Comenzamos
La liturgia de este
día tiene dos partes bien diferenciadas, La primera, con la bendición de ramos
y procesión, revivimos la entrada solemne de Jesús en Jerusalén. Luego en la Eucaristía se revive la Pasión , que se lee en el
evangelio. Parece ser que proviene de la antigüedad cuando este domingo era
nombrado en Roma como domingo de pasión, mientras que en Jerusalén celebraban
la entrada con los ramos. Luego para toda la Iglesia se unieron las dos partes en una misma
celebración.
La entrada de Jesús
montado sobre un burrito lo suscitó Él mismo. Es posible que algunos discípulos
quisieran aprovechar esa entrada, cercana la Pascua , para exaltar a Jesús como un mesías
triunfador para comenzar un imperio material o una guerra santa contra los
romanos. Jesús, porque así lo quiere, entra como Mesías, pero lleno de
mansedumbre, deseando proclamar su reino de paz y de amor. A los que iban con
Jesús se unieron otros salidos de Jerusalén, pues era costumbre que muchas
personas salieran a recibir a grupos de peregrinos para entrar cantando con
ellos. Nosotros en la procesión también queremos aclamar a nuestro verdadero
Rey y Maestro con ramas verdes, que son signo de paz y de esperanza. No es sólo
recuerdo. Es realidad.
En esa entrada de
Jesús también se va fraguando la
Pasión , porque allí estaban los enemigos de siempre, fariseos
y jefes religiosos del pueblo. Estaban llenos de envidia porque la gente se iba
tras de Jesús, y esto llenaba la copa de su indignación y soberbia. Donde no
hay amor y perdón, la venganza y el rencor no tienen freno. También había gente
indecisa, que aquel día gritaban: “Hosanna”, y pocos días después gritarían:
“Crucifícale”. En la Misa
recordamos la Pasión
con su lectura en el evangelio. Este año, ciclo C, se lee la Pasión según san Lucas.
Cada evangelista
narra la Pasión
según el motivo que le ha inducido a narrar la vida de Jesús. San Lucas es el
evangelista de la misericordia. Es el que más habla del amor infinito de
Dios, que se manifiesta por medio de Jesucristo. Lo vemos por medio de sus
parábolas y de la preocupación que siente Jesús por las personas marginadas,
como eran los enfermos, los pecadores, las viudas y en general las mujeres. Y
ese aspecto de la misericordia aparece en este evangelio de pasión de manera
especial:
Con los mismos
apóstoles: No dice que les encuentra por tres veces dormidos, ni que huyeron,
ni las palabras fuertes de Pedro antes de negar, con quien tiene la delicadeza
de mirarle con misericordia como signo de perdón; Cura la oreja a quien ha sido
herido en Getsemaní; Consuela a las mujeres que lloran por El; Perdona a todos
los que le están clavando o gritando en contra. Promete el Paraíso al buen ladrón;
Usa de misericordia hasta con los mismos que causaron su muerte, como Pilato,
que aparenta ser inocente. Quizá el evangelista tenía interés en no culpar a
los romanos. Más que culpar a nadie, el evangelista pretende que nosotros nos
sintamos culpables, pero llenos de esperanza en el perdón rechazando toda
violencia. Debemos vivir con esa confianza en Dios Padre, con la que Jesús, al
morir, sin hacer gestos trágicos ni signos de angustia, entrega su espíritu al
Padre de las misericordias.
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