Todos
los años, el último domingo del año, a no ser que coincida el mismo día de
Navidad, celebramos la fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José. Estamos
en el ambiente de Navidad, en que revivimos la venida de Dios hecho hombre para
salvarnos. Pero este Dios hecho hombre, que es Jesús, no fue un hombre venido
de otro planeta, sino que nació en una familia y vivió como miembro de una
familia. De esta manera es un modelo para todos nosotros.
Dios
en sí es una familia de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Un
día, así lo esperamos, contemplaremos la maravilla de esa Familia de Dios y
seremos felices al vivir la gran realidad del amor infinito. Nosotros hemos
sido creados “a imagen y semejanza de Dios”. Y esta imagen se hace patente en
una digna vida familiar. La imitación de Dios como familia se nos hace un poco
lejana. Por eso hoy la Iglesia
nos invita a contemplar esta otra familia terrena, donde está realmente presente
Dios en la persona de Jesús; pero que como hombre va creciendo en los valores
humanos.
Nosotros
nacemos en una familia. Pero según las condiciones de vida, las familias
tienen rumbos muy diferentes y a veces tan difíciles que parece imposible poder
imitar a la familia de Nazaret. Sin embargo hay algo esencial, que debe ir
creciendo siempre, y que nos debe llevar hacia el ideal que es la Sda , Familia y Dios mismo. Es
el amor. Es la esencia del cristianismo y es la esencia de una familia
cristiana.
Estamos
en el ciclo B de nuestra liturgia y en este año se nos muestra en el evangelio
el pasaje de la
Presentación de Jesús en el templo. Todas las
familias debían realizar este rito a los cuarenta días de nacer el primer hijo.
No podían faltar José y María, ya que eran personas religiosas y justas, según
la ley. Este dato nos enseña lo hermoso y grato que es a Dios el hecho de que
una familia entera y unida cumpla con los deberes religiosos. De suyo Jesús,
que era Dios, no necesitaba ser presentado ni ser rescatado, y sin embargo
cumplen con la ley. ¡Cuántas veces ponemos excusas para evitar actos que son
del agrado divino!
El
anciano Simeón era un hombre de esperanza: esperaba la liberación por
medio del Mesías y siente la inspiración interior. En las familias, como en
todas las empresas humanas, hay momentos de crisis. Debemos acudir a Dios para
sentirle en nuestro corazón. Si Jesús dijo que donde dos o tres se reúnen para
orar allí está Dios en medio, de una manera especial se debe aplicar a una
familia. A Dios se le tiene que derretir el corazón cuando ve toda una familia
que acude en la plegaria.
Esto
no quiere decir que todo en la vida familiar va a ser fácil. El anciano Simeón
profetiza que en esa familia habrá dificultades, contradicciones, persecuciones,
y hasta una espada de dolor atravesará el corazón de María. Todo entra en el
plano redentor. Jesús, con su sufrimiento redentor, no quiso dejar fuera a su
madre, sino que la asoció en los sufrimientos y en la redención.
Si
miramos a nuestras familias, desgraciadamente encontramos muchas crisis. En
varias naciones las mismas leyes que se promulgan, poco favorecen a la unión y
virtudes familiares. En muchos falta una sincera y leal preparación. Hay
demasiados vicios y falta el verdadero amor, que está unido con el sacrificio y
fe de cada día.
“El
futuro de la humanidad pasa a través de la familia”, decía el papa. Hoy
es un buen día para ofrecerse al Señor. No sólo ofrecer el hijo primogénito,
sino ofrecerse toda la familia, como harían José y María. Y bendecir al Señor.
Allí también estaba una anciana viuda, Ana, que alababa al Señor. La presencia
en nuestra sociedad de familias estables, donde reine el amor y la paz, debe
ser un signo de bendición a Dios poderoso y bueno, y un motivo para alabar a
Dios, que distribuye semillas de su luz y su amor entre nosotros. Si Jesús ha
nacido entre nosotros, tengamos esperanza de encontrar muchas de estas familias
verdaderamente cristianas.
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