miércoles, 30 de marzo de 2016

1ª semana de Pascua. Miércoles-C: Lc 24, 13-35



En estos días de Resurrección la Iglesia nos presenta diversas apariciones de Jesús a los apóstoles o a personas queridas que sucedieron principalmente en el mismo día de la Resurrección. Hoy se nos expone la aparición a dos discípulos que iban  a Emaús. Iban tristes, muy desesperanzados. Habían puesto toda la ilusión en Jesús y ahora veían que todo se había terminado. Amaban a Jesús; pero su amor y su esperanza eran demasiado materialistas. Habían puesto su esperanza en un mesianismo solo material. Por eso dice el evangelista que sus ojos estaban cerrados cuando se acerca. Jesús ve el amor que tienen y quiere corregirles sus ideas falsas sobre el Mesías. Podemos decir que juega un poco con ellos, va apareciéndose poco a poco. Primero es un caminante algo entrometido, luego se hace un caminante interesante, porque comienza a explicarles las Escrituras. Jesús nunca nos abandona, si por lo menos tenemos amor. A los dos discípulos les agrada hablar sobre Jesús con aquel caminante.
Y nos preguntamos: ¿Por qué no reconocían a Jesús, si tan bien le conocían en su aspecto y en su voz? Jesús era el mismo, pero no de la misma manera. Su cuerpo en el cielo es glorioso y se acomoda, en su presentación, al grado de fe del vidente. En cierto sentido podemos decir lo que decía el cardenal Ratzinger respecto a las apariciones de Fátima, que más que apariciones físicas, son visiones internas, que pueden ser muy reales. En las apariciones Jesús se presentaba de repente sin pasar paredes, cosa que no puede hacer un cuerpo físico. A muchos de nosotros nos puede pasar como a aquellos dos. A veces perdemos la esperanza o por un fracaso o por una muerte cruel o por un gran problema de la vida. Y no reconocemos a Jesús que está junto a nosotros. El nos sale al encuentro en un amigo o en los acontecimientos normales de la vida y sobre todo en la palabra de Dios y en los sacramentos. Aquellos dos dejaron la comunidad cuando ya sabían que las mujeres habían visto unos ángeles que les habían dicho que Jesús había resucitado. No tuvieron paciencia para esperar. Dice san Ignacio que en momentos de desolación no hagamos cambios en nuestra vida, sino que nos pongamos en las manos de Dios.
 La Iglesia siempre ha visto aquí en este pasaje del evangelio como un esquema o símbolo de la Eucaristía. Primero asisten a la explicación de la Palabra de Dios y luego a compartir el pan con el mismo Jesús. El Maestro con paciencia les devuelve la fe y la esperanza, y ellos recuperan la alegría en el amor.

Y como en otras ocasiones, cuando uno ha tenido un encuentro real y gozoso con Jesús, quieren manifestarlo a otros. Por eso “en el mismo instante” retornaron a Jerusalén. Irían corriendo. Ciertamente que emplearon menos tiempo que al ir hacia Emaús. También nosotros, que tenemos fe en Jesucristo, aumentemos nuestro amor hacia El, que es igualmente el amor hacia el prójimo, para que le sintamos en nuestra vida y podamos proclamar su presencia gozosa entre nosotros.

martes, 29 de marzo de 2016

MENSAJE DEL PAPA EN LA PASCUA 2016

            
 «Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia» (Sal 135,1)
Queridos hermanos y hermanas, ¡Feliz Pascua!
 Jesucristo, encarnación de la misericordia de Dios, ha muerto en cruz por amor, y por amor ha resucitado. Por eso hoy proclamamos: ¡Jesús es el Señor!
Su resurrección cumple plenamente la profecía del Salmo: «La misericordia de Dios es eterna», su amor es para siempre, nunca muere. Podemos confiar totalmente en él, y le damos gracias porque ha descendido por nosotros hasta el fondo del abismo.
Ante las simas espirituales y morales de la humanidad, ante al vacío que se crea en el corazón y que provoca odio y muerte, solamente una infinita misericordia puede darnos la salvación. Sólo Dios puede llenar con su amor este vacío, estas fosas, y hacer que no nos hundamos, y que podamos seguir avanzando juntos hacia la tierra de la libertad y de la vida.
El anuncio gozoso de la Pascua: Jesús, el crucificado, «no está aquí, ¡ha resucitado!» (Mt 28,6), nos ofrece la certeza consoladora de que se ha salvado el abismo de la muerte y, con ello, ha quedado derrotado el luto, el llanto y la angustia (cf. Ap 21,4). El Señor, que sufrió el abandono de sus discípulos, el peso de una condena injusta y la vergüenza de una muerte infame, nos hace ahora partícipes de su vida inmortal, y nos concede su mirada de ternura y compasión hacia los hambrientos y sedientos, los extranjeros y los encarcelados, los marginados y descartados, las víctimas del abuso y la violencia. El mundo está lleno de personas que sufren en el cuerpo y en el espíritu, mientras que las crónicas diarias están repletas de informes sobre delitos brutales, que a menudo se cometen en el ámbito doméstico, y de conflictos armados a gran escala que someten a poblaciones enteras a pruebas indecibles.
Cristo resucitado indica caminos de esperanza a la querida Siria, un país desgarrado por un largo conflicto, con su triste rastro de destrucción, muerte, desprecio por el derecho humanitario y la desintegración de la convivencia civil. Encomendamos al poder del Señor resucitado las conversaciones en curso, para que, con la buena voluntad y la cooperación de todos, se puedan recoger frutos de paz y emprender la construcción una sociedad fraterna, respetuosa de la dignidad y los derechos de todos los ciudadanos. Que el mensaje de vida, proclamado por el ángel junto a la piedra removida del sepulcro, aleje la dureza de nuestro corazón y promueva un intercambio fecundo entre pueblos y culturas en las zonas de la cuenca del Mediterráneo y de Medio Oriente, en particular en Irak, Yemen y Libia. Que la imagen del hombre nuevo, que resplandece en el rostro de Cristo, fomente la convivencia entre israelíes y palestinos en Tierra Santa, así como la disponibilidad paciente y el compromiso cotidiano de trabajar en la construcción de los cimientos de una paz justa y duradera a través de negociaciones directas y sinceras. Que el Señor de la vida acompañe los esfuerzos para alcanzar una solución definitiva de la guerra en Ucrania, inspirando y apoyando también las iniciativas de ayuda humanitaria, incluida la de liberar a las personas detenidas.
 Que el Señor Jesús, nuestra paz (cf. Ef 2,14), que con su resurrección ha vencido el mal y el pecado, avive en esta fiesta de Pascua nuestra cercanía a las víctimas del terrorismo, esa forma ciega y brutal de violencia que no cesa de derramar sangre inocente en diferentes partes del mundo, como ha ocurrido en los recientes atentados en Bélgica, Turquía, Nigeria, Chad, Camerún y Costa de Marfil; que lleve a buen término el fermento de esperanza y las perspectivas de paz en África; pienso, en particular, en Burundi, Mozambique, la República Democrática del Congo y en el Sudán del Sur, lacerados por tensiones políticas y sociales.
Dios ha vencido el egoísmo y la muerte con las armas del amor; su Hijo, Jesús, es la puerta de la misericordia, abierta de par en par para todos. Que su mensaje pascual se proyecte cada vez más sobre el pueblo venezolano, en las difíciles condiciones en las que vive, así como sobre los que tienen en sus manos el destino del país, para que se trabaje en pos del bien común, buscando formas de diálogo y colaboración entre todos. Y que se promueva en todo lugar la cultura del encuentro, la justicia y el respeto recíproco, lo único que puede asegurar el bienestar espiritual y material de los ciudadanos.
 El Cristo resucitado, anuncio de vida para toda la humanidad que reverbera a través de los siglos, nos invita a no olvidar a los hombres y las mujeres en camino para buscar un futuro mejor. Son una muchedumbre cada vez más grande de emigrantes y refugiados –incluyendo muchos niños– que huyen de la guerra, el hambre, la pobreza y la injusticia social. Estos hermanos y hermanas nuestros, encuentran demasiado a menudo en su recorrido la muerte o, en todo caso, el rechazo de quien podrían ofrecerlos hospitalidad y ayuda. Que la cita de la próxima Cumbre Mundial Humanitaria no deje de poner en el centro a la persona humana, con su dignidad, y desarrollar políticas capaces de asistir y proteger a las víctimas de conflictos y otras situaciones de emergencia, especialmente a los más vulnerables y los que son perseguidos por motivos étnicos y religiosos.
Que, en este día glorioso, «goce también la tierra, inundada de tanta claridad» (Pregón pascual), aunque sea tan maltratada y vilipendiada por una explotación ávida de ganancias, que altera el equilibrio de la naturaleza. Pienso en particular a las zonas afectadas por los efectos del cambio climático, que en ocasiones provoca sequía o inundaciones, con las consiguientes crisis alimentarias en diferentes partes del planeta.
Con nuestros hermanos y hermanas perseguidos por la fe y por su fidelidad al nombre de Cristo, y ante el mal que parece prevalecer en la vida de tantas personas, volvamos a escuchar las palabras consoladoras del Señor: «No tengáis miedo. ¡Yo he vencido al mundo!» (Jn 16,33). Hoy es el día brillante de esta victoria, porque Cristo ha derrotado a la muerte y su resurrección ha hecho resplandecer la vida y la inmortalidad (cf. 2 Tm 1,10). «Nos sacó de la esclavitud a la libertad, de la tristeza a la alegría, del luto a la celebración, de la oscuridad a la luz, de la servidumbre a la redención. Por eso decimos ante él: ¡Aleluya!» (Melitón de Sardes, Homilía Pascual).

A quienes en nuestras sociedades han perdido toda esperanza y el gusto de vivir, a los ancianos abrumados que en la soledad sienten perder vigor, a los jóvenes a quienes parece faltarles el futuro, a todos dirijo una vez más las palabras del Señor resucitado: «Mira, hago nuevas todas las cosas... al que tenga sed yo le daré de la fuente del agua de la vida gratuitamente» (Ap 21,5-6). Que este mensaje consolador de Jesús nos ayude a todos nosotros a reanudar con mayor vigor la construcción de caminos de reconciliación con Dios y con los hermanos. ¡Tenemos tanta necesidad!

sábado, 26 de marzo de 2016

DOMINGO DE RESURRECCION (C)- javier leoz ventura

 “¡Despertad, despertad!” Era el grito de un pregonero que, ante la llegada de un sol luminoso después de meses de inundaciones, se convertía en hito histórico para un pueblo. Y las gentes de esa aldea temerosas del agua que se llevaba todo por delante, se asomaban con temor y con temblor a lo que –de repente- era luz y esperanza: ¡EL SOL LES SALUDABA! ¡PODÍAN COMENZAR A VIVIR!
1. ¡DESPERTEMOS. A veces damos la impresión de estar demasiado dormidos. De que, como cristianos, el testimonio lo dejamos para los demás y, la resurrección, es cosa que han de anunciar otros. ¿No has recibido a Cristo? ¿No eres cristiano? ¿A qué esperas?
-Somos hijos de la Pascua y no del Viernes Santo. La cruz nos recuerda el amor gigantesco ofrecido por un Dios que, ya en Belén, quiso hacerse pequeño. ¿Y el Domingo de Pascua? ¡Ay el Domingo de Pascua! Nos trae un mensaje tan lleno de futuro y de esperanza como en la noche en que, los ángeles, nos anunciaron que Dios se hacía humanidad: ¡HA RESUCITADO A CRISTO!
-Atemorizados y preocupados por tantas inundaciones ideológicas o partidistas, se agradece que el Señor resucite para resucitarnos. No está muerto aunque, a veces nosotros por nuestras actitudes, demos la impresión de un Jesús maniatado, triste y recogido en el lugar de los muertos. ¡Despertemos! Que la fe, es una buena inyección de alegría, de encanto y de optimismo. El mismo Papa Francisco nos lo recordó no hace mucho tiempo: “Los cristianos que creen han de estar alegres no a la fuerza sino por convencimiento”.
-La Pascua, el paso de Jesús por medio de nosotros, nos ha dejado muchas palabras, gestos e interrogantes. Pero, ahora, es el momento de quedarnos asombrados ante la victoria de un Dios que vence a la muerte.
¿Por qué creéis que venimos a este lugar? Ni más ni menos porque, la vida del que nos convoca, nos afecta del todo y nos asegura un futuro sin término.
¿Por qué creéis que, cuando decimos un adiós a un ser querido, rezamos por él? ¿Por un homenaje bien merecido? ¿Por qué una gran historia le acompaña? ¡En absoluto! Lo hacemos porque, la pasión, muerte y resurrección de Cristo, ilumina ese momento con una gran verdad: Dios que es grande y misericordioso perdona y, además, resucita.
¿Por qué creéis que merece la pena seguir a Cristo, dar la cara por Él y ser fiel a pesar de nuestros pecados o debilidades? Ni más ni menos porque, en el atardecer de nuestra vida, comprobaremos que somos más importantes –mucho más importantes- que las obras que hemos realizado. Veremos cara a cara a Dios y nuestros cuerpos, sin fecha de caducidad, estarán llamados a vida eterna.  ¡Ojala este mensaje llegase a calar a los que, cuidan el cuerpo del hoy, pero olvidan el cuerpo del mañana!
2. ¡DESPERTEMOS! Frente a los dioses que nos adormecen, diariamente se levanta DIOS que, sin tanto ruido, pero con más amor, nos ofrece su salvación. Una salvación que pasa por Jesús. Una salvación que es luz .Una salvación que, desde el día de nuestro Bautismo, la colocamos sólo y exclusivamente en las manos  de Dios.
No es de extrañar que, el mundo que nos rodea, se encuentre a los pies de los caballos de muchas situaciones que producen insatisfacción, esclavitud, inseguridad, estrés, agobio. La Pascua, en ese sentido, nos puede aportar un poco de liberación, de calma en nuestros dolores, de salud en nuestras enfermedades, de fuerza para llevar la cruz.
Pidamos al Señor, en su gran día, no lo olvidemos. La humanidad, en sí misma, es desagradecida. Los cristianos de los primeros tiempos daban gloria y alabanza al Señor en el primer día de la semana. Sabían que, el domingo, era lo más sagrado y lo más vital de su fe. ¡Cuántos diosecillos se nos han colgado en el Día del Señor! ¡Cuántos bloqueos a la puerta de la resurrección!
No permitamos que, el Día del Señor, sea dejado de lado y ocupado por otras cosas que no sean las que alimenten nuestra familia, nuestra fe y nuestra adhesión a Cristo muerto y resucitado.
¡Vivamos este momento! ¡Cantemos, proclamemos la Redención de la humanidad por parte de Cristo!

Amigos, vayamos al encuentro de Cristo. No miremos en el sepulcro, está vacío. Salgamos con fe a los caminos, a la mesa fraterna, al perdón y a la reconciliación, a la fraternidad y al servicio… porque es ahí, donde a Jesús, lo encontraremos resucitado, operante, dándonos fuerzas e ilusionándonos en el camino de nuestra vida cristiana. ¿O no? ¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCION!

domingo, 20 de marzo de 2016

Domingo de Ramos, ciclo C


 Comenzamos la Semana Santa. La Iglesia nos presenta en esta semana los hechos más importantes de nuestra redención: la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Dios nos podría haber salvado con medios más sencillos, pero quiere unirse a nuestro dolor y testifica con su sufrimiento que su amor es sincero, es grandioso y que merece toda nuestra correspondencia. Para ello Dios se hizo hombre, aceptó un cuerpo como el nuestro y se entregó a la muerte y una muerte de cruz. Pero san Pablo hoy en la 2ª lectura nos dice que por ese acto de humillación, Dios lo levantó por encima de todo hasta la resurrección. El dolor no es el final. Dios quiere para nosotros también un final de gloria y felicidad. La Pasión conduce a la Resurrección.
La liturgia de este día tiene dos partes bien diferenciadas, La primera, con la bendición de ramos y procesión, revivimos la entrada solemne de Jesús en Jerusalén. Luego en la Eucaristía se revive la Pasión, que se lee en el evangelio. Parece ser que proviene de la antigüedad cuando este domingo era nombrado en Roma como domingo de pasión, mientras que en Jerusalén celebraban la entrada con los ramos. Luego para toda la Iglesia se unieron las dos partes en una misma celebración.
La entrada de Jesús montado sobre un burrito lo suscitó Él mismo. Es posible que algunos discípulos quisieran aprovechar esa entrada, cercana la Pascua, para exaltar a Jesús como un mesías triunfador para comenzar un imperio material o una guerra santa contra los romanos. Jesús, porque así lo quiere, entra como Mesías, pero lleno de mansedumbre, deseando proclamar su reino de paz y de amor. A los que iban con Jesús se unieron otros salidos de Jerusalén, pues era costumbre que muchas personas salieran a recibir a grupos de peregrinos para entrar cantando con ellos. Nosotros en la procesión también queremos aclamar a nuestro verdadero Rey y Maestro con ramas verdes, que son signo de paz y de esperanza. No es sólo recuerdo. Es realidad.
En esa entrada de Jesús también se va fraguando la Pasión, porque allí estaban los enemigos de siempre, fariseos y jefes religiosos del pueblo. Estaban llenos de envidia porque la gente se iba tras de Jesús, y esto llenaba la copa de su indignación y soberbia. Donde no hay amor y perdón, la venganza y el rencor no tienen freno. También había gente indecisa, que aquel día gritaban: “Hosanna”, y pocos días después gritarían: “Crucifícale”. En la Misa recordamos la Pasión con su lectura en el evangelio. Este año, ciclo C, se lee la Pasión según san Lucas.
Cada evangelista narra la Pasión según el motivo que le ha inducido a narrar la vida de Jesús. San Lucas es el evangelista de la misericordia. Es el que más habla del amor infinito de Dios, que se manifiesta por medio de Jesucristo. Lo vemos por medio de sus parábolas y de la preocupación que siente Jesús por las personas marginadas, como eran los enfermos, los pecadores, las viudas y en general las mujeres. Y ese aspecto de la misericordia aparece en este evangelio de pasión de manera especial:

Con los mismos apóstoles: No dice que les encuentra por tres veces dormidos, ni que huyeron, ni las palabras fuertes de Pedro antes de negar, con quien tiene la delicadeza de mirarle con misericordia como signo de perdón; Cura la oreja a quien ha sido herido en Getsemaní; Consuela a las mujeres que lloran por El; Perdona a todos los que le están clavando o gritando en contra. Promete el Paraíso al buen ladrón; Usa de misericordia hasta con los mismos que causaron su muerte, como Pilato, que aparenta ser inocente. Quizá el evangelista tenía interés en no culpar a los romanos. Más que culpar a nadie, el evangelista pretende que nosotros nos sintamos culpables, pero llenos de esperanza en el perdón rechazando toda violencia. Debemos vivir con esa confianza en Dios Padre, con la que Jesús, al morir, sin hacer gestos trágicos ni signos de angustia, entrega su espíritu al Padre de las misericordias. 

domingo, 13 de marzo de 2016

El que esté si pecado que arroje la primera piedra (Jn 8,1-11)





Siempre que llega el momento de proclamar este Evangelio recuerdo  aquella conocida sentencia: “cuando señalas con un dedo a alguien…tres dedos, de esa   misma mano, te apuntan a ti”. (Os habéis dado cuenta; ¡probadlo!)
¡Qué distintos los parámetros del Señor para tratar los defectos y los fallos de los hombres! No los pasa por alto, pero tampoco los expone en un escaparte para contemplación y escarmiento público. Puede más, en su corazón, los deseos de recuperación que los de destrucción de la persona.
Esta es la misericordia de Dios que es enseñada y presentada por Jesús Maestro: más allá de las leyes, de las normas y de los preceptos está el corazón del hombre. Y, el corazón, es lo que le interesa a Dios. Entre otras cosas, porque sólo El y uno mismo, podemos saber lo que ocurre en nuestras entrañas o las circunstancias que concurren en la situación de cada persona. ¡Poco les importaba la vida de aquella adúltera aquellos que solicitaban una interpretación de Jesús! A ellos lo que les movía era el poner contra las cuerdas a Jesús.

ES FÁCIL TIRAR LA PIEDRA Y ESCONDER NUESTRA VIDA: Cuando era niño tirábamos piedras y cuando alguna rompía una cosa nadie lo había hecho.
ES FÁCIL ARROJAR LA PIEDRA Y ESCONDER NUESTRAS FALTAS
-Y extraerla de esa gran minería, que todos llevamos  en el interior, a golpe de juicios primarios y sin consistencia
-Y buscarla de gran tamaño para castigar las lagunas más diminutas de los demás y la más insignificante para los defectos más gigantes de uno mismo
-Y poner el ventilador salpicando a los otros con lo que en nosotros resulta difícil de eliminar.
ES FÁCIL TIRAR LA PIEDRA Y SER DUROS CON LOS QUE TROPIEZAN Y SE DESPLOMAN
-Y no caer en la cuenta que Dios, que tiene mucho de Padre, está muy cerca de aquellos desplomados, por haber sido injustamente tratados.
-Y dedicarnos a explotar la cantera de nuestros interesados juicios y olvidar el cultivo de la bondad de nuestro corazón.
-Y maniatar con ajustados grilletes a los que nos rodean mientras nosotros vivimos en libertad.
En estas vísperas de la Pascua del Señor  todavía estamos a tiempo de curarnos primero a nosotros mismos. De mirar con detenimiento a esa película que todos tenemos archivada en el corazón y, a continuación entresacar aquellas escenas en las que, alguien y en algún momento, ha tenido misericordia o delicadeza con ciertas acciones que nos causan vergüenza personal o colectiva.
 La diferencia entre un amigo de Jesús y uno que no lo es ¿sabéis donde estriba? En que el amigo de Jesús, aún siendo conocedor de las faltas de sus hermanos, lejos de condenarles les ayuda a superarlas; lejos de airearlas procura meterlas en cuarentena para que pierdan fuerza; lejos de liquidar de un plumazo a persona y pecados…intenta ver el lado positivo de su vida para el afectado salga de ese estado y pueda vivir con dignidad.
Siempre que leo el pasaje de Jesús y la adúltera me acuerdo de aquel paciente que iba a un médico con la garganta destrozada de tanto fumar. Era tanto el dolor que sentía que un día se atrevió a sugerir al sanitario: “aunque sea quíteme la garganta porque no puedo vivir así”. Y, el médico, le contesto: “no hombre; lo que vd tiene que quitarse es de fumar”.
Ahí quedaría el reto de la mujer adúltera. Mucho le perdonó Jesús (era buen médico y conocedor de su interior). Le faltaba lo más importante: no echar más hollín a su pasado oscuro y comenzar de nuevo.
¿Se lo permitirían aquellos que le acusaron?¿Fueron víctimas de su propio complot en contra de Jesús?
Pidamos al Señor que, a partir de hoy mismo, seamos capaces de admirar a un Jesús que tiene un peculiar estilo de ver y de sentir las cosas: a favor del hombre y lejos de aquello que va contra su dignidad. Pidamos al Señor que aprendamos la siguiente lección: la corrección del mal comienza con el perdón y no con el reproche.

jueves, 10 de marzo de 2016

4ª semana de Cuaresma. Jueves: Jn 5, 31-47


Los fariseos están escandalizados, no tanto porque Jesús quebrantaba el sábado, sino porque se arrogaba la autoridad de hacerlo como Hijo de Dios. Ahora sigue con la prueba de los testimonios. Va a explicar Jesús que no se basa en sus propias palabras, sino que pone por testigo a Juan Bautista .
Juan Bautista no sólo era muy estimado en el tiempo de Jesús, sino que después siguió teniendo discípulos. Jesús hace los mayores elogios de Juan: “El mayor nacido de mujer”. Sin embargo Juan no era la luz, sino sólo una lámpara.
El Padre, que llamaba Jesús, era el Dios que para los judíos era el todopoderoso, viendo ellos más el poder que la misericordia, de que hablaban tanto los profetas y los salmos. De esa misericordia divina era Jesús encarnación viva. Esas eran las principales “obras” que daban testimonio de su unión total con Dios Padre, ya que la enseñanza principal de Jesús es que “Dios es amor”, y el que más cerca está de Dios es quien más ama. Precisamente el evangelio nos da la razón del porqué aquellos judíos no creen en Jesús: “porque en ellos no hay amor”. La autoridad de Jesús no está sólo en sus palabras, sino en sus obras, porque en todo hace la voluntad de su Padre celestial, tanto que llega hasta la cruz, que será para nosotros la mayor prueba de amor, aunque para los judíos era señal de escándalo.
Cuando Jesús habla de sus obras, también se refiere a los “signos” externos, que eran los milagros. Hay muchas cosas que se parecen a milagros, porque nos es muy difícil conocer todas las fuerzas de la naturaleza, pero hay actos que sabemos ser obra exclusiva de Dios, como la resurrección de uno que esté bien muerto, no disimulado. En la vida de Jesús y muchísimos en la vida de la Iglesia vemos acciones claras de Dios, que negarlo sería ir contra toda la ciencia de los médicos y personas conscientes.
Jesús pone también como testimonio a la Sagrada Escritura. Hoy tiene mucha vigencia este saber leer la Escritura con sabiduría, que es unión de fe y amor. Hoy no podemos leer la Escritura “por nuestra cuenta”, aislados del parecer de la Iglesia. Hay muchos que se encierran en una lectura al pie de la letra, sacando un texto del contexto, queriendo decir lo que no dice en realidad, sin mirar a los tiempos en que se escribió. Por eso se dan tantos equivocados, porque se basan en un detalle aislado de toda la Escritura. Y sobre todo aislados de la Iglesia, que durante tanto tiempo ha investigado y profundizado en los textos sagrados. Hay personas que, por soberbia, creen haber encontrado algo curioso y van contra tantos sabios dentro de la Iglesia, que nos dan la interpretación concreta a cada pasaje de la Escritura. En este día prometamos dar testimonio de Jesús cada vez más con nuestra vida de amor. A veces no comprendemos el mensaje de Jesús, porque vamos tras la gloria mundana, la vanidad y el egoísmo. Demos un paso más en el seguimiento de Cristo y trabajemos para que otros le conozcan y le sigan.