1 de Noviembre. Todos los santos: Mt 5, 1-12ª
Hoy celebra la Iglesia la fiesta de todos
los santos. Esta palabra “santo” en la Biblia se aplicaba sólo a Dios, pues significa:
sagrado o separado. Pero luego se fue diciendo de todo lo que se acercaba más a
Dios. Así ya san Pablo llama santos a los cristianos por el hecho de estar
unidos a Dios por el bautismo. Después ya sólo se aplicó a aquellas personas
que por su comportamiento están más cerca de Dios. Especialmente los mártires
que, por su muerte gloriosa, se unen para siempre con Dios.
Hay muchos santos,
cuyos nombres conocemos, porque han sido “canonizados”, es decir declarados
santos solemnemente por el papa, después de haber examinado minuciosamente su
vida y sus escritos y normalmente después de que Dios ha ratificado esa
santidad por uno o más milagros. Pero santos hay muchos más que no conocemos,
quizá porque han vivido una vida muy oculta, pero que gozan con Dios con una
gloria semejante. Entre estos santos habrá familiares y conocidos nuestros. Hoy
es el día para festejar a todos y también para alzar nuestra mirada al cielo
para pedir su protección y sobre todo para desear imitarles y un día poder
estar con ellos en el cielo.
Todos estamos
llamados a la santidad. Nos lo ha dicho muchas veces la Iglesia. De una manera
especial lo recalcó el concilio Vaticano II. No es que haya que tener una vida
externa diferente a los demás, aunque la verdad es que hay situaciones que
ayudan y hay situaciones que pueden estorbar. Tenemos que esforzarnos por
conseguir siempre ser mejores y tender a un ideal grande. No es fácil, pero
tampoco es imposible. Para ello Jesucristo nos enseñó el camino. El principal
es la caridad. Sin amor no puede haber verdadera vida cristiana: Amor dirigido
hacia Dios, que es nuestro Padre y nos acompaña, amor que se expresa
especialmente en la oración, y amor hacia los demás, porque todos somos
hermanos.
Hoy en el evangelio
se nos propone este ideal por medio de las bienaventuranzas. Son actitudes o
maneras de ser. Son las condiciones para
el seguimiento en el camino del Reino de Dios trazado por Jesús. Con ellas
podemos imitar su misma vida.
La santidad no es
un camino triste, sino muy gozoso. Si queremos ser felices de verdad debemos
ser “pobres de espíritu”, que significa ser desprendidos de los bienes
materiales, tenga uno algo de dinero o no tenga nada. Va en contra de la
codicia, procurando llevar una vida sencilla y humilde. Se trata de tener una
vida de confianza filial en Dios, que es nuestro Padre. La 2ª nos dice que hay
que ser manso, ser suave con los demás en juicios, palabras y hechos. Para ello
uno tiene que saber dominarse a sí, no violentar a los demás. La 3ª habla del
llorar, no porque el santo tenga que ser triste, sino porque hay que sufrir por
los propios pecados y por los males ajenos. En la 4ª nos habla de tener “hambre
y sed de justicia”. Es un gran deseo en la perfección moral y religiosa. En la Biblia se llama justo al
que se esfuerza sinceramente por cumplir la voluntad de Dios. Quien se esfuerza
lo consigue, porque Dios nos ayuda. En la 5ª alaba a los misericordiosos. Se
trata de compartir las desdichas del prójimo, materiales y espirituales. Dios
nos medirá al final según nuestro grado de misericordia. En la 6ª alaba a los
limpios de corazón. Un corazón sucio ofusca la visión para las cosas de Dios.
En la 7ª se alaba a los pacíficos: No sólo los que eliminan las discusiones,
sino los que trabajan por unir en la paz, que sale del amor. Por fin, aquel que
es santo será objeto de persecuciones, porque el bien perturba a los malos.
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