Casi siempre en el evangelio de san Juan, y
hoy muy claramente, se encuentra la relación del episodio histórico con frases,
a veces de carácter simbólico, que son expresión de la catequesis que el
evangelista quería ofrecer. A veces es un comentario del mismo evangelista y a
veces, como hoy, son expresiones del mismo Jesús que nos habla de muerte y
dormición, de resurrección y de vida actual y plena por medio de la fe. El
evangelio de este día nos describe el último de los “signos” de Jesús. Es el
más llamativo por tratarse de una resurrección espectacular y porque es como la
gota que colma el vaso de iniquidad de sus enemigos que deciden matarle.
Una de las razones de san Juan al escribir todo
el evangelio es enseñarnos cómo Jesús, además de hombre, es Dios. En primer
lugar, como es verdadero hombre, nos debemos sentir atraídos por la grandeza de
su amistad. Jesús ya estaba amenazado de muerte y por lo tanto parece que en
sus planes no estaba el ir pronto a Judea. Si se decide por fin a ir es por su
amigo Lázaro; porque para Jesús es más importante su amigo que la propia vida.
Es la muestra del supremo amor. Sin embargo tardó dos días en ponerse en
camino. No es que quiera esperar dos días para que el milagro sea más
espectacular y manifestar mejor su poder. Sería sádico y no explicaría luego su
sincero llanto. Algo le retendría. Hay quienes dicen que el mismo Jesús podría
estar enfermo. También dicen que la
expresión “dos días” es una expresión simbólica de espera, ya que el “tercer
día” es una expresión para significar vida y felicidad. Por eso es la expresión
de espera en la resurrección. La humanidad de Jesús queda resaltada por la
emoción que siente al ver a Marta y María llorar y cómo Él llora por el amigo.
Pero el evangelio quiere que veamos también a
Jesús como Dios, como dueño de la vida y de la muerte. El evangelio no niega la
muerte, sino que afirma que la muerte no es el límite final de la realidad
humana. Jesús va llevando a los presentes a la fe, de modo que sepan que quien
tiene esta fe ya posee la vida, que se manifestará plenamente en la
resurrección final. Marta representa lo máximo que un creyente judío podía
llegar a creer: la fe en una resurrección al final de los tiempos. Pero Jesús
hoy declara solemnemente en público que El es la resurrección y la vida, que
los muertos revivirán en El por la fe, y que los vivos que creen en El no
morirán para siempre. Marta recibe esa fe y se la comunica a su hermana.
Jesús no habla de futuro. El que cree tiene
ya la vida eterna, aunque tenga que pasar aún por el morir temporal a esta
vida, que no es la vida definitiva. El que cree en Jesús tiene ya una parte de
estos dones preparados para el fin de los tiempos. Como una rúbrica a esta doctrina,
haciendo un acto grandioso de amor por aquella familia, y buscando acrecentar
la fe de los apóstoles en su persona, como enviado de Dios, realiza el milagro
maravilloso. Primero se pone en oración con su Padre celestial. No pide, sino
que da gracias porque siempre le escucha y porque tiene esta oportunidad de
hacer crecer la fe de muchos que le rodean. El estar muerto de cuatro días es
como decir que estaba bien muerto, pues para los judíos era necesario que
pasasen tres días para decir que estaba completamente muerto.
No todos los que vieron el milagro creyeron
en Jesús. Algunos se fueron a comunicarlo a sus enemigos, que desde este
momento deciden matarle. Esto nos debe hacer pensar mucho, porque no basta con
escuchar las cosas de Dios. La fe en Jesús está unida con el amor y con el
dejar que el Espíritu Santo haga florecer en nuestro corazón la fe que es vida,
si es unión con Dios.
Este milagro es el anuncio de la verdadera
resurrección, que no consiste en una prolongación de esta vida terrena, sino en
la transformación de nuestra persona. Necesitamos morir al pecado para
resucitar a la vida de la gracia. Cuando en la Confesión se nos da la
absolución, es como si Jesús dijera: “Lázaro, sal afuera”.
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