domingo, 26 de febrero de 2017

8ª semana del tiempo ordinario. Domingo A: Mt 6, 24-34


Jesús nos está hablando en el sermón de la montaña. O más bien podemos decir, como en otras ocasiones, que el evangelista aquí va recogiendo lo principal que ha ido diciendo Jesús sobre cómo deben ser y actuar los que quieran ser sus discípulos. Hoy nos va a hablar sobre el vivir bajo la Providencia divina.
Estaba hablando del verdadero tesoro que debemos tener, que está en el cielo y en la gracia de unión con Dios que vamos teniendo ya aquí en la tierra. El hecho es que se da una realidad, la de que muchos, aun de los que se llaman cristianos, ponen su tesoro, y por lo tanto su interés principal, en las cosas materiales, representadas por el dinero. Hoy nos dice Jesús que quien se deja llevar por el dinero, de tal modo que se hace como servidor de él, necesariamente se separa del servicio de Dios.
Al dinero lo llama a veces Jesús con la palabra “Mammón”, que era un ídolo, porque en realidad hay muchos que están al servicio del dinero, como si fuese un verdadero ídolo. En este caso el dinero no está a nuestro servicio, sino que la persona sirve al dinero, la persona está como esclavizada. El dinero debe ser para que nos sirva para mejor conseguir el Reino de Dios.
Esta disyuntiva de servir a Dios o al dinero lo encontramos varias veces en el evangelio, ya que Jesús lo repetiría muchas veces por la tendencia del ser humano a apegarse a los bienes terrenos y por lo difícil que es meter esa idea en el corazón y sobre todo seguirla en la vida práctica de cada día.
Luego nos habla de cómo debe ser la vida de un discípulo suyo, que no tiene apego al dinero. Debe estar siempre confiando en el Señor, que es lo que se llama: vivir bajo la Providencia divina.
No dice Jesús que no busquemos el alimento diario y el vestido y tantas cosas necesarias o convenientes para la vida personal y de la familia. Pero lo que hoy nos indica claramente es el orden de búsqueda. Debemos buscar primero lo importante y luego lo secundario. Todo depende del orden en que estimemos las cosas.
Nada se busca si no se conoce y nada se busca ardientemente, si no se estima mucho. Por lo tanto tendremos que ver qué es lo que estimamos más. Esto es lo que Jesús había planteado antes: dónde está nuestro tesoro y nuestro corazón.
Para los que buscan con demasiado interés los bienes materiales hay una palabra que hoy repite Jesús varias veces: el agobio. Se suelen buscar los bienes materiales con demasiado agobio. Y de ello no puede resultar una vida equilibrada y en paz. Y nos dice que nuestra vida y persona valen demasiado para andar con esos agobios.
Jesús nos pone dos ejemplos para que no vivamos con esos agobios: las aves del cielo y los lirios del campo. Trabajando bajo la Providencia de Dios, tienen belleza y lozanía. Algunos ven en estas palabras una invitación a la holgazanería. Pero no es así. Como decía un autor: Dios alimenta a las aves, pero no les lleva el alimento al nido. Jesús nos habla de alegría y de paz interior.
En esto, como en otras cosas de religión, se puede faltar por los dos extremos. Hay quienes de una manera bobalicona no quieren trabajar. Contra éstos ya habló severamente san Pablo diciendo: “El que no trabaja, que no coma”. Lo que se trata es que, trabajando, pongamos a Dios por encima de todo. Se trata de que vivamos colgados de la voluntad del Señor, que es nuestro Padre y vive con nosotros.

 Cuando uno vive así, encuentra la tranquilidad en el alma, porque se da una gran esperanza, que va unida a la confianza en la Providencia divina. Esta confianza viene de la certeza de que Dios es nuestro Padre y camina con nosotros en esta vida, sabiendo que Dios se preocupa de nosotros mucho más que lo hace con las aves del cielo o  los lirios del campo. Busquemos el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se nos dará por añadidura.

jueves, 23 de febrero de 2017

7ª semana del tiempo ordinario. Jueves: Mc 9, 41-50

                       

Hoy el evangelio nos trae diversos consejos que Jesús da a sus discípulos quizá en diversas circunstancias sobre la caridad, unos en sentido positivo y otros en sentido negativo. Comienza Jesús diciendo que Dios valora todo lo que hagamos en bien del prójimo, aunque sea una cosa tan pequeña como dar un vaso de agua. Es decir, que Dios no sólo se fija en las grandes acciones de caridad, sino en las pequeñas cosas de cada día. Dar un vaso de agua es como dar un poco de amor, dar una pequeña alegría, dar una sonrisa, una palabra tranquilizadora o animadora. Esas pequeñas cosas, hechas con amor, son como destellos del Espíritu Santo que vive en nosotros. Estas cosas se pueden hacer por motivos materiales; pero lo que Dios tiene verdaderamente en cuenta es cuando esos detalles de amor se hacen por amor a Dios o porque en el prójimo está la imagen de Jesucristo. El había dicho, refiriéndose al juicio final: “Lo que hiciereis con uno de los más pequeños, es como si me lo estuvierais haciendo a mi”.
Pero a Jesús lo mismo que le agrada cuando hacemos el bien, también le desagrada cuando hacemos el mal. Y uno de los mayores males es el escándalo. Extraña oír a Jesús esas terribles palabras contra el escándalo. Es peor que la muerte. Escándalo es el inducir a otra persona, especialmente menor, a realizar algo malo, a cometer algún pecado. Propiamente la palabra “escándalo” significa poner tropiezos en el camino. Es perturbar o quitar la fe. Se puede hacer de varias maneras. San Pablo en la 1ª carta a los corintios decía palabras severas a los que se creían “fuertes” en la fe para que tuvieran cuidado en no hacer caer a los “débiles” por los malos ejemplos. Y esta es la gran advertencia que hoy hace Jesús a todos los que tienen alguna responsabilidad en las cosas de la Iglesia: que tienen que tener mucho cuidado no sólo en lo que hacen, sino en cómo lo hacen, para no dar motivos de que otros se escandalicen. Claro, que también hay gente que dice que se escandaliza por lo que no deben escandalizarse. Pero hoy Jesús nos advierte que evitemos todo lo posible para no inducir a otros a hacer algo malo. Jesús dice esas palabras fuertes porque conocía la maldad del pecado y lo que vale ante Dios el alma limpia de un niño.
El escándalo no es sólo respecto a los demás, sino hacia nosotros mismos. Tenemos enemigos externos, pero también internos. Y a veces los propios sentidos, los pies, las manos o los ojos nos pueden inducir hacia el mal. Por eso debemos estar atentos. No se trata de que debamos cortarnos un pie o sacarnos un ojo. Pero en nosotros hay cosas, que apreciamos “como un ojo de la cara”, que debemos arrancar- nos, como son algunos vicios, que nos pueden llevar a la perdición. Solemos tener un egoísmo que mata nuestro espíritu y no nos deja hacer el bien. Eso va en contra del ideal que Jesús nos dice sobre el servir. El egoísmo es lo contrario a la caridad y está íntimamente incrustado en nuestro ser. Por lo tanto el ir hacia Dios debe ser un continuo esfuerzo en quitar el egoísmo, poniendo en su lugar la caridad, que nos dará la paz y la armonía fraterna, que es como la sal que da sabor al mundo.

Termina hoy el evangelio con la alusión a que El cristiano debe ser como la sal en el mundo, que da sabor y mantiene sin corrupción a los alimentos. Ser sal para los demás es saber crear un clima de convivencia agradable, es crear un clima de buen humor, de serenidad y de gracia, fijándose más en las cosas buenas que hay a nuestro alrededor. Es dar un sentido de fidelidad en el mensaje que se transmite. Pero si esa fidelidad es sólo exterior o de nombre, si la sal del dirigente está corrompida ¿Cómo va a salar? Para dar ejemplo, no basta con ser cristiano sólo hacia fuera, sino de corazón, porque lo que está dentro saldrá a relucir un día u otro. Y termina Jesús diciendo que esa sal que tenemos la pongamos en unidad. Cuando el mensaje es compartido, por una vivencia compartida, conservará la paz en toda la comunidad. 

lunes, 20 de febrero de 2017

7ª semana del tiempo ordinario. Lunes: Mc 9, 14-29


Jesús había subido al monte a orar junto con tres discípulos, sus predilectos, y habían dejado abajo a los demás discípulos. La gente, que creía que Jesús estaba con la mayoría de los discípulos, llevó algunos enfermos, especialmente un muchacho que sufría de epilepsia en estado avanzado.
Los discípulos, que habían tenido experiencias positivas, cuando Jesús les dio poderes especiales al ir a predicar, creían que podrían curarle; pero no pudieron hacer nada positivo a favor del muchacho. Después Jesús les enseñó que les faltaba algo esencial, que es ponerse en contacto con Dios humildemente y suplicar, dándose cuenta que esa sanación no podía obtenerse por sus propias fuerzas ni méritos, sino que debía ser algo gratuito por parte de Dios. Esa sería la principal enseñanza de Jesús en ese suceso.
Cuando llegó Jesús estaban en plena discusión entre los familiares del muchacho, algunos escribas y los discípulos. Cuando vieron a Jesús, corrieron hacia él y le plantearon la cuestión. La llegada de Jesús parece que hacía renacer la esperanza que ya les faltaba. Allí estaba el pobre muchacho enfermo y parece ser que endemoniado. Aquella posesión se mostraba a través de la enfermedad. Jesús se sintió contrariado por la falta de fe, especialmente de los discípulos.
Es posible que una de las intenciones del evangelista sea esclarecer la diferencia del poder de Jesús y el de los apóstoles. Jesús va a curar al muchacho; pero primero quiere curar la falta de fe de su padre. Éste le pide a Jesús la curación, pero diciéndole: “Si puedes”. Y Jesús hace que aquel padre aumente su fe, unida a la humildad.
Jesús le cura haciendo gestos sencillos: unas palabras y luego el gesto amable de coger al muchacho por la mano para que se levante. Este gesto, realizado también en otros milagros, representa la alegría del poder de Jesús, una fuerza externa que viene a ser como un lejano reflejo de la resurrección.
Hay personas que pretenden hacer sanaciones milagrosas, realizando una especie de ritos mágicos con expresiones muy aparatosas buscando el lucimiento humano y quedar bien ante los espectadores. Suele haber mucho de ilusión y sobre todo mucha mentira, que es lo contrario de expresar la presencia de Dios.
Es importante aumentar la fe. Jesús lo pretendía en todos sus milagros. Cuando decimos fe, en definitiva, es tener más unión con Dios. Cuando Jesús les pedía tener fe a sus discípulos no se trataba de tener algo con lo cual ellos pudieran realizar la sanación. Se trataba de unirse más con Dios para que Él, por medio de la persona entregada y unida por amor, realizara el portento.
Encontramos en el evangelio que Jesús les enseña a sus discípulos algunas verdades con sucesos que son como parábolas vivientes. Ésta era una de esas ocasiones. Cuando los apóstoles pidieron a Jesús que les enseñase a rezar, de hecho estaban pidiendo alguna oración en concreto que les distinguiera de otros grupos. Así solía hacerse en aquel tiempo; pero Jesús les quiere enseñar ahora que para las grandes obras apostólicas se necesita orar, que es ponerse en contacto con ese Dios y Padre, de quien dependemos para toda obra buena.
Es una enseñanza para todos. “El reino de Dios está dentro de nosotros”; pero para desarrollarse debe ser fundamentalmente uniéndonos con Quien va dando el desarrollo vital de ese Reino. Si queremos crecer el amor al prójimo, esencial en nuestra fe, será uniéndonos con el Autor de todo amor.

Podíamos decir que se realiza vaciándonos nosotros de nuestra propia personalidad, para que Dios manifieste su amor hacia los demás a través de nuestra esencia humana. Sólo así es como se puede cumplir las ilusiones de Jesús de que nosotros podamos ser “uno” como Jesús es con el Padre.

sábado, 11 de febrero de 2017

6º TO A-2017 - MANOS UNIDAS

¿Cómo están nuestras relaciones? ¿Es posible participar de la mesa de la eucaristía teniendo divisiones entre nosotros, especialmente entre nuestras familias?
Una relación es espejo de la otra, no tiene sentido ofrecer al Señor ofrendas y luego mantener disputas con los hermanos. La vida espiritual si o si sanea nuestras relaciones. Por eso ¿Quién soy yo para condenar a mi hermano? Tenemos que aprender y  mucho de nuestros errores.
En referencia al tema de la misa de hoy ¿Cuántos alimentos tiramos a la basura? ¿Tenemos derecho a que otros pasen hambre por nuestro derroche, y utilizar los alimentos para otros fines?
Hay un desmadre con los alimentos. Los alimentos que se tiran a la basura son alimentos de los pobres. Un tercio de los alimentos que producimos acaban tirados en los contenedores.
En las lecturas de hoy, Dios nos dice que no permanece indiferente a nuestras obras. Dios quiere que se respeten los derechos fundamentales de los hombres. Uno de ellos es la falta de alimentos. Una gran parte de la humanidad pasa hambre; el papa dice que estoy constituye un gran escándalo. Todos los recursos que genera la Tierra son para el buen uso de todos los hombres y los pueblos. Por eso los alimentos tienen que llegar a todos.  No debemos perder este bien universal.
El hecho más importante para hagamos verdadera la palabra de Dios, es ir donde nuestros hermanos, les pidamos perdón, y pongamos los medios para no pasen hambre nunca más.
Como comunidad cristiana tenemos la obligación de responder desde la palabra de Dios que hemos escuchado. La Iglesia siempre está atenta a estas realidades y sufre por ellas. Para tener credibilidad tiene que haber sensibilidad. La pobreza que genera el hambre es brutal y no podemos permitir que se siga dando Entonces, ¿Qué podemos hacer?
Jesus nos habla muy duro contra todos los excesos que hacemos contra otros. El mal uso de las riquezas nos lleva a ser enemigos de nuestros hermanos. Tenemos que pedir que la Iglesia lidere la lucha contra el hambre en el mundo, exigiendo a quien tiene recursos, sobre todo a los gobiernos.
Si tienes hambre come de lo que trabajas y reparte”.
Todo lo que tenemos y poseemos Dios nos lo ha dado. Si queremos dignidad y libertad hagamos que la solidaridad llegue a todos y en ese momento  llegará el cambio.


miércoles, 8 de febrero de 2017

6ª semana del tiempo ordinario. Domingo A: Mt 5, 17-37


El domingo pasado nos decía Jesús que los que son sus discípulos son luz para el mundo. Pero no una luz por cuenta propia, sino reflejo del mismo Jesús. Por lo tanto nos interesa saber cuál es el pensamiento de Jesús.
Hoy nos va a hablar de su relación con los mandamientos de Dios, o sea lo que decía la Ley y los profetas. Casi todo el sermón de la montaña es una contraposición con lo que pensaban los fariseos, o más bien los maestros de la ley. Éstos basaban la perfección en el cumplimiento externo de la Ley, expuesta principalmente en los 5 primeros libros de la Biblia.
Jesús da un total giro hacia el interior de las personas. Proclama que lo más importante es el amor. Claro que el amor se demuestra con el cumplimiento de los mandamientos; pero hay muchas tonalidades en dicho cumplimiento.
Hoy la primera gran idea que nos dice es que él no ha venido para abolir la ley, sino para darla plenitud. Esto lo decía sobre todo, porque, como insistía tanto en el amor y en el cumplimiento interior, a algunos les parecía que despreciaba las leyes externas, que para los judíos eran sagradas. Jesús nos dice que no se trata de despreciar las leyes antiguas, que sabemos cumplía, sino darlas vida, de modo que no nos contentemos con el cumplimiento externo sino que pongamos el corazón en ello.
Es necesario por tanto mirar al espíritu de la ley. Por eso proclama Jesús que quien quiera ser discípulo suyo debe ser mejor que los escribas y fariseos para poder entrar en el Reino de los cielos.
Después va a reflexionar sobre algunos mandamientos, distinguiendo lo que se decía al menos popularmente y lo que él complementa: “Pero yo os digo”. Se necesita mucha autoridad para contradecir a los que se creían sabios y custodios de la Ley.
Comienza a explicar el mandamiento que dice:”no matarás”. Los que comentaban la palabra de Dios, de forma externa y según suena, se quedaban en lo externo. Por lo tanto veían que estaba prohibido el homicidio. Pero Jesús explica que hay muchas formas de matar. Y especialmente matar con el corazón. Y lo que se produce en el corazón suele salir por la boca. Por lo tanto hay insultos que son grandes pecados porque son expresión de una muerte que uno ha decretado en su corazón.
De ahí que es pecado todo enfado, cuando encierra un desprecio o una enemistad. De tal manera que es más importante ponerse en amistad con esa persona que ofrecer o asistir a un acto de culto a Dios. Esto porque un verdadero acto de culto a Dios no es tal si se realiza envuelto en un odio al hermano. Jesús diría en varias ocasiones, recordando a los profetas: “Prefiero la misericordia al sacrificio”.
Otro mandamiento que trata Jesús es sobre el adulterio. En aquella sociedad muy machista se habla especialmente del pecado del hombre. Jesús nos dice que hay muchos adulterios internos, por un mal deseo realizaba en el corazón. Es una opción personal, interior; pero que en el corazón está maltratando la unión de dos seres que han querido dar su grandeza y alegría al dirigirse juntos hacia la gracia de Dios.
Otra tercera ley está en el cumplimiento de la palabra dada. Era un poco complicado lo que los maestros de la ley habían organizado sobre los juramentos, es decir el poner a alguien superior por testigo de la verdad proclamada. Nos dice Jesús que a un cristiano le basta decir sí o no. Es decir que su palabra debe tener validez, como su vida. El invocar a Dios para que me crean es signo de inmadurez.

Los mandamientos de Dios estaban redactados de forma negativa: se acentuaba lo que no se debía hacer. Pero Jesús nos viene a enseñar el aspecto positivo: Todo debe realizarse por medio del amor. Quienes se fijan en este aspecto positivo, poniendo mucho amor en cada ley de Dios no sólo cumplen el mandamiento de una manera demasiado justa, sino que van ascendiendo en la unión con el Señor.

jueves, 2 de febrero de 2017

4ª semana del tiempo ordinario. Jueves: Mc 6, 7-13


Jesús podría haber organizado la evangelización de maneras espectaculares; pero quiso hacerlo de modo muy humano, buscando colaboradores, que vivieran junto a él, que aprendieran su propio modo de vivir y su doctrina, para luego enviarlos por el mundo a enseñar la Buena Nueva. Hoy nos cuenta el evangelio una especie de ensayo, pero que es ya evangelización por los mismos discípulos. Así sigue Jesús actuando hoy llamándonos a colaborar con él. Ir de misionero no es sólo ir a tierras lejanas, sino que se puede ser misionero en el trabajo, entre los amigos, en la escuela, en la calle... Lo importante es dar testimonio de la verdad, cumpliendo los compromisos de cristiano. Pero a veces un cristiano siente una llamada especial de Dios, que suele ser a través de la Iglesia, para cooperar con la acción apostólica en unas misiones populares. Para ello nos conviene saber qué les pedía Jesús a los apóstoles.
Jesús les envió “de dos en dos”. En aquella mentalidad significaba en primer lugar un testimonio, ya que las leyes necesitaban de al menos el testimonio de dos para su validez. Para nosotros es un signo de comunidad. Habrá apostolados que alguno deba hacer individualmente; pero aun así debe hacerse con cierta organización y siempre estando en unión con la Iglesia.
Jesús recomienda un estilo de austeridad y pobreza, dando a entender que la fuerza de la evangelización está sobre todo en Dios y en la confianza que se ponga en Él. Muchas veces fallan apostolados que llevan en sí muchos medios materiales, pero poca fe y oración. Hay medios humanos que son convenientes; pero hay que saber que la fe en Dios será  lo que hace verdaderamente crecer la vida del alma. Por eso la gente lo que mejor entiende en el apóstol es la austeridad y el desinterés a la hora de hacer el bien. Es importante que le vean más como peregrino que como instalado. Esto quiere decir que la predicación no debe ser sólo de palabra, sino de vida. Por eso debe dar testimonio de comunidad (dos en dos), de pobreza y de paz. Y de conformismo. Eso es lo que les quería decir Jesús sobre no pasar de casa en casa. También les habla de confianza en la gente. Eso es lo que viene a significar el no llevar alforjas, porque confían en que la gente responderá a sus desvelos.
Pero no todo iba a ser fácil. Les dice lo del llevar bastón y sandalias, indicándoles que el camino podía ser largo, y luego el recibimiento podía ser bueno o no. Si la gente no les recibe ni les escucha, deben “sacudir el polvo de las sandalias”. Este era un gesto que los israelitas solían hacer cuando salían de tierra de paganos. Ahora Jesús les está indicando que aquellos que no reciban la doctrina del amor de Dios, aunque se crean muy adoradores del Altísimo, son como paganos. También para nosotros es un signo del deber cumplido. Lo importante no es si nos escuchan o no, sino el haber cumplido con el deber de expresar el mensaje de Jesucristo. Él, como a los apóstoles, no nos promete éxitos y aplausos fáciles, sino muchas veces incomprensión.
Jesús les manda a expulsar demonios y hacer el bien. Estos demonios eran en primer lugar los propios de los mismos discípulos: su fanatismo judaizante y sus pretensiones de superioridad. Demonios solían llamar a las diversas enfermedades; pero también eran los egoísmos, odios, rencores, todo lo que crea la corrupción y el pecado. Ellos ofrecían esperanza, conversión y curación plena. Todo aquel que comienza un nuevo camino de vida tiene que luchar con demonios que tiene dentro, hasta conseguir la conversión y la salvación. Para ello las cosas externas suelen estorbar. El entrar en aquellas casas era un signo de necesitar a los demás, signo de pobreza, signo de integración en la comunidad por medio de la familia que les recibe. La familia es el lugar donde se inicia el proceso de transformación de la sociedad. Amigo, si te sientes misionero, según este ideal de Jesús, te felicito, y adelante, que Dios está contigo.

4ª semana del tiempo ordinario. Miércoles: Mc 6, 1-6

                         
Nos cuenta hoy el evangelio que Jesús, después del gran milagro de la resurrección de la hija de Jairo, va a su pueblo, que era Nazaret. No se sabe si fue la única vez o fue varias veces. Jesús estaría muy contento con su madre y otros familiares. Llegado el sábado fue, como todas las buenas personas, a la sinagoga. Esta vez era especial, pues como ya tenía fama de predicador, fue invitado para comentar la palabra de Dios.
Este evangelio de san Marcos no nos dice de qué habló, sino que nos presenta la reacción de los oyentes. Quizá pretendía el evangelista enseñar y dar ánimos a algunos predicadores de la fe, que no veían correspondidos sus esfuerzos.
San Lucas en su evangelio sí nos enseña el tema de una predicación de Jesús en Nazaret, que parece ser la misma, por ser igual la reacción de los oyentes. Cuenta san Lucas que Jesús se puso a comentar un pasaje del profeta Isaías donde hablaba de los tiempos mesiánicos en que se harían milagros de parte de Dios a favor de muchos enfermos y que sobre todo se predicaría a los pobres y sería como un año de gracia. El comentario de Jesús lo resume el evangelista diciendo: “Hoy se cumple esta escritura”. Dicen algunos que la extrañeza y el asombro de los nazaretanos vendrían de que Jesús, a quien veían como uno de los suyos, sin estudios especiales, tuvo la osadía de no concluir el pasaje de Isaías en que se hablaba del “desquite” del Señor. Es decir, que no les llevó la corriente de hablar en tono nacionalista, contra los extranjeros, sino que acentuó más la parte de la misericordia de Dios. Y seguramente, claro, sacaría las consecuencias de que todos debemos imitar esa misericordia de Dios, que es para todos los seres humanos, como solía predicar en otros lugares.
El hecho es que la sorpresa y el asombro, que al principio en muchos parecía muy correcto, se volvió envidia en otros y su palabra no pudo prosperar. Comenzaron, pues, a murmurar y a sacar los nombres de su familia, que eran personas humildes. Pensaron, por lo tanto, que su sabiduría era nada más aparente y que los milagros, que decían haber hecho, deberían ser algo falso. Con esta postura de falta de fe Jesús no podía hacer milagros. Este “no podía” quiere decir que los milagros no son para halagar o para brillar en lo material. El milagro, además de ser un acto de caridad, pretende salvar a toda la persona, llevándola un poco más hacia Dios.
Jesús habla de parte de Dios, y por eso se tiene como profeta. También los profetas habían sido despreciados, especialmente entre los de su misma patria. Suele suceder cuando el profeta, quien habla de parte de Dios, da un verdadero testimonio de su fe.
Es difícil entender a la gente. Hubo un tiempo en que Dios, para manifestarse, empleaba rayos y truenos en el monte. Y la gente le decía a Moisés que les hablase él, no Dios, pues se sentían morir.  Entonces Dios decide hacerse niño pequeño y vivir como nosotros en el pueblecito de Nazaret. Dios se hace tan cercano, tan igual, que los suyos no le quieren reconocer, porque dicen que el Mesías, cuando venga, nadie debe saber de dónde viene o dónde está. Quizá si hubiera venido con una espada incitando a la rebelión, le hubieran creído mejor.
Dios nunca nos quiere avasallar, sino que espera nuestra respuesta dada en completa libertad. Por eso es rechazado por muchos. Pero también es cierto que por otros muchos, no sólo es aceptado y respetado, sino querido y amado.
Jesús tuvo que marcharse de Nazaret sufriendo por el desamor. Dice el evangelio que estaba admirado o extrañado por la incredulidad. También quedaba su madre María y otras personas, aunque pocas, que le serían adictas.

De Jesús, en su predicación en Nazaret, bien se puede decir aquello de que: “Vino a los suyos y no le recibieron”. Cuando el corazón no está preparado, porque le oprime el orgullo y la soberbia toda la doctrina de la Iglesia la ve con falsedad. Preparemos el corazón con sencillez y limpieza y “veremos a Dios”.