sábado, 29 de abril de 2017

3ª semana de Pascua. Domingo A-2017: Lc 24, 13-35


El tiempo de Pascua es de alegría porque Jesús resucitó. Esta es la gran verdad central de nuestra fe. Por eso los apóstoles lo predicaban con entusiasmo a todos. Así nos presenta hoy la primera lectura a san Pedro hablando el día de Pentecostés. Pero también el evangelio de este tiempo da fe en la resurrección por las apariciones que los discípulos tenían de Jesús resucitado. Son experiencias espirituales, muy difíciles de expresar, pero que quienes las tienen se dan cuenta con toda certeza de que Jesús vive, que ha resucitado y que todo lo que sufrió tiene un final feliz.
En este día la Iglesia nos recuerda la aparición a dos discípulos que iban aquella tarde del domingo a su aldea de Emaús. Iban tristes, muy desesperanzados. Habían puesto toda la ilusión en Jesús y ahora veían que todo se había terminado. Amaban a Jesús; pero su amor y su esperanza eran demasiado materialistas. Habían puesto su esperanza en un mesianismo solo material. Por eso dice el evangelista que sus ojos estaban cerrados cuando se acerca Jesús y se pone a caminar junto a ellos. Jesús ve el amor y quiere corregirles en sus ideas falsas sobre el Mesías. Podemos decir que juega un poco con ellos, va apareciéndose poco a poco. Primero es un caminante algo entrometido, luego se hace un caminante interesante, porque comienza a explicarles las Escrituras. Jesús nunca nos abandona, si por lo menos tenemos amor. A los dos discípulos les agrada hablar sobre Jesús con aquel caminante.
A muchos de nosotros nos puede pasar como a aquellos dos: tenemos sobre Jesús, y en general sobre todo lo de la religión, unos conceptos demasiado materiales. Pensamos en la religión para éxitos o ventajas materiales, o para ganar prestigio social o quizá para conseguir consuelos y regalos espirituales. Y cuando vemos que la religión verdadera está sobre todo en la cruz de cada día y en el servicio a los demás, nos echamos para atrás y volvemos al mundo viejo con costumbres mundanas.
A veces perdemos la poca esperanza que teníamos, por cualquier dificultad. Y no nos damos cuenta que Jesús camina con nosotros. Aunque no le reconozcamos, El va siempre con nosotros. Y nos escucha. Por eso es tan importante ponerse al habla con Jesús. El está junto a nosotros, porque es hombre-Dios resucitado, está en los pobres, está en la Iglesia, está sobre todo en la Eucaristía.
Aquellos dos discípulos, estimulados por la explicación que Jesús les había dado sobre la Escritura, quieren tenerle cerca y le invitan a que se quede con ellos para cenar. Entonces Jesús se hace plenamente reconocible en “el partir el pan”. La Iglesia siempre ha visto aquí como un esquema o símbolo de la Eucaristía. Primero asisten a la explicación de la Palabra de Dios y luego a compartir el pan con el mismo Jesús. Primeramente les había ido explicando cómo es necesario que el Mesías pasase por la cruz para luego llegar a la resurrección. Jesús con paciencia les devuelve la fe y la esperanza, y ellos recuperan la alegría y el amor.

Jesús camina con nosotros en nuestros quehaceres de cada día; pero de una manera especial está en la Misa. La misa tiene dos partes principales: Primeramente la explicación de la Palabra de Dios. Puede ser que esa misma explicación nos guste más o nos guste menos; pero Cristo está ahí presente iluminando nuestro corazón. Por eso debemos abrir nuestro corazón a esa presencia de Jesús por medio de la Palabra de Dios. Y luego viene la Eucaristía, donde “damos gracias a Dios” por la presencia real de Jesús entre nosotros. Jesús quiere compartir su propio cuerpo y sangre. Es un solo acto de culto con dos partes. Y como en esta vida no es todo recoger frutos gloriosos, sino que hay que sembrar, compartir, trabajar y servir, debemos hacer como los dos de Emaús: Si sentimos que Jesús verdaderamente ha resucitado en nuestra vida, debemos compartirlo con los demás. Nuestra vida para los otros debe ser una vida donde se manifieste Jesús resucitado.

martes, 25 de abril de 2017

25 de Abril. San Marcos evangelista: Mc 16, 15-20


Su nombre era Juan Marcos, según la costumbre en algunos ambientes de ponerles dos nombres, uno judío, Juan, y otro romano, Marcos. Parece que su madre era María, donde se hospedaban los apóstoles en Jerusalén y donde fue san Pedro al salir de la cárcel: “a la casa de María”. El padre de Marcos, que debía haber sido sacerdote del templo, parece que había muerto, pues no se le nombra.
Ese sería el lugar del cenáculo y de la venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés. Parece ser que la familia tenía una casita cerca de Getsemaní, donde habría ido el joven Marcos a pasar la noche el jueves santo. Con el ruido habría salido envuelto en una sábana y habría tenido que huir desnudo. Por algo lo cuenta él mismo.
Todo eso no es cierto; pero lo cierto es que haciéndose algo mayor, fue bautizado por san Pedro en su misma casa. Por eso en la primera lectura de hoy san Pedro llama hijo a Marcos. Éste, creyéndose ya fuerte en la fe, decidió acompañar a su primo Bernabé en el apostolado, quien llevaba como compañero al mismo san Pablo.
Marcos, que todavía era débil, quizá en lo corporal y en lo espiritual, tuvo miedo a las dificultades de la misión y prefirió volverse con su madre. Cuando más tarde se arrepintió y quiso volver con Pablo y Bernabé, san Pablo, que era fuerte de temperamento, no le quiso admitir, y san Bernabé que confiaba en el arrepentimiento y la valía de su primo Marcos, decidió ir con él a otra misión diferente.
No duró mucho esa misión, pues pronto se hace acompañante de su padre espiritual, que era san Pedro, y va con él a Roma y es como su secretario, de modo que, como nos dice la tradición, personas importantes cristianas le impulsaron a Marcos a que escribiese lo que predicaba Pedro, de modo que, como dicen muchos, el evangelio de Marcos es como el escrito resumido de la predicación de san Pedro.
Con esto nos enseña san Marcos que el mérito de la fe no está sólo en las grandes figuras o principales predicadores, sino también e igualmente en aquellos que con su ayuda servicial de segundo plano hacen que el Evangelio pueda extenderse por todos los diferentes ambientes que puede haber en el mundo.
El evangelio de este día está tomado de las últimas palabras con las que se termina el evangelio de Marcos. Jesús se aparece a los once apóstoles, quizá sea la última vez, y les envía a predicar por todo el mundo. Con ello muestra el sentido universalista de la Buena Nueva de Jesús. Es un envío, no sólo determinado para aquellos once, sino para todos sus sucesores y en parte para todos los creyentes. La primera razón es porque es un mandato para ir por todo el mundo y aquellos once no lo pueden concluir.
El Evangelio de Jesús es de salvación. Para conseguirlo es necesario el creer y el bautizarse. Es decir que nos tenemos que entregar a él en cuerpo y en alma. Creer significa una entrega total. Y si hay verdadera fe, se verán unos signos prodigiosos.
Jesús promete unos signos especiales a los predicadores. Es verdad que mucho de ello es simbólico; pero también es verdad que se dieron y se dan muchas veces. Al principio parece que bastante más, pues era necesario comenzar con buenos cimientos. Pero signos externos extraordinarios siguen dándose con cierta frecuencia.
Dios manifestaba ya su presencia salvífica con Moisés y los profetas. Mucho más con Jesucristo. Ahora Él lo promete a la Iglesia. Cuando se realizan por medio de una persona viva o muerta, es una señal de que Dios está presente allí. El mayor milagro es el amor. Con el amor se trasforman los corazones.

San Marcos comienza el evangelio diciendo que no es “su evangelio” sino el evangelio de Jesús, que es el Mesías e Hijo de Dios. San Marcos es el trasmisor. Le pidamos que nosotros seamos también trasmisores del amor de Dios. Para ello primero debemos empaparnos de ese amor y de su doctrina. Después hacer que nuestra vida sea como un evangelio viviente en las manos del Señor.

miércoles, 19 de abril de 2017

¿Porqué no uno de vosotros?

Hace unos años un artículo de la Revista Vida Nueva del 14/3/98, el año de mi ordenación sacerdotal nos hablaba de que el número de fallecimientos de los curas doblaban al número de los seminaristas que se ordenaban cada año. Ese año el lema de la jornada vocacional fue: "Hombres del Espíritu"Este año 2017 el lema presentado para las vocaciones ha sido: “Cerca de Dios y de los hermanos”, con el que se pretende señalar la necesidad que nuestra sociedad tiene de los sacerdotes como “guías del espíritu” y cercanos a los hombres.
La Comisión Episcopal de seminarios afirma que los sacerdotes están llamados a ayudar a las personas de una manera especial en la dimensión profunda de la vida y en la relación con Dios. La necesidad de estos guías del espíritu es palpable.
La falta de vocaciones y un aparente descenso del espíritu misionero de los sacerdotes está llevando a muchas diócesis a tener problemas para encontrar personas que sustituyan a los sacerdotes mayores que trabajan actualmente en las diócesis y en las misiones. Perder el espíritu diocesano y misionero significa perder el sentido de universalidad que ha caracterizado a la Iglesia.
Antes, las familias jugaban un papel fundamental y decisivo en la vocación del hijo, hoy ya no es así, sino que el factor terminante son las comunidades y los grupos eclesiales donde se insertan los jóvenes. Por otro lado, cada vez son más las vocaciones maduras  que llegan al seminario, después de haber acabado una carrera universitaria, cultivadas en un medio urbano y universitario. Este fenómeno coincide a su vez con el acceso al matrimonio cada vez más tardío. “Estamos ante una característica generacional”.
A nivel de nuestra diócesis el problema vocacional es URGENTE, aunque todavía haya curas.  Es obvio reconocer que la media de edad es muy alta y que de aquí a unos años el problema se va a agudizar. Nuestra diócesis definida por mí es como un enfermo en fase terminal al que le quedan unos pocos años de vida si no se encuentra un tratamiento para la sequia vocacional. El Seminario asumió la pastoral vocacional y el equipo de formadores trató de invitar a aquellos jóvenes que sentían una posible llamada al sacerdocio. Es fundamental la involucración por parte de los curas diocesanos en una búsqueda conjunta por fomentar las vocaciones desde la espiritualidad sacerdotal y diocesana. En el ámbito parroquial sería necesario incrementar este aspecto y hacer la invitación a los adolescentes y los jóvenes para que durante su proceso de formación cristiana vayan o participen de alguna manera en encuentros que les ayude a hacer un discernimiento vocacional. Dios siempre ha seguido llamando y aunque no es fácil dar el paso, menos aún sino animamos a que los hijos puedan hablar y discernir esa llamada a través del testimonio de otros que ya fueron llamados y respondieron.


¡TÚ PUEDES SER UNO DE ELLOS!

domingo, 16 de abril de 2017

Domingo de Resurrección-2017: Jn 20, 1-9

                           

 Evangelio significa Buena Noticia. Hoy se nos da la mejor de las noticias: Cristo ha resucitado. Si Cristo no hubiera resucitado nuestra fe sería vana, descansaría en el vacío y en la muerte. Pero Cristo resucitó y nuestra fe se acrecienta en la esperanza de que nosotros también un día podemos resucitar y entrar en la vida definitiva. Proclamar la Resurrección es anunciar que la muerte está vencida, que la muerte no es el final.
Nadie fue testigo del momento de la resurrección del Señor, porque no fue un hecho físico y sensible como el de levantarse del sepulcro para vivir la vida de antes. Fue un hecho estrictamente sobrenatural. Los apóstoles no vieron el hecho transformante, pero fueron testigos de los efectos: Vieron a Jesús, le palparon, y este acontecimiento les trasformó totalmente la vida. Hay personas que quizá piensen que la resurrección de Jesús fue como un revivir, como fue lo de Lázaro, la hija de Jairo o el joven de Naín. En ese caso después tendría que volver a morir. Lo que sucedió a Jesús fue un paso adelante hacia otra vida superior, hacia una vida para siempre, una vida que será para nosotros.
Hoy lo primero que se nos pide es un acto de fe: creemos que Cristo resucitó, que vive entre nosotros. Cristo resucitó y por lo tanto vive para nosotros y en nosotros. La Resurrección del Señor no es un acto que pasó. Es actual, porque vive y lo debemos sentir que está con nosotros. La Resurrección nos revela que Dios no nos abandona, sino que está con nosotros en nuestro caminar de la vida. Por eso es un día de acción de gracias y de alegría. La alegría es un fruto del Espíritu Santo. No debemos ahogarla aunque hayamos sufrido con Cristo clavado en la cruz el Viernes Santo. Precisamente a aquellos que más unidos estuvieron con el dolor de Jesús en su muerte, en el día de su resurrección Jesús les quiere dar una mayor alegría. Sentir la alegría de Cristo resucitado sería una gracia que debemos pedir a Dios vivamente en este día.
El evangelio de este domingo nos cuenta cómo María Magdalena, al ver el sepulcro vacío, va a contárselo a los apóstoles. Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, marchan a toda prisa al sepulcro. Los dos ven lo mismo: que el cuerpo del Maestro no está, que las vendas y ropa están bien colocadas, cosa que no harían unos ladrones, y el que más ama cree. La fe verdadera es una mezcla de razones y de amor. En este día se nos dan razones para creer, sobre todo por el testimonio de los apóstoles y otras personas, que sintieron transformada su vida y con su predicación comenzaron a transformar al mundo. Así nuestra vida de cristianos tiene que ser también un testimonio de que Cristo vive entre nosotros. Y esto será verdad, si nuestra vida es una vida de seres resucitados o vivificados por el impulso de Jesucristo.
Como al discípulo amado también nuestro amor debe llevarnos a la fe. La alegría de la Pascua madura sólo en el terreno de un amor fiel. También nuestro apostolado será más eficaz, si vivimos como personas resucitadas con Cristo.  Hoy san Pablo nos dice en la segunda lectura que, si hemos resucitado con Cristo, debemos aspirar a los bienes de arriba. Es lo mismo que cuando pedimos que “venga su Reino”.
Cuando comenzaron a predicar los apóstoles, como se dice en la primera lectura, el principal mensaje era la Resurrección de Jesús: que El vive. Por eso se enciende el cirio pascual en la liturgia: para recordarnos que Cristo está vivo entre nosotros. En verdad, como decía san Pablo, si Cristo no hubiera resucitado seríamos “los más miserables de los hombres”.

Es el día de avivar el compromiso bautismal para estar más unidos a Cristo, como se hacía anoche en la Vigilia. Hoy saludamos con alegría a la Virgen María, que fue la que más se alegró en ese día. Y la pedimos que nos ayude a que vivamos en nuestro corazón el misterio de esta alegría, para que podamos dar testimonio en nuestro trabajo de cada día del amor y la esperanza que Cristo resucitado nos da en nuestro caminar.

miércoles, 12 de abril de 2017

Domingo de Ramos. Ciclo A: Mt 21, 1-11. Misa: Mt 26,14 – 27,66


La liturgia de este día tiene dos partes bien diferenciadas. La primera es la bendición y procesión de ramos y la segunda, que es la Eucaristía, tiene como tono especial la lectura de la Pasión de Jesús. La ceremonia en torno a los ramos nos recuerda el triunfo de Jesús, que es como un anuncio del triunfo final de la resurrección. Para llegar a ese triunfo final, Jesús pasará por la Pasión y muerte en cruz. Es como una consecuencia de todo su obrar en la vida; pero al final, por medio de la resurrección, Dios toma posición en su favor e iluminará todo el dolor y la cruz.
La ciudad de Jerusalén estaba ya envuelta en aires de fiesta: se acercaba la Pascua y multitudes de gentes de la nación y de otros lugares iban llegando. Estas reuniones pascuales acrecentaban las expectativas sobre el Mesías, aunque para casi todos eran expectativas de libertad material, ya que se sentían oprimidos por el poder de los romanos. Para algunos discípulos, especialmente para Judas, podía ser la ocasión de la coronación de Jesús-rey en Jerusalén como descendiente del rey David. Quizá Jesús se dejó llevar al principio por el entusiasmo de otros, entendiendo que era la ocasión para manifestar con más vigor el advenimiento del verdadero Reino de Dios. Y montado en un asno, triunfante y sencillo a la vez, se dejó llevar hacia la capital, al tiempo que la gente daba vítores de alabanza a Dios.
La liturgia no es sólo un recuerdo. Nosotros con la procesión de los ramos en verdad acompañamos a Cristo que entra triunfante en nuestras iglesias. Y como aquel día, Jesús contempla a los que están allí y a los que están lejos de la procesión. Allí veía en primer lugar un pueblo bueno, peregrinos que salen a su encuentro, deseosos del bien y de la paz, gente que aclama al Señor. Así hay muchas personas buenas que van a la procesión y con los ramos quieren simbolizar sus deseos de paz y de acoger a Jesús en sus vidas. Pero Jesús veía a otros, que estaban allí por intereses mezquinos. Sigue viendo hoy a muchos cristianos, que quizá van a la procesión por costumbre, porque parece bien, pero viven en pecado y lo peor es que no piensan salir del pecado. Otros ni siquiera iban a aquella procesión y con envidia lo criticaban y esperaban a Jesús para acabar con El. Hoy también sigue habiendo muchos que tergiversan su mensaje, que hacen maquinaciones hipócritas contra la religión, o que quieren dominar la religión con dinero, como los jefes del templo en tiempos de Jesús.
En la Eucaristía de este día se lee la Pasión de Jesús. En este año según san Mateo. Este evangelista, que escribe especialmente para los judíos, pretende sobre todo demostrar que Jesús es el verdadero Mesías anunciado por las Escrituras. Un  ejemplo es la profecía de que sería vendido por treinta monedas, el valor de un esclavo. Entre los protagonistas, por la parte negativa, está Judas. Jesús no es que buscó la muerte, sino que la aceptó. Y uno de los mayores culpables fue Judas. Quizá por su deseo de grandeza se siente fracasado y desilusionado con Jesús, y quiere hacer daño a quien le ha hecho fracasar. Siempre estaba dispuesto a criticar y le supo mal que el Maestro le delatase delante de todos, cuando lo de María, la hermana de Lázaro y el ungüento. Además era ladrón y se dejó llevar por la avaricia. No ha comprendido a Jesús. Esto nos puede hacer mucho que pensar porque un pequeño vicio, si no lo atajamos a tiempo, nos puede llevar al abismo de un gran vicio y aun de todas las maldades.
Otro de los culpables fue Pilatos. Es el hombre que quiere dejar contentos a todos. Y esto es muy difícil o imposible. En realidad sólo le interesaba su cargo y su prestigio. Hoy hay muchos pilatos. Hay muchos que por no querer renunciar a su vida dominada por el materialismo, se tragan todas las leyes morales. En estos días Jesús quiere triunfar en nuestro corazón. La Pasión nos enseña que la vida es un camino hacia la cruz a partir de una vida de entrega a Dios y a los hermanos.


VIERNES. A- SANTO-2017


Muchos son los recuerdos y las vivencias de nuestra fe en este día. Hoy recorremos los momentos en que Jesús pasa la noche encerrado en la cárcel del Sanedrín, es llevado donde Pilato, luego donde Herodes, de vuelta a Pilato, donde es flagelado y coronado de espinas, es presentado por Pilato diciendo “Ecce homo”, este es el hombre. Es la dificultad para mantenerse firme ante el miedo y la amenaza de lo que está por venir.
Con todo ese peso sobre sus espaldas caería varias veces, y quizá ante la vista de su propia madre, acrecentando con ello el dolor de los dos. En el Calvario es crucificado y levantada la cruz a lo alto. Allí estaba su madre, que recibe el encargo de velar por san Juan y por todos nosotros. Un cuidado que se convertiría en común unión entre ellos y la comunidad de discípulos que reconocieron a la Vida siempre en medio de ellos.
En la cruz muere Jesús, perdonando. Hoy nos dice a cada uno: “Te perdono, pero no vuelvas a pecar”. Después bajan su cuerpo y lo ponen a los pies de María.
     Ante este recorrido del Viernes santo de nuestra parte deben partir hacia Jesús dos grandes sentimientos: la gratitud y el pedir perdón. En Cristo se hace justicia del pecado a precio de su sacrificio, de su obediencia hasta la muerte. Se hace también justicia de la muerte, que desde los comienzos de la historia del hombre se había aliado con el pecado. Por eso un sentimiento de gratitud porque Dios se ha compadecido de nosotros.
Al mismo tiempo es el amor que sale al encuentro de lo que constituye raíz misma del mal en la historia del hombre: al encuentro del pecado y de la muerte.
Al mismo tiempo le pedimos perdón con un propósito sincero de hacer lo que podamos para que reine en nuestro corazón y en el mundo entero. Jesús muere perdonando y prometiendo un paraíso a quien tiene un poco de consideración por ese amor que se desvela desde lo alto de la cruz.
La cruz es la inclinación más profunda de la Divinidad hacia el hombre y todo lo que el hombre llama su infeliz destino. Es como un toque del amor eterno sobre las heridas más dolorosas de la existencia terrena del hombre, es el cumplimiento hasta el final del programa mesiánico que Cristo pronunció en la sinagoga de Nazaret y repitió una vez más ante los enviados de Juan Bautista.
La Cruz de Cristo nos hace comprender las raíces más profundas del mal que ahondan en el pecado y en la muerte; y asi la cruz se convierte en un signo de esperanza, en la renovación definitiva del mundo, el amor vencerá en todos los elegidos las fuentes más profundas del mal, dando como fruto  el reino de la vida, de la santidad y de la inmortalidad.
 Al ir recordando hoy la pasión de Jesús y especialmente su camino hacia el Calvario, consideramos los diferentes personajes que actúan; pero que en alguno podemos estar identificados. No queremos vernos en Judas, el traidor; pero temamos, con temor de Dios, porque por un vicio pequeño podemos caer en uno grande. Siniestros son también los jefes espirituales de aquel pueblo que, en vez de llevar al pueblo hacia Dios, buscan ser servidores de sí mismos, llenos de envidia y de odio hacia Jesús. Siniestros son Herodes, que se ríe de Jesús, y Pilato que, por cobardía y temor a perder su puesto, manda a Jesús a la cruz. Débiles los soldados que cumplen con su deber, aunque con saña, “no saben lo que hacen”. Y débiles la mayoría de los apóstoles que huyeron, por un tiempo, desconcertados.
Y entre los buenos: el cireneo. Ojalá nosotros seamos cirineos de muchas personas. Y buena la Verónica que con valentía limpia el rostro de Jesús. Y buenas otras mujeres que, ya que no pueden hacer otra cosa, lloran por Jesús. Bueno san Pedro cuando, después de la caída, llora amargamente su pecado. Bueno Nicodemo que ahora ya no se oculta, sino que manifiesta ser seguidor de Jesús. Y más bueno José de Arimatea, que se preocupa de todo lo concerniente al entierro: pedir el cuerpo, bajarle de la cruz y ofrecer su propio sepulcro. Y muy buenas las mujeres y san Juan que acompañan a la Virgen. Y buenísima la Virgen María, la Madre, “al pie de la cruz”. ¿Dónde nos colocaríamos nosotros en todo este catálogo?
     Hoy sigue Jesús condenado a muerte en tantos niños inocentes condenados antes de nacer, en tantos niños obligados a ir a la guerra, en tantos y en tantas personas que sufren por la maldad de otros seres humanos. Cuando besemos hoy la imagen de Jesucristo muerto en la cruz, que sea un beso de amor que salga del corazón, de amor particular de nosotros y de reparación por tantas personas que pasan de largo o peor si le injurian expresamente. Besemos con amor sus manos y sus pies gastados por tanto ayudar, y su pecho por tanto amar.

Seremos recompensados por un amor más grande de Jesucristo y por la promesa de participar gozosamente en su resurrección.

sábado, 1 de abril de 2017

5ª semana de Cuaresma. Domingo A- 2017: Jn 11, 1-45

                  
 Casi siempre en el evangelio de san Juan, y hoy muy claramente, se encuentra la relación del episodio histórico con frases, a veces de carácter simbólico, que son expresión de la catequesis que el evangelista quería ofrecer. A veces es un comentario del mismo evangelista y a veces, como hoy, son expresiones del mismo Jesús que nos habla de muerte y dormición, de resurrección y de vida actual y plena por medio de la fe. El evangelio de este día nos describe el último de los “signos” de Jesús. Es el más llamativo por tratarse de una resurrección espectacular y porque es como la gota que colma el vaso de iniquidad de sus enemigos que deciden matarle.
Una de las razones de san Juan al escribir todo el evangelio es enseñarnos cómo Jesús, además de hombre, es Dios. En primer lugar, como es verdadero hombre, nos debemos sentir atraídos por la grandeza de su amistad. Jesús ya estaba amenazado de muerte y por lo tanto parece que en sus planes no estaba el ir pronto a Judea. Si se decide por fin a ir es por su amigo Lázaro; porque para Jesús es más importante su amigo que la propia vida. Es la muestra del supremo amor. Sin embargo tardó dos días en ponerse en camino. No es que quiera esperar dos días para que el milagro sea más espectacular y manifestar mejor su poder. Sería sádico y no explicaría luego su sincero llanto. Algo le retendría. Hay quienes dicen que el mismo Jesús podría estar enfermo.  También dicen que la expresión “dos días” es una expresión simbólica de espera, ya que el “tercer día” es una expresión para significar vida y felicidad. Por eso es la expresión de espera en la resurrección. La humanidad de Jesús queda resaltada por la emoción que siente al ver a Marta y María llorar y cómo Él llora por el amigo.
Pero el evangelio quiere que veamos también a Jesús como Dios, como dueño de la vida y de la muerte. El evangelio no niega la muerte, sino que afirma que la muerte no es el límite final de la realidad humana. Jesús va llevando a los presentes a la fe, de modo que sepan que quien tiene esta fe ya posee la vida, que se manifestará plenamente en la resurrección final. Marta representa lo máximo que un creyente judío podía llegar a creer: la fe en una resurrección al final de los tiempos. Pero Jesús hoy declara solemnemente en público que El es la resurrección y la vida, que los muertos revivirán en El por la fe, y que los vivos que creen en El no morirán para siempre. Marta recibe esa fe y se la comunica a su hermana.
Jesús no habla de futuro. El que cree tiene ya la vida eterna, aunque tenga que pasar aún por el morir temporal a esta vida, que no es la vida definitiva. El que cree en Jesús tiene ya una parte de estos dones preparados para el fin de los tiempos. Como una rúbrica a esta doctrina, haciendo un acto grandioso de amor por aquella familia, y buscando acrecentar la fe de los apóstoles en su persona, como enviado de Dios, realiza el milagro maravilloso. Primero se pone en oración con su Padre celestial. No pide, sino que da gracias porque siempre le escucha y porque tiene esta oportunidad de hacer crecer la fe de muchos que le rodean. El estar muerto de cuatro días es como decir que estaba bien muerto, pues para los judíos era necesario que pasasen tres días para decir que estaba completamente muerto.
No todos los que vieron el milagro creyeron en Jesús. Algunos se fueron a comunicarlo a sus enemigos, que desde este momento deciden matarle. Esto nos debe hacer pensar mucho, porque no basta con escuchar las cosas de Dios. La fe en Jesús está unida con el amor y con el dejar que el Espíritu Santo haga florecer en nuestro corazón la fe que es vida, si es unión con Dios.

Este milagro es el anuncio de la verdadera resurrección, que no consiste en una prolongación de esta vida terrena, sino en la transformación de nuestra persona. Necesitamos morir al pecado para resucitar a la vida de la gracia. Cuando en la Confesión se nos da la absolución, es como si Jesús dijera: “Lázaro, sal afuera”.