Comenzamos la Semana Santa. La Iglesia nos presenta en
esta semana los hechos más importantes de nuestra redención: la pasión, muerte
y resurrección de Jesús. Dios nos podría haber salvado con medios más
sencillos, pero quiere unirse a nuestro dolor y testifica con su sufrimiento
que su amor es sincero, es grandioso y que merece toda nuestra correspondencia.
Para ello Dios se hizo hombre, aceptó un cuerpo como el nuestro y se entregó a
la muerte y una muerte de cruz.
Pero
el dolor no es el final de Jesús, como tampoco Dios quiere que sea nuestro
final, sino la gloria y la felicidad. Por eso esa demostración sublime de amor
terminó en la gloria de la resurrección. Hoy comenzamos la consideración de la Pasión de Jesús, que va
unida al triunfo de su entrada en Jerusalén. La liturgia de este día tiene dos
partes: En la primera asistimos al recuerdo, hecho vida en nosotros, de la
entrada triunfal de Jesús. Después se celebra la misa donde se lee en el
evangelio la Pasión
de Jesús. Este año, que es el ciclo B, las dos lecturas son del evangelio de
san Marcos.
San
Marcos es el evangelio más sencillo. Según todos los entendidos fue el primero
que se escribió. San Marcos era algo así como el secretario de san Pedro, de
quien recoge estas grandiosas vivencias de un modo tierno y sencillo. En la
entrada triunfal en Jerusalén se fija de una manera especial en la sencillez y
mansedumbre. Parece ser que fue el mismo Jesús quien suscitó esa entrada cabalgando
como en señal de triunfo o más bien de protagonismo profético. Porque ya lo
había dicho el profeta que el Mesías iba a entrar en Jerusalén aclamado, pero
de una manera humilde. La diferencia con un líder triunfador es que éste
hubiera entrado cabalgando un caballo muy bien adornado, mientras que Jesús va
a entrar cabalgando un burro o borriquito.
Algo
que debemos destacar en esta “entrada” es la aclamación profética que hacen las
gentes sencillas, que se dejan llevar del entusiasmo de algunos. Seguramente
los apóstoles serían algunos de los que excitarían a muchos a gritar:
“hosanna”. Pero hoy nuestra consideración debe ir a la inconstancia de la
gente, precisamente por no estar muy fundamentada en la fe y en el amor. Muchos
de los que ese día gritaban “hosanna”, el viernes santo gritarían:
“Crucifícale”. Para nosotros debe ser una gran lección y un acicate en nuestra
fe y en el amor a Jesús. Hoy nosotros debemos clamar y bendecir a Jesús: a Dios
que se hizo hombre por nuestro amor. Él quiere entrar triunfante en nuestros
corazones. En vista de aquella falta de coherencia de la multitud, prometamos
al Señor ser fieles y perseverantes en la fe y en el amor continuo a Dios.
En
esa entrada de Jesús también se va fraguando la Pasión , porque allí estaban
los enemigos de siempre, fariseos y jefes religiosos del pueblo. Estaban llenos
de envidia porque la gente se iba tras de Jesús. Esto llenaba la copa de su
indignación y soberbia. Donde no hay amor y perdón, la venganza y el rencor no
tienen freno.
En
la misa de hoy se lee la
Pasión. San Marcos recalca al principio el drama de Judas. Es
muy difícil entrar en esa alma atormentada por las dudas sobre el mesianismo de
Jesús, por la ambición de dinero y quizá de poder temporal. El hecho es que ese
hombre se siente decepcionado por los mensajes de Jesús de amor y perdón. Judas
hubiera preferido a un Mesías poderoso y ambicioso en lo material. También
aparecen los enemigos de Jesús, los de siempre, rematando su obra de odio en
aquella noche con la ayuda de Judas.
Y nosotros debemos pensar que las acciones
grandes no se hacen de un momento a otro, sino que se van preparando por
pequeños actos. ¿Para qué nos preparamos nosotros? Seamos perseverantes en el
bien y en el aclamar a Jesús, veamos y aprendamos su gran humildad y
mansedumbre, su entrega al sufrimiento o al triunfo. Dios nos irá presentando
lo que nos sea más conveniente. De nuestra parte pongamos mucho amor y
sacaremos salvación y gloria.
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