Hoy celebra la Iglesia la fiesta de todos
los santos. Esta palabra “santo”
en la Biblia
se aplicaba sólo a Dios, pues significa: sagrado o separado. Pero luego se
fue diciendo de todo lo que se acercaba más a Dios. Así ya san Pablo llama
santos a los cristianos por el hecho de estar unidos a Dios por el bautismo.
Después ya sólo se aplicó a aquellas personas “que por su comportamiento están
más cerca de Dios. Especialmente los mártires” que, por
su muerte gloriosa, se unen para siempre con Dios.
Hay
muchos santos, cuyos nombres conocemos, porque han sido “canonizados”, es decir
declarados santos solemnemente por el papa, después de haber examinado
minuciosamente su vida y sus escritos y normalmente después de que Dios ha
ratificado esa santidad por uno o más milagros. Pero santos hay muchos más que
no conocemos, quizá porque han vivido una vida muy oculta, pero que gozan con
Dios con una gloria semejante. Entre estos santos habrá familiares y conocidos
nuestros. Hoy es el día para festejar a todos y también para alzar nuestra
mirada al cielo para pedir su protección y sobre todo para desear imitarles y
un día poder estar con ellos en el cielo.
Todos
estamos llamados a la santidad. Nos lo ha dicho muchas veces la Iglesia. De una manera
especial lo recalcó el concilio Vaticano II. No es que haya
que tener una vida externa diferente a los demás, aunque la verdad es que hay
situaciones que ayudan y hay situaciones que pueden estorbar. Tenemos
que esforzarnos por conseguir siempre ser mejores y tender a un ideal grande.
No es fácil, pero tampoco es imposible. Para ello Jesucristo nos enseñó el camino. El principal es la caridad. Sin amor
no puede haber verdadera vida cristiana: Amor dirigido hacia Dios, que es
nuestro Padre y nos acompaña, amor que se expresa especialmente en la
oración, y amor hacia los demás,
porque todos somos hermanos.
Hoy
en el evangelio se nos propone este ideal por medio de las bienaventuranzas. Son
actitudes o maneras de ser. Son las
condiciones para el seguimiento en el camino del Reino de Dios trazado por
Jesús.
La
santidad no es un camino triste, sino gozoso. Si queremos ser felices de verdad
debemos ser “pobres de espíritu”, que significa ser desprendidos de los
bienes materiales, tenga uno algo de dinero o no tenga nada. Va en contra de la
codicia, procurando llevar una vida sencilla y humilde. Se trata de tener una
vida de confianza filial en Dios, que es nuestro Padre. La 2ª bienaventuranza nos
dice que hay que ser dócil, ser suave con los demás en juicios, palabras y
hechos. Para ello uno tiene que saber dominarse a sí, no violentar a los demás.
La 3ª habla del llorar, no porque el santo tenga que ser triste, sino porque
hay que sufrir por los propios pecados y por los males ajenos. En la 4ª nos
habla de tener “hambre y sed de justicia”. Es un gran deseo en la perfección religiosa.
En la Biblia
se llama justo al que se esfuerza sinceramente por cumplir la voluntad de Dios.
En la 5ª alaba a los misericordiosos. Se trata de compartir las desgracias del
prójimo, materiales y espirituales. Dios nos medirá al final según nuestro
grado de misericordia. En la 6ª alaba a los limpios de corazón. Un corazón
sucio engaña la visión para las cosas de Dios. En la 7ª se alaba a los
pacíficos: No sólo los que eliminan las discusiones, sino los que trabajan por
unir en la paz, que sale del amor. Por fin, aquel que es santo será objeto de
persecuciones, porque el bien desconcierta a los malos.