martes, 28 de marzo de 2017

4ª semana de Cuaresma. Martes: Jn 5, 1-16

                                     
Era un día de fiesta en Jerusalén y Jesús, como muchos devotos, entraba en el templo para orar con el pueblo. Cerca de una puerta estaba una piscina, de la cual se servía el templo para sus labores de limpieza. Junto a la piscina había muchos enfermos, ya que aquellas aguas tenían a veces cualidades curativas. Dicen los entendidos que, al venir a veces el agua de golpe, se desprendían del conducto algunas sales que curaban en aquel momento a algún enfermo. El hecho es que allí estaba desde hacía 38 años un enfermo de parálisis que nunca podía llegar a tiempo al agitarse el agua. Seguramente sufriría no sólo por su enfermedad prolongada, sino hasta por las burlas de alguno curado allí mismo. Pero no perdía la esperanza. Llegó Jesús, hablaron, el enfermo contó su dolor y Jesús se compadeció hasta sanarle con el poder de su palabra, manifestando su infinita misericordia.
En esta narración hay mucho de simbolismo. En primer lugar sobre el agua. En la Biblia hay muchos pasajes donde se habla del agua como signo de vida. Hoy en la primera lectura se habla de una visión del profeta Ezequiel, quien ve torrentes de agua emanando desde el templo para inundar benéficamente aquellas tierras. Vienen del templo, lugar de la presencia del Señor, como un símbolo de la abundancia de gracias de los tiempos mesiánicos. Jesús mismo hablará de la abundancia del Espíritu que brotará de sus entrañas como ríos de agua viva para los que crean en El. Esa agua será santificadora en el bautismo, pero por la presencia activa del Espíritu Santo.
Aquel enfermo se sentía sólo. Cuando le dijo Jesús si quería sanarse, su deseo era que Jesús le ayudase a entrar en el agua. En el plano simbólico podemos ver a tantas personas que, en medio de este mundo tan agitado, se sienten solas. A veces aun en medio del trabajo, negocios y fiestas, muchos sienten la soledad, no porque no haya personas a su alrededor, sino porque no están cerca de su alma. Donde prevalece el egoísmo no puede haber cercanía de almas.
Gran parte de soledad se tiene porque no se siente que Dios está cerca de nosotros. De hecho está más que cerca, porque está dentro de nuestro ser. Debemos avivar nuestra amistad con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. En la vida encontramos muchos paralíticos del alma. Nosotros muchas veces estamos paralíticos o enfermos medio depresivos y buscamos soluciones de este mundo.
Claro, que cuando es una enfermedad, Dios quiere que vayamos al médico de la tierra; pero muchas veces tendríamos la paz y la alegría verdadera acudiendo al médico celestial que vive con nosotros. Dios quiere que nos levantemos de nuestros pecados, llevando la camilla de la propia penitencia por ellos. Es necesaria la mortificación de las pasiones y los vicios, si queremos ir por el camino del bien.
Y aquel hombre comenzó a andar con su camilla. Pero resulta que aquel día era sábado, en que, según los legistas de aquel pueblo, no se podía caminar cargando algo. Así que el curado tuvo su reprimenda. El evangelista una vez más recalca el conflicto entre los dirigentes judíos, que sólo buscan lo externo de la religión, y la libertad profética de Jesús, que se preocupa de la unión interna con Dios.
Jesús se encontró de nuevo con el hombre y le hizo reflexionar para que la sanación no se quedase sólo en el cuerpo, sino que llegase a una salvación total, en el espíritu. “No vuelvas a pecar”, le dijo Jesús, quien, como muchas veces hacía cuando hablaba con la gente sencilla, se acomodaba a su manera de pensar, para darles la fe y la vida del espíritu.

Ahora se acomoda al pensar de aquel hombre que siente que su enfermedad es efecto de algún pecado contra Dios. “Si vuelves a pecar, te sucederá algo peor”. Quizá aquel hombre sencillo entendió que le podría venir una peor enfermedad; pero el hecho es que si volvía a pecar, la muerte del alma era mucho peor que todas las enfermedades. Es la última recomendación que hoy se nos hace: Uno que ha conocido a Jesús y se aparta de El, es peor que uno que no ha podido conocerle.

sábado, 25 de marzo de 2017

Domingo, 26 de marzo de 2017; 4º de Cuaresma: Jn 9, 1-41

                    

Hoy se nos narra la curación por parte de Jesús de un ciego de nacimiento. Es una narración muy bien desarrollada por san Juan en forma de catequesis, para dar a su comunidad varias enseñanzas. Jesús había tenido una larga discusión con los fariseos, por algo que había dicho: “Yo soy la luz del mundo”. Ahora nos va a demostrar el evangelista de una manera gráfica, y como era frecuente en aquella cultura oriental, que Jesús es la luz, dando la luz del cuerpo y del alma a aquel ciego de nacimiento.
Hay una antagonismo en toda la narración: un hombre ciego que llega a la luz física y espiritual de la fe, mientras algunos que se creían ver bien espiritualmente se convierten en ciegos.
El relato comienza con un tema iluminador. Los discípulos, al ver al ciego, siguiendo las creencias populares, le preguntan a Jesús: “¿Quién pecó para que naciera ciego, él o sus padres?”.
 En muchas religiones siempre ha habido esta creencia, que, si hay un mal en la comunidad, alguno ha tenido que ofender a la divinidad, que les ha mandado este mal, y por lo tanto hay que descubrirlo o satisfacer a esa divinidad con sacrificios y ofrendas. Esto siguen creyéndolo hoy muchas personas que están dentro del cristianismo. Pero Jesús rechaza esa creencia y declara que Dios, aquí no castiga a nadie. Este mundo es imperfecto (ya lo sabemos) y Dios no quiere influir con milagros ante las leyes imperfectas de la naturaleza y menos contra la libertad humana. Dios siempre es bueno y nos ayuda para que de todo lo que creemos malo podamos sacar bienes.
Jesús hace un pequeño rito de curación, lo de la saliva y el barro, para resaltar más la ceguera y despertar la esperanza de la curación. San Juan, que narra muy poquitos milagros de Jesús, cuando lo hace, es para dar alguna gran enseñanza. Aquí lo que interesa es sobre todo el proceso de la fe para enseñarnos mejor a conocer a Jesús, el Hijo de Dios. Y por eso va describiendo diversos pasos ascendientes que da el ciego en el conocimiento de Jesús. Cuando ya se siente curado, a Jesús le llama simplemente: un hombre. Después, cuando le preguntan los fariseos, dirá que Jesús tiene que ser un profeta. Después valientemente, en la discusión con ellos, les dice que no puede ser pecador sino “venido de Dios”. Finalmente, ante la presencia de Jesús, se postra ante El y declara que es el Mesías.
Sin embargo los fariseos van avanzando en la ceguera. Se creen que lo saben todo en cuestión de religión; pero, debiendo ver la evidencia del milagro, se van encerrando en la oscuridad de su corazón para no aceptar a Jesús como enviado de Dios. No quieren perder sus privilegios sociales y merecen el juicio condenatorio de Jesús. En verdad que “no hay peor ciego que el que no quiere ver”. Esto es un toque de atención para nosotros. En cada uno de nosotros hay parte de luz y parte de oscuridad. La virtud es reconocer que no tenemos la completa luz y dejarnos abrir a la luz de Cristo. Para ello hacen falta la humildad y el reconocimiento de la realidad. Los que se creen que lo ven todo claro, que ni dudan ni preguntan, se cierran en la oscuridad.

Este evangelio de hoy ha sido importante durante muchos siglos como base para la preparación del bautismo, especialmente por lo del agua, el lavado y la luz. Una condición indispensable para recibir el bautismo, si uno es adulto, y poder recibir el perdón, es el reconocimiento del propio pecado. Así el ciego del evangelio, después de ser curado, ante todos reconocía que había sido ciego. El cristiano que ya tiene la luz de la fe debe hacer como aquel que había sido ciego: ser valiente en defender a Jesucristo, no avergonzarse de su bienhechor, reconocer que sin él no hubiéramos visto. Y no ser como sus padres que temían a los fariseos y no querían ser testigos de la verdad que se había producido por el gran amor de Jesús. 

domingo, 19 de marzo de 2017

Domingo, 27 de Marzo de 2017; 3º de Cuaresma: Jn 4, 5-42

                
Hoy nos trae la Iglesia el encuentro de Jesús con la mujer samaritana. Jesús había salido de Judea y quería ir a Galilea. Había dos caminos; uno más largo dando un rodeo por el Jordán y otro pasando por las montañas de Samaría. Los samaritanos no se trataban bien con los judíos; pero el camino era más corto y más agradable en tiempo de calor. Por eso, cuando llegó a la ciudad de Sicar, Jesús estaba cansado y tenía sed. Los discípulos se fueron a la ciudad; pero El se quedó a las afueras junto a un pozo. Esto nos indica cómo Jesús era perfectamente humano y sentía los inconvenientes de un camino caluroso. Llega una mujer y Jesús va a comenzar un diálogo, que será causa de vida y gracia para aquella mujer. Esto era raro y era un saltarse los prejuicios sociales, ya que estaba mal visto que un judío hablase en lugar público con una mujer y más si era desconocida y más si era samaritana.
Jesús no se presenta como un maestro que todo lo sabe, sino como uno que tiene una necesidad: tiene sed. Era verdad, pero además es una buena manera de poder comenzar una conversación. La mujer se extraña de que le hable un judío, y Jesús salta la conversación de lo material a lo espiritual. Comienza pidiendo, pero ofrece mucho más. Ha pedido un poco de agua del pozo, pero ofrece un agua que salta hasta la vida eterna. La mujer no lo ha entendido, pero formula una petición: “Dame de esa agua”. A Sta. Teresa, que era muy devota de esta escena, le gustaba mucho hacer esta oración, “dame de esa agua”, porque en esa agua que promete Jesús veía las principales gracias: la paz, la alegría, la plenitud, hasta la contemplación infusa. Son los mismos sentimientos que tendría en la cruz: sed material y espiritual.
Después que Jesús le descubre a la mujer cosas íntimas de su vida, no muy edificante, comienza la clase de religión. La mujer tiene una idea de religión estrictamente cultual. Los samaritanos tienen otro templo diferente del de Jerusalén. Para ella saber en qué sitio se debe adorar a Dios es como saber cuál es la verdadera religión. Pero Jesús da una respuesta revolucionaria: El culto es relativo. Lo importante es adorar a Dios en espíritu y verdad. Para Jesús no tiene gran sentido si el culto se hace en un sitio o en otro. El culto principal será la relación que uno tenga con Dios como un hijo con su padre. Y también el culto agradable a Dios será la fraternidad, una vida dedicada a los demás; porque el Dios que viene a nuestro encuentro no es el que juzga y condena, sino sobre todo el que sana, perdona, levanta, el que, mediante el amor, suprime barreras, para que reine el amor entre todos los pueblos.
Hay un proceso de conocimiento por parte de la mujer hacia Jesús, que se expresa en palabras. Para ella Jesús al principio es un judío, luego un señor, después un profeta, y terminará diciendo a los samaritanos que es el Mesías. Estos, cuando después conversan con Jesús, terminarán diciendo que es “el Salvador del mundo”.
Los samaritanos van al encuentro de Jesús, porque la mujer, que se ha convertido en apóstol, ha ido a llamarles. A los apóstoles, que extrañados le han visto con la mujer, les dirá que es como un campo que, regado con el agua viva, ha fructificado y está pronto para recogerse el fruto. En la Iglesia hay grandes frutos. Nosotros también podemos fructificar. Dejémonos regar del agua viva que Jesús tiene especialmente en la Eucaristía. Ahí está el mismo Jesús que quiere derramar su Espíritu en nosotros.

Una idea final puede ser que, si sabemos ser humildes, puede haber un hermoso diálogo interreligioso. Hoy día, por causa de las migraciones especialmente, las sociedades religiosas están más mezcladas socialmente. Cuanto más conozcamos a Jesús y le amemos, más sentiremos el deseo de que otros le conozcan; pero pensemos que lo principal es el amor. A veces la Iglesia ha estado demasiado atada a cosas y poderes materiales. Jesús no enjuicia ni regaña, sino que ofrece el don del Padre celestial: el espíritu de amor y verdad.

viernes, 10 de marzo de 2017

1ª semana de Cuaresma. Viernes- 2017: Mt 5, 20-26

                     
En la Cuaresma se nos van presentando temas concretos para perfeccionar nuestra manera de vivir y poder imitar más la santidad de Jesucristo. Hoy nos habla el evangelio sobre lo que pensaba Jesús sobre el mandamiento de la ley de Dios, que dice: “No matarás”.
 Estamos en el sermón de la montaña donde Jesús va haciendo una contraposición con lo que pensaban los fariseos, o más bien los maestros de la ley. Éstos basaban la perfección en el cumplimiento externo de la Ley, expuesta principalmente en los 5 primeros libros de la Biblia. Ahora Jesús comienza a explicar algunos mandamientos de la ley de Dios y comienza con el “no matarás”.
Jesús da un total giro hacia el interior de las personas. Proclama que lo más importante es el amor. Claro que el amor se demuestra con el cumplimiento de los mandamientos; pero hay muchas tonalidades en dicho cumplimiento.
Acababa de decir Jesús que él no ha venido para abolir la ley, sino para darla plenitud. Esto lo decía sobre todo, porque, como insistía tanto en el amor y en el cumplimiento interior, a algunos les parecía que despreciaba las leyes externas, que para los judíos eran sagradas. Jesús nos dice que no se trata de despreciar las leyes antiguas, que sabemos cumplía, sino darlas vida, de modo que no nos contentemos con el cumplimiento externo sino que pongamos el corazón en ello.
Es necesario por tanto mirar al espíritu de la ley. Por eso proclama Jesús que quien quiera ser discípulo suyo debe ser mejor que los escribas y fariseos para poder entrar en el Reino de los cielos, ya que ellos se fijan sólo en la parte exterior de la ley. Jesús nos dice: “Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos”. Quiere decir que, quedándose sólo con la parte externa del mandamiento, la justicia o santidad es muy pequeña.
Comenzando a reflexionar sobre algunos mandamientos, lo proclama primero según lo había oído la gente, siempre en forma negativa, es decir, proponiendo lo que no hay que hacer. A lo cual Jesús replica: “Pero yo os digo”. Se necesita mucha autoridad para contradecir a los que se creían sabios y custodios de la Ley.
Comienza con el mandamiento que dice:”no matarás”. Los que comentaban la palabra de Dios, de forma externa y según suena, se quedaban en lo externo. Por lo tanto veían que estaba prohibido el homicidio. Pero Jesús explica que hay muchas formas de matar. Y especialmente matar con el corazón. Y lo que se produce en el corazón suele salir por la boca. Por lo tanto hay insultos que son grandes pecados porque son expresión de una muerte que uno ha decretado en su corazón.
De ahí que es pecado todo enfado, cuando encierra un desprecio o una enemistad. De tal manera que es más importante ponerse en amistad con esa persona que ofrecer o asistir a un acto de culto a Dios. Esto porque un verdadero acto de culto a Dios no es tal si se realiza envuelto en un odio al hermano. Jesús diría en varias ocasiones, recordando a los profetas: “Prefiero la misericordia al sacrificio”.
Así que la explicación positiva del mandamiento es querer acercarnos a la misma santidad de Dios. Hoy en la primera lectura, que es del profeta Ezequiel, dice que Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta de su conducta y viva. Pero Dios nos ha dado la libertad para que podamos cooperar con los planes de Dios. Por eso, a pesar de la voluntad salvífica de Dios, le podemos ser infieles y rechazar su gracia.

Los mandamientos de Dios estaban redactados de forma negativa: se acentuaba lo que no se debía hacer. Pero Jesús nos viene a enseñar el aspecto positivo: Todo debe realizarse por medio del amor. Quienes se fijan en este aspecto positivo, poniendo mucho amor en cada ley de Dios, no sólo cumplen el mandamiento de una manera justa, sino que van ascendiendo en la unión con el Señor.

miércoles, 8 de marzo de 2017

1ª semana de Cuaresma. Miércoles-2017: Lc 11, 29-32



Estamos a una semana de comenzada la Cuaresma y la Iglesia hoy acentúa algo que ya va exponiendo desde el principio: necesitamos “convertirnos”, no sólo en un momento, sino cada vez más para acercarnos plenamente a Cristo. Hoy se nos propone, como un ejemplo de conversión, el de los ninivitas. Jesús lo recordó, aunque en realidad más que una historia, dicen los entendidos, era como una parábola para dar una lección. Hoy esta lección es para nosotros, pues todos hemos pecado.
Convertirse no es sólo cambiar la actitud externa.  Debe comenzar por el cambio de mentalidad para que nuestra vida se acomode a la enseñanza del Evangelio. Hay muchos cristianos que viven una vida normal cumpliendo los actos externos de la religión, pero ni siquiera se han planteado cuál es la actitud que Jesús nos enseña para tener una vida como verdaderos discípulos suyos. Por eso necesitamos cambiar de manera de pensar para cambiar nuestra manera de ser y de vivir. Esto no es cuestión de un día. Necesitamos toda la vida; pero la Cuaresma es un tiempo propicio para ello.
Jesús desde el principio de su predicación comienza a hablar de “conversión”. Muchas personas, influenciadas por la actitud de los fariseos, sólo veían, como también hoy muchos, la parte externa de la religión. Por eso para tener fe, para confiar en Jesús o tenerle como el verdadero enviado de Dios, les parecía que Jesús debería hacer signos portentosos. No es raro encontrar hoy personas que piensan que si Dios hiciese algo verdaderamente portentoso, el mundo cambiaría y se convertiría. Algo portentoso como el poner su nombre en el cielo o hacer de repente de esta vida un paraíso. Es posible que haciendo algún signo terrible hubiera más temor; pero Dios quiere el amor. Dios puede aplastar; pero para que haya amor correspondido se necesita la respuesta confiada y libre. Convertirse es cambiar el corazón para amar de forma libre.
Una persona no puede llamarse convertida mientras permanezca en la soberbia y la ambición. Y esto puede pasar en el mismo apostolado. La historia de Jonás con los habitantes de Nínive nos da un mal ejemplo de cerrarse ante la misericordia de Dios. Jonás fue a predicar obligado por Dios. El aceptó y predicó la justicia de Dios; pero deseaba  el castigo de Dios, de modo que sirviera de escarmiento ante la maldad. Mas se encuentra con que sus palabras, dichas de parte de Dios, obtienen una sincera conversión. Y cuando hay conversión, Dios actúa con misericordia. Jonás no es capaz de aceptar ese gran signo de Dios que es la misericordia con el pecador arrepentido.
Jesús se queja ante su gente de que no han sabido reconocer en él al enviado por Dios. El no va a dar señales portentosas, sino las señales del amor y la misericordia, y sobre todo la señal de su muerte y resurrección. Jesús dijo que era “la señal de Jonás”. Desde la primitiva comunidad ya lo interpretaron, como lo dice más claramente san Mateo, por el tiempo que permaneció en el sepulcro para triunfar resucitando.
Este tiempo de cuaresma es preparación para la Pascua, de modo que el gran misterio de la muerte y resurrección de Jesús no es sólo para contemplarlo, sino para vivirlo profundamente en el corazón. Para ello debemos aprovechar este tiempo para conocer más y más a Jesucristo: su vida y su doctrina. Debemos abrir nuestra mente y corazón para que penetre dentro y lo podamos expresar con nuestro modo de vivir.

No sólo se nos invita a vivirlo como algo privado, sino a procurar que otros puedan conocer más a Jesucristo. En el apostolado tendremos la tentación de poner demasiado interés en lo externo, quizá hasta desearíamos que Dios hiciera un signo espectacular. Recordemos que Dios busca el cambio de mente y corazón. Eso se logra con la oración y con la penitencia, ya que todos hemos sido pecadores. Los milagros solos no hacen la conversión. También los fariseos veían los milagros. Por eso Jesús antes de los milagros pedía fe y confianza. La transformación del hombre y del mundo llegará cuando el corazón se abra a la verdad y al amor.

martes, 7 de marzo de 2017

1ª semana de Cuaresma. Martes-2017: Mt 6, 7-15.

1ª semana de Cuaresma. Martes: Mt 6, 7-15.

Entre las prácticas cuaresmales que nos indicaba el miércoles de ceniza estaba la oración. Jesús mismo nos enseña cómo debemos orar: cómo debe ser nuestra relación con Dios y sobre qué cosas debemos hablar con El. Lo primero que nos dice es que con Dios no es necesario hablar mucho, porque son más importantes los sentimientos.  Nos dice que no seamos como los paganos que tienen miedo a Dios y temen no ser atendidos; y por eso dicen muchas palabras como para forzarle. En la oración no se trata de informar a Dios sobre algo que no sabe ni de convencerle con argumentos de algo que no esté seguro en concederlo. Nos invita a la simplicidad. Lo importante es sentir la presencia de Dios, estando ante El. Para orar nos propone el “padrenuestro”:
“Padre”: Es el nombre de Dios para la comunidad cristiana. En el Ant. Testamento también se usaba, pero en sentido autoritario. Jesús usa la palabra hebrea “Abba”, que es la expresión amorosa de un niño al echarse en brazos de su padre. Jesús en su vida insistirá mucho sobre la bondad de Dios Padre “que hace salir el sol sobre todos”, etc. El “padre” va unido a “nuestro”, porque no es sólo una plegaria individual, aunque filial, sino que es una plegaria de la comunidad, es una plegaria fraternal. Por eso insistirá  tanto en el perdón. Ese Padre “está en el cielo”. Indica transcendencia e invisibilidad; pero no separación. Es como repetir de nuevo su nombre. Esta proximidad a Dios no quita el respeto. Por eso queremos que sea admirado y reconocido por todo el mundo.
“Santificado sea tu nombre”: El nombre en la cultura semita era como designar a la persona. Queremos que Dios sea reconocido en el corazón de las personas y reconocido como Padre. Esto conlleva un compromiso en nosotros de realizar obras buenas, ya que ahí es donde Dios es glorificado. Con ello manifestamos su bondad.
“Llegue tu reinado”. Es algo parecido a lo anterior. Se pide la aceptación del mensaje de Jesús, el mensaje de las bienaventuranzas, creando una nueva sociedad.
“Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”: Que se realice en la tierra el designio que Dios tiene en el cielo. Esta voluntad de Dios se debe realizar en cada individuo y en el designio histórico sobre la humanidad. Para ello nosotros debemos tener una respuesta amorosa a esa voluntad de Dios, que es Amor.
Después el “padrenuestro” pasa a nuestras preocupaciones: “Danos nuestro pan”. Desde muy antiguo se añade “de cada día”. Está bien que se pida por las necesidades materiales de cada día. Hoy se dice que en el texto original más bien quiere decir “el pan del mañana”. Esto sería una alusión al banquete mesiánico, que Dios nos tiene preparado. Y sería pedir que el banquete de paz y felicidad preparado para la comunidad final, sea un hecho ya en la comunidad actual caminante en esta vida.
Y como no puede haber una comunidad de total paz, si no hay perdón, viene quizá la petición más incómoda, porque pedimos a Dios que nos perdone, pero de modo que ese perdón dependa de cómo nosotros perdonemos a otros. Se supone que quien ora ha perdonado para presentarse como hijo de Dios y hermano de los demás. Quien se cierra al amor de los otros, se cierra al amor de Dios. El evangelio emplea el término “deudas”, pues la oración la realiza también quien está sin pecados, por estar adherido a Cristo. Los “deudores” son también los enemigos y perseguidores.
“No nos dejes caer (o ceder) en la tentación”: Quizá el evangelista tenía presentes las tentaciones de Jesús. La comunidad, que sigue la misión de Jesús, puede experimentar las mismas tentaciones: el egoísmo o providencialismo o el poder y la gloria mundana. Pedimos que Dios Padre no permita que cedamos a los halagos mundanos. El Malo es la personificación del poder mundano, que excita a la ambición.

Jesús hace al final un comentario a la petición del perdón. Insiste en el perdón, no porque Dios no quiera perdonar, sino porque el hombre no perdonando se hace incapaz de recibir el amor y el perdón de Dios.

viernes, 3 de marzo de 2017

1ª semana de Cuaresma. Domingo A: Mt 4, 1-11


Estamos en el primer domingo de Cuaresma. Esta palabra, Cuaresma, significa cuarenta días, que en la Sagrada Escritura aparece como un tiempo de conversión, de esfuerzo - en el espíritu, para prepararse a algo grande. Nosotros nos preparamos para vivir mejor y más cristianamente la Pascua. En los tiempos antiguos los adultos que recibían el bautismo en la Vigilia Pascual, se preparaban con instrucciones y actos de piedad. Nosotros ahora también debemos prepararnos para que la renovación de las promesas bautismales en la Pascua sea de verdad una conversión, que es un cambio de corazón, para que vivamos en una consciente resurrección con Cristo.
Jesús quiso prepararse para su predicación con cuarenta días de oración y retiro en el desierto. Y el diablo, que siente que Jesús está lleno del Espíritu Santo, se acerca con astucia y mentiras para ver si cambia sus planes proponiéndole un falso mesianismo.
Es el mismo ser nefasto que al principio de la humanidad tentó a Adán y Eva haciéndoles caer en el mal, como nos lo dice la primera lectura del Génesis.
La Cuaresma es como un SIMBOLO del camino de la vida. Y mientras estamos en esta vida, siempre encontraremos dificultades y tentaciones. Las tentaciones no son malas en sí, ya que nos pueden dar una gran gloria si sabemos vencerlas con la gracia de Dios. Jesús también quiso tener tentaciones; con ellas nos enseñó el camino de la humildad y la manera de salir adelante.
El relato de estas tentaciones no pretende ser un reportaje periodístico, sino más bien una composición simbólica, donde se nos da un mensaje teológico sobre las dificultades en nuestro caminar hacia Dios y un resumen de muchas tentaciones que Jesús tuvo durante su vida, al mismo tiempo que una enseñanza para los discípulos de lo que les esperaba en su apostolado.
1ª tentación: “Di que estas piedras se conviertan en panes”. El diablo se aprovecha de las necesidades y debilidades de la naturaleza humana. Le propone a Jesús servirse de su mesianismo para su propia comodidad personal. Hay una tentación actual en convertir el apostolado y todo en mera utilidad y provecho propio: se busca el placer por encima del deber. Y Jesús vence con la palabra de Dios. Parece decirnos que es preferible morirse de hambre antes que despreciar el alimento que nos viene de Dios, expresado en su Palabra. Es un homenaje a la Palabra de Dios.
2ª tentación: “Tírate de aquí abajo”. Es la tentación de la vanidad y  creer que se consigue más con lo espectacular que con el servicio y el sincero amor. Uno cree que con los milagros y actos espectaculares se atraerá a más personas; pero lo que salva es el amor y el sacrificio, aunque el camino sea más lento y costoso. Es la tentación que Jesús sufrió en la cruz, cuando le decían: “Baja de la cruz para que creamos”.
3ª tentación: “Todo te daré si me adoras”. Es la tentación del poder. Es pensar que la gente seguirá más a un mesías, que se muestre como rey poderoso, que a uno entregado a la muerte. Es la tentación de un mesianismo triunfalista, humano y terreno. El diablo quiere que Jesús busque el poder humano y se olvide de las almas. Muchas veces se ha creído que el poder y el dinero son los mejores caminos apostólicos, pero Dios quiere el camino del amor. Jesús acepta el plan del Padre: el mesianismo doliente, con los medios humildes y propios del Reino de Dios. En el apostolado lo que vale es el trabajo oscuro, anónimo, abnegado, silencioso. Nunca les prometió a los apóstoles éxitos fáciles, sino persecuciones, aunque luego les llevarían a la gloria.

Jesús nos enseña a vencer las tentaciones con la palabra de Dios. La Cuaresma es tiempo más apto para que nos familiaricemos con la palabra de Dios, para hacerla vida de nuestra vida. Si Jesús permanece tanto tiempo en el desierto es porque ya estaría acostumbrado en los montes cercanos a Nazaret. La Pascua no la podremos vivir en el espíritu si no nos vamos preparando con mayor oración y con la palabra de Dios. 

jueves, 2 de marzo de 2017

Jueves de ceniza: Lc 9, 22-25- 2017

                                   
Estamos comenzando la cuaresma. La Iglesia nos recuerda que este tiempo es más apto para revisar nuestra vida como cristianos y rectificar muchas actitudes para llegar más limpios a participar con Cristo en la Pascua. Ayer comenzaba con la imposición de la ceniza: un rito sencillo, pero que nos debía impulsar hacia una sincera conversión.
Hoy en el evangelio se nos propone el camino para seguir a Jesús y participar más íntimamente en la Pascua de Cristo y nuestra pascua definitiva. Porque la cuaresma, aunque se nos invite a renuncias y penitencias, por culpa del ambiente mundano que nos penetra, tiene siempre un sentido de alegre espera triunfal de la Pascua.
En primer lugar Jesús les habla a los apóstoles de su fin terreno. Él había predicado siempre el amor. Nos lo enseña con las palabras y con el ejemplo: perdonando y amando sin límites. Pero el amor en medio de un mundo en pecado origina la oposición y la muerte. Lo que les dice Jesús es que esa muerte por amor lleva a la resurrección, que es la verdadera vida. Así también va a ser la vida del discípulo de Cristo. Es una vida de amor a Dios y entrega por los demás, que tendrá mucho de renuncia de los propios intereses mundanos, pero que lleva a la verdadera vida resucitada.
Jesús propone este camino hoy no sólo a los apóstoles sino a todos. Lo hace en forma de diferentes sentencias que seguro repetiría varias veces, ya que es signo de la vida de quien quiere ser discípulo del Señor. Se trata de seguir a Jesús, que es aceptar las mismas formas de su vida. Y para seguirle hoy nos habla de negarse a sí mismo, perder la vida y cargar con la cruz de cada día por su amor.
“Negarse a sí mismo” no es tanto una mortificación de las energías vitales cuanto no considerarse a sí mismo como centro y valor supremo. Es renunciar a la seguridad personal, poniendo el acento en la confianza en Dios y en el seguimiento de los mensajes que nos da el Evangelio. Jesús es el que más renunció hasta “anonadarse” para ser de nuestra condición y estar dispuesto a llegar hasta la cruz.
Jesús hablaba a veces por paradojas para hacer resaltar más la originalidad y la fuerza de su mensaje. Hoy nos habla del contraste entre perder y salvar la vida. Salvar la vida en sentido terrenal es apartarse del grupo o la mentalidad de Jesús para tener un seguro material. Quien así actúa, la está perdiendo. Perder la vida en el sentido cristiano es arriesgarla estando en el grupo de los discípulos, que es estar unido a Jesús por su causa. Ese la salva porque la recobrará con Él en la gloria. Con esto nos dice que todo lo que se pierde, cuando se ofrece a los demás y se sacrifica por ellos con amor, en realidad no se pierde, sino que se gana; y todo lo que uno cree ganar, porque lo retiene para sí de manera egoísta, en realidad lo está perdiendo.
Cargar con la cruz de cada día es una condición para seguir a Jesús. En realidad todos tenemos cruces, los buenos y los malos. Hay algunas terribles que nos parecen imposibles de cargar; pero están las de cada día: dificultades en el trabajo o en la convivencia, imprevistos con los que no contábamos, planes cambiados, molestias del tiempo y de los diferentes caracteres de otras personas. Hay cruces que provienen de nuestros propios egoísmos, envidias o perezas. Hay cruces que echamos a los demás. Hay cruces de oro que se llevan en el cuello y no en el corazón. Cuando estas cruces diarias se llevan con paz y amor nos santifican y es la mejor penitencia cuaresmal.

La última frase de este día ha hecho muchos santos: “¿De qué te aprovecha ganar todo si pierdes tu alma?” En realidad todos quieren triunfar, ser más y mejores que los demás sólo por el gusto de estar arriba. Y esto se inculca a los niños y se da una formación que es sobre todo de fachada, pero vacíos por dentro. Jesús no pretende coartar la formación y deseos de mejoramiento en los ideales materiales. Mientras predomine la entrega por el bien de los demás, si aceptamos que las cosas no nos vayan bien o no hablen bien de nosotros, vamos caminando hacia la Pascua gloriosa