Con
la oración, Dios, hace que se haga más grande nuestro deseo de anhelar y buscar
lo que pretendemos.
Estamos
metidos de lleno en este tiempo veraniego, y puede que el evangelio de este día
– la madre que pide insistentemente a Jesús- no nos sugiera nada o muy poco. Sin
embargo, la oración (insistente y persistente) es como la brisa a orilla del
mar: sin darnos cuenta el sol hace de las suyas y broncea nuestro rostro.
1. Cada domingo, la Palabra de Dios
va tocando en lo más hondo de nuestras entrañas. Puede que, en más de una
ocasión, nuestra presencia obedezca más a una obligación que a una necesidad, a
un mandamiento más que a un encuentro añorado y apetecido semanalmente.
El interior de cada uno, como la
tierra misma, que se va haciendo más fructífera y más rica, cuando más se la
trabaja.
¡Ya
quisiéramos la fe de la mujer cananea! Sabía que, Jesús, podía colmar con
creces sus expectativas. Era consciente que, detrás de una oración confiada y
continuada, se encontraba la clave de la solución a sus problemas. La grandeza
de esta mujer no fue su oportuno encuentro con Jesús. La suerte de esta mujer
es que su fe era nítida, inquebrantable, confiada, transparente, lúcida y
sencilla. No se dejó vencer ni por el cansancio ni, mucho menos, por el recelo
o recelo de los discípulos.
2.
A muchos de nosotros, en la coyuntura que nos toca vivir, puede que estemos tan
acostumbrados a la acción/respuesta que no demos espacio a que las cosas
reposen y se encaucen. Dicho de otra manera; no podemos pretender que nuestra oración alcance la
respuesta deseada en el mismo instante en que la realizamos.
--La
fe cuando es sólida y verdadera se convierte en una poderosa arma capaz de
vencer todo obstáculo.
--La
fe cuando es confiada, sabe esperar contra toda esperanza.
--La
fe cuando es insistente, se convierte en un método que nos hace pacientes y no
desesperar.
Todos,
incluidos los que venimos domingo tras domingo a la eucaristía, necesitamos un
poco del corazón de la cananea. Un corazón sea capaz de contemplar la presencia
de Jesús. De intuir que, en la Palabra que se escucha y en el pan que se come,
podemos alcanzar la salud espiritual y material para nuestro existir.
<<En cierta ocasión un espeleólogo descendió a
unas cavernas con sus alumnos. Uno de éstos, admirado por las diversas formas
de las rocas, preguntó: ¿Cómo es posible esta belleza? Y, el espeleólogo,
dirigiéndose a él le contestó: sólo el paso de los años y la suave persistencia
del agua han hecho posible este milagro>>.
Constancia,
hábito, petición, acción de gracias, súplica, confianza es el agua con la que
vamos golpeando, no a Dios, sino a nuestro mismo interior para moldearlo y
darle la forma que Dios, cuando quiera y como quiera, dará.
“No
es grande el hombre por lo que tiene sino, mucho más grande puede ser, por lo
que le queda por alcanzar” S. Laven.
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