Siempre que llega el momento de proclamar este Evangelio recuerdo aquella conocida sentencia: “cuando
señalas con un dedo a alguien…tres dedos, de esa misma
mano, te apuntan a ti”. (Os habéis dado cuenta; ¡probadlo!)
¡Qué distintos los parámetros del Señor
para tratar los defectos y los fallos de los hombres! No los pasa por alto, pero tampoco los expone en un
escaparte para contemplación y escarmiento público. Puede más, en su corazón,
los deseos de recuperación que los de destrucción de la persona.
Esta
es la misericordia de Dios que es enseñada y presentada por Jesús Maestro: más allá de las leyes, de las normas y de
los preceptos está el corazón del hombre. Y, el corazón, es lo que le interesa
a Dios. Entre otras cosas, porque sólo El y uno mismo, podemos saber lo que
ocurre en nuestras entrañas o las circunstancias que concurren en la situación
de cada persona. ¡Poco les importaba la vida de aquella adúltera aquellos que
solicitaban una interpretación de Jesús! A ellos lo que les movía era el poner
contra las cuerdas a Jesús.
ES FÁCIL TIRAR LA PIEDRA Y ESCONDER
NUESTRA VIDA: Cuando era niño tirábamos piedras y cuando alguna rompía una cosa
nadie lo había hecho.
ES FÁCIL ARROJAR LA PIEDRA Y ESCONDER
NUESTRAS FALTAS
-Y
extraerla de esa gran minería, que todos llevamos en el interior, a golpe de juicios primarios y
sin consistencia
-Y
buscarla de gran tamaño para castigar las lagunas más diminutas de los demás y
la más insignificante para los defectos más gigantes de uno mismo
-Y
poner el ventilador salpicando a los otros con lo que en nosotros resulta
difícil de eliminar.
ES FÁCIL TIRAR LA PIEDRA Y SER DUROS CON
LOS QUE TROPIEZAN Y SE DESPLOMAN
-Y
no caer en la cuenta que Dios, que tiene mucho de Padre, está muy cerca de
aquellos desplomados, por haber sido injustamente tratados.
-Y
dedicarnos a explotar la cantera de nuestros interesados juicios y olvidar el
cultivo de la bondad de nuestro corazón.
-Y
maniatar con ajustados grilletes a los que nos rodean mientras nosotros vivimos
en libertad.
En
estas vísperas de la Pascua del Señor todavía estamos a tiempo de curarnos primero a
nosotros mismos. De mirar con detenimiento a esa película que todos tenemos
archivada en el corazón y, a continuación entresacar aquellas escenas en las
que, alguien y en algún momento, ha tenido misericordia o delicadeza con
ciertas acciones que nos causan vergüenza personal o colectiva.
La
diferencia entre un amigo de Jesús y uno que no lo es ¿sabéis donde estriba? En
que el amigo de Jesús, aún siendo conocedor de las faltas de sus hermanos, lejos
de condenarles les ayuda a superarlas; lejos de airearlas procura meterlas en
cuarentena para que pierdan fuerza; lejos de liquidar de un plumazo a persona y
pecados…intenta ver el lado positivo de su vida para el afectado salga de ese
estado y pueda vivir con dignidad.
Siempre
que leo el pasaje de Jesús y la adúltera me acuerdo de aquel paciente que iba a
un médico con la garganta destrozada de tanto fumar. Era tanto el dolor que
sentía que un día se atrevió a sugerir al sanitario: “aunque sea quíteme la garganta porque no puedo vivir así”. Y, el
médico, le contesto: “no hombre; lo que
vd tiene que quitarse es de fumar”.
Ahí
quedaría el reto de la mujer adúltera. Mucho le perdonó Jesús (era buen médico
y conocedor de su interior). Le faltaba lo más importante: no echar más hollín
a su pasado oscuro y comenzar de nuevo.
¿Se
lo permitirían aquellos que le acusaron?¿Fueron víctimas de su propio complot
en contra de Jesús?
Pidamos al Señor que, a partir de hoy
mismo, seamos capaces de admirar a un Jesús que tiene un peculiar estilo de ver
y de sentir las cosas: a favor del hombre y lejos de aquello que va contra su
dignidad. Pidamos al Señor que aprendamos la
siguiente lección: la corrección del mal comienza con el perdón y no con el
reproche.
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