Nicodemo era un buen fariseo. Procuraba cumplir todas las leyes, pero
también buscaba la verdad. Por eso quiso hablar a solas con Jesús. Lo hizo de
noche, quizá porque no estaba de acuerdo con sus compañeros. El hecho es que el
evangelista Juan nos narra lo principal de esta conversación. Comienza Nicodemo
por llamar “Rabí” a Jesús. Es la idea que tenía de Él: un maestro de la ley,
que explica la ley, aunque de forma más sublime. Pero Jesús le dirá que es
intermediario de Dios para una nueva vida que Dios nos quiere dar. Para recibir
esa vida hay que nacer de nuevo, lo que se realiza en el bautismo. Y terminará
la conversación con las primeras palabras del evangelio de este día. Él, Jesús,
que se hace llamar “el hijo del hombre”, tiene que ser levantado en alto, para
que todos los que le miren con fe tengan la vida eterna.
Y pone Jesús el ejemplo de la serpiente de bronce que Moisés había
levantado en el desierto. Resulta que, debido a los pecados de los israelitas,
en el desierto salieron unas serpientes que con sus mordeduras ocasionaban la
muerte a muchos. Entonces Moisés oró al Señor y se le reveló que hiciera una
serpiente de bronce, para que puesta en alto librara de las mordeduras a todos
los que la miraran. Claro que no era la imagen la que curaba, sino era la fe
puesta en Dios, en su grandeza y misericordia, que se veía reflejada en esa
imagen, siguiendo el parecer popular de pueblos vecinos. Jesús nos enseña que
la cruz es la expresión más grandiosa del amor de Dios y que todo el que mire a
Jesús en la cruz con amor y con el deseo y la realidad de seguirle en sus
enseñanzas, obtendrá la vida eterna, que no es sólo una promesa de felicidad
futura, sino que es la expresión de la verdadera felicidad que Dios quiere para
todos.
Y, al terminar ese diálogo, en el versículo 16, según todos los
entendidos, es el evangelista quien hace una reflexión, inspirada por Dios, en
que expresa la verdad más importante de toda la Biblia : Dios nos ama, y tanto tanto que
entrega a su Hijo para que el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida
eterna. Toda la historia de Dios con el ser humano es una historia de amor: la
creación con la vida material, la redención por medio de Jesús y el perdón,
todos los sacramentos que nos ayudan a tener, conservar y aumentar la vida
eterna. Dios no quiere la muerte, sino la vida y la alegría. Nosotros, con la
libertad dada por Dios, somos los que escogemos a veces la muerte. Dios tiene
para todos un proyecto de salvación por medio de Jesucristo.
La cruz no se opone a la alegría, que es compatible con la mortificación
y el dolor. En esta vida en que estamos rodeados de pecados, tiene que haber
mortificación y dolor para poder salir de ellos y así caminar en la verdadera
alegría. A veces es Dios mismo quien, como un buen padre, nos pone las cosas
duras para que podamos salir del mal. Como pasaba en el pueblo de Israel,
cuando fueron al destierro por sus pecados, como nos narra la primera lectura.
Ellos clamaron a Dios, como nos dice el salmo de hoy, y fueron liberados por
medio del rey Ciro. Así pasa en nuestra vida. Sin embargo la parte más dura la
quiso llevar el mismo Dios, hecho hombre. Jesús fue a la cruz para que
pudiéramos tener fuerzas para podernos librar de nuestros males.
Por eso es tan importante mirar
a la cruz. Mirar con fe y con amor. Mirar para seguir las huellas de Jesús.
Este tiempo de Cuaresma es más apto para esperar en la misericordia de Dios a
través de su acción en Cristo Jesús que lo expresaremos más en la próxima
Semana Santa. Todo ello terminará en la gloria de la resurrección. Porque Dios
nos ha hecho para la alegría. La tecnología moderna aumenta las ocasiones de
placer; pero no es lo mismo que alegría. Muchas veces el dinero y los placeres
materiales están juntos con la tristeza y la aflicción. La alegría viene del
saberse amado por Dios y a la vez amar a Dios. Ese amor se debe traducir en
obras buenas, donde la paz de Dios muchas veces abundará en medio de
sufrimientos por nosotros y por los demás. El amor siempre engendra alegría.
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