Jesús iba camino
hacia Jerusalén. Ya estaba cerca, a unos 30 kilómetros , en una
hondonada junto al mar Muerto. Iba a comenzar la ascensión hacia la ciudad. Es
un camino terrenal, pero también es un camino ascensional hacia la entrega
total al Padre y era una enseñanza viva para los apóstoles.
Hoy Jesús hace un
milagro que les impactó mucho, a los discípulos porque recuerdan el lugar,
Jericó, y hasta el nombre del ciego que fue curado, Bartimeo. Es una lección
viva también para ellos, pues acababan de discutir sobre quién de ellos sería
más principal en el Reino. No acababan de ver que el Reino es sobre
todo amor, y que se realiza por medio del servicio.
Para nosotros tiene
muchas enseñanzas este encuentro. En el espíritu hay muchos ciegos. Hay
muchos que se creen cultos y hablan mucho de religión; pero si no han tenido la
vivencia de estar con Jesús y seguirle, en realidad son ciegos. Yo creo que todos
estamos un poco ciegos. En cambio, Bartimeo había tenido la suerte de haber
oído hablar de Jesús. Alguien le habría contado cosas sobre Él, y cuando oye
que es Jesús el que pasa, se pone a gritar. Le llama “hijo de David”, que es lo mismo que
Mesías, y continúa gritando.
Tenemos que
aprender a gritar a Dios.
Es un signo de fe. Si no nos atrevemos a hacerlo de una manera externa, al
menos lo debemos hacer desde lo íntimo de nuestro corazón. Hay momentos de
angustia, en que sabemos que necesitamos una gracia especial de Dios para levantarnos
del pecado. Gritemos; Dios está atento
al pobre y al necesitado que le grita, como se dice en los salmos.
No es fácil, porque
encontraremos dificultades, Aquel ciego oyó que varios de la gente, egoístas
ellos, le pedían que se callase, que les dejase en paz; pero el ciego gritaba
más. Cuando queremos gritar a Dios, podemos sentir las tendencias mundanas que
nos llevan a falsas alegrías y a una falsa paz. Pero debemos gritar, porque
Jesús siempre nos escucha y nos va llamar, como llamó al ciego. Las personas,
que antes le invitaban a callarse, ahora le dicen: “acércate, que te llama”. Él
salta y suelta el manto. No es fácil acudir a la llamada del Señor,
cuando estamos atados a las cosas mundanas. Hay que saltar y dejar muchas
cosas. El manto que tenía para abrigarse de noche y recoger las limosnas, ahora
ve que le sobra, porque quiere acudir de prisa.
Jesús sabe apreciar
esa fe. Tenemos claro que lo aquel ciego quiere es poder ver, y Jesús le da la
visión total: la visión del cuerpo y la visión del alma. Por eso le dice:
“Ande, tu fe te ha salvado”. Este “estar salvado” es la consecuencia de una
gran fe, que aquel ya vidente actualiza con la primera mirada en Jesús, que es
nuestra salvación. Desde ese momento de algún modo es ya discípulo de Jesús.
Por eso se pone en camino y “le sigue”. Aquí seguir a Jesús es mucho más que un
simple caminar entre el polvo de la tierra. Es un signo de lo que nosotros
debemos hacer un poco más desde este día.
Hay gente que cree
ver y en su corazón no ve, y hay gente deficiente en lo exterior, pero que sus
sentidos interiores están pujantes. Dicen que S. Francisco de Asís
compuso su cántico al sol cuando ya estaba ciego. Y san Juan de la Cruz cantó hermosamente a los
montes y bosques y a las flores cuando llevaba meses en la prisión.
También Beethoven componía grandiosas obras musicales, cuando estaba ya
sordo. El próximo 1 de Noviembre celebraremos a todos los santos que
nos esperan en el cielo al final de este camino, que en el día de los difuntos
debemos ver como un encuentro gozoso con el Señor. Poder ver estas grandiosas
realidades de nuestra vida con amor es lo que debemos pedir hoy intensamente al
Espíritu Santo.
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