Jesús nos está hablando
en el sermón de la montaña. O más bien podemos decir, como en otras ocasiones,
que el evangelista aquí va recogiendo lo principal que ha ido diciendo Jesús sobre
cómo deben ser y actuar los que quieran ser sus discípulos. Hoy nos va a hablar
sobre el vivir bajo la
Providencia divina.
Estaba hablando del
verdadero tesoro que debemos tener, que está en el cielo y en la gracia de
unión con Dios que vamos teniendo ya aquí en la tierra. El hecho es que se da
una realidad, la de que muchos, aun de los que se llaman cristianos, ponen su
tesoro, y por lo tanto su interés principal, en las cosas materiales,
representadas por el dinero. Hoy nos dice Jesús que quien se deja llevar por el
dinero, de tal modo que se hace como servidor de él, necesariamente se separa
del servicio de Dios.
Al dinero lo llama a
veces Jesús con la palabra “Mammón”, que era un ídolo, porque en realidad hay
muchos que están al servicio del dinero, como si fuese un verdadero ídolo. En
este caso el dinero no está a nuestro servicio, sino que la persona sirve al
dinero, la persona está como esclavizada. El dinero debe ser para que nos sirva
para mejor conseguir el Reino de Dios.
Esta disyuntiva de servir
a Dios o al dinero lo encontramos varias veces en el evangelio, ya que Jesús lo
repetiría muchas veces por la tendencia del ser humano a apegarse a los bienes
terrenos y por lo difícil que es meter esa idea en el corazón y sobre todo
seguirla en la vida práctica de cada día.
Luego nos habla de cómo
debe ser la vida de un discípulo suyo, que no tiene apego al dinero. Debe estar
siempre confiando en el Señor, que es lo que se llama: vivir bajo la Providencia divina.
No dice Jesús que no
busquemos el alimento diario y el vestido y tantas cosas necesarias o
convenientes para la vida personal y de la familia. Pero lo que hoy nos indica
claramente es el orden de búsqueda. Debemos buscar primero lo importante y
luego lo secundario. Todo depende del orden en que estimemos las cosas.
Nada se busca si no se
conoce y nada se busca ardientemente, si no se estima mucho. Por lo tanto
tendremos que ver qué es lo que estimamos más. Esto es lo que Jesús había
planteado antes: dónde está nuestro tesoro y nuestro corazón.
Para los que buscan con
demasiado interés los bienes materiales hay una palabra que hoy repite Jesús
varias veces: el agobio. Se suelen buscar los bienes materiales con demasiado
agobio. Y de ello no puede resultar una vida equilibrada y en paz. Y nos dice
que nuestra vida y persona valen demasiado para andar con esos agobios.
Jesús nos pone dos
ejemplos para que no vivamos con esos agobios: las aves del cielo y los lirios
del campo. Trabajando bajo la
Providencia de Dios, tienen belleza y lozanía. Algunos ven en
estas palabras una invitación a la holgazanería. Pero no es así. Como decía un
autor: Dios alimenta a las aves, pero no les lleva el alimento al nido. Jesús
nos habla de alegría y de paz interior.
En esto, como en otras
cosas de religión, se puede faltar por los dos extremos. Hay quienes de una
manera bobalicona no quieren trabajar. Contra éstos ya habló severamente san
Pablo diciendo: “El que no trabaja, que no coma”. Lo que se trata es que,
trabajando, pongamos a Dios por encima de todo. Se trata de que vivamos
colgados de la voluntad del Señor, que es nuestro Padre y vive con nosotros.
Cuando uno vive así, encuentra la tranquilidad
en el alma, porque se da una gran esperanza, que va unida a la confianza en la Providencia divina.
Esta confianza viene de la certeza de que Dios es nuestro Padre y camina con
nosotros en esta vida, sabiendo que Dios se preocupa de nosotros mucho más que
lo hace con las aves del cielo o los
lirios del campo. Busquemos el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se
nos dará por añadidura.