Estas
son palabras que Jesús pronunció en su despedida de la Ultima Cena ; pero que
seguramente repetiría en aquellas apariciones poco antes de su Ascensión, que
celebraremos el próximo domingo. El domingo anterior nos hablaba Jesús de la
unión íntima que debemos tener con El, como hay entre la vid y los sarmientos.
Hoy nos explica en qué consiste esa unión: en el amor. Un amor que
procede de la esencia misma de Dios. San Juan hoy en la segunda lectura nos
dice que “Dios es amor”. Esa es su esencia: el Padre que entrega su naturaleza
amorosa al Hijo, y el Padre y el Hijo al Espíritu, formando la más íntima
unidad de amor. Si el Padre fuera egoísta y dijera: toda la naturaleza divina
para mí... se destruiría Dios, lo cual no puede ser.
De
este amor procede el ideal humano. El amor íntimo de la Santísima Trinidad
no lo vemos; pero lo experimentamos en muchas circunstancias. Lo primero: lo
que nos dice también hoy san Juan en su carta (I Jn 4, 9): “El amor de Dios
hacia nosotros se manifiesta en que Dios envió al mundo a su Hijo unigénito
para que nosotros vivamos por El”. Para el mundo sería una locura que un padre
entregue a su hijo para salvar a unos extraños y hasta enemigos. Y Jesús, que
es el Hijo de Dios que se hizo hombre, es nuestro ejemplo e ideal de amor. El
“pasó haciendo el bien” y nos amó hasta dar su vida en la cruz para salvarnos,
siendo como somos pecadores. Nos amó hasta el fin.
Así
cumplía el mandamiento de su Padre o su Voluntad. Como, además de Dios, era
hombre, no le fue fácil: Hasta “con lágrimas” pedía que pudiera pasar ese
“cáliz de amargura”. Pero se arrojaba en las manos de su Padre, que nos ama y
veía que es la mejor manera de salvarnos. Con ese amor nos dice Jesús que tenemos
que amarnos.
Es
su mandamiento por excelencia. Como hay quienes dicen que el amar no se puede
mandar, podemos llamarlo: recomendación. Es el principal deseo de Jesús para
nosotros, porque es lo que nos dará la verdadera libertad y alegría. El mundo
está envuelto en violencia, odios y egoísmo. El amor es el lenguaje de la Iglesia y de los
cristianos. El amor es el estilo y el espíritu de la nueva alianza que Dios ha
querido pactar con la humanidad. En el Ant. Testamento se hablaba más de
sumisión a Dios. Ahora Jesús nos habla de relación amigable con Dios y fraterna
entre nosotros.
En este amor permaneceremos, si guardamos sus
mandamientos. No se trata por lo tanto de un amor etéreo o abstracto, sino real
y expresado en obras: “Obras son amores y no buenas razones”. No se trata de un
amor vacío y de solos sentimientos y buenas intenciones, sino sustentado por
buenas acciones hacia los demás. Es tan fundamental el amor entre los
cristianos, que en esto “conocerán que somos discípulos de Jesús”. Y será la materia
principal de la que seremos juzgados el día final.
El
amor nos hace felices. Hoy nos dice Jesús que, si permanecemos unidos a El por
el amor y permanecemos unidos entre nosotros, “el gozo será pleno”. Dios no
quiere de una manera directa el dolor ni la tristeza. Si Jesús tuvo que pasar
por ratos tan amargos fue por culpa de nuestros pecados, pero el final sería la
resurrección. A veces para salvar a un hermano o por diversas circunstancias de
la vida tendremos dolores y sufrimientos. Pero también los tienen los que viven
metidos en el odio. Normalmente el ambiente del que ama es el de la paz y la
alegría. Eso sin pensar en la alegría total y definitiva del premio que Dios le
dará para siempre. Y la alegría principal es el saberse hijo de Dios Padre y amigo
de Jesús. El amor es lo que nos da plenitud. Decía el concilio vaticano II: “El
hombre no puede encontrar su propia plenitud, si no es en la entrega sincera de
sí mismo a los demás”. El amor libera, el odio esclaviza.
Termina
hoy Jesús diciendo que, si estamos unidos a El por el amor, podremos conseguir todo lo que pidamos en la oración.
Esto es así, porque, si estamos unidos a Jesús, lo que pidamos será siempre lo
que mejor nos convenga, según la voluntad de Dios. Y el fruto de nuestro
apostolado será maravilloso.
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