Dios creador. La suerte del hombre en la
tierra no proviene de un azar casual, o de una decisión desconocida; menos aún de
una maldición. La Escritura comienza hoy de forma solemne y definitoria: [En el
principio Dios creó «el cielo y la tierra», esto es, lo «creó todo»]. Dios creó
y llamó a la vida. Dios creó e inició una relación con las criaturas, poniendo
orden y sentido. La historia se desenvuelve de forma progresiva, se desenrolla
en un escenario amplio, con un principio, que tiende a un final. Formamos parte de esta historia de salvación.
Dios crea por la palabra. Dios no se
confunde con su obra creada. La palabra de Dios es fecunda, tiene capacidad de
crear vida y de sostenerla. Dios ordena que surja la vida, y la vida brota. El
artífice, el ingeniero, el artista, dice cómo quiere que sea su obra y da
trazos precisos. Unas veces borra y otras rectifica. Dios tiene autoridad, y la
palabra de Dios la refleja en todo lo creado.
La Palabra es reveladora. La palabra tiene
la función y la virtud de comunicar, de
enseñar, de explicar, de narrar. Por medio de la palabra las personas se
expresan y Dios se expresa. El Dios de la Escritura no es una divinidad huraña,
aislada, encerrada en sí misma. La palabra posibilita el diálogo. Para dialogar
hay que escuchar y hay que proponer. Hay que tener algo que decir, y hay que
decirlo. Dios se nos dice, se nos entrega, se nos comunica en sus palabras. La
Escritura la acogemos, en comunión con toda la Iglesia, como Palabra de Dios,
como reveladora de su intimidad y de su voluntad con todos nosotros.
La Palabra se hace carne. Esta palabra
creadora que estaba junto a Dios, se ha hecho «carne». El evangelista nos
sorprende porque de un lenguaje poético entra en otro tono inesperado, radical,
inaudito. La palabra, que aunque tiene autoridad y es creadora, es a la vez
débil porque se pierde después de haber
sido pronunciada, toma forma humana. San Juan mira al comienzo de la Escritura,
y a la vez mira con una profundidad única el nuevo comienzo de la historia: el
misterio del nacimiento de Jesús.
Jesús es la Palabra de Dios. San Juan
contempla y admira a Jesús, en quien reconoce la encarnación de la Palabra de
Dios. Nunca nadie se había atrevido a dar este paso. Anoche celebrábamos con
alegría que nos ha nacido un niño, pequeño y pobre. Allí, en las pajas de
Belén, se revelaba la ternura de nuestro Dios. Hoy, día de Navidad, la Iglesia
nos invita a adentrarnos en el misterio de este niño. Es «Dios con nosotros»;
es la «Palabra de Dios encarnada». Dios no solo no rechaza ni se avergüenza de
la humanidad, sino que se hace carne, se embarra, se mete en el hondón de la
historia humana.
Las
consecuencias de esta revelación y de esta fe son novedosas. Cuanto más amemos
lo humano, más entenderemos a Dios. Cuanto más respetemos y defendamos la causa
del hombre, más estaremos transparentando a Dios. Cuanto más contemplemos al
niño de Belén, débil, pobre, y fuera de la ciudad, entenderemos mejor que el
evangelio es para todos, pero que Dios empieza su obra en las «periferias de la
ciudad» para que no haya nada humano que esté fuera de su alcance. ¡La Palabra
se hace carne, se hace humana! ¡Dios se hace humano! ¡Jesús es «Dios con
nosotros»! ¡Feliz Navidad a todos!
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