Todos
los años, se celebra la fiesta de la Sagrada Familia.
Todos los seres humanos fuimos hechos a imagen y semejanza de Dios; pero Dios
no es un ser solitario, sino una familia de Tres formando una estricta unidad.
Por eso nosotros nacemos en familia y seremos más semejantes a Dios cuanto más
unida esté la familia en amor. Hoy se nos propone la familia de Jesús, María y
José como el ejemplo a seguir y la protección para pedir y esperar.
Este
año, que es el ciclo C, se nos propone en el evangelio la escena de la vida de
Jesús: “El Niño Jesús perdido y hallado en el templo”. La primera
virtud que nos enseña a las familias es el cumplimiento del deber religioso.
Era la Pascua
y los hombres debían acudir al templo de Jerusalén. Las mujeres no estaban
obligadas; pero María iba por devoción. Los niños no solían ir; pero Jesús ya
no era un niño. Tenía doce años y estaba en el límite en que comenzaban a tener
obligación a los trece años. Los tres fueron gozosos para adorar a Dios en el
templo. El problema estaba al llegar al templo, los hombres y mujeres debían
estar en patios diferentes. Los niños solían estar con las madres; pero Jesús
ya era mayorcito y casi seguro que iría con san José, especialmente porque
tendría mucho interés en escuchar a alguno de los doctores de la ley. No
sabemos cómo pudo ser, pero el hecho es que Jesús se perdió. Yo no puedo creer
que Jesús intencionadamente quiso quedarse sin decir nada a María o a José
dándoles un disgusto. El gentío cada vez era mayor. Quizá José pensó que Jesús
se había ido donde María, como cuando era más pequeño.
Con
tanto barullo de gente, durante unas horas los hombres iban por un camino y las
mujeres por otro. Jesús no estaba por allí. María y José nos enseñan a estar
unidos en las adversidades, volver a desandar el camino juntos y buscar
a Jesús donde le dejaron, que era en el templo. Angustiada, pero sin
recriminaciones, María habla a su hijo. Y Jesús les da y nos da una gran
enseñanza. No creo de ninguna manera que Jesús se quedase voluntariamente; pero
aprovecha ese momento, esa circunstancia, para descubrirnos una gran verdad que
habría madurado aquellos días en el trato con los doctores de la ley y con la
oración profunda en la casa de Dios. Y el descubrimiento grande que hace, como
hombre, es que Dios no es un ser ajeno a nosotros, sino que es su Padre y que
todos podemos llamar a Dios como Padre, porque formamos una gran familia. Esa
sería una de las más grandiosas enseñanzas en su vida pública.
Era
la manera de actuar Jesús. Un día aprovecharía la circunstancia
de que fueron a visitarle su madre y familiares para decirnos que quien cumple
la voluntad de Dios es su hermano, su hermana y su madre. Allí nadie se enfadó,
no hubo rabietas, sino que en paz volvieron a Nazaret. Jesús les “obedecía y
crecía en sabiduría y gracia ante Dios y los hombres”. A muchos les suena mal
la palabra “obediencia”. Les parece algo como sumisión. Cuando hay verdadero
amor es algo diferente. Quizá cuando se va creciendo la obediencia a los padres
se debe expresar mejor con “honrar”, como nos dice el 4º
mandamiento: “Honrar al padre y a la madre”. Este mandamiento estaba puesto
para los adultos para que honren a sus padres ancianos. Es justo agradecer a
los padres los sacrificios que han hecho por nosotros desde el principio de la
vida.
María
y José no entendieron, por entonces, lo que Jesús les dijo. Muchas veces pasa
en las familias que los padres no entienden a los hijos cuando van creciendo.
La autoridad no es despotismo ni tiene porqué el hijo ser exactamente como el
padre. Muchas veces habrá que callar, como María; pero siempre seguir amando.
Si hay amor, la autoridad es más bien un servicio y un ir comprendiéndose, y
entre nosotros muchas veces perdonándose. Si hay amor, hay delicadeza,
amabilidad, ternura y comprensión, ya no habrá gritos, riñas, egoísmos, como
tantas veces se ve en las familias. Por eso debemos pedir hoy la protección y
el amor a la Sagrada
Familia.
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