miércoles, 31 de diciembre de 2014


Epifanía significa manifestación de Dios. Dios se revela a todos: ricos y pobres, poderosos y humildes, judíos y no judíos. Después de nacer se manifestó a los pastores, pero luego se manifestó a los magos de oriente. Hoy también quiere manifestarse a todos. Veamos las enseñanzas que el suceso de los magos nos da para que Dios se manifieste en nosotros y a través de nosotros en otros muchos.
    1- “Ven la estrella”: En realidad hay muchas estrellas. Unos las ven y otros no. Estas estrellas pueden ser nuestros familiares y amigos. Especialmente es la Iglesia en general con los responsables y con todos los que quieren ser fieles al Señor. Nosotros podemos y debemos ser estrellas para otros muchos: con nuestras palabras y consejos; pero sobre todo con nuestro buen ejemplo de vida.
   2- “Ven en la estrella un mensaje de Dios”. Mensajes de Dios hay muchos. Para ver en ellos la mano de Dios se necesita un corazón sencillo y limpio, abierto para Dios.
   3- “Se ponen en camino”: No basta ver la estrella. Hay que actuar. No basta saber el camino. Hay que ponerse a caminar. Y esto aunque no sepamos el camino exacto, como les pasaba a los magos. Dejémonos conducir por las enseñanzas de la Iglesia.
   4- “La estrella desapareció”: No todo es fácil en el camino hacia Dios. Hay momentos difíciles, que pueden llegar a ser como “noches oscuras”. Dios siempre está con nosotros, nunca nos abandona. Debemos seguir teniendo esperanza.
   5- “Y preguntaron”: Para responder está la Iglesia y especialmente los sacerdotes. Hay que ser valientes y consultar. Puede ser una catequista que nos oriente en la fe. Lo importante es consultar, ya que Dios verá en ello un deseo del bien. Aunque se pregunte a una persona equivocada, como hicieron los magos que fueron a Herodes para consultar. Pero Dios se valió del malo para darles una buena respuesta.
   6- “Apareció de nuevo la estrella”: Dios parece que se esconde. Si todo fuese muy fácil no tendríamos mérito. Pero Dios siempre termina por consolar a aquel que sinceramente le busca de corazón.
   7- “Y encontraron a Jesús”: Jesús debe ser el final de toda nuestra búsqueda espiritual. Nosotros no vamos tras de unas ideas o filosofías; Vamos tras de una persona que es Dios que se hizo hombre por nuestro amor. Y nuestra tranquilidad es que le podemos encontrar. Está sobre todo en la Eucaristía.  Está también en los sencillos, en los pobres, en su Palabra, en el amor fraternal.
   8- “Y postrándose, le adoraron”. No basta con ver. La fe es entrega y amor.
   9- “Y le ofrecieron sus dones”: ¿Qué le ofreceremos nosotros? Lo mejor que le podemos ofrecer es nuestro corazón; pero, juntamente con él, también le ofrezcamos nuestro trabajo apostólico, de modo que podamos hacer que al menos alguien se acerque un poco más al Señor. Si queremos simbolizar los dones de los magos, podemos ofrecerle el oro de nuestro amor como la mejor ofrenda a Dios, el incienso, que es nuestra constante oración que se eleva al cielo, y la mirra, que es la aceptación paciente de los trabajos, sufrimientos y dificultades de nuestra vida.
   10- “Y se volvieron por otro camino”: Quien encuentra verdaderamente a Jesús no puede seguir el camino anterior. Debe comenzar a vivir por otro camino, el camino de la justicia, de la paz, del amor. Sepamos aceptar los nuevos planes que Dios nos propone.
 Quizá la intención principal de san Mateo, cuando contaba el suceso de los magos, era exponer, como luego lo hizo a través de todo el evangelio, que el mensaje de Jesús es universal, que no es sólo para una raza o una nación, sino para todo el mundo. Por eso al recordar este suceso, la Iglesia nos estimula a trabajar por la evangelización de todas las gentes. Este es un día misionero por excelencia, porque Jesús no sólo se manifestaba a los judíos, sino desde el principio nos enseñó que había venido para salvar a todos los pueblos. Así nos lo dicen hoy el profeta Isaías y san Pablo en la 1ª y 2ª lectura.

2º domingo del tiempo de Navidad: Jn 1, 1-18

Hoy se pone a nuestra consideración el principio del cuarto evangelio, el de san Juan. Es un comienzo muy diferente al de los otros evangelistas. Hoy san Juan nos habla del nacimiento de Jesús; pero de forma diferente. No cuenta los hechos según la historia: no hay niño ni madre, ni pastores ni cántico de ángeles; pero sí habla de luz que ilumina las tinieblas y de gloria de Dios que podemos contemplar, y sobre todo de la Palabra, que se hace carne, de Dios que pone su tienda entre nosotros, del Señor que es aceptado por unos y rechazado por otros. Es lo que se llama una historia en plan teológico.
San Juan comienza desde el misterio de Dios y cómo desde siempre existía la “Palabra”. Este vocablo “palabra” o “verbo” recuerda a la “sabiduría”, de la cual habla ya el Antiguo Testamento, “que jugaba con Dios”. ¡Qué difícil es expresar con palabras materiales el misterio de Dios y lo que es espíritu! Para que comprendamos un poco podemos distinguir entre el pensamiento y su expresión, entre una palabra cuando la pensamos y cuando la pronunciamos. Esta es la semejanza que hoy usa el evangelio. Esta “Palabra”, que es Dios mismo, estaba desde siempre en Dios; pero un día fue pronunciada, y lo importantísimo para nosotros es que esa “Palabra”, que es Dios mismo, vino a nosotros y se hizo de nuestra propia naturaleza, “se hizo carne”.
A veces se traduce: “Y se hizo hombre”. Y está bien, porque en nuestra lengua la carne es sólo una parte del ser humano; pero en la lengua hebrea no era así, sino que “carne” era la expresión de toda la verdadera naturaleza humana; sobre todo en el sentido de debilidad. Dios se hizo en verdad un ser humano con todas sus debilidades. Lo único que no podía tener era el pecado. Por eso era la luz que brilla en medio de las tinieblas. Si se piensa profundamente nos puede parecer demasiado hermoso para ser cierto. Pero esto es lo que proclama nuestra fe y hoy de una manera especial: Que Dios no es como muchos creían un Dios lejano, al que no se le podía llegar, sino que está tan cerca que ha venido a habitar entre nosotros. Quizá el evangelista, cuando decía estas expresiones, estaba pensando en algunos herejes que decían que Jesús, Palabra de Dios, era sólo una apariencia, una sombra o un fantasma. Pero nos dice que Jesús, que es Dios, es un ser humano verdadero. Todos le pueden ver y tocar.
Otra de las falsedades que quería delatar el evangelista era el de algunos discípulos de Juan Bautista, que todavía seguían diciendo que el Bautista era superior a Jesús. Hoy se nos muestra a Jesús como luz que ilumina a todos, también al mismo Bautista, porque es Dios mismo. Así también la Iglesia, el papa, los obispos y sacerdotes son sólo precursores o intermediarios. Nuestra finalidad es acoger a Jesús y recibirle plenamente para que nos ilumine a todos.
Y “acampó” entre nosotros. Acampar no es lo mismo que instalarse, residir o asentarse, sino es vivir nuestra propia vida de “peregrinos hacia la casa de Dios”, es vivir nuestra misma pobreza y debilidad. Y lo terrible, pero grandioso, es que nos deja en total libertad para aceptarle o no aceptarle. El evangelista dice que “vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron”. A veces pensamos en la posada y las casas de Belén; pero tiene un sentido más profundo y más amplio, que nos toca también a nosotros, si le cerramos la puerta de nuestro corazón. A veces somos demasiado orgullosos para ver a Dios: No queremos recibir a Aquel que viene a su propiedad, porque tendríamos que transformarnos de modo que sea Él el verdadero dueño de nuestro ser.

Pero alegrémonos, porque, si le recibimos, nos da su gracia y nos hace hijos de Dios. Jesús es Dios que sale al encuentro del ser humano, para que nosotros podamos ir a su encuentro. Creer es ver a Dios, y ver a Jesús es “ver al Padre”. Por esta fe, que es entrega a su amor, nos transformamos y vivimos como hijos de Dios. ¡Que de su plenitud recibamos la gracia y la verdad y el amor!

martes, 30 de diciembre de 2014

1 de Enero de 2015, Maternidad de María: Lc 2, 16-21

Hoy tenemos varias celebraciones: comienza el nuevo año, es la octava de Navidad con la circuncisión de Jesús e imposición de su nombre, es una gran fiesta de la Virgen con el título de Madre de Dios, y es la jornada mundial sobre la paz.
1. Comienza el nuevo año. Esto no es una celebración litúrgica, sino algo sólo convencional en el calendario civil. En otras civilizaciones o culturas comienza el año en otras fechas. Lo nuestro del 1 de Enero viene de una costumbre romana en que comenzaban a regir los cónsules. Pero es una ocasión y una oportunidad para pensar que el tiempo pasa y que debemos hacer realidad lo de: “año nuevo, vida nueva”. El tiempo no es algo fijo, nosotros pasamos por él y ya no lo podemos recuperar, sólo podemos aprovechar mejor el que va a venir. “El tiempo es un círculo, decía el cardenal Ratzinger. La tierra realiza su carrera, prescindiendo del sufrimiento y de las espe-ranzas de los hombres que sobre ella viven. Sin la fe, nuestro calendario no es otra cosa que la medida de las rotaciones de la tierra. Pero la fe transforma el tiempo”. Por eso aprovechemos el comienzo de un nuevo año para una mayor limpieza de nuestras culpas y un hermoso deseo de aprovechar esta oportunidad que nos da Dios”.
2. A los ocho días circuncidaron a Jesús. A nosotros nos puede decir muy poco; pero era muy importante para los israelitas: era el día de la entrada y aceptación legal en la comunidad de Israel y de hacerse responsable de la carga que supone la ley. Era como otro nacimiento. Decía el cardenal Ratzinger: “Un hombre no nace propiamente con su nacimiento biológico, porque no consta sólo de lo biológico, sino de espíritu, de lenguaje, de historia, de comunidad. Pero para ello necesita de los otros, que le otorgan el lenguaje, la comunidad, la historia y el derecho. Por eso el día octavo Jesús se naturalizó legalmente con su pueblo, recibe un nombre y se muestra ciudadano de nuestra historia”.   La circuncisión es también símbolo de nuestro bautismo.
El nombre de Jesús se lo puso el mismo Dios. Así el ángel se lo dijo a María y a José. Los israelitas daban mucha importancia al significado, y Jesús significa “Dios salva”. Debemos poner mucho amor y confianza al pronunciar este bendito nombre.
3. Celebramos hoy también la solemnidad de María Madre de Dios. Es el mayor título que un ser creado puede tener. Ha habido muchos que dicen ser impropio de María llevar ese nombre porque a Dios nadie lo ha hecho. En parte tienen razón; pero María es la madre de Jesús y, como Jesús, además de hombre, es Dios, a su madre la podemos llamar Madre de Dios. Así lo entendieron los obispos reunidos en Éfeso en el año 431. Y desde entonces así la proclamamos, señalando la unión tan profunda con su Hijo “en las penas y alegrías”, y también en la redención y en las gracias que Dios nos va dando. Por eso es también nuestra madre espiritual y madre de la Iglesia. En este día nos alegramos por las maravillas que Dios ha hecho en su madre. Pero ella, aun colmada de dones, siguió siendo libre y cooperó generosamente. Si María es nuestra madre, la contemos nuestros problemas y pidamos su ayuda para superarlos; pero sobre todo hagamos en este nuevo año lo que gustaría a nuestra madre del cielo.

4. Jornada mundial de la paz. Así se llama este día desde 1967. Todos los años el papa nos da un mensaje especial sobre la paz. Este año el tema es: “No esclavos sino hermanos”. Nos dice cómo el ser humano está hecho para relacionarse en justicia y caridad. Sin embargo se ha dado la esclavitud, que en tiempos era tenida como legal. Hoy es un “crimen contra la humanidad”. No obstante siguen muchas clases de esclavitudes: Muchos vendidos para actividades ilegales. Todos debemos hacer algo positivo: desde los gobiernos a la gente de la calle. Debemos devolver la dignidad a las personas, para que nuestros hermanos y hermanas no se sientan ser objeto o mercancía propiedad de otro, sino verdaderos hijos de Dios.  Que María, madre de Dios y madre nuestra nos ayude a conseguirlo.  

Domingo de la Sagrada Familia B: Lc 2, 22-40

             

Todos los años, el último domingo del año, a no ser que coincida el mismo día de Navidad, celebramos la fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José. Estamos en el ambiente de Navidad, en que revivimos la venida de Dios hecho hombre para salvarnos. Pero este Dios hecho hombre, que es Jesús, no fue un hombre venido de otro planeta, sino que nació en una familia y vivió como miembro de una familia. De esta manera es un modelo para todos nosotros.
Dios en sí es una familia de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Un día, así lo esperamos, contemplaremos la maravilla de esa Familia de Dios y seremos felices al vivir la gran realidad del amor infinito. Nosotros hemos sido creados “a imagen y semejanza de Dios”. Y esta imagen se hace patente en una digna vida familiar. La imitación de Dios como familia se nos hace un poco lejana. Por eso hoy la Iglesia nos invita a contemplar esta otra familia terrena, donde está realmente presente Dios en la persona de Jesús; pero que como hombre va creciendo en los valores humanos.
Nosotros nacemos en una familia. Pero según las condiciones de vida, las familias tienen rumbos muy diferentes y a veces tan difíciles que parece imposible poder imitar a la familia de Nazaret. Sin embargo hay algo esencial, que debe ir creciendo siempre, y que nos debe llevar hacia el ideal que es la Sda, Familia y Dios mismo. Es el amor. Es la esencia del cristianismo y es la esencia de una familia cristiana.
Estamos en el ciclo B de nuestra liturgia y en este año se nos muestra en el evangelio el pasaje de la Presentación de Jesús en el templo. Todas las familias debían realizar este rito a los cuarenta días de nacer el primer hijo. No podían faltar José y María, ya que eran personas religiosas y justas, según la ley. Este dato nos enseña lo hermoso y grato que es a Dios el hecho de que una familia entera y unida cumpla con los deberes religiosos. De suyo Jesús, que era Dios, no necesitaba ser presentado ni ser rescatado, y sin embargo cumplen con la ley. ¡Cuántas veces ponemos excusas para evitar actos que son del agrado divino!
El anciano Simeón era un hombre de esperanza: esperaba la liberación por medio del Mesías y siente la inspiración interior. En las familias, como en todas las empresas humanas, hay momentos de crisis. Debemos acudir a Dios para sentirle en nuestro corazón. Si Jesús dijo que donde dos o tres se reúnen para orar allí está Dios en medio, de una manera especial se debe aplicar a una familia. A Dios se le tiene que derretir el corazón cuando ve toda una familia que acude en la plegaria.
Esto no quiere decir que todo en la vida familiar va a ser suave. El anciano Simeón profetiza que en esa familia habrá dificultades, contradicciones, persecuciones, y hasta una espada de dolor atravesará el corazón de María. Todo entra en el plano redentor. Jesús, con su sufrimiento redentor, no quiso dejar fuera a su madre, sino que la asoció en los sufrimientos y en la redención.
Si miramos a nuestras familias, desgraciadamente encontramos muchas crisis. En varias naciones las mismas leyes que se promulgan poco favorecen a la unión y virtudes familiares. En muchos falta una sincera y leal preparación. Hay demasiados vicios y falta el verdadero amor, que está unido con el sacrificio y fe de cada día.

“El futuro de la humanidad pasa a través de la familia”, decía el papa. Hoy es un buen día para ofrecerse al Señor. No sólo ofrecer el hijo primogénito, sino ofrecerse toda la familia, como harían José y María. Y bendecir al Señor. Allí también estaba una anciana viuda, Ana, que alababa al Señor. La presencia en nuestra sociedad de familias estables, donde reine el amor y la paz, debe ser un signo de bendición a Dios poderoso y bueno, y un motivo para alabar a Dios, que distribuye semillas de su luz y su amor entre nosotros. Si Jesús ha nacido entre nosotros, tengamos esperanza de encontrar muchas de estas familias verdaderamente cristianas.

miércoles, 24 de diciembre de 2014

25 de Diciembre, Natividad del Señor: Lc 2, 1-20

Llegó la Navidad. Normalmente esta palabra nos trae brisas de alegría y nos da contento el saber que estamos en el día de los regalos, del arbolillo o el “nacimiento”, de los adornos, de la buena comida. Es porque estamos celebrando un cumpleaños especial. Pero ¿De quién? Desgraciadamente muchos que abundan en la comida y sobre todo en la bebida no nos podrían dar una respuesta exacta. Tampoco tendrán preparado un regalo para el cumpleañero. Pero nosotros sí lo sabemos y queremos preparar, si no lo tenemos, un buen regalo para Él.
En la primera misa de Navidad, por la noche, se nos dice con entusiasmo: “¡Un Niño nos ha nacido, un Hijo se nos ha dado!” Claro que no es un niño cualquiera: es Dios que nos trae la salvación. Y para mostrar mejor esa salvación, se hace niño pobre, sencillo y humilde en el portal de Belén. Tampoco tenemos por qué acentuar demasiado las tintas diciendo cosas que no están en el evangelio. No tenían porqué llegar a Belén en el último día buscando desesperados un lugar para el nacimiento, pues sería indigno de san José el exponer así a María. Tampoco debemos acentuar el que nadie les recibiera (lo de san Juan es en sentido místico y espiritual), pues sería indigno de la hospitalidad de todo un pueblo. Sencillamente no había sitio en la posada pública, o más bien, como ahora suelen decir muchos comentaristas, no tenían sitio en la sala principal de la casa (y quizá la única) donde estaban alojados, pues estaba mal visto que el nacimiento fuese en medio de la gente con niños. Por lo cual, para ese momento, tuvieron que ir a la parte trasera de la casa donde solían tener algunos animales. El hecho es que Dios se revela a unos pastores y éstos van a ver a un niño que ha nacido en Belén (no necesariamente en las afueras), a un lugar donde hay un pesebre, a un lugar donde suelen comer animales. Todo muy normal, pero sencillo.
Dios se hace hombre para que el hombre pueda llegar a ser hijo de Dios. La realidad y nuestra fe nos dice que ahí está Dios hecho hombre, rodeado por su madre María y por san José. Y ahí queremos estar nosotros como los pastores para adorarle.
Y también para darle un beso ¿Y qué le vamos a decir? Debemos agradecerle todo ese inmenso amor y decirle que le queremos corresponder con un gran amor. Y como muestra de amor debemos darle algún regalo. Él no necesita ningún regalo material, porque todo lo hubiera podido tener y no ha querido nada material para que se vea mejor su amor por nosotros. Sin embargo no rechazaría muchas cosas materiales para tantos niños, y no tan niños, que viven necesitados, porque en las casas pobres también Jesús quiere nacer y quiere que allí se sientan contentos. Pero quiere sobre todo nuestro corazón. El ofrecer nuestro corazón, suena bonito, pero no es fácil. Es poner nuestro corazón junto al suyo para tener “los mismos sentimientos”. No sería regalo el seguir igual que como éramos, sino el hacer algo más o bastante más.
Al acercarnos a Jesús Niño debemos también aprender algunas lecciones. Una que es evidente es que para ser grandes en el Reino de Dios, no es necesario tener mucho dinero y poder. Más bien esto suele ser impedimento, porque los que tienen mucho material se creen que todo lo pueden y que no necesitan de nadie ni de Dios. Estos no suelen postrarse ante el Niño de Belén. Los que se sienten más cómodos en el Reino de Dios (y ante el portal de Belén) son los que, viviendo con su trabajo normal, tienen un corazón de niño, porque ponen su confianza en Dios, como los pastores.
El nacimiento de Jesús no es sólo algo que pasó. Hoy sigue naciendo en la Eucaristía y en nuestro corazón. Jesús nos ilumina y nos alienta para seguir su ejemplo de vida. Para ello nos dice, como el ángel a los pastores: “No tengáis miedo”. Que los deseos de mayor bondad sigan profundos en nuestro corazón, a ejemplo de María que iba conservando todos los sucesos en su corazón. Y que la paz que proclamaron los ángeles a los pastores inunde nuestros corazones en este día.



jueves, 18 de diciembre de 2014

Domingo 4º de Adviento. B. -2014

Todos los años el último domingo de Adviento la Iglesia nos trae la figura de la Virgen María. Ella es la que mejor se preparó para la primera Navidad y Ella será la que mejor nos puede ayudar para hacer una digna preparación para recibir a Jesús en nuestro corazón el día de Navidad. De hecho toda nuestra vida es como un Adviento continuo de preparación para el gran encuentro con el Señor al final de nuestra vida. Iremos mucho mejor preparados, si vamos de la mano de nuestra Madre del cielo o si aceptamos estar siempre en sus brazos. Para ello debemos aprender su gran esperanza, símbolo del Adviento, y su completa confianza en la voluntad de Dios.
Este año el evangelio nos trae la Anunciación a María del gran misterio “escondido por los siglos”, pero ahora revelado, como dice hoy san Pablo en la segunda lectura. En la primera lectura se nos dice cómo el rey David quería hacer una casa digna al Señor y cómo le dice Dios que le va a regalar otra casa perpetua, que significa la sucesión de la dinastía hasta que llegara el Salvador. El misterio que ahora revela el ángel a María es que ese sucesor de David va a ser Dios mismo que se hace hombre. Jesús en su vida no se atribuyó a sí mismo ese título de “hijo de David”, aunque sí se lo daban, por no alimentar el nacionalismo fácil y peligroso. La intención del evangelio es decirnos que ese Hijo de Dios está enraizado en nuestra naturaleza humana.
Esto sería realidad gracias a la aceptación de María. Jesús viene a salvarnos, pero quiere nuestra colaboración para la salvación. Y la primera colaboración consciente y libre será la de su madre. No es a “ojos cerrados”: María escucha y pregunta para enterarse. Y cuando se da cuenta, sin grandes investigaciones, que es la voluntad de Dios, acepta y pronuncia el “hágase” tan importante para la historia de la humanidad.
Así Jesús entra en la historia de la humanidad por el “sí” de las personas humildes, pobres, atentas a la voluntad de Dios. No fue fácil para la Virgen. Era un cambio muy grande en sus planes de vida, era comenzar una vida incierta y difícil por el hecho de ser virgen y madre. ¿Cómo le iba a decir a José y a sus parientes que aquella maternidad era “obra del Espíritu Santo”? Pero se arroja en los brazos amorosos de Dios. Porque el seguir la voluntad de Dios siempre tiene que ser algo bueno: Dios no puede querer algo malo para nosotros. El “hágase” de María es un profundísimo acto de fe y de confianza absoluta en el poder y en los planes de Dios. Es como presentar la vida ante Dios, como si fuese una hoja en blanco para que Él escriba lo que quiera y como lo quiera. Esto es fácil decirlo. Muchas veces el que se haga la voluntad de Dios en nosotros es como una fórmula; pero luego en realidad lo que queremos es que Dios haga nuestra voluntad. Nos cuesta aceptar cambiar los planes que hemos hecho.
María no cae en el  desaliento ante las dificultades y el dolor. Esta aceptación de la voluntad de Dios es la mejor preparación para que Jesús venga a reinar en nuestra alma. La fe no es un simple asentimiento frío intelectual a unas verdades, sino que es sobre todo donarse totalmente y sin condiciones a Dios nuestro Señor.

A veces cuando se dicen frases como las anteriores, a uno le entra un poco de tristeza; pero el hecho es que la voluntad de Dios es alegría. Cuando el ángel le va a anunciar el gran plan de Dios, comienza con: “Dios te salve”, que en la lengua original es: “Alégrate”. Lo primero que Dios quiere de María es la alegría. Y por eso ante la turbación, le dice el ángel: “No temas”, porque cualquier mensaje verdadero de Dios debe traernos la paz. Es el signo de la presencia de Dios. Esa es la alegría y paz que Dios nos anuncia para la Navidad. Vayamos de la mano de la Virgen y no temamos entregarnos al Señor. A veces la fe va unida a cierta oscuridad y aparentes desconsuelos. Todo ello viene por nuestra insuficiencia en la escucha de la palabra de Dios y falta de meterla en nuestro corazón. Aprendamos de María en estos días y los días de Navidad serán más alegres si buscamos hacer la voluntad de Dios. 

sábado, 13 de diciembre de 2014

3ª semana de Adviento. Domingo B: Jn 1, 6-8.19.28


En estos días, ya cercanos a la Navidad, hay muchas cosas que nos invitan a la alegría. Desgraciadamente muchos se quedan sólo en la parte externa, material. Y, como son cosas pasajeras y a veces muy deficientes, la alegría se deshace como un pedazo de hielo puesto al calor del sol. En este domingo 3º de Adviento la Iglesia quiere que en la misma liturgia resuene la palabra alegría. Hoy lo vemos un poco en las tres lecturas. En la primera sentimos al profeta Isaías que invita a la esperanza alegre, a pesar de que el pueblo está en el destierro, porque Dios, que es nuestro creador, no puede querer en definitiva el mal, sino la alegría, para la cual debemos colaborar con el arrepentimiento y el acercarse al Señor.
San Pablo en la segunda lectura es más explícito y nos dice: “Estad siempre alegres”. A veces nos empeñamos en creer que Dios quiere el mal para nosotros. Es necesario que afiancemos nuestra fe en Dios, que es nuestro Creador bondadoso y que por lo tanto desea siempre nuestro bien y nuestra felicidad. Este mundo es imperfecto y hay dificultades, que son para todos, buenos y malos. Pero para el que está con Dios, en todo sabe hallar la alegría de corazón, aunque sepa que la perfección de la felicidad estará en la vida futura. Pero si se busca la alegría por caminos que no llevan a Dios, al final sólo se halla la infelicidad y la tristeza. La experiencia de las personas entregadas a Dios nos dice que el hecho de conocer a Cristo y vivir con El es una fuente continua de alegría. Ello requiere diálogos con Dios  Padre, o con Cristo, que nos espera en la Eucaristía.
La tristeza nace del egoísmo, de buscar compensaciones materiales, que muchas veces no llegan. La alegría es verdadera cuando uno procura hacer alegres a los demás. Este es uno de los grandes mensajes de Navidad. La alegría perfecta es un don de Dios; por eso hay que estar en continua acción de gracias. Como salmo responsorial de este día, nos presenta el “Magnificat” de la Stma. Virgen. Ella siente su alma desbordar de gozo, que quiere transmitir a su prima Isabel, y ante ella proclama la grandeza del Señor. En ese momento se siente agradecida y humilde.
Esta virtud de la humildad aparece, para nuestro ejemplo, en la figura de S. Juan Bautista, que hoy nos trae el evangelio. Juan no era la luz, sino que daba testimonio de la luz. Fueron gentes importantes a preguntarle quién era y él declaró que no era un profeta, aunque su misión era hablar a favor de otro. Para esto se requiere mucha humildad o conocimiento de la realidad. Tanta humildad que decía que no era digno ni de “desatar la sandalia del Mesías”. Su mensaje era: “Preparad el camino”. Hoy, en las vísperas de la Navidad, también nos dice a nosotros que preparemos el camino. Para ello debemos estar en una especie de “desierto”, que significa un cierto silencio en nuestro interior. Hay muchos que en estos días navideños sólo quieren mucho ruido, mucha bulla externa; pero con ello no dejan que penetre el mensaje de Jesús.
San Juan se parecía a los motoristas que van por delante de una carrera ciclista anunciando que la carrera ya viene. A la gente no le interesa mirar a los motoristas, sino sólo saber que ya vienen los ciclistas, que es lo que quieren ver. Así a veces nos quedamos sólo con los festejos externos de la Navidad y no atendemos para nada a aquel que realmente festejamos en la Navidad, que es Jesús, Dios hecho hombre.

Es lo que les decía el Bautista a aquellos sacerdotes y levitas: “En medio de vosotros hay uno que no conocéis”. ¡Cuántas veces se puede decir esto de muchos cristianos en la Navidad! En medio de tanto ruido y gasto no conocen al Redentor. Nos empeñamos a veces en ver tinieblas donde hay luz y esplendor. La Navidad es el mensaje de Dios que se hace hombre por amor. Dios muestra su compasión y misericordia y nos enseña que, a pesar de los sufrimientos de esta vida, su mensaje es de optimismo y alegría para los que están dispuestos a acogerle en su corazón. 

miércoles, 3 de diciembre de 2014

2ª semana de Adviento. Domingo B: Mc 1, 1-8. 2014

                        2ª semana de Adviento. Domingo B: Mc 1, 1-8

La Iglesia todos los años en el segundo y tercer domingo de Adviento nos presenta la figura de San Juan Bautista, el Precursor de Jesús, que nos anuncia la venida del Mesías. En este ciclo B, correspondiente a este año litúrgico, se leerá preferentemente el evangelio de san Marcos. Hoy comienza su evangelio. Y comienza diciéndonos que nos va a hablar del “Evangelio de Jesús, Mesías, Hijo de Dios”.
La palabra “evangelio” significa “buena noticia”. Y es buena noticia, no sólo porque va a hablarnos de la vida de Jesús, sus milagros, etc., sino sobre todo porque Jesús nos va a traer la buena noticia, que serán sus mensajes sobre el Reino de Dios. La Buena Noticia no es sólo la vida de Jesús, sino su identidad y lo que significa para nosotros el hecho de que podamos asimilarnos a El. Y esto porque El es el Mesías y el Hijo de Dios. Esta expresión de “Hijo de Dios” es como una consecuencia de todo el Evangelio, quizá como una conclusión de la primitiva comunidad cristiana.
“Buena Noticia” es también como un grito de alegría y de esperanza y consuelo al comenzar su escrito. En la liturgia de hoy encontramos en la primera lectura los sentimientos del profeta Isaías dando aliento y esperanza al pueblo de Dios. De hecho era un profeta, doscientos años después del primer Isaías, aunque con sentimientos parecidos. Se acercaba la liberación. Hoy se nos propone la semejanza entre Isaías y san Juan Bautista, quien predica que viene la liberación por medio del Mesías.
El evangelista describe a Juan Bautista como un profeta. Era clásica la figura de un verdadero profeta, vestido con sencillez y llevando una vida pobre y austera. El desierto era como un símbolo del encuentro con Dios. Por eso lo que nos va a decir el Bautista tiene el sello de Dios, como lo tenían los profetas. Y el mensaje que hoy nos da es que tenemos que “preparar el camino para el señor”. La imagen la trae Isaías del hecho que solía pasar cuando un rey llegaba triunfante a una región. Se preparaba el camino, quitando las asperezas y enderezándolo. Así debemos preparar nuestro corazón.
Porque Jesús viene a nosotros. También en la Navidad, para que nos preparemos, no sólo en lo externo, sino especialmente en el corazón. Pero viene cada día de muchas maneras y vendrá algún día, aunque no sabemos cuándo. De esta venida y preparación nos habla san Pedro en la 2ª lectura. En el evangelio nos dice san Juan Bautista cómo debe ser nuestra preparación: con un “bautismo de penitencia”.
El hecho de “bautizarse” era sumergirse en el agua del río Jordán. Pero quería significar lo que debía suceder en el corazón del que se sumergía. Debía haber una conversión, que significa un cambio de mentalidad o de actitud. Esto es lo que significa “un bautismo de penitencia”: un bautismo para cambiar de vida, que es primeramente ver la vida de otra manera y luego demostrarlo con los hechos: pasar de la soberbia a la humildad, de la ira a la paciencia, del egoísmo a la misericordia. Y es vivir con sencillez y limpieza de corazón, de modo que no haya mentira ni injusticia.
Si esto significaba aquel bautismo en agua, que hacía san Juan Bautista, ¿Qué no será el bautismo de Jesús, que se realiza por medio del Espíritu Santo? Desde el principio aparece la grandeza de Jesús y san Juan lo manifiesta tranquilamente: él no se cree ni digno de ser el esclavo del Mesías. Esto lo dice por medio del símbolo de atar las sandalias, que es una de las cosas que hacían los esclavos. Representa también la grandeza de los bautizados y sumergidos en el Espíritu Santo.

Desgraciadamente no seguimos continuamente sumergidos en el Espíritu, sino quizá contrarios. Por eso, aunque nos creamos seguidores de Jesús, necesitamos de mucha penitencia, cambio de mente y de corazón para acoger dignamente a Jesús. Estamos destinados a la unión con Dios. Esta es nuestra mayor dignidad. Jesús viene a nuestro encuentro. Hoy debemos pedirle, como lo hacemos en la oración de la misa, que quite los obstáculos que puedan estorbar nuestro encuentro con Dios.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

1ª Semana de Adviento. Domingo B: (Mc 13, 33-37)

                      ¡FELIZ ADVENTUS!

 Comenzamos hoy un nuevo año litúrgico (ciclo B). Lo comenzamos con estos 4 domingos que llamamos de Adviento, palabra que significa “venida” o llegada del Señor. Venida en su triple dimensión: recordamos la primera venida en la primera Navidad, sabemos que viene continuamente, porque está continuamente entre nosotros, y esperamos la segunda venida, que será triunfal, al final de los tiempos. De esta segunda y final venida nos fijamos un poco más en este primer domingo de Adviento, para que nuestra vida sea una continua y digna preparación para toda venida del Señor. Por eso el comienzo de un nuevo año litúrgico debe ser para nosotros como el comienzo de un nuevo curso, en el que, como buenos alumnos, debemos desear progresar en nuestra formación espiritual. Para este progreso, en este curso del ciclo B, se nos da un texto en los evangelios que será, en buena parte, el evangelio de san Marcos, aquel discípulo inquieto, primero de san Pablo y por fin de san Pedro, que, a instancias de los oyentes de san Pedro en Roma, escribió lo que el apóstol predicaba sobre Jesús.
El evangelio de hoy es el final del capítulo 13 donde, con lenguaje apocalíptico, que significa algo misterioso y con símbolos, nos habla de cosas grandiosas como son el fin de Jerusalén y del mundo. La destrucción de Jerusalén, cuando san Marcos escribió todo esto, quizá no se había dado, pero se preveía porque los israelitas, sobre todo los zelotes, se habían revelado de una manera sangrienta y se preveía el duro castigo de los romanos. Entonces falsos profetas anunciaban milagros de Dios y muchos cristianos creían que la 2ª venida de Jesús, ahora resucitado y triunfal, estaba para llegar. San Marcos les recuerda, con palabras de Jesús, que no es así, que sobre esa venida nadie lo sabe; pero que en toda nuestra vida debemos tener vigilancia.
Estas palabras son muy apropiadas para nosotros. 4 veces dice la palabra: “Velad”. Hoy Jesús nos invita a la vigilancia. Debemos estar alerta, despiertos. Y Jesús nos pone el ejemplo de un amo que se va de viaje y no dice la hora de llegada. Los criados deben estar alerta las 24 horas del día. Debemos estar despiertos, porque, si estamos dormidos, puede venir el maligno a sembrar la cizaña, que son ideas o costumbres que entorpecen nuestra fe o nuestra fidelidad a la palabra dada a Dios. Estar atentos es lo contrario de “distracción”. Y desgraciadamente hay muchas cosas que nos distraen del verdadero camino de nuestra salvación. Pueden ser hasta enfermedades o dolores morales, desgracias personales o catástrofes; pero más frecuentes son las ideas y las costumbres mundanas. En este primer domingo de Adviento debemos tener muy presente cuál es el final o la finalidad de nuestra vida, que es la salvación.
Estamos demasiado metidos en las preocupaciones mundanas. Por eso debemos vigilar. Estas palabras de Jesús algunos creen que sirven para aumentar el temor. Esto viene de épocas medievales por la imagen de los señores feudales demasiado despóticos hacia sus siervos. Pero Jesús nos quiere dar esperanza, porque esta vida es un prepararse al encuentro de nuestro Dios, que es el Padre de mayor bondad.
Vigilar es esperar, pero no con esperanza pasiva sino activa: En la vigilancia Jesús nos hablaba de oración. Hay que orar, pero con los ojos abiertos a la realidad y las manos ocupadas en la redención del mundo. Vigilancia activa es, como dice la primera oración de la misa: “para salir al encuentro del Señor con nuestras buenas obras”.

 Vigilar es estar atentos a la Palabra de Dios y ver a Dios en los acontecimientos de cada día. Vigilar es hacer el bien y, como dice la 1ª lectura, practicar la justicia. Sobre todo cumplir la voluntad de Dios, que es principalmente el amor. El amor tiende a mejorar el mundo, pero en actitud de servicio. Para ello se requiere esfuerzo y renuncia y una actitud humilde y pobre, como decía la Virgen en el Magníficat: Dios “despidió vacíos a los ricos”, que son los que creen que lo tienen todo, “y llenó de bienes a los hambrientos”, que son los que sienten la necesidad de Dios.

domingo, 23 de noviembre de 2014

DOMINGO 27/11/2014. Fiesta de Cristo Rey, A: Mt 25, 31-46

                            Domingo. 27/11/2014. Fiesta de Cristo Rey, A: Mt 25, 31-46

Con la fiesta de Cristo Rey terminan los domingos del año litúrgico. Como decía Juan Pablo II, esta solemnidad es “como una síntesis de todo el misterio salvífico”.
Cuando el papa Pío XI instituyó esta fiesta, lo hizo para mostrar a Jesús como único soberano ante una sociedad que parecía querer vivir de espaldas a Dios. Hoy también queremos expresar que Jesús debe ser soberano total para cada uno y para la sociedad. Claro que su reino no quiere ser de fuerza y poder, sino de bondad y amor.
La palabra “rey” tiene hoy muchas connotaciones. Nosotros nos atenemos al sentido antiguo y total, ya que aparece muchas veces en la Sagrada Escritura. Jesús desde el principio predicaba sobre el “Reino de Dios” o de los cielos. Y muchas veces tratamos de las diferentes cualidades de ese “Reino”, según nos enseña Jesús.
Lo cierto es que Él se tenía por rey. Así se lo dijo a Pilato: “Yo soy rey”. Pero a continuación explicó que su reino no es como los de este mundo. En la historia ha habido grandes errores al querer convertir el reino de Jesús a la manera del mundo. Y a veces en el nombre de Cristo se han justificado crímenes y victorias materiales de unos sobre otros. Pero el Reino de Dios es la victoria sobre la opresión y la muerte por medio del perdón. Es fundamentalmente un reino de amor. Hoy se nos dice la manera de entrar en el Reino de Dios: por medio del amor.
En la Última Cena Jesús hacía la distinción de los dos reinos y decía: “Los reyes de la tierra dominan sobre las personas”; pero Él estaba en medio como el que sirve. Y les decía a los apóstoles que quien quiera ser el primero, que se haga el último, el esclavo de todos. Bien podemos decir que en nuestra religión “servir es reinar”.
Cristo es nuestro rey, porque es el único que nos ama de una manera total. Y por lo tanto es el único por quien vale la pena entregarse en cuerpo y alma. La mejor forma de honrar a Jesús es imitándole en su actitud de servicio hacia la humanidad.
Y como es Dios, rey dueño de todo, un día nos juzgará sobre nuestras obras en la vida. Dios es tan bueno que nos da la oportunidad de poder ganar con nuestros méritos la alegría eterna. Pero también corremos el riesgo de perderla. Hoy en el evangelio nos cuenta de qué nos va a juzgar aquel día. Es algo muy serio y de vital trascendencia.
Jesús nos juzgará no sobre las ideas y las palabras, ni siquiera sobre las prácticas religiosas, aunque pueden ser muy buenas, pues nos ayudan a conseguir lo principal que es el amor.  Hoy nos dice el evangelio que nos juzgará sobre las obras que hayamos hecho o dejado de hacer en cuanto a la caridad: las obras de misericordia. Y lo más impresionante es que El, siendo juez, se identifica con los pobres y necesitados. Por lo tanto las obras que pueden salvarnos son las obras de amor. Esto sirve para los cristianos y para todos los pueblos.
Por eso, aunque hagamos cosas maravillosas, en el sentido material y humano, si no lo hacemos con amor y para el bien de los demás, no nos servirán. Así que las obras de misericordia no es algo que debamos hacer, cuando no tengamos otra cosa importante que hacer. Es lo más importante. Es la manera de corresponder al inmenso amor de Jesús, porque en el necesitado está Jesús.
Y cuando se habla del necesitado, no es sólo en el sentido material. Hay otras muchas necesidades, psicológicas y sobre todo espirituales. Por eso todos nos podemos ayudar. Aunque uno crea que es un pobrecito, siempre puede ayudar a otros.

Jesús no nos pide un amor idealista, sino efectivo, traducido en obras concretas. Haciendo el bien es como podemos hacer que el Reino de Dios sea apetecible. Todos estamos obligados a extender el Reino de Dios. Es difícil ir a predicar a otros lugares; pero sí podemos hacer el bien, entre nosotros, en la misma casa y en la familia. Y el Reino de Dios, que es de paz, de justicia, de vida y verdad, se habrá extendido. Que Cristo reine en nuestras personas y, por nuestro amor, se irá extendiendo.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Domingo, 16 Nov. 2014; 33 ord. A: Mt 25, 14-30


                        Domingo, 16 Nov. 2014; 33 ord. A: Mt 25, 14-30

 
Estamos terminando el año litúrgico y todos los años por estas fechas la Iglesia nos presenta para nuestra reflexión temas sobre nuestro fin o sobre el premio o castigo que merecerán nuestros actos. Varias veces el Evangelio nos recuerda que nosotros somos administradores de las cosas que, decimos, nos pertenecen; pero que en realidad son dones de Dios, que nos presta para nuestro bien. Desgraciadamente muchas veces los empleamos para el mal o no los empleamos del todo para el bien. Con mucha frecuencia no nos ayudan para amar más a Dios y ser más solidarios con el prójimo.

Hoy Jesús con esta parábola de los talentos nos quiere dar una gran lección: que con los dones que Dios nos da no solamente no tenemos que hacer el mal, sino que debemos hacer positivamente el bien. También podía tener otras finalidades la parábola, como era el recordar de nuevo Jesús a los jefes religiosos de Israel que ellos no tenían la exclusiva de las gracias de Dios, como así se lo recordaba Jesús de varias maneras en las últimas semanas de su vida. Dios quiere que todos se salven, y por lo tanto, si ellos se quedan inactivos y no hacen algo positivo para que otros conozcan la bondad de Dios, tendrán un severo castigo, aunque hayan sido predilectos de Dios.

También podemos ver una aplicación de la parábola a la misma vida de Jesús y de las primitivas comunidades. Jesús se va a marchar, primeramente en la muerte y sobre todo en la Ascensión; pero volverá. Este volver lo describió como un juicio. No dijo que iba a ser pronto, sino “pasado mucho tiempo”. Algunas comunidades primitivas creían que iba a ser enseguida, en poco tiempo; por eso algunos no hacían nada positivo ni trabajaban. San Pablo tiene que denunciarles y dar la solución que hoy nos da Jesús: Hay que poner a invertir los talentos que Dios nos da.

Dios distribuye sus gracias de forma desigual. Hay algunos que creen que esto es una injusticia; pero cada uno tiene sus propias particularidades. La injusticia sería si no  hubiera posibilidades de salvación. Es de anotar cómo el amo de la parábola, al premiar al que ha duplicado los cinco talentos y al que ha duplicado los dos talentos, les dice exactamente las mismas palabras, porque los dos han trabajado según las posibilidades que tenían. Dios es libre y a veces sorprendente al dar sus gracias; pero lo que cuenta es el esfuerzo y el rendimiento proporcionado a las gracias.

El mensaje principal de hoy está en el que no pone a fructificar el talento que recibe. Ser cristiano no significa sólo no hacer el mal, como el que dice: “yo no robo ni mato”. Si no hace cosas buenas con los dones recibidos, es señal de que está haciendo algún mal. Y esto es porque una riqueza que se queda muerta o sin invertir, se devalúa. Quien no multiplica lo que tiene, lo dilapida. Por lo tanto quien esconde su talento, ha escogido una seguridad falsa. De hecho es actuar por egoísmo, porque cuando hay amor, se busca aumentar los bienes de la persona amada. A aquel hombre perezoso el amo le castiga no porque haya malgastado el dinero o porque haya robado, sino porque no ha aumentado ese dinero.

Dios nos da muchos bienes, unos son naturales como la vida, la salud, la inteligencia, las habilidades, otros son sobrenaturales como la fe, los sacramentos, la palabra de Dios, la comunidad cristiana. Con todo ello debemos producir muchos bienes, ayudados por la gracia de Dios. Por eso debemos atender a los pecados “de omisión”, de los cuales nos tenemos que arrepentir. Al buen árbol frutal se le estima sobre todo por los frutos que da. A continuación de esta parábola el evangelista nos dirá sobre qué frutos nos pedirá cuenta el Señor, para bien o para mal: las obras de misericordia. En el juicio final se nos preguntará por lo que pudimos hacer y no hicimos. Esta omisión de caridad hacia “los hermanos más pequeños” será causa de castigo. Ojalá que ese día podamos escuchar de los labios de Jesús: “Muy bien, eres un empleado fiel y cumplidor”. Y nos dará el premio eterno.

jueves, 6 de noviembre de 2014

DOMINGO 9 NOVIEMBRE. SAN JUAN DE LETRÁN


9 de Noviembre. Dedicación de la Basílica de Letrán: Jn 2, 13-22

Hoy celebra la Iglesia la fiesta de la dedicación o consagración de la basílica de Letrán, que es la catedral de Roma. En la Iglesia tiene bastante importancia, porque al celebrar la catedral de Roma, quiere que estimemos no sólo todas las catedrales sino también todos los templos de nuestras comunidades cristianas católicas.

La basílica de Letrán comienza en los tiempos del emperador Constantino. Este emperador, con la influencia de su madre santa Elena, el año 313 había promulgado un decreto dando plena libertad a los cristianos para manifestar externamente su fe. La esposa de Constantino, Fausta que era cristiana, poseía en Roma un gran palacio que había pertenecido a la familia Laterani. Deseando celebrar el papa Melquíades un sínodo con muchos obispos, Fausta le cedió este palacio para el evento. Al poco tiempo murió Fausta y el emperador Constantino regaló este palacio al Papa, que ya era Silvestre Iº. Además el emperador, en los grandes jardines que tenía el palacio, mandó construir una gran basílica para que fuese sede del papa y catedral de Roma. La consagración fue el 9 de Noviembre del año 324. El nombre del “Divino Salvador” proviene, dicen unos que porque con ese nombre se consagró. Otros dicen que procede de cuando en el año 787 se volvió a consagrar y una imagen del Divino Redentor sangró por los golpes de un judío. Se la conoce más con el título de san Juan, porque había dos altares importantes dedicados a san Juan Bautista y al evangelista y sobre todo por el hermoso baptisterio en honor de san Juan Bautista.

Con esta basílica cambió el concepto de templo cristiano, ya que los templos paganos en Roma eran pequeños, pues no eran para reunión de la gente, sino sólo para morada de los dioses o ídolos. Algo parecido pasaba en el templo de Jerusalén, pues en lo más sagrado sólo estaba el “arca de la alianza”, símbolo de la presencia de Dios y sólo entraba un sacerdote. Toda la gente con sus ofrendas estaba en los patios. En cambio en los templos cristianos, además de la presencia de Dios y de la presencia real de Jesús en la Eucaristía, se reúne el pueblo cristiano para orar. Por eso no se pudieron cristianizar los templos paganos, sino que se usaron las basílicas. Estas eran unos edificios grandes, que servían para ventas, tribunales o política: actos grandes  presididos por el rey. De ahí su nombre, pues rey en griego se llama “basileus”.

El evangelio de este día habla de la expulsión de los comerciantes en el templo por parte de Jesús. El comercio allí se veía como normal, pues al tener la gente que ofrecer  animales, se les facilitaba la venta allí mismo y podían pagarlo mejor con la moneda del templo. El hecho es que Jesús ve que la ofrenda a Dios se ha convertido en un negocio y que todo ello es un gran impedimento para que la gente sencilla pueda acercarse a Dios por medio de la oración. Así al Dios de Israel, que ama a su pueblo, y sobre todo a los pobres y sencillos, le han convertido en un dios lejano y exigente, que parece estar más con los ricos que pueden dar ofrendas mejores. Por eso Jesús tuvo esa reacción fuerte: para poder dejar un poco más claro que el Reino de Dios es de amor y de un culto y oración más interior, muy diferente de todo ese tinglado y negocio que habían montado aquellos sacerdotes y jefes que sólo se preocupaban por enriquecerse.

De hecho el templo no es totalmente necesario para estar con Dios, ya que lo importante es adorarle “en espíritu y verdad”. También nosotros somos templo de Dios, pues en aquel que ama a Dios habita la Santísima Trinidad. Pero el templo externo es muy conveniente, porque necesitamos expresar nuestra fe de una forma externa. El templo además representa a Jesucristo, que es la “imagen del Padre”; y en la mayoría de los templos habita Jesús, hombre y Dios, de una manera real en la Eucaristía. Por eso al estimar el templo, procuramos que sea artístico y hermoso, y lo adornamos, para sentirnos a gusto cuando estamos juntos y demostrar así nuestro amor a Jesucristo, a su madre, la Virgen María, y a algunos de sus siervos que están en el cielo.




sábado, 1 de noviembre de 2014

1 de Noviembre. Todos los santos: Mt 5, 1-12ª


1 de Noviembre. Todos los santos: Mt 5, 1-12ª

  Hoy celebra la Iglesia la fiesta de todos los santos. Esta palabra “santo” en la Biblia se aplicaba sólo a Dios, pues significa: sagrado o separado. Pero luego se fue diciendo de todo lo que se acercaba más a Dios. Así ya san Pablo llama santos a los cristianos por el hecho de estar unidos a Dios por el bautismo. Después ya sólo se aplicó a aquellas personas que por su comportamiento están más cerca de Dios. Especialmente los mártires que, por su muerte gloriosa, se unen para siempre con Dios.

La Iglesia desde el principio comenzó a honrar a los mártires en su día propio del martirio; pero ya por el siglo III eran tantos los mártires que tuvieron que celebrar su fiesta en un día todos juntos, aunque no tenían un día fijo. El 13 de Mayo del año 609 el papa consagró el panteón romano, que había sido templo pagano de todos los dioses, para que fuese templo de la Virgen María y de todos los santos. Unos cien años después la fiesta de todos los santos quedó fijada para el día 1 de Noviembre.

Hay muchos santos, cuyos nombres conocemos, porque han sido “canonizados”, es decir declarados santos solemnemente por el papa, después de haber examinado minuciosamente su vida y sus escritos y normalmente después de que Dios ha ratificado esa santidad por uno o más milagros. Pero santos hay muchos más que no conocemos, quizá porque han vivido una vida muy oculta, pero que gozan con Dios con una gloria semejante. Entre estos santos habrá familiares y conocidos nuestros. Hoy es el día para festejar a todos y también para alzar nuestra mirada al cielo para pedir su protección y sobre todo para desear imitarles y un día poder estar con ellos en el cielo.

Todos estamos llamados a la santidad. Nos lo ha dicho muchas veces la Iglesia. De una manera especial lo recalcó el concilio Vaticano II. No es que haya que tener una vida externa diferente a los demás, aunque la verdad es que hay situaciones que ayudan y hay situaciones que pueden estorbar. Tenemos que esforzarnos por conseguir siempre ser mejores y tender a un ideal grande. No es fácil, pero tampoco es imposible. Para ello Jesucristo nos enseñó el camino. El principal es la caridad. Sin amor no puede haber verdadera vida cristiana: Amor dirigido hacia Dios, que es nuestro Padre y nos acompaña, amor que se expresa especialmente en la oración, y amor hacia los demás, porque todos somos hermanos.

Hoy en el evangelio se nos propone este ideal por medio de las bienaventuranzas. Son actitudes o maneras de ser. Son  las condiciones para el seguimiento en el camino del Reino de Dios trazado por Jesús. Con ellas podemos imitar su misma vida.

La santidad no es un camino triste, sino muy gozoso. Si queremos ser felices de verdad debemos ser “pobres de espíritu”, que significa ser desprendidos de los bienes materiales, tenga uno algo de dinero o no tenga nada. Va en contra de la codicia, procurando llevar una vida sencilla y humilde. Se trata de tener una vida de confianza filial en Dios, que es nuestro Padre. La 2ª nos dice que hay que ser manso, ser suave con los demás en juicios, palabras y hechos. Para ello uno tiene que saber dominarse a sí, no violentar a los demás. La 3ª habla del llorar, no porque el santo tenga que ser triste, sino porque hay que sufrir por los propios pecados y por los males ajenos. En la 4ª nos habla de tener “hambre y sed de justicia”. Es un gran deseo en la perfección moral y religiosa. En la Biblia se llama justo al que se esfuerza sinceramente por cumplir la voluntad de Dios. Quien se esfuerza lo consigue, porque Dios nos ayuda. En la 5ª alaba a los misericordiosos. Se trata de compartir las desdichas del prójimo, materiales y espirituales. Dios nos medirá al final según nuestro grado de misericordia. En la 6ª alaba a los limpios de corazón. Un corazón sucio ofusca la visión para las cosas de Dios. En la 7ª se alaba a los pacíficos: No sólo los que eliminan las discusiones, sino los que trabajan por unir en la paz, que sale del amor. Por fin, aquel que es santo será objeto de persecuciones, porque el bien perturba a los malos.

miércoles, 29 de octubre de 2014

DIA DE TODOS LOS DIFUNTOS-2014

Ayer honrábamos a los difuntos que ya están gozando con Dios en el cielo y que por eso les llamamos santos. Hoy la Iglesia nos recuerda a todos aquellos difuntos, que aún no pueden gozar con Dios, porque deben purificarse; pero a los cuales nosotros podemos ayudar con los méritos espirituales.
Hablar de los difuntos es hablar primeramente del hecho de la muerte. La verdad es  que todos estamos ciertos de que algún día tenemos que morir. A muchos este pensamiento les causa terror y prefieren no pensar en ello. Nosotros, como cristianos, sabemos que la muerte no es el final, sino un paso a una vida mejor. “La vida no termina, sino que se transforma”, se nos dice en el prefacio de la misa de difuntos. No se trata de un fácil consuelo para tranquilizarnos, sino de una gran verdad, que nos debe llenar de mucha paz y esperanza. A los santos el pensamiento de la muerte les llenaba de gozo y alegría, porque es el encuentro con nuestro Padre Dios. San Francisco de Asís la llamaba la “hermana muerte” y deseaba que llegara pronto. San Pablo nos dice que es ganancia el morir. Santa Teresa decía: “tan alta vida espero que muero porque no muero”. Para ellos el morir es el entrar en la Luz y en la Paz.
No suele ser ese nuestro anhelo, porque desgraciadamente estamos envueltos en muchas miserias espirituales. El que está envuelto en pecados tiene motivos para temer la muerte, porque después de la muerte está el juicio. Entonces la solución es fácil, aunque para ello se necesite energía y gracia de Dios: Hay que salir del pecado. Pero no nos tenemos que contentar con no tener pecado grave, porque sería como andar en la cuerda floja con gran peligro de caer. Por eso debemos aumentar la gracia, llenarnos del amor a Dios y hacer muchos actos de virtud, sobre todo de caridad.
Hoy nos invita la Iglesia a hacer muchos actos de virtud y adquirir méritos espirituales, no sólo para nosotros, sino pensando en los difuntos que los necesitan. Después de la muerte viene el juicio y el encuentro con Dios. Habrá personas para las que ese encuentro sea el comienzo de una felicidad sin fin. Pero la mayoría de nosotros, aunque no estemos muy apartados de Dios, nos encontraremos demasiado sucios por tantos pecadillos sin arrepentir y por tantas acciones religiosas hechas con muy poco amor a Dios. Por eso deberemos purificarnos. Es algo que querremos hacer con todo nuestro corazón para poderle mirar a Dios con toda limpieza y amor.
Pero Dios es tan bueno que nos permite unirnos de modo que nuestros méritos espirituales sirvan a los difuntos para que puedan antes entrar en la gloria eterna. Por esto la Iglesia en este día nos lo recuerda de una manera especial y nos presenta el modo de poder ganar méritos con las oraciones y sacrificios y especialmente con la participación en la Santa Misa. Esta es nuestra fe, que proviene de los tiempos más antiguos, cuando los cristianos ponían en sus primeras tumbas: “Ruega por mi”.
En la muerte lo importante no es ella en sí, sino lo que trae, que es otra vida. Vivamos en la gracia de Dios y nuestra esperanza será llena de felicidad, como se nos dice en el Apocalipsis de aquellos que siguen al Cordero, símbolo de Jesucristo: “Ya no tendrán hambre, ni tendrán ya sed, ni caerá sobre ellos el sol ni ardor alguno, porque el Cordero...los apacentará..., pues Dios enjugará toda lágrima de sus ojos”.

Lo bueno de estos méritos que ofrecemos para los difuntos es que les aprovecha a ellos sin que se nos quiten a nosotros. Para los difuntos ya se les ha terminado el tiempo de poder merecer, que para eso es esta vida mortal. Por eso nada más esperan nuestras súplicas y méritos, que luego ellos mismos nos agradecerán y devolverán cuando estén en el cielo gozando para siempre en la compañía de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Jesús dijo: “Yo soy la resurrección y la vida”. Nos quiere decir hoy que su última palabra no es de muerte sino de vida y vida eterna. Allí hay sitio para todos, como nos dice hoy Jesús en el evangelio.

domingo, 19 de octubre de 2014

Domingo, 27 del TO. 19 de Octubre de 2014; 29 ord A: Mt 22, 15-21


                     Domingo, 19 de Oct. de 2014; 29 ord A: Mt 22, 15-21

Eran los últimos días de la vida de Jesús. Él había contado algunas parábolas que iban directamente contra los jefes religiosos de Israel, que habían descuidado el conducir al pueblo de Dios por los verdaderos caminos. Estos jefes quieren llegar a condenar a Jesús y se les ocurre hacerle caer en una trampa: Mandan algunos de sus discípulos juntamente con partidarios de Herodes, que es lo mismo que el régimen opresor de los romanos, para hacerle una pregunta delante de la gente: “¿Tenemos que dar el tributo al César o no?” Ellos creen que la trampa está bien puesta, porque si dice que sí, se pone en contra de la gente que opina que el romano se quiere hacer más que Dios; pero si dice que no, allí están los del gobierno, que le acusarán.

Jesús les dio una respuesta, ante la cual dice el evangelio que se quedaron maravillados: “Dad al César lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios”. Es difícil saber lo que Jesús quería afirmar a través de esta respuesta. Por de pronto Jesús les llama “hipócritas”, porque deberían saber que Él nunca se mete en política, nunca en nombre de Dios decía lo que hay que hacer concretamente en decisiones políticas.

Ha habido muchos que han interpretado estas palabras de Jesús como que hay que hacer una división entre nuestros deberes hacia Dios y los deberes hacia el Estado. Para algunos es como si nuestra vida privada fuera para Dios y nuestra vida social para el Estado. Esto es terrible y desgraciadamente muchos así lo sostienen hoy. Otros se basan en esas palabras para hacer la distinción entre la Iglesia y el Estado. Pero Jesús no está haciendo una división o contraposición. En primer lugar porque en el tiempo de Jesús no existía esta división: normalmente el jefe de Estado era también el jefe en lo religioso. Pero en el caso de Israel demasiado se fijaban en lo material y lo plenamente religioso quedaba en segundo plano. Por eso es por lo que Jesús nos dice: Si del César son las monedas, si le corresponde una obediencia a las leyes justas para la convivencia, pues dádselo; pero ante todo demos a Dios lo que le corresponde.

¿Y qué le corresponde a Dios? Pues todo el amor y la adoración por todas las cosas. Dios es Dios de toda la vida, de toda la realidad. Los políticos también están bajo la soberanía de Dios y deben actuar bajo la ley de Dios. Toda autoridad viene de Dios. Así le dijo Jesús a Pilato: “No tendrías ningún poder sobre mí, si no lo hubieras recibido de lo Alto”.  Así que por encima de la ley civil está la ley de Dios.

No debería haber oposición; pero muchas veces la hay. Y no sólo porque haya jefes políticos que no quieran saber nada de Dios, sino también porque hay jefes religiosos que se creen suplantar a Dios: En vez de estar a disposición de Dios y al servicio de los hermanos, se creen disponer de Dios para sus propios intereses. Esto es lo que les pasaba a los jefes religiosos israelitas. Por eso les quería decir Jesús que el pueblo, que es de Dios, deben dárselo a El o conducirle hacia El. Así ha pasado muchas veces en la historia que muchos “en nombre de Dios” han librado batallas y se han hecho muchas guerras, que llaman “santas”, como para defender intereses de Dios, cuando en verdad lo que defendían eran intereses muy mundanos.. Los verdaderos intereses de Dios son el hacer desaparecer el hambre, las lágrimas, las persecuciones, las injusticias. Los intereses de Dios no son tanto los templos (pueden ser en parte) o los objetos religiosos, cuanto los templos vivos que son los humanos: la dignidad, los derechos humanos, la libertad, la recta conciencia.

Así pues la respuesta de Jesús no explica ni concretiza en lo que hay que hacer con lo del César, sino que acentúa con lo que hay que dar a Dios. Para ello tengamos interés en conocer bien el Evangelio, toda la enseñanza de Jesús. Con ella se nos van dando criterios para que en cada momento sepamos qué es lo que debemos hacer en todas nuestras opciones políticas y sociales. No es fácil, porque nuestros criterios personales y los de la gente los mezclamos falsamente con los criterios de Dios.

domingo, 12 de octubre de 2014

28ª semana del tiempo ordinario. Domingo A: Mt 22, 1-14


               28ª semana del tiempo ordinario. Domingo A: Mt 22, 1-14

Varias veces Jesús, para enseñarnos en qué consiste el Reino de Dios, lo compara a un banquete. En la parábola de hoy lo asemeja nada menos que a un banquete de la boda del hijo de un rey. Un banquete no es sólo para satisfacer las ganas de comer o beber, sino que es una reunión amistosa para compartir la alegría y los sucesos felices sintiéndose la unidad.  En esto se diferencia de la vida normal donde unos tienen más a costa de otros. La primera consideración que quisiera hacer es que Jesús con estas comparaciones nos quiere decir que el Reino de Dios es algo muy hermoso donde hay mucha alegría. De hecho no se identifica el Reino de Dios con la Iglesia, aunque van muy unidos. La Iglesia es la Institución fundada por Jesucristo para buscar y conseguir el Reino de Dios aquí en la tierra y un día definitivamente en el cielo. Este Reino de Dios se puede conseguir de otras maneras, aunque suele ser mucho más difícil.

El hecho es que el Reino de Dios es algo que da la verdadera felicidad. Se ha criticado mucho a la religión como que se opone a la felicidad del ser humano. Pero no es así, ni en teoría ni en la práctica. A veces puede inducir algo los caminos que algunos emplean dentro de la religión para querer conseguir el Reino. Suele haber mucha ignorancia de la vida de las personas que viven plenamente su fe, ya que es una vida que suele “ir por dentro”. A veces hay diferencia entre el aspecto externo y la alegría que está en lo interno de las personas. Pero hay alegría cuando uno sabe por qué está en la vida, cuál es su sentido y se siente lleno del amor de Dios, que se va manifestando en el servicio a los demás. Siente así su vida plenamente realizada.

Desgraciadamente en la Iglesia muchas veces damos una imagen de vida algo triste; pero no debiera ser así. Si sabemos que vamos a una fiesta eterna con Dios, no podemos dejar que nos domine la tristeza, fijándonos casi exclusivamente en lo que hay de negativo en la vida. Hay que saber valorar muchos aspectos positivos, que son anuncio de la gran fiesta eterna. ¿Cómo vamos a ser mensajeros de Dios, que nos prepara tan gran fiesta, con cara de tristeza? La Eucaristía debe ser una fiesta.

En la parábola de hoy se recalca la posición de los que no aceptan el banquete. Ello significaba un rechazo al mismo rey. Unos no se preocupan del banquete, sino que les preocupan mucho más sus negocios. Otros hasta arremeten contra los mensajeros. Todo esto era una crítica severa por parte de Jesús para con los jefes del pueblo judío. Cuando san Mateo escribió esto, tendría en mente la destrucción de Jerusalén.

La parábola continúa, como dirigiéndose ahora más a la gente sencilla. Dios invita a todos. La invitación para el banquete es como el anuncio del Evangelio. A todos se les ofrece el Reino; pero no todos tienen la limpieza de corazón para responder bien al Señor. Todos pueden entrar en el Reino, “buenos y malos”; pero para permanecer allí, debe haber una actitud de cambio, no se puede permanecer siguiendo en la maldad. Esto se significa con el que está dentro sin vestidura propia y tiene que ser echado fuera. Es difícil definir qué es lo que quiso enseñarnos Jesús con ese “traje de boda” para que, al no tenerlo, reciba un castigo tan grande. Por de pronto era un desprecio, pues para esos casos se les prestaba un traje conveniente. Quizá signifique una actitud de desprecio de la fe, algo como lo que llamó Jesús “pecado contra el Espíritu Santo”. El vestido en la Biblia suele ser un símbolo de la unión de Dios con su pueblo. Si Dios nos llama a su fiesta es porque quiere estar unido con nosotros, que es al mismo tiempo nuestra felicidad. Si queremos estar unidos con Jesús por medio de los sacramentos, especialmente la Comunión, es necesario el vestido interior de la Gracia. Debemos desechar de nosotros los andrajos del pecado para “revestirnos” de Cristo.

Termina la parábola con un toque de atención, porque son más los llamados que los escogidos. Vivamos nuestra vida cristiana con sentido ilusionado y encontraremos el gozo y la paz ahora y con Cristo en la eternidad.

martes, 30 de septiembre de 2014

26 D-TO.2014 (A)

26ª semana del tiempo ordinario. Domingo A: Mt 21, 28-32
Eran los últimos días de la vida de Jesús. Él seguía predicando y quería dejar claro que la gracia de Dios es para todos, que Dios había escogido un pueblo, el de Israel, para extender el Reino de Dios por el mundo; pero no había sabido cumplir este gran programa de Dios y llegaba el tiempo de una nueva alianza, donde otros, tenidos por paganos y pecadores, serían los portadores de esta antorcha de luz por el mundo. Todo esto les molestaba a los escribas y fariseos y más a los jefes religiosos, acostumbrados a vivir muy bien, amparados en sus puestos dentro de esa religión.
Hoy Jesús les dice la parábola de aquel padre que manda a sus dos hijos a trabajar. Uno dice que no, pero va; el otro dice que sí, pero no va. Lo primero que quiero hacer resaltar es el hecho de que Jesús utiliza varias veces la figura de Dios como padre en sus parábolas. Los judíos en sus enseñanzas utilizaban más la figura del rey para simbolizar a Dios: un rey con aspecto de soberano legislador y hasta vengador. Por eso los judíos se sentían ante Dios como súbditos, siervos, vasallos, pero no como hijos. Jesús nos enseña sobre todo que Dios es nuestro Padre, y que podemos sentirnos como hijos por la gracia del Espíritu. Para Jesús Dios es un padre que utiliza todos sus bienes y su poder para ayudar a sus hijos. Pero nos pide colaboración en los trabajos apostólicos, que hoy aparecen como la viña del Señor. El primero de los hijos hace un gesto como de mal educado diciendo que no quiere; pero es un gesto de libertad en el amor. Luego viene la reflexión y tiene un gesto de confianza en la bondad de su padre, que  sabe que le va a perdonar. Por eso se arrepiente.
El segundo hijo dice sí. Es muy posible que fuese por temor al castigo. Cierto que es por querer quedar bien, por conservar las maneras; pero no es por convencimiento propio, porque de hecho no va. En realidad no actúa por amor a su padre, sino que hace su propia voluntad. Jesús, al explicar el sentido de la parábola, les viene a decir a la clase dirigente del pueblo que están reflejados en este segundo hijo. Y lo que más les molesta a estos dirigentes no es sólo que les compare con los pecadores, sino que muchos de éstos son superiores en el Reino de Dios. Jesús recuerda que los judíos tenían por pecadores a los “publicanos y prostitutas”. Eran dos clases de gentes que solían repetir siempre cuando hablaban de alguien que había caído muy bajo en lo social o religioso. No era sólo por su oficio, sino por lo que ambas clases tenían de unión con los oficiales y soldados romanos. Algunos de estos “pecadores” se habían arrepentido al escuchar a Juan Bautista, lo que no habían hecho esos dirigentes.
Hoy también esta parábola tiene aplicación en nuestra vida. Porque no es más cristiano el que más dice o hace actos religiosos, sino el que actúa de verdad como cristiano: ama y confía en Dios como Padre, cumpliendo su voluntad y viviendo en fraternidad con todos. Se nos habla de obedecer a Dios. Hoy para muchos suena mal esto de obedecer, y sin embargo obedecer a Dios es nuestra felicidad y nuestra certeza de salvación. Obedecer en cristiano es amar. Dice Jesús: “Si me amáis guardaréis mis mandamientos”. Pero es que debemos estar seguros de que los mandamientos de Dios proceden de su amor. También los mandamientos de la Iglesia. Al obedecer no se suprime la libertad, sino que entregamos libremente nuestra voluntad. Hacer la voluntad del Padre es lo que siempre tenía presente Jesús en su vida. Es lo que nos enseñó también a pedir cuando rezamos el padrenuestro.

Lo más perfecto sería decir siempre sí al Señor y decirlo con prontitud y alegría, de modo que la voluntad de Dios se cumpla en nosotros. Así lo hizo Jesús, y así lo hizo la Virgen María. En nuestra vida hemos dicho muchas veces que no: a veces ha sido por ignorancia, otras por protesta. No seamos como los fariseos que se instalan en un vivir fácil de la religión, sino que trabajemos en la confianza de Dios para que nuestros hechos de vida sean los que testimonien que Dios es nuestro Padre.