domingo, 27 de septiembre de 2015

26ª semana del tiempo ordinario. Domingo B- 2015: Mc 9, 38-48


 Iba Jesús caminando entre sus discípulos. Quizá comenzaban ya su viaje hacia Jerusalén, y mientras caminaban, Jesús les daba varias enseñanzas e instrucciones. La primera lección que hoy nos trae el evangelio es la de que nosotros, aunque sigamos de cerca a Jesús, no tenemos el monopolio de la verdad. Hay que respetar y apreciar las cosas buenas que veamos en otros, aunque no sean de nuestro grupo social o religioso. La enseñanza surgió porque Juan, como portavoz de otros, le dijo a Jesús que habían visto a una persona que hacía cosas buenas como expulsar demonios en el nombre de Jesús; pero como no era de su grupo, se lo habían prohibido. Esto dio pie para que Jesús les dijera, a ellos y a nosotros, que cualquiera que no está en contra de Él, está a su favor. Que es como decir que debemos estimar todo lo bueno que nos encontramos en los demás, aunque sean de otro grupo.
Es algo parecido a lo que le pasó a Moisés (1ª lectura). Un día llamó a los setenta más importantes del pueblo y el Espíritu de Dios vino sobre ellos, de modo que todos se pusieron a expresar las maravillas de Dios, como solía hacer Moisés. Pero resulta que faltaban dos de ellos. Y donde estaban también se pusieron a expresar esas maravillas. Josué fue donde Moisés a contárselo y le dijo: “Prohíbeselo”. Pero Moisés tenía un corazón muy grande, a pesar de que aquellos dos no habían acudido, y le dijo: “¡Ojalá todo el pueblo proclame estas maravillas!”. Es la grandeza del corazón, imagen del gran corazón de Jesús que acoge a todo el que no esté realmente en contra.
Solemos ser muy egoístas a solas y muchas veces, de manera más viva, cuando formamos parte de un grupo. Este egoísmo nos hace parecer que todo lo del contrario es malo. Esto se ve muchas veces en los partidos políticos. Algunas veces todo lo que hace o dice el adversario nos parece mal. Pero algo tendrán de bueno. El caso es que se critica y se lleva la contraria, aunque no estemos del todo convencidos. Esto pasa en política, pero pasa también en religión. El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice: “Todo lo bueno y verdadero de las diversas religiones lo aprecia la Iglesia como un don de aquel que ilumina a todos los hombres, para que al fin tengan vida” (nº 843).
Muchas veces el pertenecer a un grupo nos hace ciegos para poder ver la verdad y el bien en el adversario. Sobre todo, si unos se creen que son los “buenos”, y por ello se creen también que tienen toda la verdad. Lo peor no está sólo en el mal que nos hacemos a nosotros por el pecado. Lo peor es si con nuestro pecado inducimos a otros, que quizá son más débiles en la fe, a cometer el mismo error o pecado. Esto es lo que se llama escándalo. Jesús dice palabras terribles contra los que dan escándalo a otros. Pueden ser ricos, que son al mismo tiempo personas con responsabilidad social, pero que no cumplen con la justicia y se aprovechan de los pobres en cuanto a salarios y en cuanto a trabajos excesivos. Pueden ser padres que no dan buen ejemplo a sus hijos. El Catecismo de la Iglesia Católica se fija en la maldad de los que deben hacer leyes y las hacen induciendo al mal. Eso es escándalo.
Hay muchas veces que cuesta ser cristiano auténtico. Aunque te cueste tanto como te costaría perder un ojo, vale la pena el hacerlo y ser consecuente en nuestra vida con las enseñanzas de Jesucristo. Con esas frases radicales, con las que termina el evangelio de hoy, Jesús nos quiere decir que para ser sus discípulos no debemos conformarnos con la mediocridad, sino que debemos ser auténticos o radicales, que quiere decir que el pensamiento de Jesús no influya sólo en algo exterior, sino que nos llegue hasta lo más hondo de nuestro ser. Y el pensamiento de Jesús es sobre todo el amor. Hoy nos dice que nos recompensará hasta un vaso de agua que se dé a quien lo necesita. ¡Cuánto más la entrega de nuestro ser!

Recordemos que no debemos “apagar al Espíritu”, como nos dice san Pablo, pues sopla donde y como quiere. Y por todo ello bendigamos siempre al Señor.

miércoles, 23 de septiembre de 2015

25ª semana del tiempo ordinario. Domingo B-2015: Mc 9, 30-37


Hoy en las tres lecturas se pone en evidencia la contradicción que hay entre la mentalidad terrena y la mentalidad de Dios, expresada claramente en las palabras de Jesús. Ya en la primera lectura se habla de cómo los justos son perseguidos y ultrajados, porque la virtud molesta al vicio. Santiago en la segunda lectura nos habla de esa contradicción diciendo que los que piensan con mentalidad terrena buscan la ambición, el poder, y por lo tanto surgen las disputas y las guerras, mientras que los que tienen mentalidad celeste buscan y encuentran la paz. Jesús lo va a enseñar una vez más, pues esta contradicción era el centro de su predicación.
Como era algo tan importante y tan incomprensible para la gente, que sólo deseaba tener favores materiales de Jesús y hacerle rey, se fue por sitios solitarios para poder hablar a los apóstoles. Y hoy les repite lo que ya habíamos visto el domingo pasado: que él, siendo el Mesías, debe morir o dejarse morir para poder resucitar. Esto les era muy difícil entenderlo, pues ellos tenían muy metido en el alma que el Mesías debía controlar todo el mal y vencerlo. Por eso les parecía incomprensible y absurdo el que para vencer el mal, tuviera que dejarse morir. Claro que les decía que tenía que resucitar; pero esto lo comprendían mucho menos. Por eso dice un evangelista, cuando las apariciones después de la Resurrección, que se les abrió la inteligencia para comprender todo ese misterio de la muerte y resurrección de Jesús.
Para ello se necesita fe. Ciertamente que es un don de Dios, pero es también una colaboración nuestra. Los apóstoles colaboraron siguiendo al Maestro. Le podían haber abandonado, como hicieron algunos discípulos, cuando la proclamación de la Eucaristía; pero ellos permanecieron siguiendo a Jesús. No lo entendían, pero se fiaron de Jesús y permanecieron con El. Esto es una gran enseñanza para nosotros en los momentos de crisis o de “noche oscura”. Habrá momentos difíciles para nuestra permanencia en la fe. Recordemos los momentos en que hemos sentido a Jesús que camina a nuestro lado y sepamos que siempre sigue, aunque “sea de noche”.
Y veamos la segunda gran enseñanza de hoy. Los apóstoles parece que estaban más atentos a sus intereses personales que a las enseñanzas de Jesús. Y entre ellos, apartados un poco de Jesús, iban discutiendo quién iba a estar en puestos más importantes en el reino de Jesús. Estaban aún muy alejados de la mentalidad del mismo Jesús. Ya en casa, estando más cercanos y tranquilos, les da un pensamiento esencial en nuestra religión cristiana. Resulta que el más importante no es el que tiene poder o dinero o prestigio social y material, sino el que está el último. Esto no se lo cree nadie. Claro, no se lo cree el que tiene mentalidad materialista, que es la mayoría.
Aquí podríamos hacer una consideración sobre la autoridad. No es lo mismo autoridad que poder. Este se puede tener a la fuerza, sin que haya autoridad, mientras que ésta viene de la aceptación del súbdito. En el mundo tiene que haber autoridad, como debe haberla en la familia; pero la verdadera autoridad consiste en el servicio. Ya sabemos que, cuando hay elecciones políticas en todas las partes del mundo, hay algunos que dicen que van a mandar “para servir”. Esto suele ser propaganda. En el fondo lo que quiere la mayoría es tener poder y ser más que los demás.

Hoy Jesús nos dice a nosotros que en nuestra religión “sirve el que sirve”, y el que no está al servicio de los demás no sirve para el Reino de los cielos. Más que muchas explicaciones, conviene meditarlo en nuestro corazón y hacerlo tema para hablarlo con Dios, nuestro Padre. Y para que se entendiera un poco más, toma un niño y lo pone en medio. A nosotros nos parece muy bonito ese gesto de Jesús. Debemos comprender que en aquella cultura un niño no valía para nada, porque no podía devolver el favor. Quizá, como dice otro evangelista, era un criadito, un niño de la calle abandonado, que vivía haciendo encargos. Vivamos con humildad y seremos grandes ante Dios.

lunes, 21 de septiembre de 2015

21 de Septiembre. San Mateo: Mt 9, 9-13


 La Iglesia celebra hoy la fiesta de san Mateo, apóstol y evangelista. Él mismo nos cuenta en el evangelio la llamada de Jesús y su respuesta alegre y decidida.
Nos dice que Jesús vio a un hombre llamado Mateo. Sin embargo Marcos y Lucas dicen que ese hombre se llamaba Leví. Es posible que tuviera los dos nombres; pero también es muy posible, como dicen algunos entendidos, que su primer nombre fuera Leví, y que Jesús se lo cambió, como hizo con Pedro, ya que Mateo significa “don de Dios” o “regalo de Yahvé”.
Su oficio era publicano o recaudador de contribuciones. Cafarnaúm era un centro importante en la región y debía haber por lo menos algún recaudador en el cruce de caminos y otro en el puerto del lago. El hecho es que tenía un oficio que era odioso para la gente. Para unos porque colaboraba con los opresores, que eran los romanos. Por eso para los fariseos eran pecadores e impuros por estar en contacto con los extranjeros y con las monedas romanas. Para otros eran odiosos porque, al cobrar los impuestos, se solían aprovechar de la gente y cobraban algo más para ellos, con lo cual se enriquecían a costa de la gente pobre. Mateo parecía buena persona. Dios mira sobre todo el corazón. Seguramente que antes de la última y definitiva llamada, Jesús tendría con Mateo algunas conversaciones, ya que Jesús estaba más tiempo en Cafarnaúm que en otros pueblos. Así actuaba Jesús con Pedro y otros apóstoles. Primeramente estaban con Jesús un tiempo, mientras seguían en sus trabajos de cada día, hasta que venía la definitiva llamada, que era estando en sus propios trabajos.
Jesús le llama y Mateo deja todo: su trabajo, su dinero y su hogar. Mucho le tuvo que costar, porque mucho cuesta cuando por delante está el dinero y las amistades. Sin embargo tenemos una lección maravillosa en esta respuesta de Mateo a la llamada de Jesús. Es la alegría en la respuesta. Organiza un banquete para despedirse de sus amigos, que eran los compañeros en su oficio, y para presentar en ese banquete a sus nuevos amigos, Jesús y los apóstoles, que parecerían en aquel ambiente como unos pobres hombres sin porvenir. Esta alegría en la respuesta a Jesús es algo que debemos meter muy profundamente en el alma. Muchas veces quizá le hemos dicho que sí al Señor. Pero hay muchas maneras de decir “sí”: desde quien lo dice por un compromiso humano o por una especie de manda, como queriendo comprar al Señor, hasta el que lo dice con el corazón ardiente y contento hacia Dios.
Por allí andaban los fariseos y, claro, no les gustó que Jesús comiera con los  pecadores. Y se lo dijeron a algunos apóstoles; pero Jesús lo oyó. Y les hizo un elogio irónico: “No he venido para los sanos, sino para los enfermos”. Y luego nos da a todos su mensaje: Es mucho más importante la misericordia, las obras de caridad, que muchos actos de culto sin caridad, aunque se diga que son en honor a Dios.

San Mateo, por causa de su oficio, debía tener mayor instrucción que la mayoría de sus compañeros. Él seguía siendo humilde, de modo que, cuando nombra a los doce, de ninguno otro dice su oficio nada más que del suyo “el publicano”, como un signo de humildad. Pero esa instrucción humana le llevó a que, cuando comenzaban a predicar, viendo que podía ser muy útil para algunos tener los discursos de Jesús escritos, se dio a la labor de escribir los discursos de Jesús en la lengua de sus oyentes en Palestina, que era la misma que había hablado Jesús, el arameo. Esos discursos, de los que hablan los autores antiguos, no se han conservado; pero con ese material y algo de lo que ya había escrito san Marcos, el mismo san Mateo o, como creen algunos, algún discípulo suyo escribió, en griego, el evangelio llamado de Mateo. Lo escribió sobre todo para testificar que Jesús es el Mesías o Salvador anunciado ya por los profetas.

viernes, 11 de septiembre de 2015

24ª semana del tiempo ordinario. Domingo B-2015: Mc 8, 27-35

Hoy se nos plantea un tema muy serio en la vida como es el dolor y sufrimiento. Hay personas que creen que la Iglesia, en su doctrina, es algo así como masoquista o que enseña que hay que buscar el dolor y que no se debe gozar en la vida... En realidad el dolor, como la muerte, sigue siendo una especie de misterio; pero tiene que tener un sentido. Por algo llamó Jesús “dichosos” a los que sufren. Lo cierto es que el dolor aquí no es un castigo divino ni el remedio es la sola resignación. Aunque sea difícil entenderlo, lo cierto es que Dios, para salvarnos, ha escogido compartir nuestro dolor. Darle sentido es comprender que Jesús, Dios hecho hombre, entre muchas posibilidades, nos ha salvado con el dolor. Pero lo mismo que Jesús resucitó, también es una promesa para nosotros. Por eso debemos vivir en una confianza continua en la presencia de Dios que nos acompaña. Esta es nuestra fe, que nos une con Dios.
La escena que hoy nos trae el evangelio sucede en Cesárea de Filipo. Esta ciudad parece que se había llamado Paneas; pero el tetrarca Filipo la nombró Cesárea en honor al César Augusto. Primero les pregunta Jesús a los apóstoles quién dice la gente que es El. No se trata de saber lo que dicen los muy amigos o los enemigos, sino los indiferentes. Estos suelen decir que es Juan Bautista resucitado o algún profeta. Hoy también hay muchas opiniones sobre Jesús, algunas muy distanciadas porque sigue teniendo muy buenos amigos y sigue teniendo enemigos que le odian. Pero lo que le interesaba más a Jesús era la opinión de sus mismos discípulos. Es san Pedro quien primero dice: “Eres el Mesías”. ¿Qué entendería san Pedro entonces por “Mesías”?
Ya Jesús había hablado de servicio, ya les había dicho las bienaventuranzas, que primeramente se aplicaban a su propia vida y actuación, ya había prohibido a los endemoniados que proclamasen que era “Hijo de Dios”; Pero era difícil entender la mentalidad de Jesús, cuando tenían bien metida la idea de un mesías triunfador, que con su poder les llevase a los israelitas a ser los dueños del mundo.
Jesús va a explicarles lo que El entiende por Mesías, siguiendo lo que ya había dicho el profeta Isaías sobre el “Siervo de Yahvé”, un siervo sufriente. Lo primero que les encarga es que no digan a nadie que El es el Mesías. ¡Menudo lío se hubiera armado! Pues toda la gente le hubiera aclamado por su rey. Es lo que pasó después de la multiplicación de panes y peces. Jesús tuvo que esconderse. Así que acepta que El es el Mesías. Pero a continuación les explica que El, siendo el Mesías, debe padecer e ir a la muerte. Y esas palabras denotan un sentido de cercanía a esos sucesos.
Claro que después, y pronto, vendría la resurrección. Esto lo entendían menos. San Pedro, que todavía no era santo, sino muy apegado a sus ideas triunfalistas, le lleva un poco aparte, porque comprende que le tiene que decir algo serio al maestro: “Esto no puede ser”. Para Jesús era una nueva tentación de triunfalismo. Podemos decir que las antiguas tentaciones del desierto en varias ocasiones vuelven a suscitarse. Y una fuerte es en este momento. Por eso Pedro está haciendo las veces de Satanás. Y así se lo dice Jesús. Más bien parece como un grito para vencer la tentación. Pedro había presentado, como nosotros a veces queremos, un mesianismo o una religión sin sufrimiento. San Pablo nos dirá que “sin efusión de sangre no hay redención”. Una religión sin sufrimiento quiere decir también con intereses personales y egoístas o sin compromisos hacia el bien de los demás, sólo con intereses materiales o terrenos.

Y comienza a explicar Jesús que el desprendimiento terreno no es sólo para el Mesías, sino para todo el que quiere ser discípulo suyo. Y dice esas frases desconcertantes: “Quien pierde su vida la salvará”. Para algunos salvar su vida es no meterse en líos o problemas por el bien de los demás. Piensan que está perdiendo su vida. Por encima de la vida que se ve, hay otra vida que se gana con seguir a Jesús en medio de las cruces de cada día, pero cumpliendo cada uno con su propio deber.

lunes, 7 de septiembre de 2015

FIESTA DE LA NATIVIDAD DE LA VIRGEN. 8/9/2015

Hoy, la genealogía de Jesús, el Salvador que tenía que venir y nacer de María, nos muestra cómo la obra de Dios está trenzada en la historia humana, y cómo Dios actúa en el secreto y en el silencio de cada día. Al mismo tiempo, vemos su seriedad en cumplir sus promesas. Incluso Rut y Rahab (cf. Mt 1,5), extranjeras convertidas a la fe en el único Dios, son antepasados del Salvador.

El Espíritu Santo, que había de realizar en María la encarnación del Hijo, penetró, pues, en nuestra historia desde muy lejos, desde muy pronto, y trazó una ruta hasta llegar a María de Nazaret y, a través de Ella, a su hijo Jesús. «He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel» (Mt 1,23). ¡Cuán espiritualmente delicadas debían ser las entrañas de María, su corazón y su voluntad, hasta el punto de atraer la atención del Padre y convertirla en madre del “Dios-con-los-hombres”!, Él que tenía que llevar la luz y la gracia sobrenaturales para la salvación de todos. Todo, en esta obra, nos lleva a contemplar, admirar y adorar, en la oración, la grandeza, la generosidad y la sencillez de la acción divina, que enaltece y rescatará nuestra estirpe humana implicándose de una manera personal.

Más allá, en el Evangelio de hoy, vemos cómo fue notificado a María que traería a Dios, el Salvador del Pueblo. Y pensemos que esta mujer, virgen y madre de Jesús, tenía que ser a la vez nuestra madre. Esta especial elección de María —«bendita entre todas las mujeres» (Lc 1,42)— hace que nos admiremos de la ternura de Dios en su manera de proceder; porque no nos redimió —por así decirlo— “a distancia”, sino vinculándose personalmente con nuestra familia y nuestra historia. ¿Quién podía imaginar que Dios iba a ser al mismo tiempo tan grande y tan condescendiente, acercándose íntimamente a nosotros?

"José hizo lo que el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer". En estas palabras se encierra ya la misión que Dios confía a José, la de ser custodio. Custodio ¿de quién? De María y Jesús; pero es una custodia que se alarga luego a la Iglesia


¿Cómo ejerce José esta custodia? Con discreción, con humildad, en silencio, pero con una presencia constante y una fidelidad y total, aun cuando no comprende. Desde su matrimonio con María hasta el episodio de Jesús en el Templo de Jerusalén a los doce años, acompaña en todo momento con esmero y amor. Está junto a María, su esposa, tanto en los momentos serenos de la vida como los difíciles. Continuemos nosotros esta tarea de estar junto a María y de una forma especial con el rezo del rosario.

viernes, 4 de septiembre de 2015

Lunes de la 23ª semana del tiempo ordinario B-2015. Lunes: Lc 6, 6-11


 El evangelio de hoy comienza con estas palabras: “otro sábado”. Es que inmediatamente antes había narrado el evangelista cómo los fariseos espiaban a Jesús en un sábado y le habían criticado por no impedir que sus discípulos arrancaran espigas para comer. Este hecho, según las normas estrictas de los fariseos, estaba prohibido como un trabajo realizado en día de sábado o de descanso.
Otra de las normas que tenían sobre el sábado era la prohibición de hacer curaciones. Normalmente las curaciones solían ser trabajosas y por lo tanto preferían que el enfermo sufriese y no que sufriese la gloria de Dios. Jesús nos viene a enseñar hoy en qué consiste esa gloria de Dios.
Siguiendo en este espionaje, podíamos decir pecaminoso, los fariseos están junto a Jesús en la sinagoga para celebrar la alabanza al Señor. La posición espiritual es totalmente diversa. Para los fariseos glorificar a Dios significaba cumplir con exactitud normas concretas impuestas para ese día. Para Jesús, además de alabar al Señor con salmos y cánticos, era hacer el bien y dar alegría.
En la sinagoga estaban los buenos israelitas dispuestos a escuchar la palabra de Dios. Entre éstos está un hombre que sufre porque tiene una mano paralizada. Sufre por sí y seguramente porque no puede ayudar a la familia, como él quisiera. Está en silencio, pero quizá sus ojos descubren un anhelo de sanación. Jesús, que es la misericordia viva, se encuentra con la miseria o la necesidad. Los ricos tenían un lugar especial en la entrada de la Sinagoga. Ellos tenían un sitial desde donde podían ver a la gente y podían ser “reconocidos”.
Jesús tenía un don especial para conocer los pensamientos ajenos. Podía ser un don divino especial o simplemente se refiere a una agudeza psicológica. De todas las maneras, sabiendo un poco lo que pensaban los fariseos y lo que le habían dicho en otras ocasiones, poco bastaba para que Jesús comprendiera sus pensamientos.
Hay personas que conocen bien a otras, de modo que un pequeño movimiento les indica lo que conviene hacer. De hecho muchos no comprendemos a la otra persona porque nos centramos demasiado en nosotros mismos y no somos capaces de ponernos en el lugar del otro.
Así pues Jesús, antes de hacer el bien a aquel enfermo, les pregunta a los fariseos si en sábado se puede hacer el bien o el mal. Con esto nos da una lección, pues muchas veces el abstenerse de hacer el bien ya es un mal. Por eso el no salvar una vida puede considerarse como perderla. Ellos se callaron de momento. Si curar creían que suponía trabajo, Jesús lo va a realizar con pocas palabras. Podíamos decir que más trabajo era cualquier conversación entre los mismos fariseos. Y mucho más trabajo supondría el hecho de explicar la palabra de Dios.
Ahora Jesús actúa. Simplemente Jesús dice al enfermo que extienda su mano y ésta queda curada. La alegría le debe inundar a aquel hombre y seguro que aquel día sería para él una ocasión de glorificar mucho más a Dios. Esta alegría no sería sólo para el que había sido enfermo, sino que toda su familia se alegraría por verle sano y porque ya les podría ayudar.
Los fariseos deberían alegrarse, porque un hermano en la fe está alegre. Pero no: la envidia no les deja alegrarse, sino que se llenan de amargor y de odio, hasta el punto de que maquinan la manera de matar a Jesús. Sigue sucediendo lo mismo hoy: quienes predican contra una religión fácil y cómoda se exponen a la persecución. Jesús nos quiere libres; no quiere la religión oprimida y opresora de los fariseos.

Esta posición opresora es lo contrario de la esencia de Dios que, como dice la Escritura, se alegró al ver terminada la obra de la creación y para quien el día de descanso prolongado es el día de derramar sus gracias y misericordias. Estas misericordias resplandecen en el día del Señor, día de alabanzas y de alegría. Esto ha querido insistir la Iglesia al declarar el domingo como día de la alegría.

miércoles, 2 de septiembre de 2015

23ª semana del tiempo ordinario. Domingo B-2015: Mc 7, 31-37

               

Jesús estaba fuera de los límites de Israel. Estaba en el extranjero, viniendo de Tiro y Sidón. Esto lo hacía alguna vez cuando necesitaba estar más a solas con los apóstoles. Sin embargo allí también es conocido y le llevan a un sordomudo para que le cure. En realidad la gran enfermedad era la sordera. Si no oía, tampoco podía hablar. Para los israelitas religiosos era una desgracia muy grande, porque al no oír, no podía tener conocimiento de la ley, y no podía cumplirla ni alabar a Dios.
Jesús siempre está abierto para el consuelo y dar remedio a las miserias humanas, a las que se inclina con su inmensa misericordia. Le dicen que le imponga las manos. Seguramente era el signo más frecuente de Jesús con los enfermos. Pero aquí usa unos signos más visibles. Dicen que los mudos son algo desconfiados con lo que vayan a hacerles y Jesús emplea signos que el mudo pueda ver, de modo que pueda entender la ayuda que Jesús quiere darle. Mete los dedos en sus oídos, toca la lengua con un poco de saliva, mira al cielo y suspira. Lo de la saliva era seguir una creencia popular de que tiene una virtud o fuerza especial. Mira al cielo dando a entender que se encomienda a su Padre Dios y suspira, como un acto de profunda emoción y cariño. Pronuncia entonces una palabra, que el evangelista conserva en su idioma original: “Effetá”, que lo traduce: “Abrete”. Es como si fuese un sacramento. En la Iglesia tenemos esos signos sensibles que nos dan la gracia o nos ayudan a acrecentarla. Los sacramentos tienen una materia, que puede ser agua, aceite, pan o vino; y luego unas palabras indican lo que se realiza. Por ese signo sencillo Dios nos da su gracia o viene Jesús en persona a estar con nosotros. Maravillas del amor de Dios.
Este milagro del sordomudo tiene una repercusión muy grande entre nosotros. Porque hay muchas personas que son sordos y mudos espirituales. Dios nos habla de muchas maneras: por la Biblia, por la Iglesia, por los acontecimientos. Constantemente nos manda sus mensajes; pero muchas veces estamos sordos a su voz. Queremos sólo atender a lo que nos va bien; pero nos cerramos cuando nos toca algo contra nuestro egoísmo o el poder o el dinero y las comodidades. Ya dice el refrán que “no hay mayor sordo que el que no quiere oír”. Jesús curaba enfermedades corporales, aunque su deseo mayor era curar enfermedades espirituales. Pero para esto no basta con la voluntad de Dios, ya que respeta nuestra libertad. Por eso no pudo quitar la ceguera espiritual de tantos fariseos que estaban ciegos por sus intereses egoístas y sus ambiciones. Esto nos debe hacer hoy meditar en nuestra vida.
Nuestra vocación de cristianos es estar abiertos a la palabra de Dios y confesarla. Para proclamar las maravillas de Dios primero debemos abrir los oídos del cuerpo y del corazón para escuchar los mensajes de Jesús y meterlos en el alma. Después podremos explicarlo a otras personas, que no se han enterado de la Buena Nueva del amor de Dios. Lo normal es que quien deja que la palabra de Dios penetre dentro, que ha comprendido el sentido de las bienaventuranzas, de lo que es la verdad, la justicia, la paz y el amor, comience a explicarlo de alguna manera a otros; porque, como dijo Jesús: “de la abundancia del corazón habla la boca”.

También debemos tener abierto los oídos para escucharnos unos a otros. Muchas disensiones y hasta guerras se producen porque no hay diálogo. Cada uno habla según su egoísmo y, cuando el otro habla no se suele escuchar, sino más bien se piensa en lo que se va a decir para ir en contra. El amor es el que nos abrirá los oídos y el corazón para saber escuchar cuando hay que escuchar, callar cuando hay que callar y hablar cuando hay que hablar y de la manera en que sea oportuno hablar. Para ello debemos quitar los tapones que a veces tenemos en estos oídos espirituales, como son la soberbia, la vanidad, el egoísmo, la violencia, la avaricia, etc. Con la gracia de Dios podremos hacerlo. Pidámoslo con mucha fe al Señor.