domingo, 31 de diciembre de 2017

1 de Enero de 2018, Maternidad de María-2018: Lc 2, 16-21


Hoy tenemos varias celebraciones: comienza el nuevo año, pero sobre todo es una gran fiesta de la Virgen como Madre de Dios y es la octava de Navidad y la circuncisión de Jesús e imposición de su nombre. También es la jornada mundial sobre la paz.
1. Comienza el nuevo año. Esto no es una celebración litúrgica, sino algo sólo convencional en el calendario civil. En otras civilizaciones o culturas comienza el año en otras fechas. Lo nuestro del 1 de Enero viene de una costumbre romana en que comenzaban a regir los cónsules. Pero es una ocasión y una oportunidad para pensar que el tiempo pasa y que debemos hacer realidad lo de: “año nuevo, vida nueva”. El tiempo no es algo fijo, nosotros pasamos por él y ya no lo podemos recuperar, sólo podemos aprovechar mejor el que va a venir. Este es un tiempo de bendición, como comenzamos en la primera lectura de la misa. Pero no sólo queremos que Dios nos bendiga. Todos debemos ser bendición para los demás y para el mundo. Por eso aprovechemos el comienzo de un nuevo año para una mayor limpieza de nuestras culpas y un hermoso deseo de aprovechar esta oportunidad que nos da Dios.
2. Celebramos sobre todo la solemnidad de María Madre de Dios. Es el mayor título que un ser creado puede tener. Ha habido muchos que dicen ser impropio de María llevar ese nombre porque a Dios nadie lo ha hecho. En parte tienen razón; pero María es la madre de Jesús y, como Jesús, además de hombre, es Dios, a su madre la podemos llamar Madre de Dios. Así lo entendieron los obispos reunidos en Éfeso en el año 431. Y desde entonces así la proclamamos, señalando la unión tan profunda con su Hijo “en las penas y alegrías”, y también en la redención y en las gracias que Dios nos va dando. Por eso es también nuestra madre espiritual y madre de la Iglesia. En este día nos alegramos por las maravillas que Dios ha hecho en su madre. Ella, aun colmada de dones, siguió siendo libre y cooperó generosamente. Si María es nuestra madre, la contemos nuestros problemas y pidamos su ayuda para superarlos; pero sobre todo hagamos en este nuevo año lo que gustaría a nuestra madre del cielo.
3. A los ocho días circuncidaron a Jesús. A nosotros nos puede decir muy poco; pero era muy importante para los israelitas: era el día de la entrada y aceptación legal en la comunidad de Israel y de hacerse responsable de la carga que supone la ley. Era como otro nacimiento. Nacer es comenzar y, en cierto sentido, nacemos varias veces. Hasta en lo material, cuando alguno se ha salvado de un gran accidente, dice que ha vuelto a nacer. También puede decirse cuando comienza una vida social muy diferente, como era la circuncisión para los israelitas. Y mucho más nacemos nosotros cuando comenzamos una vida de gracia, como es el bautismo.  Y así como para nacer a la vida del cuerpo se necesita ayuda externa, así es para la circuncisión y el bautismo.
El nombre de Jesús se lo puso el mismo Dios. Así el ángel se lo dijo a María y a José. Los israelitas daban mucha importancia al significado, y Jesús significa “Dios salva”. Debemos poner mucho amor y confianza al pronunciar este bendito nombre.
4. Jornada mundial de la paz. Este año, que es la 51 jornada de la paz, el papa Francisco ha   escogido este lema: "Migrantes y refugiados: hombres y mujeres que buscan la paz". El papa, recordando a los millones de emigrantes y refugiados que hay en el mundo, dice: “Con espíritu de misericordia, abrazamos a todos los que huyen de la guerra y del hambre, o que se ven obligados a abandonar su tierra a causa de la discriminación, la persecución, la pobreza y la degradación ambiental”. “Ellos buscan vivir en paz. Para ello están dispuestos a arriesgar sus vidas, pasando muchas dificultades. Muchos huyen casi obligados por las guerras y demasiadas dificultades en sus tierras y buscan una tierra mejor. El papa nos propone a todos realizar cuatro cosas o pasos de atención. Les debemos acoger, proteger, promover e integrar; de modo que participen plenamente de la vida social del país que les acoja.  Que María, madre de Dios y madre nuestra, nos ayude a que todos vivamos como hermanos”. 


Domingo de la Sagrada Familia B-2017: Lc. 2, 22-40


Todos los años, el último domingo del año, a no ser que coincida el mismo día de Navidad, celebramos la fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José. Estamos en el ambiente de Navidad, en que revivimos la venida de Dios hecho hombre para salvarnos. Pero este Dios hecho hombre, que es Jesús, no fue un hombre venido de otro planeta, sino que nació en una familia y vivió como miembro de una familia. De esta manera es un modelo para todos nosotros.
Dios en sí es una familia de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Un día, así lo esperamos, contemplaremos la maravilla de esa Familia de Dios y seremos felices al vivir la gran realidad del amor infinito. Nosotros hemos sido creados “a imagen y semejanza de Dios”. Y esta imagen se hace patente en una digna vida familiar. La imitación de Dios como familia se nos hace un poco lejana. Por eso hoy la Iglesia nos invita a contemplar esta otra familia terrena, donde está realmente presente Dios en la persona de Jesús; pero que como hombre va creciendo en los valores humanos.
Nosotros nacemos en una familia. Pero según las condiciones de vida, las familias tienen rumbos muy diferentes y a veces tan difíciles que parece imposible poder imitar a la familia de Nazaret. Sin embargo hay algo esencial, que debe ir creciendo siempre, y que nos debe llevar hacia el ideal que es la Sda, Familia y Dios mismo. Es el amor. Es la esencia del cristianismo y es la esencia de una familia cristiana.
Estamos en el ciclo B de nuestra liturgia y en este año se nos muestra en el evangelio el pasaje de la Presentación de Jesús en el templo. Todas las familias debían realizar este rito a los cuarenta días de nacer el primer hijo. No podían faltar José y María, ya que eran personas religiosas y justas, según la ley. Este dato nos enseña lo hermoso y grato que es a Dios el hecho de que una familia entera y unida cumpla con los deberes religiosos. De suyo Jesús, que era Dios, no necesitaba ser presentado ni ser rescatado, y sin embargo cumplen con la ley. ¡Cuántas veces ponemos excusas para evitar actos que son del agrado divino!
El anciano Simeón era un hombre de esperanza: esperaba la liberación por medio del Mesías y siente la inspiración interior. En las familias, como en todas las empresas humanas, hay momentos de crisis. Debemos acudir a Dios para sentirle en nuestro corazón. Si Jesús dijo que donde dos o tres se reúnen para orar allí está Dios en medio, de una manera especial se debe aplicar a una familia. A Dios se le tiene que derretir el corazón cuando ve toda una familia que acude en la plegaria.
Esto no quiere decir que todo en la vida familiar va a ser fácil. El anciano Simeón profetiza que en esa familia habrá dificultades, contradicciones, persecuciones, y hasta una espada de dolor atravesará el corazón de María. Todo entra en el plano redentor. Jesús, con su sufrimiento redentor, no quiso dejar fuera a su madre, sino que la asoció en los sufrimientos y en la redención.
Si miramos a nuestras familias, desgraciadamente encontramos muchas crisis. En varias naciones las mismas leyes que se promulgan, poco favorecen a la unión y virtudes familiares. En muchos falta una sincera y leal preparación. Hay demasiados vicios y falta el verdadero amor, que está unido con el sacrificio y fe de cada día.

El futuro de la humanidad pasa a través de la familia”, decía el papa. Hoy es un buen día para ofrecerse al Señor. No sólo ofrecer el hijo primogénito, sino ofrecerse toda la familia, como harían José y María. Y bendecir al Señor. Allí también estaba una anciana viuda, Ana, que alababa al Señor. La presencia en nuestra sociedad de familias estables, donde reine el amor y la paz, debe ser un signo de bendición a Dios poderoso y bueno, y un motivo para alabar a Dios, que distribuye semillas de su luz y su amor entre nosotros. Si Jesús ha nacido entre nosotros, tengamos esperanza de encontrar muchas de estas familias verdaderamente cristianas.

viernes, 15 de diciembre de 2017

3ª semana de Adviento. Domingo B-2017: Jn 1, 6-8.19.28

   
En estos días, ya cercanos a la Navidad, hay muchas cosas que nos invitan a la alegría. Y eso está muy bien. Desgraciadamente muchos se quedan sólo en la parte externa, material. Y, como son cosas pasajeras y a veces muy deficientes, la alegría se deshace como un pedazo de hielo puesto al calor del sol. En este domingo 3º de Adviento la Iglesia quiere que en la misma liturgia resuene la palabra alegría. Hoy lo vemos un poco en las tres lecturas. En la primera sentimos al profeta Isaías que invita a la esperanza alegre, a pesar de que el pueblo está en el destierro, porque Dios, que es nuestro creador, no puede querer en definitiva el mal, sino la alegría, para la cual debemos colaborar con el arrepentimiento y acercarnos al Señor.
San Pablo en la segunda lectura es más explícito y nos dice: “Estad siempre alegres”. A veces nos empeñamos en creer que Dios quiere el mal para nosotros. Es necesario que afiancemos nuestra fe en Dios, que es nuestro Creador bondadoso y que por lo tanto desea siempre nuestro bien y nuestra felicidad. Este mundo es imperfecto y hay dificultades, que son para todos, buenos y malos. Pero para el que está con Dios, en todo sabe hallar la alegría de corazón, aunque sepa que la perfección de la felicidad estará en la vida futura. Pero si se busca la alegría por caminos que no llevan a Dios, al final sólo se halla la infelicidad y la tristeza. La experiencia de las personas entregadas a Dios nos dice que el hecho de conocer a Cristo y vivir con El es una fuente continua de alegría. Ello requiere diálogos con Dios  Padre, o con Cristo, que nos espera en la Eucaristía.
La tristeza nace del egoísmo, de buscar compensaciones materiales, que muchas veces no llegan. La alegría es verdadera cuando uno procura hacer alegres a los demás. Este es uno de los grandes mensajes de Navidad. La alegría perfecta es un don de Dios; por eso hay que estar en continua acción de gracias. Como salmo responsorial de este día, nos presenta el “Magnificat” de la Stma. Virgen. Ella siente su alma desbordar de gozo, que quiere transmitir a su prima Isabel, y ante ella proclama la grandeza del Señor. En ese momento se siente agradecida y humilde.
Esta virtud de la humildad aparece, para nuestro ejemplo, en la figura de S. Juan Bautista, que hoy nos trae el evangelio. Juan no era la luz, sino que daba testimonio de la luz. Fueron gentes importantes a preguntarle quién era y él declaró que no era un profeta, aunque su misión era hablar a favor de otro. Para esto se requiere mucha humildad o conocimiento de la realidad. Tanta humildad que decía que no era digno ni de “desatar las sandalias del Mesías”. Su mensaje era: “Preparad el camino”. Hoy, en las vísperas de la Navidad, también nos dice a nosotros que preparemos el camino. Para ello debemos estar en una especie de “desierto”, que significa un cierto silencio en nuestro interior. Hay muchos que en estos días navideños sólo quieren mucho ruido, mucha bulla externa; pero con ello no dejan que penetre el mensaje de Jesús.
San Juan se parecía a los motoristas que van por delante de una carrera ciclista anunciando que la carrera ya viene. A la gente no le interesa mirar a los motoristas, sino sólo saber que ya vienen los ciclistas, que es lo que quieren ver. Así a veces nos quedamos sólo con los festejos externos de la Navidad y no atendemos para nada a aquel que realmente festejamos en la Navidad, que es Jesús, Dios hecho hombre.

Es lo que les decía el Bautista a aquellos sacerdotes y levitas: “En medio de vosotros hay uno que no conocéis”. ¡Cuántas veces se puede decir esto de muchos cristianos en la Navidad! En medio de tanto ruido y gasto no conocen al Redentor. Nos empeñamos a veces en ver tinieblas donde hay luz y esplendor. La Navidad es el mensaje de Dios que se hace hombre por amor. Dios muestra su compasión y misericordia y nos enseña que, a pesar de los sufrimientos de esta vida, su mensaje es de optimismo y alegría para los que están dispuestos a acogerle en su corazón. 

jueves, 7 de diciembre de 2017

8 de Diciembre. Fiesta de la Inmaculada-2017: Lc 1, 26-38

                 
 Hoy nos alegramos con toda la Iglesia por ser una fiesta muy especial de nuestra Madre, la Stma. Virgen María. Entre tantas fiestas en honor de la Madre de Dios, hay dos más especiales para toda la Iglesia: el comienzo de la vida de María, como Inmaculada o llena de gracia, y el final, que fue su Asunción en cuerpo y alma al cielo.
Nos alegramos cuando tenemos algo bueno; pero nada mejor podemos tener que la vida de gracia en nuestra alma, que es lo que nos dará la plena felicidad para siempre. Por eso hoy celebramos el hecho de que la Virgen María estuvo llena de gracia, limpia de todo pecado desde el primer instante de su concepción. La concepción es el momento en que Dios crea el alma uniéndola a la materia, que proviene de los padres: es el momento en que comienza la vida humana.
La Biblia no menciona explícitamente este dogma o creencia de fe. Lo creemos y sabemos por la Tradición, es decir, por la autoridad que les dio Jesús a los apóstoles y a sus sucesores para interpretar dignamente mensajes que nos da la Sagrada Escritura. Con el tiempo algunos mensajes se clarifican, como este dogma de la Inmaculada. Así, después de ponerse de acuerdo todos los obispos, siguiendo la devoción del pueblo cristiano, el papa lo proclamó como una verdad que debemos creer y tomar en consideración para nuestra vida cristiana. Era el 8 de Diciembre del año 1854 cuando el papa Pío IX proclamó solemnemente esta verdad.
Se basaba en algunas palabras de la Biblia. El primer pasaje importante es el que nos narra la primera lectura de la misa de este día. Es el capítulo 3 del Génesis. Allí aparece una lucha entre la serpiente, que simboliza el demonio o fuerzas del mal con el Redentor de la humanidad. Y unida con el Redentor aparece una mujer que “aplastará la cabeza de la serpiente”. Esto quiere decir que habrá una mujer, unida al Redentor, que no tendrá que ver nada con el pecado. Para que el triunfo sea total debe estar sin mancha de pecado “desde el primer momento de su concepción”.
En el evangelio de este día aparece el ángel Gabriel saludando a María con esa expresión de “llena de Gracia”. Es como el nombre propio de la Virgen. Significa una singular abundancia de gracia, un estado sobrenatural del alma en unión con Dios. Y no se trata de algo conseguido entonces, sino como si fuese algo propio e innato en el alma de María. Por eso aquello de “el Señor está contigo”. Esta es una expresión que aparece en otros lugares de la Biblia; pero aquí se realiza con pleno sentido, porque Dios está más presente cuanto mayor sea el grado de gracia que hay en el alma.
Estos no son argumentos definitivos; pero la Iglesia reflexiona con la ayuda de Dios. Y ya desde los primeros siglos de la Iglesia había teólogos que reflexionaban sobre la conveniencia de que Dios diera esta inmensa gracia a la que iba a ser su madre. En el día de nuestra Madre en algunos sitios se celebra a las otras madres. Pero podemos ponernos a pensar: si nosotros hubiéramos podido hacer a nuestra madre, es decir, darle las cualidades que nos hubieran parecido mejores ¿Qué no hubiéramos hecho para nuestra madre? Pues como Dios lo que más estima son los valores espirituales, la grandeza de alma, no escatimó nada para embellecer espiritualmente a su Madre, sin que el pecado pudiera dañarla ni en el primer momento de su concepción.

Por eso hoy nos alegramos al considerar la belleza de la Madre celestial. Pero también es un mensaje para que busquemos la mayor purificación para nuestra alma. María es nuestra madre, pero es también el modelo a seguir. Ella también fue redimida por Jesucristo, aunque de modo adelantado. Nosotros, aunque somos pecadores, fuimos hechos limpios por el bautismo. Sin embargo ¡Cuántos pecados hemos ido acumulando! En este día pidamos fortaleza a Nuestro Señor para limpiar nuestra alma y, fijándonos en el modelo de limpieza, que es la Inmaculada, caminemos por el camino de la gracia y santidad para que un día nos podamos ver y gozar con María en el cielo.

viernes, 20 de octubre de 2017

26ª semana del tiempo ordinario. Domingo A: Mt 21, 28-32

Eran los últimos días de la vida de Jesús. Él seguía predicando y quería dejar claro que la gracia de Dios es para todos, que Dios había escogido un pueblo, el de Israel, para extender el Reino de Dios por el mundo; pero no había sabido cumplir este gran programa de Dios y llegaba el tiempo de una nueva alianza, donde otros, tenidos por paganos y pecadores, serían los portadores de esta antorcha de luz por el mundo. Todo esto les molestaba a los escribas y fariseos y más a los jefes religiosos, acostumbrados a vivir muy bien, amparados en sus puestos dentro de esa religión.
Hoy Jesús les dice la parábola de aquel padre que manda a sus dos hijos a trabajar. Uno dice que no, pero va; el otro dice que sí, pero no va. Lo primero que quiero hacer resaltar es el hecho de que Jesús utiliza varias veces la figura de Dios como padre en sus parábolas. Los judíos en sus enseñanzas utilizaban más la figura del rey para simbolizar a Dios: un rey con aspecto de soberano legislador y hasta vengador. Por eso los judíos se sentían ante Dios como súbditos, siervos, vasallos, pero no como hijos. Jesús nos enseña sobre todo que Dios es nuestro Padre, y que podemos sentirnos como hijos por la gracia del Espíritu. Para Jesús Dios es un padre que utiliza todos sus bienes y su poder para ayudar a sus hijos. Pero nos pide colaboración en los trabajos apostólicos, que hoy aparecen como la viña del Señor. El primero de los hijos hace un gesto como de mal educado diciendo que no quiere; pero es un gesto de libertad en el amor. Luego viene la reflexión y tiene un gesto de confianza en la bondad de su padre, que  sabe que le va a perdonar. Por eso se arrepiente.
El segundo hijo dice sí. Es muy posible que fuese por temor al castigo. Cierto que es por querer quedar bien, por conservar las maneras; pero no es por convencimiento propio, porque de hecho no va. En realidad no actúa por amor a su padre, sino que hace su propia voluntad. Jesús, al explicar el sentido de la parábola, les viene a decir a la clase dirigente del pueblo que están reflejados en este segundo hijo. Y lo que más les molesta a estos dirigentes no es sólo que les compare con los pecadores, sino que muchos de éstos son superiores en el Reino de Dios. Jesús recuerda que los judíos tenían por pecadores a los “publicanos y prostitutas”. Eran dos clases de gentes que solían repetir siempre cuando hablaban de alguien que había caído muy bajo en lo social o religioso. Jesús no está alabando estos oficios como si fuesen mejor que los fariseos. Alaba el hecho de que varios de estos “pecadores” se habían arrepentido al escuchar a Juan Bautista, cosa que no habían hecho esos dirigentes.
Hoy también esta parábola tiene aplicación en nuestra vida. Porque no es más cristiano el que más dice o hace actos religiosos, sino el que actúa de verdad como cristiano: ama y confía en Dios como Padre, cumpliendo su voluntad y viviendo en fraternidad con todos. Se nos habla de obedecer a Dios. Hoy para muchos suena mal esto de obedecer, y sin embargo obedecer a Dios es nuestra felicidad y nuestra certeza de salvación. Obedecer en cristiano es amar. Dice Jesús: “Si me amáis guardaréis mis mandamientos”. Pero es que debemos estar seguros de que los mandamientos de Dios proceden de su amor. También los mandamientos de la Iglesia. Al obedecer no se suprime la libertad, sino que entregamos libremente nuestra voluntad. Hacer la voluntad del Padre es lo que siempre tenía presente Jesús en su vida. Es lo que nos enseñó también a pedir cuando rezamos el padrenuestro.
Lo más perfecto sería decir siempre sí al Señor y decirlo con prontitud y alegría, de modo que la voluntad de Dios se cumpla en nosotros. Así lo hizo Jesús, y así lo hizo la Virgen María. En nuestra vida hemos dicho muchas veces que no: a veces ha sido por ignorancia, otras por protesta. No seamos como los fariseos que se instalan en un vivir fácil de la religión, sino que trabajemos en la confianza de Dios para que nuestros hechos de vida sean los que testimonien que Dios es nuestro Padre.


28ª semana del tiempo ordinario. Domingo A: Mt 22, 1-14

Varias veces Jesús, para enseñarnos en qué consiste el Reino de Dios, lo compara a un banquete. En la parábola de hoy lo asemeja nada menos que a un banquete de la boda del hijo de un rey. Un banquete no es sólo para satisfacer las ganas de comer o beber, sino que es una reunión amistosa para compartir la alegría y los sucesos felices sintiéndose la unidad.  En esto se diferencia de la vida normal donde unos tienen más a costa de otros. La primera consideración que quisiera hacer es que Jesús con estas comparaciones nos quiere decir que el Reino de Dios es algo muy hermoso donde hay mucha alegría. De hecho no se identifica el Reino de Dios con la Iglesia, aunque van muy unidos. La Iglesia es la Institución fundada por Jesucristo para buscar y conseguir el Reino de Dios aquí en la tierra y un día definitivamente en el cielo. Este Reino de Dios se puede conseguir de otras maneras, aunque suele ser mucho más difícil.
El hecho es que el Reino de Dios es algo que da la verdadera felicidad. Se ha criticado mucho a la religión como que se opone a la felicidad del ser humano. Pero no es así, ni en teoría ni en la práctica. A veces puede inducir algo los caminos que algunos emplean dentro de la religión para querer conseguir el Reino. Suele haber mucha ignorancia de la vida de las personas que viven plenamente su fe, ya que es una vida que suele “ir por dentro”. A veces hay diferencia entre el aspecto externo y la alegría que está en lo interno de las personas. Pero hay alegría cuando uno sabe por qué está en la vida, cuál es su sentido y se siente lleno del amor de Dios, que se va manifestando en el servicio a los demás. Siente así su vida plenamente realizada.
Desgraciadamente en la Iglesia muchas veces damos una imagen de vida algo triste; pero no debiera ser así. Si sabemos que vamos a una fiesta eterna con Dios, no podemos dejar que nos domine la tristeza, fijándonos casi exclusivamente en lo que hay de negativo en la vida. Hay que saber valorar muchos aspectos positivos, que son anuncio de la gran fiesta eterna. ¿Cómo vamos a ser mensajeros de Dios, que nos prepara tan gran fiesta, con cara de tristeza? La Eucaristía debe ser una fiesta.
En la parábola de hoy se recalca la posición de los que no aceptan el banquete. Ello significaba un rechazo al mismo rey. Unos no se preocupan del banquete, sino que les preocupan mucho más sus negocios. Otros hasta arremeten contra los mensajeros. Todo esto era una crítica severa por parte de Jesús para con los jefes del pueblo judío. Cuando san Mateo escribió esto, tendría en mente la destrucción de Jerusalén.
La parábola continúa, como dirigiéndose ahora más a la gente sencilla. Dios invita a todos. La invitación para el banquete es como el anuncio del Evangelio. A todos se les ofrece el Reino; pero no todos tienen la limpieza de corazón para responder bien al Señor. Todos pueden entrar en el Reino, “buenos y malos”; pero para permanecer allí, debe haber una actitud de cambio, no se puede permanecer siguiendo en la maldad. Esto se significa con el que está dentro sin vestidura propia y tiene que ser echado fuera. Es difícil definir qué es lo que quiso enseñarnos Jesús con ese “traje de boda” para que, al no tenerlo, reciba un castigo tan grande. Por de pronto era un desprecio, pues para esos casos se les prestaba un traje conveniente. Quizá signifique una actitud de desprecio de la fe, algo como lo que llamó Jesús “pecado contra el Espíritu Santo”. El vestido en la Biblia suele ser un símbolo de la unión de Dios con su pueblo. Si Dios nos llama a su fiesta es porque quiere estar unido con nosotros, que es al mismo tiempo nuestra felicidad. Si queremos estar unidos con Jesús por medio de los sacramentos, especialmente la Comunión, es necesario el vestido interior de la Gracia. Debemos desechar de nosotros los andrajos del pecado para “revestirnos” de Cristo.

Termina la parábola con un toque de atención, porque son más los llamados que los escogidos. Vivamos nuestra vida cristiana con sentido ilusionado y encontraremos el gozo y la paz ahora y con Cristo en la eternidad. 

Domingo 29 ord A: Mt 22, 15-21

Eran los últimos días de la vida de Jesús. Él había contado algunas parábolas que iban directamente contra los jefes religiosos de Israel, que habían descuidado el conducir al pueblo de Dios por los verdaderos caminos. Estos jefes quieren llegar a condenar a Jesús y se les ocurre hacerle caer en una trampa: Mandan algunos de sus discípulos juntamente con partidarios de Herodes, que es lo mismo que el régimen opresor de los romanos, para hacerle una pregunta delante de la gente: “¿Tenemos que dar el tributo al César o no?” Ellos creen que la trampa está bien puesta, porque si dice que sí, se pone en contra de la gente que opina que el romano se quiere hacer más que Dios; pero si dice que no, allí están los del gobierno, que le acusarán.
Jesús les dio una respuesta, ante la cual dice el evangelio que se quedaron maravillados: “Dad al César lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios”. Es difícil saber lo que Jesús quería afirmar a través de esta respuesta. Por de pronto Jesús les llama “hipócritas”, porque deberían saber que Él nunca se mete en política, nunca en nombre de Dios decía lo que hay que hacer concretamente en decisiones políticas.
Ha habido muchos que han interpretado estas palabras de Jesús como que hay que hacer una división entre nuestros deberes hacia Dios y los deberes hacia el Estado. Para algunos es como si nuestra vida privada fuera para Dios y nuestra vida social para el Estado. Esto es terrible y desgraciadamente muchos así lo sostienen hoy. Otros se basan en esas palabras para hacer la distinción entre la Iglesia y el Estado. Pero Jesús no está haciendo una división o contraposición. En primer lugar porque en el tiempo de Jesús no existía esta división: normalmente el jefe de Estado era también el jefe en lo religioso. Pero en el caso de Israel demasiado se fijaban en lo material y lo plenamente religioso quedaba en segundo plano. Por eso es por lo que Jesús nos dice: Si del César son las monedas, si le corresponde una obediencia a las leyes justas para la convivencia, pues dádselo; pero ante todo demos a Dios lo que le corresponde.
¿Y qué le corresponde a Dios? Pues todo el amor y la adoración por todas las cosas. Dios es Dios de toda la vida, de toda la realidad. Los políticos también están bajo la soberanía de Dios y deben actuar bajo la ley de Dios. Toda autoridad viene de Dios. Así le dijo Jesús a Pilato: “No tendrías ningún poder sobre mí, si no lo hubieras recibido de lo Alto”.  Así que por encima de la ley civil está la ley de Dios.
No debería haber oposición; pero muchas veces la hay. Y no sólo porque haya jefes políticos que no quieran saber nada de Dios, sino también porque hay jefes religiosos que se creen suplantar a Dios: En vez de estar a disposición de Dios y al servicio de los hermanos, se creen disponer de Dios para sus propios intereses. Esto es lo que les pasaba a los jefes religiosos israelitas. Por eso les quería decir Jesús que el pueblo, que es de Dios, deben dárselo a El o conducirle hacia El. Así ha pasado muchas veces en la historia que muchos “en nombre de Dios” han librado batallas y se han hecho muchas guerras, que llaman “santas”, como para defender intereses de Dios, cuando en verdad lo que defendían eran intereses muy mundanos.. Los verdaderos intereses de Dios son el hacer desaparecer el hambre, las lágrimas, las persecuciones, las injusticias. Los intereses de Dios no son tanto los templos (pueden ser en parte) o los objetos religiosos, cuanto los templos vivos que son los humanos: la dignidad, los derechos humanos, la libertad, la recta conciencia.

Así pues la respuesta de Jesús no explica ni concretiza en lo que hay que hacer con lo del César, sino que acentúa con lo que hay que dar a Dios. Para ello tengamos interés en conocer bien el Evangelio, toda la enseñanza de Jesús. Con ella se nos van dando criterios para que en cada momento sepamos qué es lo que debemos hacer en todas nuestras opciones políticas y sociales. No es fácil, porque nuestros criterios personales y los de la gente los mezclamos falsamente con los criterios de Dios.

domingo, 8 de octubre de 2017

27ª semana t.ordinario. Domingo A



NO MATEMOS LA ESPERANZA


Qué gran lección dio el Papa, en un viaje a su país Alemania, ante ciertos sectores que se oponían a este acontecimiento dijo: “Ante todo, diría que es algo normal que en una sociedad libre y en una época secularizada se den posiciones en contra de una visita del Papa. Es justo que expresen ante todos su contrariedad: forma parte de nuestra libertad y tenemos que tenemos que reconocer que el secularismo y precisamente la oposición al catolicismo es fuerte en nuestras sociedades”
1. Resulta difícil, y a veces doloroso, ser enviados una y otra vez a la viña del Señor. Entre otras cosas porque, las resistencias o contradicciones con las que nos encontramos, pueden llegar a mermar o debilitar nuestras iniciativas. ¡Cuándo llegaremos a comprender que, como el Papa manifiesta en el fondo de sus declaraciones, no podemos ser más que el Maestro: Jesús también se topó con incomprensiones y descalificaciones.
Seguimos, un domingo más, en la viña y como viña del Señor. Y, al escuchar el evangelio de este día, retomo unas palabras del Papa: “hay una progresiva indiferencia hacia la religión en las sociedades europeas”.
¡Qué peligrosa esta situación! ¿En qué valores sustentaremos el futuro de nuestras democracias? ¿Será posible prescindir del cristianismo (cuando algunos intentan con guante blanco o negro dinamitarlo) y mantener toda la estructura cultural, política, social que ha surgido como consecuencia de él?
Hay muchas formas de tomar parte en un suicidio colectivo, en una ruina moral de nuestras sociedades. Una de ellas es precisamente la de quedarnos de brazos cruzados. La de no trabajar para que, el cristianismo, siga aportando a nuestra realidad aquello que tanto necesita y echamos en falta: ética, justicia, razón, progreso bien entendido y valores trascendentales. De lo contrario…podemos llegar a ser, sin darnos cuenta, viñadores suicidas de la inmensa viña que nuestros antepasados nos han dejado: la fe.
2. Muchas veces, más por demagogia que por convencimiento real, miramos a las instancias eclesiales como aquellos que matan las esperanzas de un nuevo modelo de Iglesia. Como si, el cambio real de nuestra Iglesia, dependiera de quien está arriba o abajo. Todos, allá donde nos encontramos, podemos dar un nuevo rostro, una nueva imagen a nuestra comunidad eclesial: con nuestro testimonio eficaz, vivo y comprometido. Un Obispo emérito (Don Fernando Sebastián) afirmo: “Nadie es obispo por codicia ni honores”. Y, ser cristiano o católico en estos tiempos, es ser conscientes de que muchas cosas las entendemos y las queremos al revés del mundo. Lo contrario, por si lo hemos olvidado, sería una traición al evangelio. No queremos una viña del Señor con los sarmientos que el mundo pretende injertarnos. No sería valiente, por temor o temblor, sucumbir ante los viñadores homicidas que, por muchos y variados intereses, intentan silenciar, vilipendiar y debilitar la riqueza de la viña del Señor porque la quieren a su antojo: en vez de uvas, quisieran que produjera manzanas…y eso no puede ser.
Seamos fieles a lo que el Señor nos ha confiado. No seamos colaboradores de los que, con crítica destructiva y bien orquestada, nos llaman a la deserción. Mantengamos nuestra unión y, en ella, estará nuestra fuerza. Somos la viña del Señor y, porque somos de Él, estamos llamados a dar fruto divino (no mundano), de caridad, de amor, de justicia y de perdón. ¡Demos fruto y que sea abundante! Pero no seamos homicidas de lo mucho y bueno que el Señor ha sembrado en lo más hondo de nuestras entrañas. ¿Lo intentamos? Seamos fieles a lo que nos envía el Señor.


jueves, 14 de septiembre de 2017

FIESTA DE LA SANTA CRUZ-NUESTRA SEÑORA DE LOS DOLORES

Cuando fallece una persona querida sientes la tristeza y la pérdida de alguien que forma parte de tu vida. Es verdad que no es igual el sentimiento si esa persona es más cercana o menos, si ha sido de repente o llevaba tiempo enferma, o si era muy mayor o joven. Pero, a medida que pasa el tiempo y vas recorriendo el camino del duelo con la esperanza que nos da la fe y el amor que nos une en Jesucristo, vas aceptando y acogiendo la finalidad última para la que hemos sido creados y salvados: para estar con Dios, para ir al cielo.
En el pasaje del evangelio de hoy, Jesús se lo indica a Nicodemo al explicarle la finalidad fundamental de su misión: Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. El Señor se ha encarnado para abrirnos las puertas del cielo y llevarnos a él. Por ello, se alzará en la Cruz como el estandarte que Dios mando hacer a Moisés y salvó a los judíos curándoles de las picaduras de las serpientes y librándoles de la muerte. Mirar, creer y acoger la Cruz de Cristo y su resurrección en nuestra vida nos cura y nos libera del veneno de las picaduras del mal, el pecado, en el que caemos y obramos, y que nos lleva a luna vida de muerte.
Pero, solemos olvidarnos de esto en el transcurso de esta vida, y corremos el peligro de caer  en el sinsentido, en la desesperación o en la tristeza, por creer que perdemos el tiempo o esta vida que conocemos. Nos olvidamos de desear el cielo, de esperarlo y caminar hacia el. Y nos olvidamos de Dios, de su voluntad, de su misión para con nosotros y de su realización plena en la vida eterna.
No olvides tener la perspectiva del cielo que hemos adquirido por la fe en Cristo, que se está haciendo efectiva en nosotros día a día nuestra salvación; nuestra respuesta a esta gracia con nuestra vida entregada al seguimiento de Cristo, viviendo el mandamiento del amor.  No olvides las acciones del Señor, encaminadas a llevarnos al cielo porque nos ama y nunca nos fallará.

Desde pequeño el día de hoy ha sido en mis recuerdos un día de ilusiones y de experiencias de fiesta en mi vida. Las fiestas de mi pueblo son en honor a Nuestra Señora y son para disfrutar de las celebraciones festivas religiosas.
Por ello, quizás entiendo mejor el profundo significado de la escena del evangelio de hoy, como el testimonio de San Pablo en el comienzo de la carta a Timoteo. La Cruz supera el dolor y es fuente de amor y de vida para todos aquellos que la acogen y la afrontan con confianza en el Señor. Ellos son los que están con Jesús en esta escena: María, su Madre, algunas mujeres y Juan. Jesús construye su Iglesia, la bendice y llena de relaciones de amor entre los que la forman. La maternidad espiritual y de fe de María en la Iglesia, realizada por Cristo a través de su discípulo amado, nos muestra la riqueza y el misterio de amor que nos salva del dolor, la injusticia y la incomprensión; que nos salva del pecado.
Nunca estaremos solos. Nunca nos abandonará el Señor, ni siquiera cuando nosotros le abandonemos. No nos olvidemos que detrás de la Cruz está la resurrección, el triunfo, la Vida. En la Cruz, el Señor se queda definitivamente y es un Dios que es Padre y Madre a la vez. En Nuestra Señora de los Dolores lo podemos percibir y comprender. María está en primera fila y a su lado en el dolor y el sufrimiento. Por ello, Jesús le concederá la gracia de poder estarlo ahora a nuestro lado.
Por consiguiente, es una fiesta y una alegría gozar de este cuidado y protección de Dios para con nosotros, de tener esta ayuda y consuelo. Algo que sencillamente lo he sentido desde pequeño y doy gracias con nuestra Madre por ello.
Con la Virgen, Madre en el dolor, aprendemos y sentimos que Tu eres, Señor, el lote de mi heredad y me sacias de gozo en tu presencia. Esto es lo que tengo y tienes, ¿cómo lo vives?


miércoles, 30 de agosto de 2017

¡AY DE LOS HIPOCRITAS!

Hoy, como en los días anteriores y los que siguen, contemplamos a Jesús fuera de sí, condenando actitudes incompatibles con un vivir digno, no solamente cristiano, sino también humano: «Por fuera aparecéis justos ante los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad» (Mt 23,28). Viene a confirmar que la sinceridad, la honradez, la lealtad, la nobleza..., son virtudes queridas por Dios y, también, muy apreciadas por los humanos.

Para no caer, pues, en la hipocresía, tengo que ser muy sincero. Primero, con Dios, porque me quiere limpio de corazón y que deteste toda mentira por ser Él totalmente puro, la Verdad absoluta. Segundo, conmigo mismo, para no ser yo el primer engañado, exponiéndome a pecar contra el Espíritu Santo al no reconocer los propios pecados ni manifestarlos con claridad en el sacramento de la Penitencia, o por no confiar suficientemente en Dios, que nunca condena a quien hace de hijo pródigo ni pierde a nadie por el hecho de ser pecador, sino por no reconocerse como tal. En tercer lugar, con los otros, ya que también —como Jesús— a todos nos pone fuera de sí la mentira, el engaño, la falta de sinceridad, de honradez, de lealtad, de nobleza..., y, por esto mismo, hemos de aplicarnos el principio: «Lo que no quieras para ti, no lo quieras para nadie».

Estas tres actitudes —que podemos considerar de sentido común— las hemos de hacer nuestras para no caer en la hipocresía, y hacernos cargo de que necesitamos la gracia santificante, debido al pecado original ocasionado por el “padre de la mentira”: el demonio. Por esto, haremos caso de la exhortación de san Josemaría: «A la hora del examen ve prevenido contra el demonio mudo»; tendremos también presente a Orígenes, que dice: «Toda santidad fingida yace muerta porque no obra impulsada por Dios», y nos regiremos, siempre, por el principio elemental y simple propuesto por Jesús: «Sea vuestro lenguaje: ‘Sí, sí’; ‘no, no’» (Mt 5,37).

María no se pasa en palabras, pero su sí al bien, a la gracia, fue único y veraz; su no al mal, al pecado, fue rotundo y sincero.

domingo, 27 de agosto de 2017

21ª semana Del tiempo ordinario. Domingo A: Mt 16, 13-20

Hoy les pregunta Jesús a los apóstoles quién dice la gente que es El, y luego qué les parece a ellos mismos. La respuesta de san Pedro merece por parte de Jesús una gran alabanza y el primado de Pedro y de los papas, de lo cual se habla especialmente el día de san Pedro, en que también se lee este evangelio. Hoy vamos a reflexionar algo más en las primeras preguntas de Jesús. Porque hoy también se nos pregunta a cada uno de nosotros: ¿Quién es Jesús? O ¿Quién es o representa para ti Jesús?
La pregunta y la respuesta son muy importantes, porque el centro o lo más importante de nuestra religión no son unas ideas filosóficas o teorías sobre la naturaleza, sino que el centro es una persona, que es Dios hecho hombre. Es vital para nosotros conocerle bien y luego vivir consecuentemente a este conocimiento.
Cuando Jesús preguntó sobre qué dice la gente, los apóstoles fueron unánimes en que les parecía ser como alguno de los profetas conocidos. Quizá recordaban lo que a veces habían escuchado: “Nadie puede hacer lo que tu haces”, “un gran profeta ha surgido entre nosotros”, “enseña como quien tiene autoridad”. También había algunos que decían: “lo hace por medio del príncipe de los demonios”, “está fuera de sí”; y algunos le abandonaban porque no soportaban sus palabras. Aquí los apóstoles tuvieron el detalle de fijarse en las cosas buenas. Hoy también hay personas contrarias a todo lo que provenga de Jesús. También hay muchos que no pueden juzgar porque no Le conocen. Pero hay personas que piensan más o menos bien, aunque necesiten mucha perfección. Hay jóvenes para quienes Jesús es la novedad, la frescura, la contestación a un sistema viejo, árido, sin fantasía o creatividad. Para muchos que se sienten oprimidos, Jesús es la esperanza de una liberación, quizá demasiado en el sentido material. Y para algunos es un revolucionario contra la injusticia y la opresión.
Cuando san Pedro responde que Jesús es el Mesías, todavía está impregnado de las ideas triunfalistas y prepotentes del Mesías que había siempre escuchado. Le costó mucho a Jesús hacerles comprender que el ser Mesías y ser discípulo suyo es sobre todo ser servidor de los demás. Sí es profeta, pero no para predicar sólo la supremacía de su religión o ideología, sino el profeta del amor, la justicia y la paz.
Hoy se nos pregunta a cada uno de nosotros: ¿Quién es Jesús para ti? Podemos responder fácilmente con el entendimiento: “Jesús es Dios y hombre verdadero”. Pero nuestra respuesta no será verdadera mientras no tengamos una adhesión personal con la persona de Jesús y con su causa. Para conocerle bien, debemos tener al menos algún “encuentro” personal con Él y, si es posible, vivir continuamente en ese encuentro. Hay muchos cristianos que nunca se han encontrado con Cristo, en un encuentro vivo, y por lo tanto no le conocen. Conocerle no es sólo conocer su doctrina, sino sus ilusiones, para qué vino a la tierra. Y sobre todo comprometer la vida por la causa de Jesús. Por ejemplo: no se puede ensalzar la pobreza y luego seguir viviendo en riqueza de modo egoísta y avara; no se puede elogiar la limpieza de corazón y vivir con la murmuración y la maledicencia; no se puede elogiar la mansedumbre y vivir con agresividad y desprecio. Jesús no es un ser difuso o lejano, sino que debe formar parte de nuestra manera de ser y de pensar. Y si Jesús tiene que ver mucho en nuestra vida, también tienen que ver los problemas de los demás, especialmente los necesitados.

Jesús llama a san Pedro: “Dichoso”, porque ha sabido responder bien, por una gracia o don de Dios, y porque está dispuesto a ser consecuente. También hoy Jesús nos llama dichosos si prometemos ser consecuentes con nuestro nombre de cristianos. En la oración principal de hoy pedimos que “nuestros corazones estén firmes en la verdadera alegría”. Hay muchas alegrías humanas; pero aparecen inconsistentes o inestables. Con Jesús se fortalecen, pues sabemos que todas las alegrías proceden de Dios y nos pueden preparar la definitiva alegría en la paz eterna.

sábado, 19 de agosto de 2017

DOMINGO 20 TOA-2017

Con la oración, Dios, hace que se haga más grande nuestro deseo de anhelar y buscar lo que pretendemos.
Estamos metidos de lleno en este tiempo veraniego, y puede que el evangelio de este día – la madre que pide insistentemente a Jesús- no nos sugiera nada o muy poco. Sin embargo, la oración (insistente y persistente) es como la brisa a orilla del mar: sin darnos cuenta el sol hace de las suyas y broncea nuestro rostro.
1.      Cada domingo, la Palabra de Dios va tocando en lo más hondo de nuestras entrañas. Puede que, en más de una ocasión, nuestra presencia obedezca más a una obligación que a una necesidad, a un mandamiento más que a un encuentro añorado y apetecido semanalmente.
El interior de cada uno, como la tierra misma, que se va haciendo más fructífera y más rica, cuando más se la trabaja.
¡Ya quisiéramos la fe de la mujer cananea! Sabía que, Jesús, podía colmar con creces sus expectativas. Era consciente que, detrás de una oración confiada y continuada, se encontraba la clave de la solución a sus problemas. La grandeza de esta mujer no fue su oportuno encuentro con Jesús. La suerte de esta mujer es que su fe era nítida, inquebrantable, confiada, transparente, lúcida y sencilla. No se dejó vencer ni por el cansancio ni, mucho menos, por el recelo o recelo de los discípulos.
2. A muchos de nosotros, en la coyuntura que nos toca vivir, puede que estemos tan acostumbrados a la acción/respuesta que no demos espacio a que las cosas reposen y se encaucen. Dicho de otra manera; no podemos pretender que nuestra oración alcance la respuesta deseada en el mismo instante en que la realizamos.
--La fe cuando es sólida y verdadera se convierte en una poderosa arma capaz de vencer todo obstáculo.
--La fe cuando es confiada, sabe esperar contra toda esperanza.
--La fe cuando es insistente, se convierte en un método que nos hace pacientes y no desesperar.
Todos, incluidos los que venimos domingo tras domingo a la eucaristía, necesitamos un poco del corazón de la cananea. Un corazón sea capaz de contemplar la presencia de Jesús. De intuir que, en la Palabra que se escucha y en el pan que se come, podemos alcanzar la salud espiritual y material para nuestro existir.
<<En cierta ocasión un espeleólogo descendió a unas cavernas con sus alumnos. Uno de éstos, admirado por las diversas formas de las rocas, preguntó: ¿Cómo es posible esta belleza? Y, el espeleólogo, dirigiéndose a él le contestó: sólo el paso de los años y la suave persistencia del agua han hecho posible este milagro>>.
Constancia, hábito, petición, acción de gracias, súplica, confianza es el agua con la que vamos golpeando, no a Dios, sino a nuestro mismo interior para moldearlo y darle la forma que Dios, cuando quiera y como quiera, dará.


“No es grande el hombre por lo que tiene sino, mucho más grande puede ser, por lo que le queda por alcanzar” S. Laven.

miércoles, 26 de julio de 2017

17ª semana del tiempo ordinario. Domingo A: Mt 13, 44-52

                El centro o tema principal de toda la predicación de Jesús es el “Reino de Dios”, que es del otro mundo, pero ya comienza aquí y está entre nosotros. Es el proyecto salvífico de Dios para con nosotros. Jesús tendrá que corregir ideas materialistas sobre  ese Reino, pues para muchos era una restauración de la monarquía de David o una revancha de estilo nacionalista. Tampoco es lo mismo que la Iglesia, aunque la Iglesia es el terreno privilegiado donde el Reino se va edificando y es “el germen y principio del Reino”. Pero éste está por encima de toda realización concreta y aun religiosa.
Hoy en el evangelio consideramos algunas características del “Reino de Dios”, que Jesús nos describe por medio de parábolas. Las dos primeras, la del tesoro y la perla, vienen a decir lo mismo: El Reino de los cielos es algo muy precioso, que suele estar escondido para la mayoría de la gente; pero que si se le encuentra y se le consigue, es de tanto valor que nos llena el alma y nos da la mayor felicidad.
En esta vida encontramos por desgracia en muchas personas lo que se llama “una crisis existencial”. Hay muchas comodidades, mucho progreso económico, mucha diversión; pero hay muchas enfermedades psicológicas y muchos suicidios. Y sucede que cuanto más avanzados o progresistas son los países, más suicidios hay. Y entre los jóvenes se da mucha droga y mucho desencanto de la vida. Esto es porque les parece que la vida no conduce a nada, que no vale la pena luchar por nada, que todo es lo mismo y llegan a pensar que no hay que buscar nada porque nada encontrarán.
Han perdido el contacto con lo vital. Pero el corazón humano tiene mayores exigencias que “ir tirando”. Desde lo hondo del corazón brota la pregunta por el sentido de la vida: Debe haber algo grande por lo cual vale la pena gastarse y desgastarse. De hecho el sacrificio, dar generosamente la vida, llena más que la comodidad o la diversión. En medio de “esa vida” podemos encontrar el tesoro que nos llene toda nuestra vida. Muchos santos lo encontraron al escuchar, con el corazón abierto, alguna parte de la Palabra de Dios.
Para ello debemos preparar el corazón. Para encontrar el amor de Dios debemos estar dispuestos a sacrificarnos por el bien de nuestros prójimos. A veces vamos a Misa y no descubrimos el tesoro de la Eucaristía con la presencia de quien puede llenarnos el alma de amor y felicidad. Recordamos lo que nos dijo Jesucristo: “Donde está tu tesoro, allí está tu corazón”. Debemos tener una verdadera escala de valores: el Reino de Dios vale inmensamente más que el dinero, el poder y el placer. Es difícil dar con ello, pero hay que descubrirlo y pedir la Gracia a Dios para comprenderlo.
En otra parábola nos dice Jesús que el Reino de Dios es como una red barredera. En este mundo están juntos los buenos y los malos. No tenemos porqué juzgar a nadie, sino trabajar para que los que están más flacos en la gracia y en la fe, puedan llenarse más de este espíritu y poder un día participar con los santos en el cielo. Al fin del mundo, Dios hará la separación oportuna. Mientras tanto trabajemos todos como hermanos unidos y trabajemos en bien de los demás.
La última parábola de este día nos dice que en esta búsqueda del Reino de Dios, debemos aprovechar todo lo bueno que encontramos a nuestra alrededor. Hay gente que desprecia todo lo antiguo y los hay que desprecian todas las novedades. Siempre ha habido cosas buenas, provechosas y en el tiempo salen a la luz cosas nuevas aprovechables. Es como en la Biblia: hay que saber aprovechar el Antiguo y el Nuevo Testamento.

Por eso buscar el bien no es cosa de necios, sino de inteligentes, que saben escoger lo bueno continuamente, y se quedan con lo mejor. Jesús les había dicho poco antes a los apóstoles: “Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen”. Ojalá nuestros sentidos estén atentos ante lo mejor, que es el Reino de Dios, que Jesús nos propone para darnos la paz, la libertad y la plena felicidad.

jueves, 20 de julio de 2017

16ª semana del tiempo ordinario-2017. Domingo A: Mt 13, 24-43

                  
El evangelio de este día nos trae tres parábolas de Jesús para explicarnos lo que es el Reino de Dios: el trigo y la cizaña, el grano de mostaza y la levadura en la masa. Nos fijaremos especialmente en la primera porque es la más larga y porque Jesús mismo la explicó. Es imposible tener un sembrado sin ninguna maleza; mucho menos si ha venido un enemigo y ha sembrado allí hierba mala (cizaña). En el mundo crecen juntos los buenos y los malos. En el tiempo de Jesús había grupos como los fariseos y los esenios, que se tenían por justos y procuraban vivir separados de los “injustos”.
En la Iglesia también se dan los buenos cristianos junto con los menos cristianos, los tibios, los indiferentes o los pecadores. La mayoría de la gente tiene parte de bueno y parte de malo, o es gente que cambia: en momentos es mejor y en momentos es peor. Hay una tendencia instintiva en catalogar, en etiquetar a la gente, y muchas veces se divide la humanidad en buenos y malos. Pero la realidad no es así. Y lo que hoy nos dice Jesús es, que no tenemos derecho a juzgar a las personas, porque además muchas veces nos equivocamos. Juzgamos con una autosuficiencia egoísta muy grande. En los medios informativos encontramos mucha intolerancia: insultos, descalificaciones y la falta de presunción de inocencia (si sale en la prensa por algo será). Y la mayoría de las veces se juzga por situaciones externas ya pasadas, sin dejar a la persona la libertad de poder cambiar y ser de otra manera.
Hoy Jesús nos estimula a tener paciencia, nos invita a la esperanza, que no es pasividad ni indiferencia. Hay que trabajar por el bien; pero con respeto a los otros, que pueden cambiar. El ejemplo de esta paciencia está en Dios. A veces en la Biblia, especialmente en algunos salmos, da la impresión de que Dios es impaciente y hasta vengativo; pero en los pasajes más notables de la Escritura no es así: Dios es clemente y misericordioso, lento a la ira y deseoso de perdonar. La Biblia es el libro de la paciencia de Dios para con su pueblo: llama a todos y a todos acoge y perdona a quien busca la conversión. La Iglesia tiene como misión encarnar la paciencia de Jesús y revelar el verdadero rostro del amor. Podemos recordar aquel suceso cuando algunos discípulos le pedían a Jesús que mandase bajar fuego del cielo contra una ciudad que no les quiso acoger. Jesús les tuvo que decir que no era ese su espíritu ni el mensaje que les había ido enseñando. Jesús reprueba el fundamentalismo religioso.
Hay que recordar que la verdadera separación de buenos y malos se hará después de la muerte. Dios es el único Juez, que juzgará con justicia y misericordia. Dios quiere que todos se salven, y por eso espera pacientemente, porque todos tienen alguna oportunidad de convertirse. Por eso nos rodea con su palabra, con el ejemplo de los buenos y la oración de los consagrados. Por nuestra parte debemos tener más tolerancia, que proviene del respeto a los otros para que haya convivencia. Respeto no es indiferencia o pasar de todo. El respeto indica proximidad para buscar un acuerdo.
El amor y el bien deben desarrollarse con sencillez, pero con grandiosidad, como la semilla pequeña o la levadura en la masa, para ir cambiando las estructuras de la sociedad. La parábola de la mostaza nos indica que la grandeza no está en la espectacularidad, sino en los pequeños actos de cada momento hechos con mucho amor. A nuestro alrededor encontramos personas a quienes catalogamos como peores que nosotros. ¿Conocemos su formación y sus sentimientos interiores? Por nuestra parte nos corresponde el respeto y trabajar siempre por la verdad y con mucha paciencia. Jesús nos da ejemplo de esta paciencia con los pecadores.

 En su Pasión se reveló en todo su esplendor esta paciencia, mostrándolo con su perdón: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”. Junto a la cruz había dos ladrones; pero uno mostró sus buenos sentimientos y Jesús le acogió con todo el afecto de su corazón. Así quiere que acojamos a todos con bondad y esperar que la misericordia de Dios sea grande con ellos y con nosotros en el juicio final.

lunes, 19 de junio de 2017

Domingo de la Santísima Trinidad A-2017: Jn. 3, 16-18

                    
   Es bueno comenzar hoy con el saludo con que comienza siempre la misa y que termina el apóstol san Pablo en su 2ª carta a los Corintios y hoy nos trae la 2ª lectura: “La gracia de Nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo esté con vosotros”. Hoy nos fijamos en la naturaleza de Dios y celebramos la grandeza que El mismo ha querido revelarnos de su ser, que redunda en nuestra propia grandeza. Sabemos bien que Dios es Uno y sólo puede ser uno; pero son tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Esto es un misterio tan grande que supera la capacidad de nuestra inteligencia. Por lo menos debemos entender que Dios es tan grande que puede haber en El cosas que superan nuestro entender.
A través de la historia Dios ha ido revelando cómo es El. Pasa como en el entender, que con la edad vamos comprendiendo más las cosas. Así Dios en el Ant. Testamento dio a conocer ante todo la Unidad de su ser, para diferenciarse de los muchos dioses que solían tener los humanos. También fue revelando que es increado, a diferencia de las cosas creadas. También que es inmenso, eterno y todopoderoso. Poco a poco se iba revelando como un Padre, que atiende a su pueblo. Pero con Jesús “se derramó plenamente la gracia” revelándonos el amor de Dios hasta hacerse hombre para salvarnos y venir el Espíritu Santo para darnos la verdadera vida y poder ser nosotros templos de la Santísima Trinidad.
Esta es la gran verdad que Jesús nos enseñó y hoy se realza al celebrar a Dios en este maravilloso misterio de la Trinidad: Dios es amor. Y porque es amor, es el ejemplo para nosotros. Hemos sido creados “a imagen y semejanza de Dios”. Por lo tanto cuanto más crezcamos en el verdadero amor, más seremos imagen y semejanza de Dios. Amor puro y noble, que es saber olvidarse de sí mismo, renunciar al propio egoísmo, para pensar en el bien y en la felicidad de la persona amada. Dios se manifiesta como un Padre bueno o la más tierna de las madres. Y porque nos ama, quiere hacernos partícipes de su misma vida divina; quiere lo mejor para nosotros, que es sobre todo la salvación eterna.
Esto es lo que nos quiere decir el evangelio de hoy: Porque nos ama, Dios Padre nos entrega a su Hijo para salvarnos. Este amor es para cada uno de nosotros un amor entregado y universal, aunque se fija principalmente en el débil. Ya lo había dicho en el Ant. Testamento, como lo dice la 1ª lectura: “Dios es compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en clemencia y lealtad”. Todo esto contrasta con la infidelidad del pueblo que llegó a adorar al becerro de oro.
El hecho de que Dios es amor es lo que nos hace atisbar un poco este misterio de la Trinidad. Porque el amor nunca es soledad ni aislamiento, sino que es comunión, cercanía, diálogo y alianza. Y si esto es respecto a nosotros, es porque primeramente lo es en Dios mismo. Hay muchas caricaturas de Dios: Algunos lo ven sólo dentro de sus ideas con un vacío moral que no llena las vivencias del corazón. Y esto les lleva a un materialismo ateo. Para otros es como el dios de los fariseos, muy legalista y utilitario. Para otros es un dios espiritualista sin relación con las necesidades ajenas. Para nosotros Dios es sobre todo amor, que lo es en sí y nos debe impulsar a imitarle.
En este día, cuando hagamos la señal de la cruz diciendo: “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, nos acordemos de que es Amor, se lo agradezcamos y nos comprometamos a tratar a los demás con mayor amor. Para que este amor con los demás sea noble y sincero, debemos fomentar nuestro amor con Dios, que puede ser dirigido a Dios Padre, que nos ha creado, o dirigido a Dios Hijo, Jesucristo, que vivió con nosotros, que resucitó y nos espera en el cielo, o al Espíritu Santo, que vive en nuestro corazón y nos da el aliento de vivir en la paz y la alegría cristiana.


Domingo. Fiesta de la Eucaristía A-2017: Jn 6, 51-59.


La Eucaristía es el centro y la cumbre de nuestra fe. Siempre que los cristianos nos reunimos en la Eucaristía celebramos un gran misterio, la entrega de Jesucristo a su Padre para nuestra redención. La Eucaristía es también poder recibir como alimento espiritual el mismo Cuerpo de Jesús; y es también sentir la presencia real de Jesús entre nosotros. Esta presencia es lo que celebramos principalmente en esta fiesta del Corpus, o “del Cuerpo y la Sangre de Jesús”.
Durante los primeros siglos del cristianismo Jesús en la Eucaristía, después de la misa, se guardaba de una manera privada. Se hacía para que sirviera de viático  a los enfermos. Por el año mil o poco antes hubo varios herejes que decían que Jesús no estaba realmente presente en la Eucaristía después de la misa, sino sólo en símbolo. Desde entonces la Iglesia fomentó la adoración privada y solemne, haciendo sagrarios hermosos y custodias para la adoración, hasta que por fin se instituyó esta fiesta del Corpus, precisamente para fomentar la adoración eucarística.
La ocasión fue un famoso milagro. Siempre ha habido milagros que han confirmado esta verdad, muchas veces ocasionados por dudas de fe o por sacrilegios. Era el año 1264 cuando un sacerdote, que dudaba de la presencia eucarística de Jesús, fue a Roma, a la tumba del apóstol san Pedro, a pedir robustecimiento de su fe. Al pasar por Bolsena y celebrar la misa, la Sagrada Forma comenzó a destilar sangre hasta quedar completamente mojado el corporal. El papa Urbano VI, que estaba en Orvieto, ciudad cercana, cuando comprobó el milagro, instituyó la fiesta del Corpus y encargó los himnos de la fiesta a Sto. Tomás de Aquino. Los hizo hermosos como el “Tantum ergo”. Aquellos corporales se conservan aún en la catedral de Orvieto.
La Eucaristía no es sólo para que adoremos a Jesucristo, sino para que nos sirva de alimento espiritual. Hoy en el evangelio se nos recuerdan aquellas palabras de Jesús: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo”. Los judíos no lo entendían. Tampoco hoy los que no tienen fe entienden que Jesús ha venido del cielo para saciar los anhelos del corazón, el hambre que otros panes no lo pueden hacer como es el dinero, el sexo, el consumismo, la fama, el poder. Jesús, con sus palabras y gestos, con su propuesta del Reino y la Alianza, da pleno sentido a la existencia humana.
Algo muy importante en la Eucaristía, como nos señala san Pablo en la segunda lectura de hoy, es el ser signo y compromiso de unidad. El comer el Cuerpo de Cristo expresa el hondo sentido de una fe comprometida por la unidad, la fraternidad, el amor, la solidaridad, la entrega a los hermanos por Cristo. Por eso la comunión no es un rito o una devoción individual, sino que tiende a la unidad y universalidad, porque al comulgar “formamos un solo cuerpo”. Al comer dignamente el pan de la Eucaristía nos alimentamos del mismo Dios. Por eso, como fruto, debemos vivir más como Dios, que es misericordioso, solidario, paciente, entregado. Los alimentos, por ser organismos inferiores a nosotros, se transforman en nuestro cuerpo; pero Jesús, “el pan de vida”, por ser superior, hace que nosotros nos podamos transformar en El.

Donde hay pan partido y compartido, hay mucho de Dios. Dios quiso valerse del pan para significar su amor a los hombres. Por todo ello hoy es día de la caridad. Si se comulga dignamente y uno busca asemejarse a Cristo, tiene que estar uno dispuesto a dejarse comer en el servicio a los hermanos. De una persona que es buena se suele decir que es tan buena como el pan, porque el pan se deja comer, y nos fortalece y nos hace crecer. Que esta fiesta del Corpus nos aumente nuestra fe en la presencia real de Jesús en la Eucaristía. Que cada vez que entremos en una iglesia, donde está el Santísimo, nuestra fe nos impulse a una sentida y piadosa adoración, acrecentada hoy si le acompañamos en la procesión, y que crezca con el alimento de la comunión, que nos impulse a ser fermento de unidad en la Iglesia.

jueves, 8 de junio de 2017

9ª semana, tiempo ordinario. Jueves-2017: Mc 12, 28b-34

                           
Estaba Jesús en disputas sobre asuntos religiosos con fariseos y últimamente con algunos saduceos. Un escriba que estaba observando las buenas respuestas de Jesús, se anima a preguntarle algo importante. Esta vez la pregunta es sincera y por lo tanto merece no sólo una respuesta clara de Jesús, sino hasta un elogio porque entendía lo que Jesús le estaba diciendo. Para nosotros esta inquietud de aquel escriba nos sirve para saber qué es lo que pensaba Jesús sobre el mandamiento más importante.
La inquietud del escriba tenía su razón de ser, pues los maestros judíos tenían 613 preceptos y entre ellos disputaban sobre cuáles eran los más importantes. También en la Iglesia tenemos 1752 cánones en nuestras leyes; pero Jesús nos enseña hoy cuál es lo principal para ser discípulos suyos. Y lo principal es el amor. Ya estaba en el Antiguo Testamento que el primer mandamiento es amar a Dios, y no de cualquier manera, sino con todo el corazón. También se decía que había que amar al prójimo; pero Jesús nos quiere hacer ver la unidad que debe existir entre estos dos amores, que son sólo un amor. De modo que no hay verdadero amor a Dios si no se ama al prójimo, como tampoco hay verdadero amor al prójimo si no se ama a Dios.
De hecho el amor es el sentimiento más profundo del ser humano. Alguno puede preguntarse: ¿Entonces porqué se nos manda? Porque el amor no es espontáneo, sino que requiere nuestra colaboración, debemos poner a su servicio nuestra capacidad de pensamiento, de afecto, de acción. El amor necesita nuestra atención y fuerza porque puede ser débil y necesita crecer y desarrollarse como una plantita. Muchas veces está viciado por el egoísmo y la propia satisfacción. Tenemos la tendencia de “usar” a los demás para nuestro beneficio en vez de amarles, miramos más lo que nos satisface a nosotros que lo que les satisface a ellos. Por eso el amor en nosotros tiene que purificarse continuamente.
Amar a Dios con todo el corazón, alma, mente y fuerzas indica una plenitud de amor: Con todo el ser, todo el día, toda la vida. Dios les dio este mandamiento a los israelitas, porque al tener contacto con las naciones paganas, superiores muchas veces en poder, riqueza y cultura, se sentían deslumbrados por sus ídolos, alejándolos del Dios verdadero que les había sacado de Egipto. Hoy también hay muchas personas que se dejan llevar de los ídolos que les proporcionan bienestar material, placer, comodidad, y se apartan de su ser espiritual y su salvación eterna. Es la gran tentación para muchos cristianos. Sin embargo Dios es el que nos ha creado, quien nos ha redimido y nos enseña el camino de nuestra verdadera felicidad y paz.
¿Cómo podemos manifestar nuestro amor a Dios?: Dándole el culto debido con actos especiales, en la oración y la alabanza, pero sobre todo a través del trabajo bien hecho, del cumplimiento de los deberes en la familia y en la sociedad, con nuestro porte exterior, digno de un hijo de Dios... y con el amor al prójimo.

Amar al prójimo es amar a todos; pero especialmente al que está más próximo: en casa, en el trabajo o en el colegio. Quizá la persona con quien se convive, que se nos hace más difícil. Recordemos que para Jesús no bastaba (que ya es mucho) con lo que decía el Ant. Testamento: “No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti”, sino que lo formuló en sentido positivo, que es mucho más: “Haz a los demás lo que quieres que te hagan a ti”. Debemos ver a Cristo en el prójimo. Porque repito otra vez: No basta amar a Dios sin amar al prójimo, como tampoco basta amar al prójimo sin amar a Dios. Si nuestra meta es amar a Dios, amaremos a los que nos son simpáticos y a los que son menos, porque todos son hijos de Dios. Amar a los demás no es sólo no hacer daño, sino ayudarles, acogerles, perdonarles.  Alimentaremos el amor en la oración, en los sacramentos, en la lucha por superar los defectos, en mantenernos en la presencia de Dios a lo largo del día.