Creer y esperar
Hay cierta diferencia en la visión que se tiene de la
realidad y de la historia, y esa diferencia tiene mucho que ver con el culto y
la práctica religiosa, porque de ahí proceden miradas, interpretaciones y
posturas ante la Historia grande y ante la historia pequeña, la de cada día,
que, un día tras otro, forma la grande, la de todos.
Baruc, tiene que vivir en un tiempo duro, como todos.
Mira la vida con la crudeza del realismo al que el sufrimiento acostumbra. No
puede prescindir del dolor que padecen él y los suyos, por eso lo tiene en cuenta
y no se hace ilusiones sobre la vida. Pero invita a la alegría y a la
esperanza, a pesar de todo. ¿Cómo lo hace? ¿Cómo lo hacemos nosotros los creyentes
que nos distinguimos de los no creyentes por la esperanza que nos mantiene a
pesar de lo que ocurre a nuestro alrededor?
La esperanza se alimenta o muere
La esperanza no es un caramelo que regalan en cualquier
esquina cuando pasas para endulzarte la mañana. No es una marca en la piel que
se conserva indeleble pase lo que pase y porque sí. La vida no da muchos
motivos para ver en ella razones que la alimenten. Ni nosotros somos tan
consistentes que podamos dar base sólida a un futuro mejor.
La esperanza, como la vida y las personas, necesita
alimentarse continuamente para no quedar estancada y muerta. Necesita
ejercicios frecuentes que la mantengan ágil y viva. Ese fue un descubrimiento
muy antiguo en el mundo de las religiones. El culto comunitario tiene la
función de revitalizar siempre una esperanza amenazada por la realidad de cada
día. Porque una mirada al mundo y a la historia es un desafío permanente que
critica y pone en duda la posibilidad de una salida positiva a lo que vivimos. Y en el culto, en la práctica religiosa, marcada por la
vida, acostumbramos nuestros ojos a mirar la vida de otra manera, desde otra
perspectiva que nos aporta la confianza en Dios.
La esperanza está en Dios
Lucas tiene interés en precisar con detalle los nombres de
los personajes que controlan en aquel momento las diferentes esferas del poder
político y religioso. Ellos son quienes lo planifican y dirigen todo. Sin
embargo, el acontecimiento decisivo de Jesucristo se prepara y acontece fuera
de su ámbito de influencia y poder, sin que ellos se enteren ni decidan nada.
Ahí es donde nace la verdadera esperanza. Eso requiere cuidados visuales. Personas que limpien
nuestros ojos de cegueras totales o de impedimentos extraños. Esa es la función
de los profetas, antiguamente, y de la comunidad hoy.
Necesitamos allanar montañas que impiden ver el
horizonte. Rellenar valles de precipicios y vacíos vitales. Señalar direcciones
de orientación. Animar tantos desencantos y desesperanzas. Enseñar a leer los
signos y señales de la presencia de Dios entre nosotros. Porque Él,
misteriosamente, está en la vida.
La esperanza aparece siempre en el mundo y en nuestras
vidas. Hace penetrar en la historia humana la gracia y la salvación de Dios. La
esperanza no está en manos de los poderosos. En ninguna parte se puede
escuchar mejor que en el desierto la llamada de Dios a cambiar el mundo. El
desierto es el territorio de la verdad. No hay sitio para lo superfluo. No se
puede vivir acumulando cosas sin necesidad. No es posible el lujo ni la
ostentación. Lo decisivo es
buscar el camino acertado para orientar la vida.
En este marco del desierto, el Bautista anuncia el símbolo
grandioso del «Bautismo», punto de partida de conversión,
purificación, perdón e inicio de vida nueva.¿Cómo responder hoy a esta
llamada? El Bautista lo resume en una imagen tomada de Isaías: «Preparad el camino del Señor».
Las imágenes de Isaías invitan a compromisos muy básicos y
fundamentales: Hemos de cuidar
bien los bautizos de nuestros niños, pero lo
que necesitamos todos es un «bautismo de conversión».
Un grito estridente y doloroso se escucha hoy en nuestra
sociedad contemporánea. Es la
voz de los marginados, los indefensos, los atropellados, los ancianos, los
humillados, los manipulados, los desprovistos de toda defensa ante las
injusticias de los más poderosos.
La salvación viene siempre de una palabra de Dios. Y esta
palabra se nos dirige incesantemente a todas las personas también hoy, aunque
raramente encuentre a alguien que la escuche en su corazón.
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