sábado, 24 de octubre de 2015

30ª semana del tiempo ordinario. Domingo B-2015: Mc 10, 46-52

Jesús iba camino hacia Jerusalén. Ya estaba cerca, a unos 30 kilómetros, en una hondonada junto al mar Muerto. Iba a comenzar la ascensión hacia la ciudad. Es un camino terrenal, pero también es un camino ascensional hacia la entrega total al Padre y era una enseñanza viva para los apóstoles.
Hoy Jesús hace un milagro que les impactó mucho, a los discípulos porque recuerdan el lugar, Jericó, y hasta el nombre del ciego que fue curado, Bartimeo. Es una lección viva también para ellos, pues acababan de discutir sobre quién de ellos sería más principal en el Reino. No acababan de ver que el Reino es sobre todo amor, y que se realiza por medio del servicio.
Para nosotros tiene muchas enseñanzas este encuentro. En el espíritu hay muchos ciegos. Hay muchos que se creen cultos y hablan mucho de religión; pero si no han tenido la vivencia de estar con Jesús y seguirle, en realidad son ciegos. Yo creo que todos estamos un poco ciegos. En cambio, Bartimeo había tenido la suerte de haber oído hablar de Jesús. Alguien le habría contado cosas sobre Él, y cuando oye que es Jesús el que pasa, se pone a gritar. Le llama “hijo de David”, que es lo mismo que Mesías, y continúa gritando.
Tenemos que aprender a gritar a Dios. Es un signo de fe. Si no nos atrevemos a hacerlo de una manera externa, al menos lo debemos hacer desde lo íntimo de nuestro corazón. Hay momentos de angustia, en que sabemos que necesitamos una gracia especial de Dios para levantarnos del pecado. Gritemos;  Dios está atento al pobre y al necesitado que le grita, como se dice en los salmos.
No es fácil, porque encontraremos dificultades, Aquel ciego oyó que varios de la gente, egoístas ellos, le pedían que se callase, que les dejase en paz; pero el ciego gritaba más. Cuando queremos gritar a Dios, podemos sentir las tendencias mundanas que nos llevan a falsas alegrías y a una falsa paz. Pero debemos gritar, porque Jesús siempre nos escucha y nos va llamar, como llamó al ciego. Las personas, que antes le invitaban a callarse, ahora le dicen: “acércate, que te llama”. Él salta y suelta el manto. No es fácil acudir a la llamada del Señor, cuando estamos atados a las cosas mundanas. Hay que saltar y dejar muchas cosas. El manto que tenía para abrigarse de noche y recoger las limosnas, ahora ve que le sobra, porque quiere acudir de prisa.
Jesús sabe apreciar esa fe. Tenemos claro que lo aquel ciego quiere es poder ver, y Jesús le da la visión total: la visión del cuerpo y la visión del alma. Por eso le dice: “Ande, tu fe te ha salvado”. Este “estar salvado” es la consecuencia de una gran fe, que aquel ya vidente actualiza con la primera mirada en Jesús, que es nuestra salvación. Desde ese momento de algún modo es ya discípulo de Jesús. Por eso se pone en camino y “le sigue”. Aquí seguir a Jesús es mucho más que un simple caminar entre el polvo de la tierra. Es un signo de lo que nosotros debemos hacer un poco más desde este día.
Hay gente que cree ver y en su corazón no ve, y hay gente deficiente en lo exterior, pero que sus sentidos interiores están pujantes. Dicen que S. Francisco de Asís compuso su cántico al sol cuando ya estaba ciego. Y san Juan de la Cruz cantó hermosamente a los montes y bosques y a las flores cuando llevaba meses en la prisión. También Beethoven componía grandiosas obras musicales, cuando estaba ya sordo. El próximo 1 de Noviembre celebraremos a todos los santos que nos esperan en el cielo al final de este camino, que en el día de los difuntos debemos ver como un encuentro gozoso con el Señor. Poder ver estas grandiosas realidades de nuestra vida con amor es lo que debemos pedir hoy intensamente al Espíritu Santo.

                  

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