La Iglesia celebra
hoy la fiesta de san Mateo, apóstol y evangelista. Él mismo nos cuenta en el
evangelio la llamada de Jesús y su respuesta alegre y decidida.
Nos dice que Jesús
vio a un hombre llamado Mateo. Sin embargo Marcos y Lucas dicen que ese hombre
se llamaba Leví. Es posible que tuviera los dos nombres; pero también es muy
posible, como dicen algunos entendidos, que su primer nombre fuera Leví, y que
Jesús se lo cambió, como hizo con Pedro, ya que Mateo significa “don de Dios” o
“regalo de Yahvé”.
Su oficio era
publicano o recaudador de contribuciones. Cafarnaúm era un centro importante en
la región y debía haber por lo menos algún recaudador en el cruce de caminos y
otro en el puerto del lago. El hecho es que tenía un oficio que era odioso para
la gente. Para unos porque colaboraba con los opresores, que eran los romanos.
Por eso para los fariseos eran pecadores e impuros por estar en contacto con
los extranjeros y con las monedas romanas. Para otros eran odiosos porque, al
cobrar los impuestos, se solían aprovechar de la gente y cobraban algo más para
ellos, con lo cual se enriquecían a costa de la gente pobre. Mateo parecía
buena persona. Dios mira sobre todo el corazón. Seguramente que antes de la
última y definitiva llamada, Jesús tendría con Mateo algunas conversaciones, ya
que Jesús estaba más tiempo en Cafarnaúm que en otros pueblos. Así actuaba
Jesús con Pedro y otros apóstoles. Primeramente estaban con Jesús un tiempo,
mientras seguían en sus trabajos de cada día, hasta que venía la definitiva
llamada, que era estando en sus propios trabajos.
Jesús le llama y
Mateo deja todo: su trabajo, su dinero y su hogar. Mucho le tuvo que costar,
porque mucho cuesta cuando por delante está el dinero y las amistades. Sin
embargo tenemos una lección maravillosa en esta respuesta de Mateo a la llamada
de Jesús. Es la alegría en la respuesta. Organiza un banquete para
despedirse de sus amigos, que eran los compañeros en su oficio, y para
presentar en ese banquete a sus nuevos amigos, Jesús y los apóstoles, que
parecerían en aquel ambiente como unos pobres hombres sin porvenir. Esta
alegría en la respuesta a Jesús es algo que debemos meter muy profundamente en
el alma. Muchas veces quizá le hemos dicho que sí al Señor. Pero hay muchas
maneras de decir “sí”: desde quien lo dice por un compromiso humano o por una
especie de manda, como queriendo comprar al Señor, hasta el que lo dice con el
corazón ardiente y contento hacia Dios.
Por allí andaban
los fariseos y, claro, no les gustó que Jesús comiera con los pecadores. Y se lo dijeron a algunos
apóstoles; pero Jesús lo oyó. Y les hizo un elogio irónico: “No he venido para
los sanos, sino para los enfermos”. Y luego nos da a todos su mensaje: Es mucho
más importante la misericordia, las obras de caridad, que muchos actos de culto
sin caridad, aunque se diga que son en honor a Dios.
San Mateo, por
causa de su oficio, debía tener mayor instrucción que la mayoría de sus
compañeros. Él seguía siendo humilde, de modo que, cuando nombra a los doce, de
ninguno otro dice su oficio nada más que del suyo “el publicano”, como un signo
de humildad. Pero esa instrucción humana le llevó a que, cuando comenzaban a
predicar, viendo que podía ser muy útil para algunos tener los discursos de
Jesús escritos, se dio a la labor de escribir los discursos de Jesús en la
lengua de sus oyentes en Palestina, que era la misma que había hablado Jesús,
el arameo. Esos discursos, de los que hablan los autores antiguos, no se han
conservado; pero con ese material y algo de lo que ya había escrito san Marcos,
el mismo san Mateo o, como creen algunos, algún discípulo suyo escribió, en
griego, el evangelio llamado de Mateo. Lo escribió sobre todo para testificar
que Jesús es el Mesías o Salvador anunciado ya por los profetas.
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