Evangelio
significa Buena Noticia. Hoy se nos da la mejor de las noticias: Cristo ha
resucitado. Si Cristo no hubiera resucitado nuestra fe sería vana, descansaría
en el vacío y en la muerte. Pero Cristo resucitó y nuestra fe se acrecienta en
la esperanza de que nosotros también un día podemos resucitar y entrar en la
vida definitiva. Proclamar la
Resurrección es anunciar que la muerte está vencida, que la
muerte no es el final.
Nadie fue testigo del momento de la resurrección
del Señor, porque no fue un hecho físico y sensible como el de levantarse del
sepulcro para vivir la vida de antes. Fue un hecho estrictamente sobrenatural. Los
apóstoles no vieron el hecho transformante, pero fueron testigos de los
efectos: Vieron a Jesús, le palparon, y este acontecimiento les trasformó
totalmente la vida. Hay personas que
quizá piensen que la resurrección de Jesús fue como un revivir, como fue lo de
Lázaro, la hija de Jairo o el joven de Naín. En ese caso después tendría
que volver a morir. Lo que sucedió a Jesús fue un paso adelante
hacia otra vida superior, hacia una vida para siempre, una vida que será para
nosotros.
Hoy lo
primero que se nos pide es un acto de fe: creemos que Cristo resucitó, que vive
entre nosotros. Cristo resucitó y por lo tanto vive para nosotros y en
nosotros. La Resurrección
del Señor no es un acto que pasó. Es actual, porque vive y lo debemos sentir
que está con nosotros. La
Resurrección nos revela que Dios no nos abandona, sino que
está con nosotros en nuestro caminar de la vida. Por eso es un día de acción de
gracias y de alegría. La alegría es un fruto del Espíritu Santo. No
debemos ahogarla aunque hayamos sufrido con Cristo clavado en la cruz el
Viernes Santo. Precisamente a aquellos que más unidos estuvieron con el dolor
de Jesús en su muerte, en el día de su resurrección Jesús les quiere dar una
mayor alegría. Sentir la alegría de Cristo resucitado sería una gracia que
debemos pedir a Dios vivamente en este día.
El
evangelio de este domingo nos cuenta cómo María Magdalena, al ver el sepulcro vacío, va a contárselo
a los apóstoles. Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, marchan
a toda prisa al sepulcro. Los dos ven lo mismo: que el cuerpo del
Maestro no está, que las vendas y ropa están bien colocadas, cosa que no harían
unos ladrones, y el que más ama cree. La fe verdadera es una mezcla de razones y
de amor. En este día se nos dan razones para creer, sobre todo por
el testimonio de los apóstoles y otras personas, que sintieron transformada su
vida y con su predicación comenzaron a transformar al mundo. Así nuestra vida
de cristianos tiene que ser también un testimonio de que Cristo vive entre
nosotros. Y esto será verdad, si nuestra vida es una vida de seres resucitados
o vivificados por el impulso de Jesucristo.
Como al
discípulo amado también nuestro amor debe llevarnos a la fe. La alegría de la Pascua madura sólo en el
terreno de un amor fiel. También nuestro apostolado será más eficaz, si vivimos
como personas resucitadas con Cristo.
Hoy san Pablo nos dice en la segunda lectura que, si hemos resucitado
con Cristo, debemos aspirar a los bienes de arriba. Es lo mismo que cuando
pedimos que “venga su Reino”.
Cuando
comenzaron a predicar los apóstoles, como se dice en la primera lectura, el principal
mensaje era la
Resurrección de Jesús: que El vive. Por eso se
enciende el cirio pascual en la liturgia: para recordarnos que Cristo está vivo entre
nosotros. En verdad, como decía san Pablo, si Cristo no hubiera resucitado seríamos “los más
miserables de los hombres”.
Es el
día de avivar
el compromiso bautismal para estar más unidos a Cristo, como se hacía anoche en
la Vigilia. Hoy
saludamos con alegría a la
Virgen María , que fue la que más se alegró en ese día. Y la pedimos
que nos ayude a que vivamos en nuestro corazón el misterio de esta alegría,
para que podamos dar testimonio en nuestro trabajo de cada día del amor y la
esperanza que Cristo resucitado nos da en nuestro caminar.
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