miércoles, 23 de diciembre de 2015

NAVIDAD 2015-C


Dios creador. La suerte del hombre en la tierra no proviene de un azar casual, o de una decisión desconocida; menos aún de una maldición. La Escritura comienza hoy de forma solemne y definitoria: [En el principio Dios creó «el cielo y la tierra», esto es, lo «creó todo»]. Dios creó y llamó a la vida. Dios creó e inició una relación con las criaturas, poniendo orden y sentido. La historia se desenvuelve de forma progresiva, se desenrolla en un escenario amplio, con un principio, que tiende a un final.  Formamos parte de esta historia de salvación.

Dios crea por la palabra. Dios no se confunde con su obra creada. La palabra de Dios es fecunda, tiene capacidad de crear vida y de sostenerla. Dios ordena que surja la vida, y la vida brota. El artífice, el ingeniero, el artista, dice cómo quiere que sea su obra y da trazos precisos. Unas veces borra y otras rectifica. Dios tiene autoridad, y la palabra de Dios la refleja en todo lo creado.

La Palabra es reveladora. La palabra tiene la función y la  virtud de comunicar, de enseñar, de explicar, de narrar. Por medio de la palabra las personas se expresan y Dios se expresa. El Dios de la Escritura no es una divinidad huraña, aislada, encerrada en sí misma. La palabra posibilita el diálogo. Para dialogar hay que escuchar y hay que proponer. Hay que tener algo que decir, y hay que decirlo. Dios se nos dice, se nos entrega, se nos comunica en sus palabras. La Escritura la acogemos, en comunión con toda la Iglesia, como Palabra de Dios, como reveladora de su intimidad y de su voluntad con todos nosotros.
La Palabra se hace carne. Esta palabra creadora que estaba junto a Dios, se ha hecho «carne». El evangelista nos sorprende porque de un lenguaje poético entra en otro tono inesperado, radical, inaudito. La palabra, que aunque tiene autoridad y es creadora, es a la vez débil porque se  pierde después de haber sido pronunciada, toma forma humana. San Juan mira al comienzo de la Escritura, y a la vez mira con una profundidad única el nuevo comienzo de la historia: el misterio del nacimiento de Jesús.

Jesús es la Palabra de Dios. San Juan contempla y admira a Jesús, en quien reconoce la encarnación de la Palabra de Dios. Nunca nadie se había atrevido a dar este paso. Anoche celebrábamos con alegría que nos ha nacido un niño, pequeño y pobre. Allí, en las pajas de Belén, se revelaba la ternura de nuestro Dios. Hoy, día de Navidad, la Iglesia nos invita a adentrarnos en el misterio de este niño. Es «Dios con nosotros»; es la «Palabra de Dios encarnada». Dios no solo no rechaza ni se avergüenza de la humanidad, sino que se hace carne, se embarra, se mete en el hondón de la historia humana.


Las consecuencias de esta revelación y de esta fe son novedosas. Cuanto más amemos lo humano, más entenderemos a Dios. Cuanto más respetemos y defendamos la causa del hombre, más estaremos transparentando a Dios. Cuanto más contemplemos al niño de Belén, débil, pobre, y fuera de la ciudad, entenderemos mejor que el evangelio es para todos, pero que Dios empieza su obra en las «periferias de la ciudad» para que no haya nada humano que esté fuera de su alcance. ¡La Palabra se hace carne, se hace humana! ¡Dios se hace humano! ¡Jesús es «Dios con nosotros»! ¡Feliz Navidad a todos!

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