Jesús había subido al
monte a orar junto con tres discípulos, sus predilectos, y habían dejado abajo
a los demás discípulos. La gente, que creía que Jesús estaba con la mayoría de
los discípulos, llevó algunos enfermos, especialmente un muchacho que sufría de
epilepsia en estado avanzado.
Los discípulos, que
habían tenido experiencias positivas, cuando Jesús les dio poderes especiales
al ir a predicar, creían que podrían curarle; pero no pudieron hacer nada
positivo a favor del muchacho. Después Jesús les enseñó que les faltaba algo
esencial, que es ponerse en contacto con Dios humildemente y suplicar, dándose
cuenta que esa sanación no podía obtenerse por sus propias fuerzas ni méritos,
sino que debía ser algo gratuito por parte de Dios. Esa sería la principal
enseñanza de Jesús en ese suceso.
Cuando llegó Jesús
estaban en plena discusión entre los familiares del muchacho, algunos escribas
y los discípulos. Cuando vieron a Jesús, corrieron hacia él y le plantearon la
cuestión. La llegada de Jesús parece que hacía renacer la esperanza que ya les
faltaba. Allí estaba el pobre muchacho enfermo y parece ser que endemoniado.
Aquella posesión se mostraba a través de la enfermedad. Jesús se sintió
contrariado por la falta de fe, especialmente de los discípulos.
Es posible que una de
las intenciones del evangelista sea esclarecer la diferencia del poder de Jesús
y el de los apóstoles. Jesús va a curar al muchacho; pero primero quiere curar
la falta de fe de su padre. Éste le pide a Jesús la curación, pero diciéndole:
“Si puedes”. Y Jesús hace que aquel padre aumente su fe, unida a la humildad.
Jesús le cura haciendo
gestos sencillos: unas palabras y luego el gesto amable de coger al muchacho
por la mano para que se levante. Este gesto, realizado también en otros
milagros, representa la alegría del poder de Jesús, una fuerza externa que
viene a ser como un lejano reflejo de la resurrección.
Hay personas que
pretenden hacer sanaciones milagrosas, realizando una especie de ritos mágicos
con expresiones muy aparatosas buscando el lucimiento humano y quedar bien ante
los espectadores. Suele haber mucho de ilusión y sobre todo mucha mentira, que
es lo contrario de expresar la presencia de Dios.
Es importante aumentar
la fe. Jesús lo pretendía en todos sus milagros. Cuando decimos fe, en
definitiva, es tener más unión con Dios. Cuando Jesús les pedía tener fe a sus
discípulos no se trataba de tener algo con lo cual ellos pudieran realizar la
sanación. Se trataba de unirse más con Dios para que Él, por medio de la
persona entregada y unida por amor, realizara el portento.
Encontramos en el
evangelio que Jesús les enseña a sus discípulos algunas verdades con sucesos
que son como parábolas vivientes. Ésta era una de esas ocasiones. Cuando los
apóstoles pidieron a Jesús que les enseñase a rezar, de hecho estaban pidiendo
alguna oración en concreto que les distinguiera de otros grupos. Así solía
hacerse en aquel tiempo; pero Jesús les quiere enseñar ahora que para las
grandes obras apostólicas se necesita orar, que es ponerse en contacto con ese
Dios y Padre, de quien dependemos para toda obra buena.
Es una enseñanza para
todos. “El reino de Dios está dentro de nosotros”; pero para desarrollarse debe
ser fundamentalmente uniéndonos con Quien va dando el desarrollo vital de ese
Reino. Si queremos crecer el amor al prójimo, esencial en nuestra fe, será
uniéndonos con el Autor de todo amor.
Podíamos decir que se
realiza vaciándonos nosotros de nuestra propia personalidad, para que Dios
manifieste su amor hacia los demás a través de nuestra esencia humana. Sólo así
es como se puede cumplir las ilusiones de Jesús de que nosotros podamos ser
“uno” como Jesús es con el Padre.
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