Hoy el
evangelio nos trae diversos consejos que Jesús da a sus discípulos quizá en
diversas circunstancias sobre la caridad, unos en sentido positivo y otros en
sentido negativo. Comienza Jesús diciendo que Dios valora todo lo que hagamos
en bien del prójimo, aunque sea una cosa tan pequeña como dar un vaso de agua.
Es decir, que Dios no sólo se fija en las grandes acciones de caridad, sino en
las pequeñas cosas de cada día. Dar un vaso de agua es como dar un poco de
amor, dar una pequeña alegría, dar una sonrisa, una palabra tranquilizadora o
animadora. Esas pequeñas cosas, hechas con amor, son como destellos del
Espíritu Santo que vive en nosotros. Estas cosas se pueden hacer por motivos
materiales; pero lo que Dios tiene verdaderamente en cuenta es cuando esos
detalles de amor se hacen por amor a Dios o porque en el prójimo está la imagen
de Jesucristo. El había dicho, refiriéndose al juicio final: “Lo que hiciereis
con uno de los más pequeños, es como si me lo estuvierais haciendo a mi”.
Pero a
Jesús lo mismo que le agrada cuando hacemos el bien, también le desagrada
cuando hacemos el mal. Y uno de los mayores males es el escándalo. Extraña oír
a Jesús esas terribles palabras contra el escándalo. Es peor que la muerte.
Escándalo es el inducir a otra persona, especialmente menor, a realizar algo
malo, a cometer algún pecado. Propiamente la palabra “escándalo” significa
poner tropiezos en el camino. Es perturbar o quitar la fe. Se puede hacer de
varias maneras. San Pablo en la 1ª carta a los corintios decía palabras severas
a los que se creían “fuertes” en la fe para que tuvieran cuidado en no hacer
caer a los “débiles” por los malos ejemplos. Y esta es la gran advertencia que
hoy hace Jesús a todos los que tienen alguna responsabilidad en las cosas de la Iglesia : que tienen que
tener mucho cuidado no sólo en lo que hacen, sino en cómo lo hacen, para no dar
motivos de que otros se escandalicen. Claro, que también hay gente que dice que
se escandaliza por lo que no deben escandalizarse. Pero hoy Jesús nos advierte
que evitemos todo lo posible para no inducir a otros a hacer algo malo. Jesús
dice esas palabras fuertes porque conocía la maldad del pecado y lo que vale
ante Dios el alma limpia de un niño.
El
escándalo no es sólo respecto a los demás, sino hacia nosotros mismos. Tenemos
enemigos externos, pero también internos. Y a veces los propios sentidos, los
pies, las manos o los ojos nos pueden inducir hacia el mal. Por eso debemos
estar atentos. No se trata de que debamos cortarnos un pie o sacarnos un ojo.
Pero en nosotros hay cosas, que apreciamos “como un ojo de la cara”, que
debemos arrancar- nos, como son algunos vicios, que nos pueden llevar a la perdición.
Solemos tener un egoísmo que mata nuestro espíritu y no nos deja hacer el bien.
Eso va en contra del ideal que Jesús nos dice sobre el servir. El egoísmo
es lo contrario a la caridad y está íntimamente incrustado en nuestro ser. Por
lo tanto el ir hacia Dios debe ser un continuo esfuerzo en quitar el egoísmo,
poniendo en su lugar la caridad, que nos dará la paz y la armonía fraterna, que
es como la sal que da sabor al mundo.
Termina
hoy el evangelio con la alusión a que El cristiano debe ser como la sal en el
mundo, que da sabor y mantiene sin corrupción a los alimentos. Ser sal para los
demás es saber crear un clima de convivencia agradable, es crear un clima de
buen humor, de serenidad y de gracia, fijándose más en las cosas buenas que hay
a nuestro alrededor. Es dar un sentido de fidelidad en el mensaje que se
transmite. Pero si esa fidelidad es sólo exterior o de nombre, si la sal del
dirigente está corrompida ¿Cómo va a salar? Para dar ejemplo, no basta con ser
cristiano sólo hacia fuera, sino de corazón, porque lo que está dentro saldrá a
relucir un día u otro. Y termina Jesús diciendo que esa sal que tenemos la
pongamos en unidad. Cuando el mensaje es compartido, por una vivencia
compartida, conservará la paz en toda la comunidad.
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