sábado, 29 de septiembre de 2018

26ª semana del tiempo ordinario. Domingo B-2018: Mc 9, 38-48


          
Iba Jesús caminando entre sus discípulos. Quizá comenzaban ya su viaje hacia Jerusalén, y mientras caminaban, Jesús les daba varias enseñanzas e instrucciones. La primera lección que hoy nos trae el evangelio es la de que nosotros, aunque sigamos de cerca a Jesús, no tenemos el monopolio de la verdad. Hay que respetar y apreciar las cosas buenas que veamos en otros, aunque no sean de nuestro grupo social o religioso. La enseñanza surgió porque Juan, como portavoz de otros, le dijo a Jesús que habían visto a una persona que hacía cosas buenas como expulsar demonios en el nombre de Jesús; pero como no era de su grupo, se lo habían prohibido. Esto dio pie para que Jesús les dijera, a ellos y a nosotros, que cualquiera que no está en contra de Él, está a su favor. Que es como decir que debemos estimar todo lo bueno que nos encontramos en los demás, aunque sean de otro grupo.
Es algo parecido a lo que le pasó a Moisés (1ª lectura). Un día llamó a los setenta más importantes del pueblo y el Espíritu de Dios vino sobre ellos, de modo que todos se pusieron a expresar las maravillas de Dios, como solía hacer Moisés. Pero resulta que faltaban dos de ellos. Y donde estaban también se pusieron a expresar esas maravillas. Josué fue donde Moisés a contárselo y le dijo: “Prohíbeselo”. Pero Moisés, que tenía un corazón muy grande, aunque aquellos dos no habían acudido, le dijo: “¡Ojalá todo el pueblo proclame estas maravillas!”. Es la grandeza del corazón, imagen del gran corazón de Jesús que acoge a todo el que no esté realmente en contra.
Solemos ser muy egoístas a solas y muchas veces, de manera más viva, cuando formamos parte de un grupo. Este egoísmo nos hace parecer que todo lo del contrario es malo. Esto se ve muchas veces en los partidos políticos. Algunas veces todo lo que hace o dice el adversario nos parece mal. Pero algo tendrán de bueno. El caso es que se critica y se lleva la contraria, aunque no estemos del todo convencidos. Esto pasa en política, pero pasa también en religión. El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice: “Todo lo bueno y verdadero de las diversas religiones lo aprecia la Iglesia como un don de aquel que ilumina a todos los hombres, para que al fin tengan vida” (nº 843).
Muchas veces el pertenecer a un grupo nos hace ciegos para poder ver la verdad y el bien en el adversario. Sobre todo, si unos se creen que son los “buenos”, y por ello se creen también que tienen toda la verdad. Lo peor no está sólo en el mal que nos hacemos a nosotros por el pecado. Lo peor es si con nuestro pecado inducimos a otros, que quizá son más débiles en la fe, a cometer el mismo error o pecado. Esto es lo que se llama escándalo. Jesús dice palabras terribles contra los que dan escándalo a otros. Pueden ser ricos, que son al mismo tiempo personas con responsabilidad social, pero que no cumplen con la justicia y se aprovechan de los pobres en cuanto a salarios y en cuanto a trabajos excesivos. Pueden ser padres que no dan buen ejemplo a sus hijos. El Catecismo de la Iglesia Católica se fija en la maldad de los que deben hacer leyes y las hacen induciendo al mal. Eso es escándalo.
Desde cierto punto de vista, parece que la sociedad actual está de vuelta de todo, y no se asombra ni escandaliza por nada. Por el contrario, se supervaloran publicitariamente ciertos escándalos; un lío de faldas, un hijo oculto que reclama una herencia millonaria, una fuga con gran desfalco económico o un crimen pasional pueden ocupar las primeras páginas de los periódicos o ser noticia de apertura en un telediario.
A algunos no les gusta la palabra “escándalo” porque les parece oscurantista, retrógrada y beatona. Les suena a falta de libertad, a censura religiosa superada y a morbosa referencia sexual. Sin embargo es preciso reconocer que todos estamos en medio de una situación de escándalo activo, continuo y organizado. Es muy serio que la sociedad actual, por alardear de vanguardista, ridiculice las voces limpias que propugnan una concepción más seria y digna de la existencia”.
Por eso cuesta ser cristiano auténtico. Aunque te cueste tanto como te costaría perder un ojo, vale la pena el hacerlo y ser consecuente en nuestra vida con las enseñanzas de Jesucristo. Con esas frases radicales, con las que termina el evangelio de hoy, Jesús nos quiere decir que para ser sus discípulos no debemos conformarnos con la mediocridad, sino que debemos ser auténticos o radicales, que quiere decir que el pensamiento de Jesús no influya sólo en algo exterior, sino que nos llegue hasta lo más hondo de nuestro ser. Y el pensamiento de Jesús es sobre todo el amor. No quedaremos sin recompensa. Hoy nos dice que nos recompensará hasta un vaso de agua que se dé a quien lo necesita. ¡Cuánto más la entrega de nuestro ser!
Recordemos que no debemos “apagar al Espíritu”, como nos dice san Pablo, pues sopla donde y como quiere. Y por todo ello bendigamos siempre al Señor.

sábado, 15 de septiembre de 2018

"APARTATE DE MI SATANAS"


El episodio de Cesarea de Filipo ocupa un lugar central en el evangelio de Marcos. Después de un tiempo de convivir con él, Jesús les hace a sus discípulos una pregunta decisiva: "¿Quién decís que soy yo?". En nombre de todos, Pedro le contesta sin dudar: "Tú eres el Mesías". Por fin parece que todo está claro. Jesús es el Mesías enviado por Dios y los discípulos lo siguen para colaborar con él.
Jesús sin embargo sabe que no es así. Todavía les falta aprender algo muy importante. Es fácil confesar a Jesús con palabras, pero todavía no saben lo que significa seguirlo de cerca compartiendo su proyecto y su destino. Marcos dice que Jesús "empezó a instruirlos". No es una enseñanza más, sino algo fundamental que los discípulos tendrán que ir asimilando y conociendo poco a poco.
Desde el principio les habla "con toda claridad". No les quiere ocultar nada. Tienen que saber que el sufrimiento lo acompañará a él siempre en su tarea de abrir caminos al reino de Dios. Al final, será condenado por los dirigentes religiosos y morirá ejecutado violentamente. Sólo al resucitar se verá que Dios está con él.
Pedro se rebela ante lo que está oyendo. Su reacción es increíbleToma a Jesús consigo y se lo lleva aparte para "increparlo"Había sido el primero en confesarlo como Mesías. Ahora es el primero en rechazarlo. Quiere hacer comprender a Jesús que lo que está diciendo es absurdo. No está dispuesto a que siga ese camino. Jesús ha de cambiar esa manera de pensar.
Jesús reacciona con una dureza desconocidaDe pronto ve en Pedro los rasgos de Satanás, el tentador del desierto que busca apartar a las personas de la voluntad de Dios. Se vuelve de cara a los discípulos e increpa literalmente a Pedro con estas palabras: "Ponte detrás de mí, Satanás": vuelve a ocupar tu puesto de discípulo. Deja de tentarme. "Tú piensas como los hombres, no como Dios".
Luego llama a la gente y a sus discípulos para que escuchen bien sus palabras. Las repetirá en diversas ocasiones. No las han de olvidar jamás. "El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga".
Seguir a Jesús no es obligatorio. Es una decisión libre de cada uno. Pero hemos de tomar en serio a Jesús. No bastan confesiones fáciles. Si queremos seguirlo en su tarea apasionante de hacer un mundo más humano, digno y dichoso, hemos de estar dispuestos a dos cosas. Primero, renunciar a proyectos o planes que se oponen al reino de Dios. Segundo, aceptar los sufrimientos que nos pueden llegar por seguir a Jesús e identificarnos con su causa.

sábado, 25 de agosto de 2018

20ª semana del tiempo ordinario. Domingo B: Jn 6, 51-58


Los dos domingos pasados veíamos la primera parte del “Discurso del Pan de vida” por Jesús en Cafarnaún, donde anuncia el misterio de la Eucaristía. En esa primera parte nos pedía fe, porque, si no creemos en El, es vano que nos anuncie la maravilla de podernos unir tan íntimamente por medio de la Comunión. Terminaba el domingo pasado con lo que comienza hoy. Jesús nos dice que El mismo es el pan bajado del Cielo que debemos comer. La mayoría de la gente que escucha y que sólo piensa en el sentido material de las palabras y que no cree que haya venido del cielo, porque conocen a su familia, comienza no sólo a admirarse de esas palabras, sino a criticar o murmurar. Al final le tendrán por loco y muchos, que antes se tenían por discípulos, se marcharán. Esto lo veremos el próximo domingo. Hoy al ver la grandeza de las palabras de Jesús, hagamos un acto de fe y sintamos el amor de Dios en la Eucaristía.
Como la gente murmuraba y tomaba las palabras de Jesús en sentido materialista, como si ellos tuvieran que comerle pedazo a pedazo, creían que se burlaba de ellos. Por lo tanto Jesús repitió varias veces lo mismo, como para dar a entender que no se había equivocado, sino que era verdad. Esto que ahora anunciaba, lo haría realidad el Jueves santo en la Ultima Cena. Y no sólo les dio a comer su Cuerpo a los apóstoles, sino que les dio autoridad para que hiciesen lo mismo, como se realiza en la santa Misa, para que todos los que quieran puedan recibir ese augusto alimento.
Se cuenta que por el año 165, en tiempos de san Justino, que era un filósofo y escritor, algunos paganos acusaron a los cristianos de algo horrendo y prohibido, como era comer la carne de alguna persona. Esto se debía a que el sacerdote decía: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo”, y: “Tomad y bebed, esta es mi sangre”. En realidad los paganos no podían entender cómo los cristianos pudieran quedar tan alegres y al parecer tan satisfechos después de lo que habían celebrado y recibido. Entonces san Justino tuvo que escribir algo muy hermoso en defensa de la sagrada Eucaristía.
Algo que tenemos que tener en cuenta es que Jesús no promete una presencia simbólica o figurativa, como si fuese un recuerdo o una bella idea. La presencia de Jesús es real y verdadera. Recibimos el verdadero Cuerpo de Jesús. Es Él en persona quien viene a nosotros en la comunión. Esto sólo lo puede inventar Dios, de modo que nos podemos estrechar íntimamente cuando recibimos aquello que parece un poquito de pan o un poquito de vino. Nuestra fe nos dice que aquello ya no es pan, sino que es el mismo Jesús que penetra en nuestro ser. Es un acto sublime de amor de Dios.
Un buen padre no se contenta sólo con haber dado la vida a sus hijos, sino que les alimenta y les proporciona los medios para crecer y ser personas dignas. Muchos medios nos da Dios, después que nos hicimos sus hijos por el Bautismo; pero el alimento más importante es el que anuncia hoy: su propio Cuerpo. Algo muy especial que tiene este alimento es lo que se dice desde hace muchos siglos: que los alimentos corrientes se convierten en nuestra propia naturaleza, porque son inferiores a nosotros; pero el alimento del Cuerpo de Cristo es tan superior a nosotros que tiende a que nosotros nos convirtamos en su naturaleza. Por lo cual no encontramos un medio más importante para unirnos a Dios que recibir dignamente la sagrada Eucaristía.
Así que recordemos que cuando el sacerdote pronuncia las palabras de la Consagración, no se trata de un simple recuerdo, sino que se está realizando presente el mismo sacrificio de la Cruz, ahora ya glorificado. Y luego Jesús permanece en el Sagrario, para que le visitemos y le adoremos. Él quiere venir para fortalecer nuestra vida espiritual. Por eso, cuando vamos a la misa, no vamos sólo para cumplir un precepto, sino para estar con quien más nos quiere, poder fortalecer nuestra fe en las luchas de cada día y poder recibir la alegría para la vida. Cuando rezamos “Danos hoy nuestro pan de cada día”, no sólo pedimos el pan material, sino el espiritual.

21ª semana del tiempo ordinario. Domingo B: Jn 6,55.60-69

En estos domingos pasados se nos presentaba el “discurso de vida” de Jesús en que proclama lo que será la Eucaristía: su presencia real por amor a nosotros; una presencia tan real que le podemos comer, como el abrazo más íntimo que pudiéramos pensar. Y no sólo que le podemos comer, sino que lo debemos hacer si queremos tener la vida eterna. Esto es difícil entender cuando no se tiene fe o cuando se quieren entender los mensajes de Jesús según nos convenga a nosotros, con todos nuestros intereses materialistas, de orgullo, de poder, de comodidad, de egoísmo.
Esto es lo que pasó cuando Jesús hablaba. La gente se decía: “Duras son estas palabras”. Yo creo que no era sólo por lo de comer el Cuerpo de Jesús. Este comer su cuerpo llevaba consigo la entrega de nuestro ser en Él y para bien de los hermanos. Llevaba consigo el aceptar una vida de servicio, no de triunfalismo, el buscar no sólo comer el Cuerpo de Jesús, sino dejarnos comer por los demás. Esto requería todo un desprendimiento de muchas cosas, pero sobre todo del egoísmo y del afán de riquezas, de poder, de lujo, de comodidades, para el bien de los demás. Por eso, cuando Jesús se dio cuenta de lo que pasaba, el murmullo y las primeras decepciones, lo explicó diciendo que en nosotros se da esa lucha entre la carne y el espíritu; y hay muchos que se dejan llevar por las tendencias de la carne despreciando al espíritu. Uno de ellos era uno de sus mismos discípulos, Judas. El evangelista lo expresa con claridad diciendo que estas palabras las había dicho Jesús por causa del traidor.
Entonces Jesús tuvo que plantearles claramente a sus discípulos: “¿También vosotros queréis marcharos?” Fue san Pedro, más voluntarioso, como otras veces, quien le responde: “Señor, ¿a quién iremos? Tu tienes palabras de vida eterna”. Esto se parece a lo que nos cuenta hoy la primera lectura, en tiempos de Josué, el sucesor de Moisés. Eran momentos difíciles para el servicio de Dios, porque muchos en el pueblo se habían dejado seducir del culto de los dioses en la tierra que conquistaban. Era un culto más atractivo, porque dejaba que la persona tuviera muchos vicios apetitosos a los sentidos, pero contrarios a la ley de Dios. Hasta que Josué tuvo que plantarse y con decisión decir al pueblo: “¿A qué dios queréis servir? Yo con mi familia serviremos al Señor”. Entonces el pueblo aceptó servir al Señor Dios que les había sacado de Egipto, no tanto por convicción de razones, sino por la energía y el ejemplo de aquel hombre que desgastaba su vida por el servicio a Dios y al bien del pueblo.
La comunión no es sólo un acto que puede ser más o menos bonito, un acto para quedar bien ante los demás o ante el mismo Dios. Es sobre todo un acto de fe. Al terminar la consagración, el sacerdote nos dice: “Este es el sacramento de nuestra fe”. Y cuando vamos a comulgar nos dice: “El Cuerpo de Cristo”, y nosotros respondemos: “Amén”. Este amén es un acto de fe, diciendo que es verdad, que así lo creemos. Pero, como hemos visto otras veces, la fe no es sólo una creencia intelectual, sino que es sobre todo una entrega en las manos de Jesús. Es ponerse a su disposición para que vaya aceptando nuestro ser, de modo que nos asimilemos a su manera de ser.
En nuestro seguimiento a Cristo habrá muchos momentos en que nos parece todo bastante fácil y tranquilo; pero habrá otros momentos en que, sea por las pasiones internas o por las dificultades externas, todo se nos hace difícil y quizá hasta nos haga clamar: “Son muy difíciles los mensajes de Jesús”. Pero tengamos confianza especialmente cuando le recibimos en la comunión. No es que haya que ser santos para comulgar; basta que tengamos fe y mucha humildad para arrojarnos en los brazos de Cristo. Él tiene palabras de vida eterna. Es decir, que sus mensajes y su gloria no son para un instante, sino para siempre. Si le recibimos con esta fe, iremos viendo que nuestra vida cada vez un poco más se irá transformando en su vida y nos costará menos el servir a los demás, haciéndolo con el gozo y la libertad de Cristo Jesú

miércoles, 2 de mayo de 2018

Domingo 5º de Pascua B-2018: Jn 15, 1-8


Estas palabras están dichas por Jesús en su despedida de la Ultima Cena; pero son una especie de resumen de ideas que les habría dicho a los apóstoles en aquellos años. Ahora les ha dicho algo muy importante, esencial para nuestra vida en el espíritu. Y es que tenemos que estar unidos con Jesucristo, si queremos que nuestra vida tenga frutos de vida eterna. Un buen profesional o artista puede dejar frutos de su trabajo que sean estimados y perduren cierto tiempo; pero si lo hizo por egoísmo, sin unión con Dios, no le sirve para la vida eterna. Mientras que un trabajo sencillo, como puede ser barrer o lavar, si se hace con sentido de la presencia de Dios o por amor al prójimo, tendrá un valor que perdurará por toda la eternidad.
Para expresar esto Jesús, lo hace con el ejemplo de la vid y los sarmientos, que son las ramas que sostienen los racimos de uvas. Podría haber puesto el ejemplo de cualquier árbol, que produce frutos. Habló de la vid porque era frecuente en Palestina y para muchos era un símbolo nacional. Igual que una rama, si está unida al tronco, da frutos, que pueden ser en abundancia, mientras que si está separada del tronco, no puede dar frutos, nos pasa a nosotros, si estamos unidos o no con Jesucristo.
Cuando hablamos de unión con Jesucristo, en primer lugar nos referimos a la unión fundamental y necesaria, que es el vivir en gracia o sea sin pecado; pero también hablamos del progreso de esta unión, porque es una vida que debe estar en continuo movimiento y progreso. Lo primero y elemental es estar unidos por la gracia. Llamamos “Gracia” a un don especial que Dios nos da porque nos ama. Nosotros lo recibimos en el Bautismo. No tratamos ahora de aquellos que no han podido conocer a Jesús y pueden tener un deseo de bautismo que va incluido en una vida honesta y justa.
Lo hermoso y al mismo tiempo terrible es que Dios nos quiere tanto que nos da la libertad para que cooperando con esa gracia que nos da, podamos merecer un premio. Y digo que es terrible porque muchos usan esa libertad para separarse de Dios. Muchos rechazan la amistad que Dios nos ofrece y, por la soberbia y el egoísmo, rompen la unión que debemos tener con Jesucristo. Esto es el pecado.
Por eso no nos tenemos que conformar con estar unidos con sólo lo elemental. Para evitar caer en pecado, y sobre todo por amor a Dios, debemos progresar cada vez más en esa unión. A veces hacemos la renovación de las promesas del Bautismo. Es como hacer una revisión para ver si estamos en gracia y recibir un nuevo impulso. Pero Jesús nos dejó instrumentos concretos para crecer en su unión. Los sacramentos son la ayuda especial de Jesús, sobre todo la Eucaristía. En ningún momento podemos estar mejor unidos con Jesucristo. Pero también la Eucaristía puede recibirse de forma indigna, si lo hacemos con distracción o por costumbre. Por eso debemos estar preparados por una unión afectiva o del corazón. Y ésta sí que hace las diferencias entre los cristianos. Vemos a dos personas rezar lo mismo: una puede estar unida a Jesucristo en lo más íntimo del alma, mientras que otra apenas roza el corazón.
Hoy también habla el evangelio sobre la oración de petición. Dice que conseguirá todo aquel que reza “unido con Jesús”. ¿Con qué cara va a pedir algo a Jesús aquel que está separado de El por el pecado? Lo primero que debemos pedir, con humildad, es la fuerza y la gracia para evitar el pecado, para estar unido a Jesucristo. Por eso debemos pedir el amor y orar con mucho amor. El amor une y el odio separa.
El ejemplo de la vid y los sarmientos no sólo debemos tomarlo en sentido de cada persona individual. Ya en el Ant. Testamento, especialmente en los profetas, se hablaba del pueblo de Dios, que por no estar unido a Dios en el amor y el cumplimiento de sus mandamientos, en vez de dar frutos buenos, los daba podridos o amargos. Por eso debían convertirse a Dios. En este día pidamos que nuestros frutos sean buenos, que lo serán, si procuramos aumentar continuamente nuestra unión con Dios.


4ª semana de Pascua. Domingo B-2018: Jn 10, 11-18


Todos los años en este domingo, 4º de Pascua, la Iglesia nos presenta a nuestra consideración la alegoría del buen pastor. Es una especie de parábola donde cada palabra y frase tiene una correspondencia espiritual. En este año, ciclo B, nos trae la parte central. Para el tiempo de Jesucristo esta palabra de “pastor”, en el sentido espiritual, tenía mucho vigor. Se llamaba pastor al mismo Dios, como hoy lo vemos en el salmo responsorial. Dios no es un ser abstracto, sino alguien vivo que quiere guiarnos hacia el bien. Jesús nos dirá que Dios es nuestro Padre, que nos creó, que nos envió a su Hijo para redimirnos, que nos guía en nuestro caminar de la vida.
Pastores también se llamaba a veces a los reyes y a todos los que en la vida tienen una responsabilidad de ser conductores o guías de otros. De aquí que las palabras de Jesús proceden de una polémica porque habiendo puesto Dios como guías del pueblo a algunos entendidos en la Ley, en vez de buenos pastores, eran como mercenarios que sólo se preocupaban de su propio bien, descuidando a las “ovejas” o pueblo sencillo. Para ellos la religión no era cuestión de vida y espíritu, sino de leyes externas.
Jesucristo es el “buen pastor”, porque está dispuesto a dar su vida por aquellos a quienes ha venido a salvar. El nos da el alimento espiritual que necesitamos, renueva las energías, cuando estamos cansados, nos guía por el camino recto, cuando encontramos situaciones peligrosas, está a nuestro lado para reparar las heridas del alma. Siempre actúa por amor. Nadie como Jesús puede decir que “las ovejas le pertenecen”. Las conoce de verdad y nos ama a cada uno de nosotros.
En cierto sentido todos somos un poco pastores, ya que encontramos gentes a quienes podemos y debemos guiar hacia el bien. Pueden ser hijos, padres ancianos, amigos, vecinos, compañeros y muchos débiles y necesitados. Pero para el camino de la salvación, el del espíritu, que es el principal camino, Jesús quiso dejar, para representarle, a san Pedro y sus sucesores. Cuando Jesús le daba la responsabilidad a san Pedro le decía: “pastorea a mis ovejas”. Ayudando al sucesor de san Pedro están sobre todo los obispos y sacerdotes. Ciertamente ha habido algunos o bastantes que no han cumplido con el deber de ser buenos pastores; pero la mayoría sí cumplen bien. Por eso no hay derecho a que por unos pocos todos sean perseguidos injustamente. En este día del “buen Pastor” debemos pedir para que haya muchos buenos pastores, que sigan el ejemplo de Jesucristo, hasta dar la vida. Y cuando se dice dar la vida, se entiende que es la fortuna material, la fama, posición social, seguridad, etc.
En esta vida todos necesitamos guías y buscamos ejemplos a seguir. Muchos jóvenes sólo encuentran ejemplos en artistas famosos o deportistas. Ciertamente que éstos tienen una responsabilidad al ser tenidos como ejemplo por muchas personas; pero también debemos pensar que las cualidades externas son transitorias y que lo que queda es el valor espiritual, que a veces en muchos de ellos falta.
Hoy Jesús nos dice que tiene “otras ovejas que están fuera del redil”. Es una llamada universal. Nos indica su deseo de felicidad para todos, para que también nosotros lo compartamos y podamos ser comunicadores de vida, especialmente comunicando amor. El amor no tiene límites y quiere que todos tengan nuestra alegría de pertenecer al grupo de Jesucristo. Para ello debemos conocer más internamente a Jesús. El nos dice que “sus ovejas le conocen”. Conocer para los antiguos no era algo sólo del intelecto, sino que toda la persona estaba involucrada. El verdadero conocimiento llega al amor. No es sólo saber que Dios es nuestro Padre, sino experimentarlo y sentirle a nuestro lado como puede estar el padre o madre de carne y hueso. Hoy con este ejemplo nos quiere enseñar que el Padre, el Hijo y el Espíritu están a nuestro lado, que Dios nos acompaña y nos da la confianza de vivir bajo su misericordia para poder estar un día juntos en su eterna gloria.

Domingo 6º de Pascua B-2018: Jn. 15, 9-17


           
Estas son palabras que Jesús pronunció en su despedida de la Ultima Cena; pero que seguramente repetiría en aquellas apariciones poco antes de su Ascensión, que celebraremos el próximo domingo. El domingo anterior nos hablaba Jesús de la unión íntima que debemos tener con El, como hay entre la vid y los sarmientos. Hoy nos explica en qué consiste esa unión: en el amor. Un amor que procede de la esencia misma de Dios. San Juan hoy en la segunda lectura nos dice que “Dios es amor”. Esa es su esencia: el Padre que entrega su naturaleza amorosa al Hijo, y el Padre y el Hijo al Espíritu, formando la más íntima unidad de amor. Si el Padre fuera egoísta y dijera: toda la naturaleza divina para mí... se destruiría Dios, lo cual no puede ser.
De este amor procede el ideal humano. El amor íntimo de la Santísima Trinidad no lo vemos; pero lo experimentamos en muchas circunstancias. Lo primero: lo que nos dice también hoy san Juan en su carta (I Jn 4, 9): “El amor de Dios hacia nosotros se manifiesta en que Dios envió al mundo a su Hijo unigénito para que nosotros vivamos por El”. Para el mundo sería una locura que un padre entregue a su hijo para salvar a unos extraños y hasta enemigos. Y Jesús, que es el Hijo de Dios que se hizo hombre, es nuestro ejemplo e ideal de amor. El “pasó haciendo el bien” y nos amó hasta dar su vida en la cruz para salvarnos, siendo como somos pecadores. Nos amó hasta el fin.
Así cumplía el mandamiento de su Padre o su Voluntad. Como, además de Dios, era hombre, no le fue fácil: Hasta “con lágrimas” pedía que pudiera pasar ese “cáliz de amargura”. Pero se arrojaba en las manos de su Padre, que nos ama y veía que es la mejor manera de salvarnos. Con ese amor nos dice Jesús que tenemos que amarnos.
Es su mandamiento por excelencia. Como hay quienes dicen que el amar no se puede mandar, podemos llamarlo: recomendación. Es el principal deseo de Jesús para nosotros, porque es lo que nos dará la verdadera libertad y alegría. El mundo está envuelto en violencia, odios y egoísmo. El amor es el lenguaje de la Iglesia y de los cristianos. El amor es el estilo y el espíritu de la nueva alianza que Dios ha querido pactar con la humanidad. En el Ant. Testamento se hablaba más de sumisión a Dios. Ahora Jesús nos habla de relación amigable con Dios y fraterna entre nosotros.
 En este amor permaneceremos, si guardamos sus mandamientos. No se trata por lo tanto de un amor etéreo o abstracto, sino real y expresado en obras: “Obras son amores y no buenas razones”. No se trata de un amor vacío y de solos sentimientos y buenas intenciones, sino sustentado por buenas acciones hacia los demás. Es tan fundamental el amor entre los cristianos, que en esto “conocerán que somos discípulos de Jesús”. Y será la materia principal de la que seremos juzgados el día final.
El amor nos hace felices. Hoy nos dice Jesús que, si permanecemos unidos a El por el amor y permanecemos unidos entre nosotros, “el gozo será pleno”. Dios no quiere de una manera directa el dolor ni la tristeza. Si Jesús tuvo que pasar por ratos tan amargos fue por culpa de nuestros pecados, pero el final sería la resurrección. A veces para salvar a un hermano o por diversas circunstancias de la vida tendremos dolores y sufrimientos. Pero también los tienen los que viven metidos en el odio. Normalmente el ambiente del que ama es el de la paz y la alegría. Eso sin pensar en la alegría total y definitiva del premio que Dios le dará para siempre. Y la alegría principal es el saberse hijo de Dios Padre y amigo de Jesús. El amor es lo que nos da plenitud. Decía el concilio vaticano II: “El hombre no puede encontrar su propia plenitud, si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás”. El amor libera, el odio esclaviza.
Termina hoy Jesús diciendo que, si estamos unidos a El por el amor, podremos  conseguir todo lo que pidamos en la oración. Esto es así, porque, si estamos unidos a Jesús, lo que pidamos será siempre lo que mejor nos convenga, según la voluntad de Dios. Y el fruto de nuestro apostolado será maravilloso.

sábado, 7 de abril de 2018

Domingo de Resurrección B-2018: Jn 20, 1-9


                      
Evangelio significa Buena Noticia. Hoy se nos da la mejor de las noticias: Cristo ha resucitado. Si Cristo no hubiera resucitado nuestra fe sería vana, descansaría en el vacío y en la muerte. Pero Cristo resucitó y nuestra fe se acrecienta en la esperanza de que nosotros también un día podemos resucitar y entrar en la vida definitiva. Proclamar la Resurrección es anunciar que la muerte está vencida, que la muerte no es el final.
Nadie fue testigo del momento de la resurrección del Señor, porque no fue un hecho físico y sensible como el de levantarse del sepulcro para vivir la vida de antes. Fue un hecho estrictamente sobrenatural. Los apóstoles no vieron el hecho transformante, pero fueron testigos de los efectos: Vieron a Jesús, le palparon, y este acontecimiento les trasformó totalmente la vida. Hay personas que quizá piensen que la resurrección de Jesús fue como un revivir, como fue lo de Lázaro, la hija de Jairo o el joven de Naín. En ese caso después tendría que volver a morir. Lo de Jesús fue un paso adelante hacia otra vida superior, hacia una vida para siempre, una vida que será para nosotros.
Hoy lo primero que se nos pide es un acto de fe: creemos que Cristo resucitó, que vive entre nosotros. Cristo resucitó y por lo tanto vive para nosotros y en nosotros. La Resurrección del Señor no es un acto que pasó. Es actual, porque vive y lo debemos sentir que está con nosotros. La Resurrección nos revela que Dios no nos abandona, sino que está con nosotros en nuestro caminar de la vida. Por eso es un día de acción de gracias y de alegría. La alegría es un fruto del Espíritu Santo. No debemos ahogarla aunque hayamos sufrido con Cristo clavado en la cruz el Viernes Santo. Precisamente a aquellos que más unidos estuvieron con el dolor de Jesús en su muerte, en el día de su resurrección Jesús les quiere dar una mayor alegría. Sentir la alegría de Cristo resucitado sería una gracia que debemos pedir a Dios vivamente en este día.
El evangelio de este domingo nos cuenta cómo María Magdalena, al ver el sepulcro vacío, va a contárselo a los apóstoles. Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, marchan a toda prisa al sepulcro. Los dos ven lo mismo: que el cuerpo del Maestro no está, que las vendas y ropa están bien colocadas, cosa que no harían unos ladrones, y el que más ama cree. La fe verdadera es una mezcla de razones y de amor. En este día se nos dan razones para creer, sobre todo por el testimonio de los apóstoles y otras personas, que sintieron transformada su vida y con su predicación comenzaron a transformar al mundo. Así nuestra vida de cristianos tiene que ser también un testimonio de que Cristo vive entre nosotros. Y esto será verdad, si nuestra vida es una vida de seres resucitados o vivificados por el impulso de Jesucristo.
Como al discípulo amado también nuestro amor debe llevarnos a la fe. La alegría de la Pascua madura sólo en el terreno de un amor fiel. También nuestro apostolado será más eficaz, si vivimos como personas resucitadas con Cristo.  Hoy san Pablo nos dice en la segunda lectura que, si hemos resucitado con Cristo, debemos aspirar a los bienes de arriba. Es lo mismo que cuando pedimos que “venga su Reino”. En primer lugar ese reino pedimos que venga sobre nosotros y también sobre los demás.
Cuando comenzaron a predicar los apóstoles, como se dice en la primera lectura, el principal mensaje era la Resurrección de Jesús: que El vive. Esta es nuestra gran persuasión. Por eso se enciende el cirio pascual en la liturgia: para recordarnos que Cristo está vivo entre nosotros. En verdad, como decía san Pablo, si Cristo no hubiera resucitado seríamos “los más miserables de los hombres”. Es el día de reavivar el compromiso bautismal para estar más unidos a Cristo, como se hacía anoche en la Vigilia. Hoy saludamos con alegría a la Virgen María, que fue la que más se alegró en ese día. Y la pedimos que nos ayude a que vivamos en nuestro corazón el misterio de esta alegría, para que podamos dar testimonio en nuestro trabajo de cada día del amor y la esperanza que Cristo resucitado nos da en nuestro caminar.

Domingo de Ramos B-2018: Evangelio: Mc 14,1-15,47



 Comenzamos la Semana Santa. La Iglesia nos presenta en esta semana los hechos más importantes de nuestra redención: la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Dios nos podría haber salvado con medios más sencillos, pero quiere unirse a nuestro dolor y testifica con su sufrimiento que su amor es sincero, es grandioso y que merece toda nuestra correspondencia. Para ello Dios se hizo hombre, aceptó un cuerpo como el nuestro y se entregó a la muerte y una muerte de cruz.
Pero el dolor no es el final de Jesús, como tampoco Dios quiere que sea nuestro final, sino la gloria y la felicidad. Por eso esa demostración sublime de amor terminó en la gloria de la resurrección. Hoy comenzamos la consideración de la Pasión de Jesús, que va unida al triunfo de su entrada en Jerusalén. La liturgia de este día tiene dos partes: En la primera asistimos al recuerdo, hecho vida en nosotros, de la entrada triunfal de Jesús. Después se celebra la misa donde se lee en el evangelio la Pasión de Jesús. Este año, que es el ciclo B, las dos lecturas son del evangelio de san Marcos.
San Marcos es el evangelio más sencillo. Según todos los entendidos fue el primero que se escribió. San Marcos era algo así como el secretario de san Pedro, de quien recoge estas grandiosas vivencias de un modo tierno y sencillo. En la entrada triunfal en Jerusalén se fija de una manera especial en la sencillez y mansedumbre. Parece ser que fue el mismo Jesús quien suscitó esa entrada cabalgando como en señal de triunfo o más bien de protagonismo profético. Porque ya lo había dicho el profeta que el Mesías iba a entrar en Jerusalén aclamado, pero de una manera humilde. La diferencia con un líder triunfador es que éste hubiera entrado cabalgando un caballo muy bien adornado, mientras que Jesús va a entrar cabalgando un burro o borriquito.
Algo que debemos destacar en esta “entrada” es la aclamación profética que hacen las gentes sencillas, que se dejan llevar del entusiasmo de algunos. Seguramente los apóstoles serían algunos de los que excitarían a muchos a gritar: “hosanna”. Pero hoy nuestra consideración debe ir a la inconstancia de la gente, precisamente por no estar muy fundamentada en la fe y en el amor. Muchos de los que ese día gritaban “hosanna”, el viernes santo gritarían: “Crucifícale”. Para nosotros debe ser una gran lección y un acicate en nuestra fe y en el amor a Jesús. Hoy nosotros debemos clamar y bendecir a Jesús: a Dios que se hizo hombre por nuestro amor. Él quiere entrar triunfante en nuestros corazones. En vista de aquella falta de coherencia de la multitud, prometamos al Señor ser fieles y perseverantes en la fe y en el amor continuo a Dios.
En esa entrada de Jesús también se va fraguando la Pasión, porque allí estaban los enemigos de siempre, fariseos y jefes religiosos del pueblo. Estaban llenos de envidia porque la gente se iba tras de Jesús. Esto llenaba la copa de su indignación y soberbia. Donde no hay amor y perdón, la venganza y el rencor no tienen freno.
En la misa de hoy se lee la Pasión. San Marcos recalca al principio el drama de Judas. Es muy difícil entrar en esa alma atormentada por las dudas sobre el mesianismo de Jesús, por la ambición de dinero y quizá de poder temporal. El hecho es que ese hombre se siente decepcionado por los mensajes de Jesús de amor y perdón. Judas hubiera preferido a un Mesías poderoso y ambicioso en lo material. También aparecen los enemigos de Jesús, los de siempre, rematando su obra de odio en aquella noche con la ayuda de Judas.
 Y nosotros debemos pensar que las acciones grandes no se hacen de un momento a otro, sino que se van preparando por pequeños actos. ¿Para qué nos preparamos nosotros? Seamos perseverantes en el bien y en el aclamar a Jesús, veamos y aprendamos su gran humildad y mansedumbre, su entrega al sufrimiento o al triunfo. Dios nos irá presentando lo que nos sea más conveniente. De nuestra parte pongamos mucho amor y sacaremos salvación y gloria.

miércoles, 14 de marzo de 2018

5ª semana de Cuaresma. Domingo B-2018: Jn 7, 40-53



Era el día de la entrada triunfal en Jerusalén. Entre la multitud había unos griegos. Quizá eran una especie de turistas o quizá eran buscadores del bien y de las cosas de Dios. Y quieren “ver a Jesús”. De hecho ya le veían y sabían dónde estaba; pero ellos quieren conocerle más personalmente y por eso piden una audiencia. Felipe y Andrés hacen de intermediarios y les introducen donde Jesús. La primera enseñanza que nos dan aquellos griegos es el deseo de “ver a Jesús”. A veces hay deseos de ver a Jesús por curiosidad. Hay otros deseos malsanos, como el joven drogadicto que busca la salvación por medio de la droga o quien vende su cuerpo por un poco de dinero. Otros deseos son normales, como el desocupado que busca trabajo. Nosotros debemos saber transformar los deseos normales, que son de felicidad pasajera, por la definitiva que nos dará el conocer personalmente a Jesús. Nosotros debemos mostrar el verdadero rostro de Jesús. Para ello debemos vivir lo más posible en unión con Jesús y ser testimonio de su amor con nuestro modo de vivir cada día.
Jesús les hablaría a aquellos griegos de muchas cosas de manera sencilla; pero el evangelista hoy nos narra los mensajes más grandiosos de Jesús en aquellos momentos, mensajes importantes para la primitiva iglesia y mensajes que hoy nos trae la Iglesia a nuestra consideración en las vísperas de la Semana Santa y Glorificación.
Jesús nos descubre el éxito de la fecundidad espiritual y apostólica, que es el resumen del significado de su misma vida. Jesús estaba viendo que muchas de aquellas aclamaciones de la gente se iban a convertir en terrible clamor de condena. Y Jesús sufría una especie de agonía. Ya está sufriendo, pero comprende que eso es la voluntad de su Padre celestial, porque es lo mejor para nosotros. Pero su muerte es para dar vida, la muerte terminará en resurrección. Y pone el ejemplo del grano de trigo. Si no penetra en la tierra y se pudre, no puede germinar y dar fruto. Así es nuestra vida: muriendo se da vida. A veces se puede entender de morir corporalmente; pero sobre todo se trata de morir a las pasiones, a los deseos de triunfo mundano, a todo lo que es egoísmo. Muriendo así, obtendremos vida para nosotros y para los demás en las labores apostólicas. Muchas veces nos llegará la cruz y el sufrimiento. Sólo cuando lo abracemos con el amor de Cristo, veremos el sentido de ese dolor.
Hay muchas situaciones en la vida en que podemos ir muriendo un poco a nosotros: Puede ser en el matrimonio, el saber ceder a algún capricho o idea, es cuando evitamos criticar a los demás, o cuando vamos a participar en la Eucaristía aunque no tengamos ganas. Porque el morir al egoísmo, claro que cuesta; pero en ese morir está la verdadera vida, que lo experimentaremos aquí y sobre todo en la vida futura.
Jesús era un verdadero hombre y por eso, cuando preveía su muerte y todo lo que le venía con la pasión, sufría terriblemente. Hoy se nos expone como una especie de agonía. De tal manera siente la muerte que está dispuesto a pedir a su Padre celestial que le libre de ella. Algo así como haría en el huerto de Getsemaní. Hasta con lágrimas y gritos, nos dice hoy la segunda lectura, que pedía ser librado de la muerte. Pero se arroja en los brazos del Padre. Este abandono en el amor del Padre es donación libre y por eso es fecundo de vida. Por eso en esta humillación suprema de su pasión y muerte es cuando llega el culmen de su glorificación, que es glorificación de Dios.
Este es el ideal grandioso de la vida de Jesús, la glorificación del Padre. Y el gran deseo y obsesión de su vida es “hacer la voluntad del Padre”. Esto es lo que nos enseñó a pedir como algo principal en el Padrenuestro: glorificar al Padre y hacer en todo su voluntad. Hacer la voluntad de Dios es lo mismo que seguir a Jesús. Este debe ser nuestro ideal de cristianos. Pero para seguirle debemos conocerle bien, no sólo por lo que nos dice el evangelio, sino intimando con Él, como hacían los apóstoles, viendo a Jesús con la fe y con la apertura del corazón.




4ª semana de Cuaresma. Domingo B: Jn 3, 14-21




Nicodemo era un buen fariseo. Procuraba cumplir todas las leyes, pero también buscaba la verdad. Por eso quiso hablar a solas con Jesús. Lo hizo de noche, quizá porque no estaba de acuerdo con sus compañeros. El hecho es que el evangelista Juan nos narra lo principal de esta conversación. Comienza Nicodemo por llamar “Rabí” a Jesús. Es la idea que tenía de Él: un maestro de la ley, que explica la ley, aunque de forma más sublime. Pero Jesús le dirá que es intermediario de Dios para una nueva vida que Dios nos quiere dar. Para recibir esa vida hay que nacer de nuevo, lo que se realiza en el bautismo. Y terminará la conversación con las primeras palabras del evangelio de este día. Él, Jesús, que se hace llamar “el hijo del hombre”, tiene que ser levantado en alto, para que todos los que le miren con fe tengan la vida eterna.
Y pone Jesús el ejemplo de la serpiente de bronce que Moisés había levantado en el desierto. Resulta que, debido a los pecados de los israelitas, en el desierto salieron unas serpientes que con sus mordeduras ocasionaban la muerte a muchos. Entonces Moisés oró al Señor y se le reveló que hiciera una serpiente de bronce, para que puesta en alto librara de las mordeduras a todos los que la miraran. Claro que no era la imagen la que curaba, sino era la fe puesta en Dios, en su grandeza y misericordia, que se veía reflejada en esa imagen, siguiendo el parecer popular de pueblos vecinos. Jesús nos enseña que la cruz es la expresión más grandiosa del amor de Dios y que todo el que mire a Jesús en la cruz con amor y con el deseo y la realidad de seguirle en sus enseñanzas, obtendrá la vida eterna, que no es sólo una promesa de felicidad futura, sino que es la expresión de la verdadera felicidad que Dios quiere para todos.
Y, al terminar ese diálogo, en el versículo 16, según todos los entendidos, es el evangelista quien hace una reflexión, inspirada por Dios, en que expresa la verdad más importante de toda la Biblia: Dios nos ama, y tanto tanto que entrega a su Hijo para que el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna. Toda la historia de Dios con el ser humano es una historia de amor: la creación con la vida material, la redención por medio de Jesús y el perdón, todos los sacramentos que nos ayudan a tener, conservar y aumentar la vida eterna. Dios no quiere la muerte, sino la vida y la alegría. Nosotros, con la libertad dada por Dios, somos los que escogemos a veces la muerte. Dios tiene para todos un proyecto de salvación por medio de Jesucristo.
La cruz no se opone a la alegría, que es compatible con la mortificación y el dolor. En esta vida en que estamos rodeados de pecados, tiene que haber mortificación y dolor para poder salir de ellos y así caminar en la verdadera alegría. A veces es Dios mismo quien, como un buen padre, nos pone las cosas duras para que podamos salir del mal. Como pasaba en el pueblo de Israel, cuando fueron al destierro por sus pecados, como nos narra la primera lectura. Ellos clamaron a Dios, como nos dice el salmo de hoy, y fueron liberados por medio del rey Ciro. Así pasa en nuestra vida. Sin embargo la parte más dura la quiso llevar el mismo Dios, hecho hombre. Jesús fue a la cruz para que pudiéramos tener fuerzas para podernos librar de nuestros males.
Por eso es tan importante mirar a la cruz. Mirar con fe y con amor. Mirar para seguir las huellas de Jesús. Este tiempo de Cuaresma es más apto para esperar en la misericordia de Dios a través de su acción en Cristo Jesús que lo expresaremos más en la próxima Semana Santa. Todo ello terminará en la gloria de la resurrección. Porque Dios nos ha hecho para la alegría. La tecnología moderna aumenta las ocasiones de placer; pero no es lo mismo que alegría. Muchas veces el dinero y los placeres materiales están juntos con la tristeza y la aflicción. La alegría viene del saberse amado por Dios y a la vez amar a Dios. Ese amor se debe traducir en obras buenas, donde la paz de Dios muchas veces abundará en medio de sufrimientos por nosotros y por los demás. El amor siempre engendra alegría.

3ª semana de Cuaresma. Domingo B-2018: Jn 2, 13-25


                   
 En los dos primeros domingos de Cuaresma la Iglesia nos ha propuesto el desierto y la montaña como lugares de oración. En éste, al hablar del templo, con más razón se nos dice que es lugar propio para la oración. Hoy vemos a Jesús en un aspecto inusual de violencia, cuando siempre se nos habla de Jesús manso y humilde. Alguno pregunta ¿porqué Jesús, tan bueno, se nos muestra violento? Pero podríamos preguntarlo de otra manera: ¿Cómo tendría que ser aquello tan malo para que Jesús tenga que recurrir a la fuerza y la violencia, para así poder dejar claro su oposición al mal?
Para comprender lo que pasaba debemos conocer los hechos: Resulta que los israelitas, cuando llegaba la Pascua, solían ir en grandes multitudes al templo de Jerusalén, donde debían ofrecer un sacrificio de un animal, como expresión de culto y adoración al Dios, dueño del universo. El animal solía ser un cordero, o un buey para los ricos, o palomas para los pobres. Pero debía ser “puro”, no contaminado con ventas por pecadores, etc. Por todo ello los encargados del templo, jefes de los sacerdotes, habían montado un opulento negocio en los patios del templo. La gente prefería comprarlo allí, aunque fuese mucho más caro. Además lo tenían que comprar con las monedas del templo: otro gran negocio de los sacerdotes para hacer el cambio.
Así que cuando llegó Jesús al templo, lo menos que se encontró fue con un clima de oración. Todo eran gritos y discusiones por el cambio de moneda y la venta de los animales. Lleno de “celo por la casa de Dios” cogió unas cuerdas, que habrían servido para atar a unos animales, y con ellas comenzó a dar latigazos y derribar mesas con este mensaje: “ésta es casa de oración y no cueva de ladrones”. No era tanto por el hecho de las ventas, cuanto por la avaricia, las injusticias y robos a la gente sencilla que allí se hacían, especialmente por aquellos que debían llevar la gente hacia Dios.
El mal estaba en querer aprovecharse del culto a Dios para enriquecerse a sí mismos, y hacer que el culto, que debe llevar a la conversión del corazón, se convierta en un negocio. Ya sé que muchas veces gente de Iglesia hemos faltado más o menos en esto. Jesús nos invita a la conversión. A todos nos enseña Jesús que normalmente nuestra actuación debe ser por medio de la mansedumbre, aunque a veces puede ser buena una santa indignación. Lo difícil es guardar el punto medio, siempre tendiendo a la moderación. Pasa como en la educación de los padres para con los hijos: hay padres demasiado blandos y permisivos, y los hay demasiado coléricos, que llegan a perder la autoridad por ello. Lo difícil es saber estar en el punto medio y justo. Dios mismo a veces nos trata con dureza porque de otro modo no nos moveríamos hacia el bien.
Lo que hizo Jesús suele decirse que fue como un “gesto profético” o una parábola viviente. Nos enseñó algo importante por medio de gestos. Pero aquellos sacerdotes, que tenían sus intereses materiales, no se quedaron callados y le dijeron: ¿Por qué hacía  aquello? ¿Cuál era la señal de su autoridad? La señal más importante de toda la autoridad de Jesús sería su resurrección. Pero les habló con palabras enigmáticas. Ellos no pueden entenderlo; un día los apóstoles se acordarán y lo comprenderán todo.
Jesús veía lo que habían hecho del templo. Aquellos que lo habían declarado como el lugar exclusivo de oración, impiden que haya un verdadero encuentro con Dios. Jesús nos enseñará que, además del templo, a Dios se le puede encontrar en muchos sitios, especialmente dentro de nosotros. Nos dirá que el verdadero culto a Dios es hacer la voluntad de Dios, y, que al ser nuestro Padre, su voluntad será nuestro bien. No excluye las prácticas externas, que ciertamente nos ayudan, pero insiste más en la vida de intimidad con Dios y en la vida de amor. También nos dice que nuestro cuerpo es templo de Dios y que muchas veces lo profanamos. De ahí el respeto debido a todos, porque Dios habita dentro de nosotros y porque todo lo que hacemos a los demás, sobre todo a los más débiles, se lo hacemos al mismo Jesucristo.

sábado, 24 de febrero de 2018

2ª semana de Cuaresma. Domingo B-2018: Mc 9, 2-10


Todos los años el 2º domingo de Cuaresma la Iglesia nos pone para nuestra consideración el pasaje de la Transfiguración del Señor. Siempre ha tenido mucha importancia este pasaje en la enseñanza de la Iglesia: hay una fiesta especial y el papa Juan Pablo II hizo de él un misterio del rosario. En este 2º domingo de Cuaresma hay una enseñanza especial: que si hacemos penitencias para mejor seguir a Jesucristo, no es porque las penitencias y la muerte sean un destino final en nuestra vida, sino que todo eso, siguiendo el camino de Jesús, nos debe llevar a la vida, a la resurrección.
En este año, que es ciclo B, el evangelio es según Marcos. Este evangelista era una especie de secretario de san Pedro, y por lo tanto conocía el suceso de muy buena mano. Pero tenía, al narrarlo, una finalidad clara en momentos en que por Roma y otros lugares estaba encendida la persecución. Para aquellos que flaqueaban en la fe les decía que todos los sufrimientos padecidos por Jesucristo iban a tener un final feliz, porque iban a reunirse con Cristo resucitado. Esto también nos lo dice a nosotros.
Hacía unos días que Jesús les había dicho a los apóstoles que El, que se llamaba “el hijo del hombre”, como Mesías, iba a ser rechazado por los jefes de Jerusalén, sería muerto, pero al tercer día resucitaría. En esto último no se fijaban mucho. Les había impresionado lo de ser rechazado y muerto. No comprendían todavía que los planes de Dios no son como nuestros planes. Ellos pensaban que esa muerte temprana era como un fracaso en sus esperanzas para renovar la situación político-religiosa de Israel. Así debió pasar en el alma de Abraham (1ª lectura), cuando Dios le pidió el sacrificio de su hijo Isaac: todas sus esperanzas parecían fracasadas. Así pasa quizá en algunos momentos de nuestra vida: muerte de un ser querido, injusticias contra inocentes, catástrofes naturales... Encontramos preguntas angustiosas y porqués terribles, pues muchos se preguntan dónde está Dios. Y sin embargo Dios está junto a nosotros, dirigiendo la historia con amor maravilloso. La fe nos dice que ahí está Dios, que lo que quiere de nosotros es el abandono total en sus manos. Y quizá cuando menos lo esperamos viene la luz de la transfiguración. Dios se hace presente con mayores bendiciones, como lo hizo con Abraham, para realizar una mayor alianza de amor.
No sólo sabemos que aceptando la cruz y siguiendo a Jesús encontraremos un día la resurrección, sino que muchas veces Dios nos regala aquí momentos felices de gran euforia o momentos de intensa paz. Es comprender en la fe que Dios se interesa por nuestra vida y que nos ama. Por esto Dios entregó a su propio Hijo (2ª lectura): por nuestra salvación. Un poco de esto les quería enseñar Jesús a aquellos tres discípulos, que estaban más preparados para entenderlo. Un día le acompañarían también en las angustias de Getsemaní. Para esto les llevó a aquella montaña. Para ellos la montaña era un símbolo de acercarse más a Dios. Nosotros sabemos que no es necesario subir a un monte para encontrarse con Dios, sino entrar más dentro de nuestro ser. Es una invitación para una oración más intensa en este tiempo de cuaresma.

Los tres apóstoles estaban muy contentos. Tanto que Pedro dice: “¡Qué bien estamos aquí!” y querían quedarse allí. En nuestra vida también podemos caer en la tentación de querer tener la recompensa, sin haber hecho el trabajo necesario. En la vida de seguimiento al Señor se mezclan los días radiantes con las noches oscuras. En todos los momentos pongámonos siempre en las manos del Señor y sepamos escuchar a Jesús. Este es el mandato que les da a los tres el Padre celestial: estar siempre en continua escucha de la palabra y gestos de Jesús. Escuchar a Jesús es escuchar las enseñanzas de la Escritura y de la Iglesia. Por eso está reunido Jesús con Moisés y Elías, que representan la ley y los profetas. Y escuchar a Jesús es comprender que siguiendo su vida de entrega, de sacrificio por los demás hasta llegar a la cruz, llegaremos ciertamente a la verdadera vida de resurrección.

domingo, 18 de febrero de 2018

1ª semana de Cuaresma. Domingo B-2018: Mc 1, 12-15


Todos los años en el primer domingo de Cuaresma el evangelio nos habla de las tentaciones de Jesús en el desierto cuando se estaba preparando para su predicación. Eran como una especie de ejercicios espirituales preparatorios. Allí sufrió tentaciones por parte de Satanás; pero este año, en el ciclo B, el evangelista Marcos no nos dice qué clase de tentaciones tuvo. Por lo que nos da a entender en la vida de Jesús,  básicamente sería el deseo de vivir una vida cómoda huyendo del camino de la cruz.
Comienza el evangelio de hoy diciendo que “el Espíritu le empujó hacia el desierto”. Hay momentos en nuestra vida que el Espíritu nos impulsa a hacer algo extraordinario por nuestra salvación y por el bien de los demás. Pueden ser ejercicios espirituales o un cursillo de cristiandad u otra clase de encuentros cristianos. Lo de Jesús fueron unos ejercicios espirituales de 40 días. Yo una vez hice en mi vida ejercicios espirituales de 4 semanas. Puedo decir que es lo más imponente que he hecho en toda mi vida del espíritu. Algo de esto es lo que la Iglesia quiere que sea la Cuaresma: una especie de pequeños ejercicios espirituales de 40 días. Por lo menos que hagamos, si puede ser cada día, algo especial que no solemos hacer en otros tiempos.
Jesús va al “Desierto”. No es solamente un lugar, sino una situación ante el Señor. Ciertamente que es un paraje solitario y silencioso; pero es sobre todo lo opuesto al ruido y algarabía del mundo, y también al consumismo, a la molicie, a la vida fácil y placentera. La palabra “desierto” era muy evocadora en el ámbito judío. Era el lugar del encuentro con Dios, evocando las figuras de Moisés, Elías y otros profetas que se preparaban en el desierto para el encuentro con Dios. Así se preparó el pueblo judío durante los 40 años de peregrinaje. El desierto es como un símbolo de la vida espiritual que es desprendimiento de todo lo superfluo, invitación a la austeridad y triunfo de lo esencial. Es el lugar de la prueba y de la purificación; pero es sobre todo el lugar más apto para el encuentro personal del alma con el Señor.
No todo es fácil, porque hay tentaciones. Las tentaciones o pruebas no son malas. Es necesario que haya para que el espíritu esté más pronto en el caminar hacia Dios. Si todo fuera fácil, amaríamos menos a Dios. Las dificultades son buenas, si las sabemos superar con la ayuda de Dios. El demonio no tiene necesidad de atacar a los suyos. Por eso, si no tenemos tentaciones, puede ser porque seamos de los suyos. Pero, si nos ataca y le hacemos frente, nada puede contra nosotros. Jesús sintió estas tentaciones como ejemplo para nosotros, para darnos fuerza en muchos momentos.
Termina el evangelio de hoy con el tema principal de las primeras predicaciones de Jesús. Dos cosas nos dice que debemos hacer, especialmente en la Cuaresma: convertirnos y creer en el Evangelio. Es necesaria la conversión porque ha llegado el Reino de Dios. Y con el Reino, la salvación. Si Dios viene a nosotros, hay que acogerle para participar en la Buena Nueva. Por eso hay que convertirse. Todos lo necesitamos. La primera conversión es creerse pecador. Lo contrario sería una tentación, que no nos dejaría cambiar hacia Dios. Convertirse es volverse hacia Dios de una manera incondi- cional, es cambiar la mentalidad para poder cambiar el camino, el rumbo de la vida.

Para ello debemos creer en el Evangelio. Por eso un deseo en estos días debe ser el estar atentos a la palabra de Dios, según nos lo va explicando la Iglesia. No se trata sólo de renunciar al pecado, sino de orientar nuestra vida según los criterios del evangelio. Criterios que serán diferentes de lo que nos da el ambiente mundano con sus hábitos de vida cómoda y egoísta. Lo importante es el amor; pero no olvidemos que somos muy humanos y necesitamos acciones externas. La Iglesia el miércoles de ceniza nos señalaba tres tradicionales: el ayuno, la oración y la limosna. No es fácil determinar acciones concretas para todos. Cada uno, según el espíritu que Dios le da, determine lo que quiere dar a Dios de renuncia, de oración y de ayuda fraternal. 

sábado, 10 de febrero de 2018

6ª semana del tiempo ordinario. Domingo B-2018: Mc 1, 40-45



Hoy nos presenta el evangelio la curación de un leproso por Jesús. La lepra era una enfermedad terrible. No era muy definida, pues se unía a diversas enfermedades de la piel; se creía muy contagiosa, aunque no es tanto, y por eso a los leprosos se les excluía de la sociedad: debían vivir aparte y así su vida era muy penosa. Lo peor es que se les consideraba “impuros” o malditos, porque creían que era consecuencia de pecados y por lo tanto maldecidos por Dios.
Esto era lo que más desagradaba a Jesús, que en varias ocasiones testificó que la enfermedad no tiene porqué estar de una manera necesaria unida al pecado, aunque puede ser consecuencia de un pecado.
Hoy se nos muestra la confianza de aquel leproso en la oración que dirige a Jesús y el amor misericordioso que Jesús muestra al curarle. Aquel leproso habría escuchado hablar de Jesús y mucho tuvo que sentir en su alma las palabras y las actitudes del maestro para acercarse y hacerle una petición. La ley mandaba que desde lejos gritase: “impuro, impuro” para que nadie se acercase; pero es tanta su necesidad y su confianza que se acerca para pedir. Encuentra a Jesús lleno de misericordia y sin ningún prejuicio.
Para Jesús:
-              el amor está por encima de toda exigencia de normas y leyes externas. Se enternece ante una petición tan confiada y no sólo le sana, sino que antes le toca, como mostrando su gran misericordia. El amor es lo que debe ir formando nuestra conciencia para saber actuar en momentos conflictivos; pero un amor que sea desinteresado y gratuito, lo cual es difícil y debemos pedirlo al Señor.
Mucha tuvo que ser la alegría del que dejaba de ser leproso y grande y ostentoso el entusiasmo que debía manifestar, cuando Jesús “severamente” le tuvo que decir que no lo dijese a nadie. Esta es una amonestación que encontramos con frecuencia en el evangelio, ya que la gente esperaba a un mesías triunfante y todos querían ponerse a sus órdenes en el sentido de batalla campal. El mesianismo de Jesús era por medio del amor y la entrega abnegada para el bien de todos. Esto era muy difícil entenderlo y aun hoy día sigue muchas veces siendo difícil; esta es la enseñanza que nos sigue dando Jesús hoy a todos: hacer el bien en lo que podamos, pues hay muchos que se sienten marginados: algunos por enfermedades como el SIDA, otros por la pobreza o diversas discriminaciones sociales o particulares. Jesús no sólo le cura en un sentido particular, sino que se preocupó de que se incorporase legalmente ante la sociedad. Por eso le mandó que cumpliese con la norma de ir a registrarse ante el sacerdote.
Hay muchos que no quieren hablar del pecado; pero es una realidad que está no sólo a nuestro alrededor, sino dentro de nosotros mismos: todos somos pecadores. Así nos reconocemos al comienzo de la misa, aunque a veces lo hagamos sólo con los labios y no con el corazón. El pecado suele decirse que es como una lepra del alma: Nos hace mal a nosotros y también a la comunidad. Hoy se nos invita a acudir a Jesús como aquel leproso con mucha humildad y valentía. Y desde el fondo del corazón le pidamos a Jesús que nos limpie del egoísmo, la avaricia, la soberbia... Todos debemos ser conscientes de que no estamos limpios ante Dios; pero también debemos ser conscientes de la infinita misericordia de Dios. El milagro es un signo del poder que recibió Jesús para librarnos de otra esclavitud más profunda que la lepra: el pecado.
Esta bondad de Jesús es también el ejemplo a seguir por nosotros. No es fácil, pues es exponerse a ser nosotros mismos marginados. Jesús no buscaba ostentación ni aplausos. Nos dice el evangelio que después Jesús ya “no podía entrar públicamente en una ciudad”. Esto podía ser por dos razones: porque su popularidad era más grande y porque haciendo el bien, a costa de no tener en cuenta diversos aspectos de impurezas legales, se había ganado más enemigos entre los fariseos y escribas.
Busquemos nosotros hacer el bien, a pesar de las dificultades y encontraremos más fácilmente al Corazón de Cristo dispuesto a sanar nuestras propias debilidades.

viernes, 2 de febrero de 2018

5 Domingo TO B.2018: Mc 1, 29-39


Jesús estaba en Cafarnaúm. Había explicado su doctrina en la sinagoga y había curado a un poseído por un espíritu malo. La gente estaba admirada. En ese día se va a manifestar Jesús como sanador de enfermedades. Saliendo de la sinagoga, se va con los 4 primeros apóstoles a casa de Pedro. La suegra de éste está acostada, pues estaba enferma de fiebre, con calentura alta, según certifica el evangelista Lucas. Jesús, que siempre que se encuentra con el mal, busca superarlo, muestra ahora su misericordia y ternura, tomándola de la mano y levantándola. Un rabino judío no se hubiera acercado a tocar a un enfermo, menos siendo mujer y menos siendo día de sábado. Pero para Jesús lo que importa es la manifestación de la bondad.
Una reflexión que podemos hacer es que en el mundo hay muchas clases de fiebres espirituales y quizá nosotros mismos estamos con calentura de avaricia, de soberbia, ira, orgullo, egoísmo, odio ambición, etc. Jesús pasa junto a nosotros y nos quiere curar. Lo primero esencial que se necesita es que el enfermo quiera curarse. Si esto es necesario en una enfermedad corporal ¡Cuánto más en una espiritual! Una señal de que la curación de la suegra de Pedro fue un milagro, es que inmediatamente se puso a servirles. Esto es lo que ella deseaba por estar en su casa. Y es lo que Jesús quiere de nosotros: si nos sentimos curados, debemos dedicarnos a servir a otros.
Jesús nos ha dejado grandes poderes de sanación espiritual, que muchas veces se manifiesta en lo corporal, por medio de los sacramentos. Para ello está el sacramento de la Reconciliación, la Eucaristía, en que nos unimos con el mismo Jesús, y la Unción de los enfermos. ¡Cuánto bien ha hecho este sacramento, muchas veces en el cuerpo, pero sobre todo en el espíritu, para aquellos que lo pueden recibir, enfermo su cuerpo, pero con consciente humildad y con mucha fe y esperanza en su espíritu!
Dice el evangelio que al atardecer muchos le llevaban a Jesús los enfermos en el cuerpo o endemoniados (enfermos mentales). De todos se compadecía y los curaba. Es curiosa la anotación de “al atardecer”. Es muy posible que la gente tuviera cierto temor a los fariseos por lo del descanso sabático que terminaba al atardecer. Con ello nos quiere enseñar a los cristianos que ante el mal no debemos quedarnos cruzados de brazos. De hecho en la historia de la Iglesia encontramos muchos testimonios de santos y de instituciones, cuya labor predominante es la curación de enfermos.
Evangelizar no es sólo hablar, sino hacer positivamente el bien. Lo difícil a veces es saber equilibrar lo que debemos hacer y acompañarlo con la oración. Por eso muy de mañanita se retiró a solas a orar. Jesús, como hombre, necesitaba orar. Y esta es una gran enseñanza que nos da a todos. La oración es necesaria para encontrar la paz del espíritu, saber que estamos unidos cada vez más con Dios y encontrar el verdadero sentido de la misión, como Jesús encontraba el sentido de su misión como Mesías. De la oración profunda y larga volvía a los suyos renovado, luminoso y sereno. No parece ser que orase con muchas palabras o palabrería, como El nos dice alguna vez. Más bien serían afectos interiores. Así nuestra oración nos marca la manera de ser.

Otra reflexión que podemos hacer al ver a Jesús sanando enfermedades y otras clases de males es el porqué de tantos males que hay en el mundo. Muchas personas no ven el sentido de un Dios misericordioso, cuando en verdad hay tantos males. Hay cosas esenciales que debemos saber: Dios no quiere el sufrimiento. Ciertamente es un misterio el porqué es así el mundo; pero sabemos que este mundo es un paso para el definitivo y totalmente feliz. La libertad es un bien. El mal proviene de haber usado mal la libertad. Dios mismo ha venido a sufrir con nosotros; pero nos enseña a trabajar para desterrar todo el mal que podamos con nuestras fuerzas. El mal no es un castigo y Dios mismo nos da fuerzas suficientes para superarlo y poder sacar bienes de todo mal. Pidamos gracia para comprenderlo y para trabajar con alegría por el bien