El evangelio de hoy
comienza con estas palabras: “otro sábado”. Es que inmediatamente antes había
narrado el evangelista cómo los fariseos espiaban a Jesús en un sábado y le
habían criticado por no impedir que sus discípulos arrancaran espigas para
comer. Este hecho, según las normas estrictas de los fariseos, estaba prohibido
como un trabajo realizado en día de sábado o de descanso.
Otra de las normas
que tenían sobre el sábado era la prohibición de hacer curaciones. Normalmente
las curaciones solían ser trabajosas y por lo tanto preferían que el enfermo
sufriese y no que sufriese la gloria de Dios. Jesús nos viene a enseñar hoy en
qué consiste esa gloria de Dios.
Siguiendo en este
espionaje, podíamos decir pecaminoso, los fariseos están junto a Jesús en la
sinagoga para celebrar la alabanza al Señor. La posición espiritual es
totalmente diversa. Para los fariseos glorificar a Dios significaba cumplir con
exactitud normas concretas impuestas para ese día. Para Jesús, además de alabar
al Señor con salmos y cánticos, era hacer el bien y dar alegría.
En la sinagoga
estaban los buenos israelitas dispuestos a escuchar la palabra de Dios. Entre
éstos está un hombre que sufre porque tiene una mano paralizada. Sufre por sí y
seguramente porque no puede ayudar a la familia, como él quisiera. Está en
silencio, pero quizá sus ojos descubren un anhelo de sanación. Jesús, que es la
misericordia viva, se encuentra con la miseria o la necesidad. Los ricos tenían
un lugar especial en la entrada de la Sinagoga. Ellos tenían un sitial desde
donde podían ver a la gente y podían ser “reconocidos”.
Jesús tenía un don
especial para conocer los pensamientos ajenos. Podía ser un don divino especial
o simplemente se refiere a una agudeza psicológica. De todas las maneras,
sabiendo un poco lo que pensaban los fariseos y lo que le habían dicho en otras
ocasiones, poco bastaba para que Jesús comprendiera sus pensamientos.
Hay personas que
conocen bien a otras, de modo que un pequeño movimiento les indica lo que
conviene hacer. De hecho muchos no comprendemos a la otra persona porque nos
centramos demasiado en nosotros mismos y no somos capaces de ponernos en el
lugar del otro.
Así pues Jesús,
antes de hacer el bien a aquel enfermo, les pregunta a los fariseos si en
sábado se puede hacer el bien o el mal. Con esto nos da una lección, pues
muchas veces el abstenerse de hacer el bien ya es un mal. Por eso el no salvar
una vida puede considerarse como perderla. Ellos se callaron de momento. Si curar
creían que suponía trabajo, Jesús lo va a realizar con pocas palabras. Podíamos
decir que más trabajo era cualquier conversación entre los mismos fariseos. Y
mucho más trabajo supondría el hecho de explicar la palabra de Dios.
Ahora Jesús actúa.
Simplemente Jesús dice al enfermo que extienda su mano y ésta queda curada. La
alegría le debe inundar a aquel hombre y seguro que aquel día sería para él una
ocasión de glorificar mucho más a Dios. Esta alegría no sería sólo para el que
había sido enfermo, sino que toda su familia se alegraría por verle sano y
porque ya les podría ayudar.
Los fariseos
deberían alegrarse, porque un hermano en la fe está alegre. Pero no: la envidia
no les deja alegrarse, sino que se llenan de amargor y de odio, hasta el punto
de que maquinan la manera de matar a Jesús. Sigue sucediendo lo mismo hoy: quienes
predican contra una religión fácil y cómoda se exponen a la persecución. Jesús
nos quiere libres; no quiere la religión oprimida y opresora de los fariseos.
Esta posición
opresora es lo contrario de la esencia de Dios que, como dice la Escritura , se alegró al
ver terminada la obra de la creación y para quien el día de descanso prolongado
es el día de derramar sus gracias y misericordias. Estas misericordias
resplandecen en el día del Señor, día de alabanzas y de alegría. Esto ha
querido insistir la Iglesia
al declarar el domingo como día de la alegría.
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