Eran los últimos días de
la vida de Jesús. Él había contado algunas parábolas que iban directamente
contra los jefes religiosos de Israel, que habían descuidado el conducir al
pueblo de Dios por los verdaderos caminos. Estos jefes quieren llegar a
condenar a Jesús y se les ocurre hacerle caer en una trampa: Mandan algunos de
sus discípulos juntamente con partidarios de Herodes, que es lo mismo que el
régimen opresor de los romanos, para hacerle una pregunta delante de la gente:
“¿Tenemos que dar el tributo al César o no?” Ellos creen que la trampa está
bien puesta, porque si dice que sí, se pone en contra de la gente que opina que
el romano se quiere hacer más que Dios; pero si dice que no, allí están los del
gobierno, que le acusarán.
Jesús les dio una
respuesta, ante la cual dice el evangelio que se quedaron maravillados: “Dad al
César lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios”. Es difícil saber lo que
Jesús quería afirmar a través de esta respuesta. Por de pronto Jesús les llama
“hipócritas”, porque deberían saber que Él nunca se mete en política, nunca en
nombre de Dios decía lo que hay que hacer concretamente en decisiones
políticas.
Ha habido muchos que han
interpretado estas palabras de Jesús como que hay que hacer una división entre
nuestros deberes hacia Dios y los deberes hacia el Estado. Para algunos es como
si nuestra vida privada fuera para Dios y nuestra vida social para el Estado.
Esto es terrible y desgraciadamente muchos así lo sostienen hoy. Otros se basan
en esas palabras para hacer la distinción entre la Iglesia y el Estado. Pero
Jesús no está haciendo una división o contraposición. En primer lugar porque en
el tiempo de Jesús no existía esta división: normalmente el jefe de Estado era
también el jefe en lo religioso. Pero en el caso de Israel demasiado se fijaban
en lo material y lo plenamente religioso quedaba en segundo plano. Por eso es
por lo que Jesús nos dice: Si del César son las monedas, si le corresponde una
obediencia a las leyes justas para la convivencia, pues dádselo; pero ante todo
demos a Dios lo que le corresponde.
¿Y qué le corresponde a
Dios? Pues todo el amor y la adoración por todas las cosas. Dios es Dios de
toda la vida, de toda la realidad. Los políticos también están bajo la
soberanía de Dios y deben actuar bajo la ley de Dios. Toda autoridad viene de
Dios. Así le dijo Jesús a Pilato: “No tendrías ningún poder sobre mí, si no lo
hubieras recibido de lo Alto”. Así que
por encima de la ley civil está la ley de Dios.
No debería haber
oposición; pero muchas veces la hay. Y no sólo porque haya jefes políticos que
no quieran saber nada de Dios, sino también porque hay jefes religiosos que se
creen suplantar a Dios: En vez de estar a disposición de Dios y al servicio de
los hermanos, se creen disponer de Dios para sus propios intereses. Esto es lo
que les pasaba a los jefes religiosos israelitas. Por eso les quería decir
Jesús que el pueblo, que es de Dios, deben dárselo a El o conducirle hacia El.
Así ha pasado muchas veces en la historia que muchos “en nombre de Dios” han
librado batallas y se han hecho muchas guerras, que llaman “santas”, como para
defender intereses de Dios, cuando en verdad lo que defendían eran intereses
muy mundanos.. Los verdaderos intereses de Dios son el hacer desaparecer el
hambre, las lágrimas, las persecuciones, las injusticias. Los intereses de Dios
no son tanto los templos (pueden ser en parte) o los objetos religiosos, cuanto
los templos vivos que son los humanos: la dignidad, los derechos humanos, la
libertad, la recta conciencia.
Así pues la respuesta de
Jesús no explica ni concretiza en lo que hay que hacer con lo del César, sino
que acentúa con lo que hay que dar a Dios. Para ello tengamos interés en
conocer bien el Evangelio, toda la enseñanza de Jesús. Con ella se nos van
dando criterios para que en cada momento sepamos qué es lo que debemos hacer en
todas nuestras opciones políticas y sociales. No es fácil, porque nuestros
criterios personales y los de la gente los mezclamos falsamente con los
criterios de Dios.
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