camino, de modo que nosotros, sin perder la libertad, aceptemos el camino recto del amor y las bienaventuranzas.
Jesús actúa como un verdadero pastor. No pierde la calma, sino que “con calma” se pone a predicar. No nos dice san Marcos qué es lo que predicaría. Cuando es así, se supone que principalmente expondría el “Reino de los cielos”, como dice al principio de su evangelio, Reino que ya se da aquí al aceptar el amor de nuestro Padre Dios y al realizar ese amor en la concordia y hermandad entre todos nosotros.

En la Iglesia es necesaria la formación de “pequeños grupos”, pero también la dedicación a la multitud. A veces es difícil el equilibrio y puede haber tensiones y problemas. Jesús predicaba a la multitud, pero muchas veces se reunía a solas con los discípulos, porque les tenía que enseñar más profundamente lo que hablaba para todos. Así nosotros aprovechemos lo que es para todos y los encuentros más íntimos. 

15ª semana del tiempo ordinario. Domingo B-2015: Mc 6, 7-13

Hoy se nos habla en las diferentes lecturas de la llamada de Dios para predicar su palabra. En la 1ª lectura Dios llama al profeta Amós, en la 2ª san Pablo nos habla de llamada, y en el evangelio Jesús envía a predicar a sus apóstoles. A veces creemos que Dios llama a misionar o evangelizar a unas personas especiales, como pueden ser obispos y sacerdotes. Estos tienen el ministerio podemos decir de forma profesional; pero todos por el hecho de ser cristianos estamos llamados por Dios. ¿Quién puede decir que no ha sido llamado por Dios para ser testigo de su amor?
Llamó al profeta Amós; pero resulta que Amós no era profeta ni “hijo de profeta”, como dirá él. Era un sencillo pastor y campesino que sintió que Dios le llamaba para defender los derechos de Dios. Y lo hace a pesar de los impedimentos por parte de los que gobernaban y oprimían al pueblo. Los apóstoles tampoco eran sacerdotes. No había instituido aún Jesús la Eucaristía y el sacerdocio, ni les había dado el poder de perdonar ni habían recibido la unción del Espíritu Santo; pero Jesús les envía a predicar, a ser testigos de lo que habían visto y oído en su presencia.
Y les da unos consejos o advertencias, que nos valen para todos nosotros. Les dice que vayan de dos en dos. Esto es un signo de la armonía y ayuda que desde el principio de la Iglesia siempre debe haber entre los misioneros. A veces ha habido iniciativas individuales muy buenas; pero, como somos seres sociables, el mismo crecimiento en el espíritu, pero sobre todo la evangelización siempre ha sido más provechosa hacerlo en grupos, que nos sirvan de ánimo y ayuda. Por eso, aunque sintamos un vivo deseo de hacer algo grande por Jesucristo por cuenta propia, lo más conveniente será a través de alguna organización en la parroquia o en la diócesis.
“Les da poder sobre los espíritus impuros” o demonios. Esto no quiere decir que tuvieran una especie de poderes mágicos, con ritos y fórmulas secretas, para brillar o impresionar. Jesús nunca usó la fuerza para que alguien se convirtiera. Dios siempre es respetuoso con la libertad del ser humano. De modo que, como veíamos el domingo anterior, Jesús en Nazaret, al ver que faltaba la fe, “no pudo hacer milagros”. El poder y el milagro de nuestra parte están en el vivir al estilo de Jesús. De hecho no podremos echar demonios, si nosotros estamos poseídos de varios demonios, como son el egoísmo, la injusticia y tantos pecados. Esos son los demonios peores que podemos expulsar si vivimos en el amor a Dios y en una verdadera fraternidad.
Uno de los consejos principales es la pobreza. Les dice que lleven bastón, para poder mantener la marcha, pero no para dominar y someter por la fuerza. En realidad es difícil determinar la pobreza o falta de recursos humanos, según cada época y cada circunstancia. Lo cierto es que tiene que haber una tendencia hacia ella. No se recibe la llamada a evangelizar para sacar provecho material, sino para enseñar la buena nueva del amor de Dios y nuestra fraternidad. Para ello la imprescindible mochila es la del amor. A veces se confía demasiado en medios humanos, como la capacidad de palabra o dinero u organización, queriendo casi sustituir a los medios divinos. Los medios materiales pueden ayudar, pero no son lo fundamental. Y muchas veces sucede que el demasiado “boato” externo y la demasiada alianza con potencias políticas y económicas dan una imagen negativa de la Iglesia.

 Esto no quiere decir que la Iglesia no tenga que hablar sobre política u otros asuntos materiales, con tal que sea para defender los derechos de Dios y de los pobres. Si se busca el bien con recta intención, el fruto será cierto. Pero no será de la manera que nosotros lo hemos pensado o con la rapidez que esperamos. Dios tiene su tiempo y su razón. Lo cierto es que, si se predica el evangelio buscando el mensaje de alegría y salvación, un día de alguna manera veremos los frutos. Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

jueves, 23 de julio de 2015

17ª semana del tiempo ordinario. Domingo B-2015: Jn 6, 1-15


El domingo pasado veíamos cómo Jesús, después del trabajo misionero de los apóstoles por aquellos pueblos, les quiso dar unas pequeñas vacaciones retirándose a un lugar tranquilo; pero veíamos cómo la multitud de gente, deseosa de escuchar la palabra de Jesús, les fue siguiendo, de modo que Jesús tuvo que comenzar de nuevo a enseñar su palabra y a instruirles sobre las cosas del Reino de Dios. Pues bien, así siguieron todo el día y, como estaban en terreno más bien desierto, se encontraron con un problema. Y es que la mayoría de la gente, por el deseo de seguir a Jesús, no había llevado comida y el hambre se cebaba en toda aquella multitud.
Hoy se nos narra el gran milagro de la multiplicación de panes y peces. Tuvo que hacer mucho impacto entre la primitiva cristiandad, pues es de las pocas cosas que narran los cuatro evangelistas, y dos lo narran dos veces. Hoy, después de la narración el día anterior del evangelio de Marcos, se nos expone este milagro narrado por san Juan. La razón principal es para continuar en los domingos siguientes exponiéndonos la proclamación de la Eucaristía que hará Jesús en la sinagoga de Cafarnaún. San Juan emplea el milagro como un signo que le sirve para introducir esa proclama.
Jesús se da cuenta de la necesidad que tiene la gente y busca alguna solución. Esto ya es una enseñanza para nosotros. En el mundo hay muchas necesidades en todos los sentidos, materiales y espirituales. Algo debemos hacer. Seguramente podremos muy poco, pero eso poco es lo que nos pide el Señor. Jesús “ya sabía lo que iba a hacer”. Así nos dice el evangelista; pero quiere la colaboración de los suyos. Habla con Felipe y Andrés. Solían ir juntos, pues eran muy amigos y del mismo pueblo. Felipe calcula sobre la cantidad de dinero que haría falta, pero no tiene confianza. Andrés encuentra una solución, un muchacho tiene unos poquitos panes y peces; pero es una solución tan pequeña, que le falta confianza: “¿Qué es para tantos?” A Jesús le basta eso poco. Dios no suele hacer las maravillas del espíritu con grandes medios materiales. Así se ve en toda la Sagrada Escritura: lo débil vence a lo fuerte, no en el sentido material, sino en el espíritu. Porque lo débil material con la fuerza del espíritu hace maravillas. Así pasó con aquel muchacho y con aquellos pocos panes. El evangelista acentúa la pobreza de aquellos panes, diciendo que son de cebada. Hace más para la gloria de Dios quien, valiendo poco, lo da todo, que quien, valiendo mucho, se reserva egoístamente una parte para sí. A Dios le encanta la humildad entregada.
La gente al final quedó entusiasmada. Jesús había hecho algo que era muy bíblico: el dar milagrosamente de comer. Algo así como el maná del desierto o el agua o las codornices. Esto era señal de que era el Mesías. Esto era cierto; pero lo que no era verdadero era la idea que tenía la gente sobre la mesianidad. Muchos sólo tienen ansias materialistas y le quieren hacer rey a Jesús. Piensan que con tener a Jesús han solucionado el problema del hambre y de las ansias materiales. Pasa hoy día en algunos que se acercan a la religión y a la Iglesia, pensando sólo en solucionar problemas materiales. Dios quiere esto también. Por eso vemos cuántas cosas ha solucionado la religión, y específicamente la Iglesia, en problemas de hambre y de enfermedades. Pero Dios quiere el bien total, que no sólo es la salvación del alma, sino la fraternidad, la justicia y la paz. Todo ello se conseguirá si hay amor.
Es muy posible que los apóstoles participaran en este entusiasmo popular. El hecho es que Jesús, viendo todo ello, les mandó a los apóstoles que se fueran a la barca, despidió a la gente y se fue solo dentro del bosque para orar. Aquel entusiasmo materialista de la gente era como una tentación para Jesús. Muchas tentaciones debemos vencer con la oración, pues muchas veces de lo espiritual sólo buscamos soluciones materiales. Lo que Dios medirá al final y premiará será el grado de amor que hayamos puesto en la decisión de que Dios actúe a través de lo nuestro.


jueves, 2 de julio de 2015

14ª semana del tiempo ordinario. Domingo B-2015: Mc 6, 1-6

Hoy se nos narra cómo fue Jesús con sus discípulos a su tierra, a Nazaret. Se supone que el estar con los suyos, su madre y su familia, sería para El algo agradable y con tranquilidad. El sábado, como todas las personas piadosas fue a la sinagoga. Como ya tenía fama de predicador, fue invitado a hablar. El ambiente era conocido y hablaría como en familia. No nos dice san Marcos de qué habló, pero sí nos describe la reacción de la gente ante la predicación. Lo primero fue sorpresa y asombro. De suyo el asombro es bueno y puede llevar a descubrimientos agradables, como el asombro ante una persona puede llevar a una gran amistad. Pero allí, en Nazaret, la conclusión fue diferente: aquella predicación de Jesús fue un escándalo para muchos.
Escándalo significa “piedra de tropiezo o de caída para alguno”. Pero podríamos preguntarnos: ¿Cómo Jesús, que ha venido para darnos la vida, puede ser causa de tropiezo para algunos? Ya había profetizado el anciano Simeón que Jesús sería signo de contradicción para muchos. Y Jesús, cuando fue preguntado por los discípulos de Juan Bautista si era el Mesías, después de apelar a las obras que hacía, según lo que  había profetizado Isaías, había dicho: “Bienaventurado quien no se escandalice de mi”. Ahora sus paisanos, los de Nazaret, se escandalizan. ¿Por qué? Porque creen conocerle demasiado, cuando en verdad no le conocen. Dan por supuesto que sus conocimientos sobre la Escritura tienen que ser muy escasos porque saben que ha sido un carpintero y conocen a toda la familia. Entonces se preguntan: “¿De dónde saca todo eso?” Por lo tanto “desconfiaban de El”.
La interpretación de Jesús acerca de la Escritura no era fría como solían hacer los fariseos y los peritos en la Ley. Jesús interpretaba de modo vivencial, creando en los corazones inquietudes. Porque la fe no es algo estático y sin vida, sino una entrega a un ser superior que es Dios. Si aumentamos la fe es para ser mejores.
Hoy también hay personas que se escandalizan ante las enseñanzas de la Iglesia o del Papa, porque de un mal de una persona, quieren hacerlo de toda la Iglesia; y sobre todo porque no escuchan con corazón recto. Hay quienes, cuando comienza a hablar la Iglesia, todo lo ven malo, porque lo ven con corazón torcido y orgulloso. Quien tiene mal el corazón cambia las palabras de Jesucristo, dando su propia interpretación.
Tiene el corazón recto el que escucha con cierto temblor la Palabra de Dios, pero con la humildad suficiente para saber que le falta mucho en el camino de la perfección. Tiene el corazón torcido el que se cree ser perfecto y cree que nada tiene que aprender. Quien es soberbio no está en la onda de Dios y por lo tanto la escucha no es según los planes y la voluntad de Dios. No es que falle la Palabra de Dios. Lo que falla es la preparación por medio de la disposición del corazón.
Jesús podría haber aparecido de una manera maravillosa, sin que nadie supiera de su familia y su pueblo, dando sus mensajes de salvación; pero quiso usar medios totalmente humanos y quiso que los mensajes de Dios se extendiesen por el mundo por medio de unos hombres no perfectos, sino con deficiencias. Lo nuestro es saber ver la presencia de Dios a través de esas deficiencias y ver el mensaje de salvación que es perfecto y lleno de bondad por parte de Dios hacia nosotros.

Algo de esto aparece también en la primera lectura en que el profeta Ezequiel se queja del pueblo de Israel que es testarudo y obstinado en el mal. San Pablo en la 2ª lectura se siente incomprendido y rechazado. Cuánto cuesta aceptar la enseñanza de alguien que hemos conocido igual a nosotros, pero ha ascendido de categoría social. Mucho más cuesta si tenemos envidia. Muchas veces se estima más a una persona por los títulos, sin saber cómo los ha conseguido, que otra sin títulos, pero hablando con la fuerza del Espíritu Santo. Que nuestros ojos estén fijos en el Señor, para ver con claridad, como decimos hoy en el salmo responsorial.