Muchos
son los recuerdos y las vivencias de nuestra fe en este día. Hoy recorremos los
momentos en que Jesús pasa la noche encerrado en la cárcel del Sanedrín, es
llevado donde Pilato, luego donde Herodes, de vuelta a Pilato, donde es
flagelado y coronado de espinas, es presentado por Pilato diciendo “Ecce homo”,
este es el hombre. Es la dificultad para
mantenerse firme ante el miedo y la amenaza de lo que está por venir.
Con
todo ese peso sobre sus espaldas caería varias veces, y quizá ante la vista de
su propia madre, acrecentando con ello el dolor de los dos. En el Calvario es
crucificado y levantada la cruz a lo alto. Allí estaba su madre, que recibe el
encargo de velar por san Juan y por todos nosotros. Un cuidado que se
convertiría en común unión entre ellos y la comunidad de discípulos que reconocieron a la Vida siempre en medio
de ellos.
En
la cruz muere Jesús, perdonando. Hoy nos dice a cada uno: “Te perdono, pero no
vuelvas a pecar”. Después bajan su cuerpo y lo ponen a los pies de María.
Ante este recorrido del Viernes
santo de nuestra parte deben partir hacia Jesús dos grandes sentimientos: la
gratitud y el pedir perdón. En Cristo se hace justicia del pecado a precio de
su sacrificio, de su obediencia hasta la muerte. Se hace también justicia de la
muerte, que desde los comienzos de la historia del hombre se había aliado con
el pecado. Por eso un sentimiento de gratitud porque Dios se ha compadecido de
nosotros.
Al mismo tiempo es el amor que sale al
encuentro de lo que constituye raíz misma del mal en la historia del hombre: al encuentro del pecado y de la muerte.
Al
mismo tiempo le pedimos perdón con un propósito sincero de hacer lo que podamos
para que reine en nuestro corazón y en el mundo entero. Jesús muere perdonando
y prometiendo un paraíso a quien tiene un poco de consideración por ese amor
que se desvela desde lo alto de la cruz.
La
cruz es la inclinación más profunda de la Divinidad hacia el hombre y todo lo
que el hombre llama su infeliz destino. Es como un toque del amor eterno sobre
las heridas más dolorosas de la existencia terrena del hombre, es el
cumplimiento hasta el final del programa mesiánico que Cristo pronunció en la
sinagoga de Nazaret y repitió una vez más ante los enviados de Juan Bautista.
La
Cruz de Cristo nos hace comprender las raíces más profundas del mal que ahondan
en el pecado y en la muerte; y asi la cruz se convierte en un signo de
esperanza, en la renovación definitiva del mundo, el amor vencerá en todos los
elegidos las fuentes más profundas del mal, dando como fruto el reino de la vida, de la santidad y de la
inmortalidad.
Al ir recordando hoy la pasión de Jesús y
especialmente su camino hacia el Calvario, consideramos
los diferentes personajes que actúan; pero que en alguno podemos estar
identificados. No queremos vernos en Judas, el traidor; pero temamos, con temor
de Dios, porque por un vicio pequeño podemos caer en uno grande. Siniestros son
también los jefes espirituales de aquel pueblo que, en vez de llevar al pueblo
hacia Dios, buscan ser servidores de sí mismos, llenos de envidia y de odio
hacia Jesús. Siniestros son Herodes, que se ríe de Jesús, y Pilato que, por
cobardía y temor a perder su puesto, manda a Jesús a la cruz. Débiles los
soldados que cumplen con su deber, aunque con saña, “no saben lo que hacen”. Y
débiles la mayoría de los apóstoles que huyeron, por un tiempo, desconcertados.
Y
entre los buenos: el cireneo. Ojalá nosotros seamos cirineos de muchas
personas. Y buena la Verónica que con valentía
limpia el rostro de Jesús. Y buenas otras mujeres que, ya que no pueden hacer
otra cosa, lloran por Jesús. Bueno san Pedro
cuando, después de la caída, llora amargamente su pecado. Bueno Nicodemo que ahora ya no se oculta, sino que
manifiesta ser seguidor de Jesús. Y más bueno José de
Arimatea, que se preocupa de todo lo concerniente al entierro: pedir el
cuerpo, bajarle de la cruz y ofrecer su propio sepulcro. Y muy buenas las mujeres y san Juan que acompañan a la Virgen.
Y buenísima la Virgen
María, la Madre, “al pie de la cruz”. ¿Dónde
nos colocaríamos nosotros en todo este catálogo?
Hoy sigue Jesús condenado a
muerte en tantos niños inocentes condenados antes de nacer, en tantos niños
obligados a ir a la guerra, en tantos y en tantas personas que sufren por la
maldad de otros seres humanos. Cuando besemos hoy la imagen de Jesucristo
muerto en la cruz, que sea un beso de amor que salga del corazón, de amor particular
de nosotros y de reparación por tantas personas que pasan de largo o peor si le
injurian expresamente. Besemos con amor sus manos y sus pies gastados por tanto
ayudar, y su pecho por tanto amar.
Seremos
recompensados por un amor más grande de Jesucristo y por la promesa de
participar gozosamente en su resurrección.
No hay comentarios:
Publicar un comentario