miércoles, 12 de abril de 2017

VIERNES. A- SANTO-2017


Muchos son los recuerdos y las vivencias de nuestra fe en este día. Hoy recorremos los momentos en que Jesús pasa la noche encerrado en la cárcel del Sanedrín, es llevado donde Pilato, luego donde Herodes, de vuelta a Pilato, donde es flagelado y coronado de espinas, es presentado por Pilato diciendo “Ecce homo”, este es el hombre. Es la dificultad para mantenerse firme ante el miedo y la amenaza de lo que está por venir.
Con todo ese peso sobre sus espaldas caería varias veces, y quizá ante la vista de su propia madre, acrecentando con ello el dolor de los dos. En el Calvario es crucificado y levantada la cruz a lo alto. Allí estaba su madre, que recibe el encargo de velar por san Juan y por todos nosotros. Un cuidado que se convertiría en común unión entre ellos y la comunidad de discípulos que reconocieron a la Vida siempre en medio de ellos.
En la cruz muere Jesús, perdonando. Hoy nos dice a cada uno: “Te perdono, pero no vuelvas a pecar”. Después bajan su cuerpo y lo ponen a los pies de María.
     Ante este recorrido del Viernes santo de nuestra parte deben partir hacia Jesús dos grandes sentimientos: la gratitud y el pedir perdón. En Cristo se hace justicia del pecado a precio de su sacrificio, de su obediencia hasta la muerte. Se hace también justicia de la muerte, que desde los comienzos de la historia del hombre se había aliado con el pecado. Por eso un sentimiento de gratitud porque Dios se ha compadecido de nosotros.
Al mismo tiempo es el amor que sale al encuentro de lo que constituye raíz misma del mal en la historia del hombre: al encuentro del pecado y de la muerte.
Al mismo tiempo le pedimos perdón con un propósito sincero de hacer lo que podamos para que reine en nuestro corazón y en el mundo entero. Jesús muere perdonando y prometiendo un paraíso a quien tiene un poco de consideración por ese amor que se desvela desde lo alto de la cruz.
La cruz es la inclinación más profunda de la Divinidad hacia el hombre y todo lo que el hombre llama su infeliz destino. Es como un toque del amor eterno sobre las heridas más dolorosas de la existencia terrena del hombre, es el cumplimiento hasta el final del programa mesiánico que Cristo pronunció en la sinagoga de Nazaret y repitió una vez más ante los enviados de Juan Bautista.
La Cruz de Cristo nos hace comprender las raíces más profundas del mal que ahondan en el pecado y en la muerte; y asi la cruz se convierte en un signo de esperanza, en la renovación definitiva del mundo, el amor vencerá en todos los elegidos las fuentes más profundas del mal, dando como fruto  el reino de la vida, de la santidad y de la inmortalidad.
 Al ir recordando hoy la pasión de Jesús y especialmente su camino hacia el Calvario, consideramos los diferentes personajes que actúan; pero que en alguno podemos estar identificados. No queremos vernos en Judas, el traidor; pero temamos, con temor de Dios, porque por un vicio pequeño podemos caer en uno grande. Siniestros son también los jefes espirituales de aquel pueblo que, en vez de llevar al pueblo hacia Dios, buscan ser servidores de sí mismos, llenos de envidia y de odio hacia Jesús. Siniestros son Herodes, que se ríe de Jesús, y Pilato que, por cobardía y temor a perder su puesto, manda a Jesús a la cruz. Débiles los soldados que cumplen con su deber, aunque con saña, “no saben lo que hacen”. Y débiles la mayoría de los apóstoles que huyeron, por un tiempo, desconcertados.
Y entre los buenos: el cireneo. Ojalá nosotros seamos cirineos de muchas personas. Y buena la Verónica que con valentía limpia el rostro de Jesús. Y buenas otras mujeres que, ya que no pueden hacer otra cosa, lloran por Jesús. Bueno san Pedro cuando, después de la caída, llora amargamente su pecado. Bueno Nicodemo que ahora ya no se oculta, sino que manifiesta ser seguidor de Jesús. Y más bueno José de Arimatea, que se preocupa de todo lo concerniente al entierro: pedir el cuerpo, bajarle de la cruz y ofrecer su propio sepulcro. Y muy buenas las mujeres y san Juan que acompañan a la Virgen. Y buenísima la Virgen María, la Madre, “al pie de la cruz”. ¿Dónde nos colocaríamos nosotros en todo este catálogo?
     Hoy sigue Jesús condenado a muerte en tantos niños inocentes condenados antes de nacer, en tantos niños obligados a ir a la guerra, en tantos y en tantas personas que sufren por la maldad de otros seres humanos. Cuando besemos hoy la imagen de Jesucristo muerto en la cruz, que sea un beso de amor que salga del corazón, de amor particular de nosotros y de reparación por tantas personas que pasan de largo o peor si le injurian expresamente. Besemos con amor sus manos y sus pies gastados por tanto ayudar, y su pecho por tanto amar.

Seremos recompensados por un amor más grande de Jesucristo y por la promesa de participar gozosamente en su resurrección.

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